Avances que supuso la revolucion francesa respecto al antiguo regimen


1 .1. EL LIBERALISMO, UN NUEVO SISTEMA POLÍTICO


El liberalismo es una corriente ideológica a la vez que una doctrina política y económica surgida a partir de las ideas de pensadores como el inglés John Locke (siglo XVII) o los ilustrados franceses del siglo XVIII. El liberalismo concibe la sociedad como un conjunto de seres libres (ciudadanos) que gozan de unos derechos y unas libertades fundamentales que el Estado debe garantizar.
El sistema político liberal se fundamenta sobre una serie de principios básicos:
El conjunto de ciudadanos constituye la nación, posee la soberanía nacional y elige unos representantes que ejercen el poder en su nombre (sistema representativo). La voluntad de los ciudadanos se ejerce mediante el derecho al sufragio (voto) en unas elecciones, y se canaliza a través de los partidos políticos, organizaciones que reúnen a los candidatos que presentan un mismo programa de gobierno. En consecuencia, el monarca deja de ostentar un cargo de origen divino y con poderes absolutos para convertirse en un representante de la nación.
La separación de poderes para evitar su concentración
una misma persona (tiranía). El poder ejecutiva (aplica las leyes) recae en el Gobierno, el legislativo (elabora Ias leyes) pertenece a una asamblea electiva (Parlamento), y el judicial (garantiza el cumplimiento de la ley y sanciona a sus infractores) está en manos de unos Tribunales de Justicia independientes de los otros poderes.
La existencia de una Constitución, elaborada por el Parlamento y refrendada por el pueblo. Esta ley garantiza los derechos y libertades de los ciudadanos, así como su igualdad jurídica y fiscal, fija los límites del poder y define las relaciones entre los poderes del Estado y de éstos con los ciudadanos.
El derecho de propiedad se formula como una libertad fundamenta que garantiza a los ciudadanos poder disponer libremente de sus bienes. La economía se fundamenta en el libre mercado y, en consecuencia, el Estado no debe intervenir en los asuntos económicos.

1 .2. LAS REVOLUCIONES LIBERALES


La burguesía, descontenta con el absolutismo y el sistema social privilegia do del Antiguo Régimen, hizo suyas las ideas de los ilustrados y del liberalismo e impulsó Ias revoluciones liberales burguesas, que pusieron fin al absolutismo. El triunfo de estas revoluciones dio origen al Estado liberal que tomó la forma de monarquía o de república parlamentaria, según se mantuviera un rey hereditario o se instaurase una presidencia electiva.
Sin embargo, la implantación del liberalismo no significó el triunfo de la de democracia. En el primer liberalismo (doctrinario) se impuso el sufragio universal es decir, el derecho al voto limitado a los ciudadanos más ricos, que también eran los únicos que podían ser elegidos. La democracia fue instaurándose progresivamente a lo largo del siglo XIX, cuando se reconoció el sufragio universal, que otorgaba el derecho al voto a todos los ciudadanos varones.

2.1. LAS CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN


A finales del siglo XVIII, Francia se hallaba sumida en una profunda crisis económica y social. Por un lado, una serie de malas cosechas sucesivas provocó el alza del precio de los alimentos y el consiguiente descontentó popular. Por otro, la burguesía, enriquecida por el crecimiento económico del siglo XVIII, estaba descontenta ante su marginación política, pues sólo los privilegiados podían ostentar cargos y gozar de reconocimiento social.
Además, la monarquía se hallaba sumida en una profunda crisis financiera, debida a los elevados gastos del Estado y de la corte y también al coste de la ayuda francesa a la independencia de Estados Unidos. La solución al déficit del Estado pasaba por una reforma fiscal que obligase a la aristocracia a pagar impuestos, pero el monarca absoluto temía descontentar a los privilegiados, que constituían su principal apoyo social.

