Atmósfera humillante


7.3. EL PROBLEMA DE Cuba Y LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y Estados Unidos. LA CRISIS DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS E IDEOLÓGICAS.
En 1878 Martínez Campos había firmado en Cuba la Paz de Zanjón, en la cual España reconocía los derechos políticos negados sistemáticamente a Cuba desde los inicios del liberalismo. No obstante, las reformas necesarias para convertir en realidad las promesas no se ponían en marcha, que se organizaron en torno al Partido Revolucionario Cubano del independentista José Martí.
Los independentistas eran apoyados por los norteamericanos, para quienes el dominio español era un obstáculo en sus aspiraciones de control sobre la isla En Febrero de 1895 se inicia la insurrección (Grito de Baire); desde Madrid se envía a Martínez Campos, pero éste apenas obtiene éxitos militares y los gastos se disparan; es sustituido cuando se niega a emplear medidas de represión contra la población civil, algo que sí hará su sucesor Weyler, quien entiende que es imprescindible privar a los insurrectos, que utilizan tácticas guerrilleras, del apoyo poblacional. La brutalidad de la guerra empieza a levantar en su contra a la opinión pública, preocupada también por la rebelión de Filipinas, que había estallado en 1896 ante la brutal administración de las órdenes religiosas que controlaban las islas. Así, el nuevo gobierno liberal de Sagasta de 1897 sustituye a Weyler e inicia un proyecto de autonomía para Cuba que iguala jurídicamente a cubanos y peninsulares y permite la formación de un gobierno cubano en Marzo. Esta situación acerca la paz y alarma a los EE. UU., ya que le privaba de excusas para intervenir en la isla. Los norteamericanos envían a Cuba el acorazado Maine, alegando que era para velar por los intereses norteamericanos. El 15 de Febrero de 1898 el Maine explota en la Bahía de La Habana, resultando 254 muertos. Washington rechaza la oferta española de una investigación internacional y culpa a España; entonces lanza un ultimátum obligando a España a elegir entre la venta de Cuba o la guerra. Ambos gobiernos entienden que es una cuestión de prestigio y se inician las hostilidades con el ataque americano en Filipinas: en Mayo destruyen la flota española en Cavite, y en Julio en la Bahía de Santiago de Cuba la flota española al mando de Cervera es sitiada y hundida, lo que permite el desembarco estadounidense en Guantánamo y Puerto Rico. España solicita el armisticio, y dos días después cae Manila. Las negociaciones concluyen en el Tratado de París de Diciembre, por el cual España acepta la ocupación norteamericana de Cuba y Puerto Rico y vende Filipinas a EE. UU. Por 20 millones de dólares. Todavía tendría España que renunciar al resto de sus posesiones, pues se sabía incapaz de administrarlas: por el Tratado Hispano-Alemán de 1899 vendía a Alemania las islas Marianas, Carolinas y Palaos.

Las consecuencias del Desastre fueron graves en todos los aspectos: las pérdidas humanas rondaron unas 120.000 víctimas; las pérdidas económicas fueron muy fuertes sobre todo a largo plazo, ya que se perdíó un mercado excepcional donde colocar la producción peninsular al tiempo que se perdía el comercio privilegiado con los productos coloniales. Militarmente la derrota fue humillante y esto tendrá sus consecuencias en el ejército a lo largo de las décadas posteriores.

Pero el Desastre conllevó además una grave crisis política; aunque ambos partidos se desgastaron, el desprestigio fue mayor para el Liberal y para su líder, Sagasta, pues a él tocó negociar las condiciones de la paz. La pasividad con la que la opinión pública aceptó la derrota llamó la atención de políticos e intelectuales, y dio lugar a una corriente de pensamiento que trató de analizar las causas de esta resignación y de la falta de reacción en la nacíón. Tal corriente fue conocida como Regeneracionismo y su principal representante fue Joaquín Costa.
Según los regeneracionistas, el origen de este problema era la corrupción del turno de partidos, el aislamiento de los ciudadanos de la política y el retraso que sufría España respecto de los países más avanzados de Europa. Las soluciones que propusieron pasaban por una reestructuración política y económica que sacara a España de ese atraso, pero los regeneracionistas no crearon partidos políticos ni aspiraron al gobierno de forma organizada, por lo que sus ideas quedaron reducidas a orientaciones intelectuales y no a programas de gobierno concretos. Así, cuando en 1899 el conservador Francisco Silvela forme gobierno, incorporará algunas medidas de corte regeneracionista, pero serán frenadas por la oposición de las oligarquías que hará caer este gobierno en 1901.

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