Análisis de la «Elegía a Ramón Sijé» de Miguel Hernández


Contexto y autor

El poema “Elegía a Ramón Sijé” fue escrito por Miguel Hernández, uno de los poetas más destacados de la Generación del 27. Esta generación, a la que pertenece el autor oriolano, se caracteriza por una evolución que parte de una etapa influenciada por la poesía pura de Góngora, pasa por una etapa surrealista en la que los autores plasman sus sentimientos más subjetivos, y finaliza con una solidarización hacia el mundo que les rodea tras la Guerra Civil Española.

Algunas de las obras más conocidas de Miguel Hernández son “Perito en Lunas” y “El rayo que no cesa”, en la que está incluida la elegía a Sijé. “El rayo que no cesa” es un libro de plenitud, escrito en su mayoría en sonetos y cuyo tema central es el amor. El poema a Ramón Sijé fue escrito al final de la obra, ya que es en ese momento cuando fallece su amigo.

Análisis de la «Elegía a Ramón Sijé»

Género y tema

“Elegía a Ramón Sijé” pertenece al subgénero literario de la elegía o planto, en el que se llora la muerte de un ser querido. El tema del poema es, por lo tanto, el dolor por la muerte de un amigo. A lo largo del poema se diferencian los sentimientos que siente una persona tras la pérdida de un ser querido.

Estructura y forma

El poema está formado por quince tercetos encadenados y un serventesio final.

  • En las seis primeras estrofas, Hernández expresa cómo se siente tras la muerte de Sijé.
  • En los cinco tercetos siguientes, exterioriza su rabia por no poder estar con su amigo.
  • En las últimas cinco estrofas, el autor acepta la muerte de Ramón Sijé y lo recuerda como si nunca hubiera muerto.

Los versos del poema son endecasílabos y de rima consonante siguiendo el esquema ABA, de manera que el segundo verso de cada terceto se convierte en la base de la rima del siguiente (BCB).

Recursos literarios

La obra, en general, puede ser interpretada como una gran hipérbole (“No hay extensión más grande que mi herida”), sobre todo en la primera parte (“Yo quiero llorando ser el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas”), donde se encuentra la exageración máxima (“Que por doler me duele hasta el aliento”). Este recurso se utiliza para resaltar el dolor que provoca la muerte de un ser querido.

Por otra parte, observamos la aliteración de la “r” en todo el poema (“muerte”, “dolor”), que nos sugiere una sensación de miedo, y la aliteración de la “l”, sobre todo al final, que nos inspira un sentimiento de libertad (“aladas”, “almas”).

La simbología se encuentra muy presente en la obra a través del uso de metáforas (“Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado”) que hacen referencia a la muerte, o el uso de dilogías, palabras con valor connotativo, como es el caso de “herida” (v.13), que no solo se refiere a la herida física sino al dolor emocional. Otra dilogía la localizamos en “novia” (v.42), que hace alusión tanto a la tierra donde está enterrado el fallecido como a la familia de su difunto amigo.

La contraposición de términos se hace notoria en algunas partes del poema, como en los versos veintidós y veintitrés (“No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida desatenta”) y en el verso quince (“y siento más tu muerte que mi vida”).

Igualmente, la semejanza de estructuras, o paralelismo sintáctico, se puede contemplar en las estrofas siete y ocho, en las que la estructura sintáctica, independiente una de la otra, es la misma (“Temprano levantó la muerte el vuelo, / temprano madrugó la madrugada, / temprano estás rodando por el suelo”) (“No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida desatenta, / no perdono a la tierra ni a la nada”).

Al mismo tiempo, en el segundo verso de la séptima estrofa (v.20), localizamos un pleonasmo, al redundar el autor sobre el verbo madrugar (Temprano madrugó la madrugada).

Reflexión final

Miguel Hernández escribe el poema a un amigo y compañero fallecido. Aunque el momento que vivían antes del suceso no fuera el mejor, el sentimiento de amistad tras la muerte no cambia, sino al revés, se hace más fuerte. En la situación que vive el autor de la obra, lo más normal es sentir rabia e impotencia por no haber podido “acabar” esa amistad como a ellos les hubiera gustado. Al igual que es difícil encontrar buenos y fieles amigos, tiene que serlo mucho más enfrentarse al momento en el que desaparecen. Por eso debemos aprovechar cada momento con esa persona que, incondicionalmente, nos da su amistad y nos ayuda en las situaciones difíciles de nuestra vida. La vida no es más que treinta segundos en los que te lo juegas todo: felicidad, amistad, amor. En el caso de que llegue el día que perdemos un amigo, no podemos quedarnos con la tristeza y el lamento de ese daño, porque de nada sirve llorar por algo que no volverá. En vez de esto, tenemos que sonreír y mantener vivo el espíritu de esa persona que nos dejó. Porque quien significó algo en vida para nosotros no debe morir, sino seguir viviendo dentro de nosotros.

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