2.2. EL ESTALLIDO REVOLUCIONARIO


La Revolución francesa se inició en 1789 con una revuelta de los privilegiados. Éstos se negaron a aceptar. el pago de nuevos impuestos y exigieron a Luis XVI que convocase los Estados Generales*, único organismo que podía aprobar una reforma fiscal.
Los Estados Generales se abrieron en Versalles en mayo de 1789, presididos por el rey y formados por los representantes de la nobleza, el clero y el Tercer Estado. La negativa de los privilegiados de aceptar una mayor representación del Tercer Estado y que el voto fuese por persona y no por estamento hizo que los diputados del Estado llano decidiesen abandonar la reunión de los Estados Generales.
Reunidos en un pabellón de Versalles (Jeu de Paume), los representantes del Tercer Estado se erigieron en Asamblea Nacional (representantes de la nación) y se comprometieron a elaborar una constitución que reflejase la voluntad de la mayoría de los franceses.
El pueblo de París respaldó en la calle las propuestas de la nueva Asamblea y, ante el temor de que las tropas reales detuvieran a sus diputados, el 14 de julio, una muchedumbre asaltó la prisión de la Bastilla para apoderarse del arsenal de armas que custodiaba. La Revolución se extendió también al campo, en forma de una revuelta antiseñorial (Gran Miedo), que comportó la quema de muchas residencias nobiliarias.
El estallido de revueltas en las ciudades y en el campo hizo evidente el descontento popular y el apoyo a los diputados del Tercer Estado. Atemorizado por la situación revolucionaria, en otoño de 1789, Luis XVI reconoció la legalidad de la Asamblea Nacional Constituyente*.

2.3. LAS FASES DE LA REVOLUCIÓN


La Asamblea Nacional inició el proceso de transformar a Francia en un sistema liberal que se desarrolló en diferentes fases, debido principalmente a la oposición del rey y los privilegiados. En estas etapas se pusieron en práctica diferentes propuestas para organizar el Estado y la sociedad liberales:
• La monarquía constitucional (1789-1792). Estaba apoyada por la burguesía conservadora que aspiraba a llegar a un acuerdo con el rey y los privilegiados para abolir el Antiguo Régimen e imponer un liberalismo restringido (censitario).
• La república democrática (1792-1794). Ante la negativa del monarca y los privilegiados a aceptar los cambios revolucionarios, la burguesía radical y los sectores populares proclamaron la república. Además, emprendieron una transformación más profunda de la sociedad en un sentido democrático (sufragio universal masculino) e igualitario (leyes sociales).
• La república burguesa (1794-1799). Ante la radicalización de la Revolución, la burguesía moderada implantó de nuevo el liberalismo censitario.

2.4. LA MONARQUÍA CONSTITUCIONAL (1789-1792)



La nueva Asamblea Nacional Constituyente inició un proceso reformista para abolir el Antiguo Régimen y convertir a Francia en una monarquía constitucional y parlamentaria. El 4 de agosto de 1789, decretó la abolición del feudalismo y promulgó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, que reconocía como derechos inalienables las libertades individuales, así como la igualdad ante la ley y los impuestos.
En 1791 se promulgó una Constitución, que ejemplificó os ideales del liberalismo político: separación de poderes, soberanía nacional e igualdad legal de los ciudadanos, aunque reservaba al rey el derecho de veto*. También se estableció el sufragio indirecto* y censatario.
Tras la aprobación del texto constitucional se formó una Asamblea Legislativa, en la que se redactaron nuevas leyes para garantizar la igualdad de todos los ciudadanos, prohibir la tortura, obligar a pagar impuestos a la Nobleza y abolir los gremios. Para defender las conquistas de la Revolución frente a los defensores del absolutismo, se creó un nuevo ejército (Guardia Nacional). Finalmente, con el objetivo de solucionar la crisis financiera se expropiaron los bienes de la Iglesia, que fueron declarados bienes nacionales (desamortización*) y vendidos a particulares. En contrapartida, el Estado aseguró el financiamiento del culto, y una Constitución civil del clero separó la Iglesia y el Estado.

3.1 . LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA (1792-1794)



La oposición de la familia real y de los privilegiados aceptar los cambios propuestos por la Asamblea Nacional se manifestó a raíz de la huida de París de Luis XVI para unirse al ejército austriaco, que planeaba invadir Francia y restablecer el absolutismo (Fuga de Varennes, junio de 1791).
A pesar de que el rey fue descubierto y detenido, en abril de 1792, los austriacos invadieron Francia y llegaron a las puertas de París.
La Convención girondina
La situación originó un clima de revuelta entre los sans-culottes, quienes, el 10 de agosto de 1792, asaltaron el palacio real, encarcelaron al monarca y proclamaron la república (septiembre de 1792).
La república quedó en manos de los girondinos* y se creó una Convención Nacional* elegida por sufragio universal masculino. La nueva asamblea inició un juicio contra Luis XVI y la reina Maria Antonieta, que fueron acusados de traición, condenados y ejecutados en la guillotina.
La muerte del rey provocó la alianza de las monarquías europeas, que formaron una coalición absolutista contra Francia, mientras en el interior del país estallaron revueltas contrarrevolucionarias y conspiraciones realistas.
La Convención jacobina
En junio de 1793, Ante las amenazas que se cernían sobre la Revolución, los jacobinos* se hicieron con el poder y la Revolución entró en su fase más radical. Se promulgó una nueva Constitución basada en la democracia social: soberanía popular, sufragio universal directo y derecho a la igualdad. El ejecutivo quedó en manos de un Comité de Salvación Pública, que otorgó todo el poder a Robespierre, un destacado dirigente jacobino.
Para hacer frente a la amenaza exterior se organizó un nuevo ejército (decretándose un reclutamiento forzoso de todos los hombres solteros entre 18 y 25 años) y para acabar con los contrarrevolucionarios se impulsó la política del Terror. El Comité suspendió las libertades y unos tribunales revolucionarios castigaron con prisión o muerte en la guillotina a los que se oponían al gobierno (Ley de sospechosos).
Para responder a las demandas de los sans-culottes, el Comité de Salvación Pública aprobó una serie de leyes sociales: el control de los precios y salarios (Ley de máximum), la distribución de bienes de los contrarrevolucionarios entre los indigentes, la venta de las tierras del clero y la instrucción obligatoria. Además, se cerraron las iglesias, se inició un nuevo calendario y se estableció el culto a la diosa razón (proceso de descristianización).
La caída de los jacobinos
En el verano de 1794 los peligros disminuyeron las revueltas interiores habían sido sofocadas y los ejércitos franceses se imponían a los de la coalición extranjera. Pero la radicalización de la Revolución, el Terror y el gobierno dictatorial de los jacobinos provocaron la oposición de buena parte de la población, sobre todo de la burguesía que veía peligrar su hegemonía social.
Así, en julio de 1794, en el mes Termidor según el calendario revolucionario, la alta burguesía propició un golpe de Estado para poner fin a la radicalización de la Revolución. Robespierre y otros líderes jacobinos fueron derrocados y ejecutados.

3.2. LA REPÚBLICA BURGUESA (1794-1799)



Tras el golpe de Estado, la burguesía conservadora volvió a tomar el control de la Revolución con el propósito de retornar a los principios de 1791.
Para ello clausuró el Club de los jacobinos, derogó la Constitución de 1793, anuló las leyes jacobinas y promovió el retorno de los exiliados a causa del Terror. Se elaboró una nueva Constitución (1795) que otorgaba el poder ejecutivo a un gobierno colegiado (Directorio), restablecía el sufragio censitario y confiaba el poder legislativo a dos cámaras: el Consejo de los Quinientos y el Consejo de los Ancianos.
El liberalismo de la nueva república se situaba entre el absolutismo y la democracia social de los jacobinos. Por ello, tuvo que hacer frente a la oposición tanto de la aristocracia, que pretendía instaurar de nuevo la monarquía y recuperar sus antiguos privilegios, como de las clases copulares, que apoyaban el retorno de los jacobinos.
En ese contexto de crisis política y social, y en plena guerra contra las potencias absolutistas de Europa, el ejército fue la única institución capaz de imponer el orden en el interior del país y derrotar a los ejércitos invasores.
En 1799, un joven general, Napoleón Bonaparte, con el apoyo de la burguesía, protagonizó un golpe de Estado que puso fin al Directorio. Su intención no era el regreso al Antiguo Régimen, sino la consolidación de la Revolución, aunque sólo en sus aspectos más moderados.

4.1. NAPOLEÓN: DE CÓNSUL A EMPERADOR


En 1799, Napoleón fue nombrado cónsul/ puso fin al Directorio e inauguró el Consulado (1799-1804). Esta nueva etapa se caracterizó por un gobierno personalista y autoritario reflejado en la Constitución de 1800, que no contemplaba la separación de poderes ni incluía una declaración de derechos. Su objetivo era poner fin a la Revolución y establecer un sistema político que consolidase algunas de las conquistas revolucionarias.
Napoleón se propuso dar estabilidad a Francia mediante un gobierno que representase los intereses de la burguesía y alejase del poder a los sectores más radicales. En primer lugar, restableció el liberalismo económico protegiendo la iniciativa privada y los intereses de la burguesía. Para impulsar la industria y el comercio creó el Banco de Francia y emitió billetes bancarios, papel-moneda con el que se podía pagar además de las monedas. En segundo lugar, buscó la reconciliación de los franceses, permitiendo el regreso de los exiliados que aceptasen el nuevo orden y firmando un Concordato* con la Iglesia.
En el ámbito jurídico, elaboró una serie de códigos (civil, penal y de comercio) que sirvieron para dotar a Francia de un conjunto homogéneo de leyes. También reordenó y centralizó la administración del Estado con la creación de prefecturas, que hacían cumplir las órdenes del gobierno en las provincias. Finalmente reformó la Hacienda y el sistema de enseñanza con la creación de los liceos (escuelas) del Estado.
Napoleón se sentía tan poderoso, que en 1802 se hizo nombrar cónsul vitalicio y en 1804 se coronó emperador.

4.2. LA CONQUISTA DEL IMPERIO


El prestigio y el poder de Napoleón se basaron en su extraordinaria capacidad militar, que le permitió derrotar a los monarcas absolutos europeos (Rusia, Austria, Nápoles, Holanda, Prusia, Gran Ducado de Varsovia…) y conquistar una gran parte de Europa.
En 1811, el Imperio napoleónico se encontraba en su apogeo: se extendía de Alemania a España, y excepto Gran Bretaña, buena parte del resto de Europa se situaba bajo el control de Francia.
En todos los países anexionados o bajo influencia francesa se destronó a los monarcas absolutos y se impusieron las ideas revolucionarias: la supresión de los derechos señoriales, de los diezmos y de los privilegios nobiliarios, y la consagración de la libertad y de la igualdad legal. También se proclamó la libertad económica, el derecho a la propiedad y la libertad religiosa.

4.3. LA CAÍDA DE NAPOLEÓN


Las campañas militares napoleónicas contribuyeron a la expansión de las ideas liberales por toda Europa. Pero, a su vez, los ejércitos franceses sometieron por la fuerza a las naciones ocupadas y colocaron en su trono a familia
de Napoleón o generales de su ejército. Además, favorecieron los intereses materiales de Francia (cobrar impuestos, hacer negocios o apropiarse de las riquezas) por encima de los ideales revolucionarios. Todo ello desencadenó fuertes sentimientos nacionalistas contra la Francia invasora.
Así, en gran parte de los territorios ocupados surgieron movimientos de resistencia a la invasión protagonizados por los llamados patriotas, que en
muchos casos se identificaban también con los ideales antiabsolutistas y liberales. El levantamiento protagonizado por los españoles en 1808, contra la invasión e imposición de un rey extranjero (José Bonaparte), marcó el inicio de, declive del Imperio napoleónico.
En 1814, tras ser vencido en Rusia y en España, Napoleón abdicó y fue exiliado a la isla de Elba, de la que salió en 1815 para retomar el poder por un breve período (Cien Días). Tras ser derrotado en Waterloo por los ejércitos británico y prusiano (18 de junio de 1815), abdicó de nuevo y fue desterrado a la isla de Santa Elena, donde murió en 1821. En Francia y en toda Europa parecía inevitable la vuelta al Antiguo Régimen.

5.1. LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN


Entre 1814 y 1815 los Estados vencedores de Napoleón se reunieron, a propuesta del canciller austriaco Metternich, en el Congreso de Viena. Su objetivo era poner fin a la expansión de las ideas liberales propiciada por la Revolución francesa y garantizar la restauración del absolutismo monárquico en toda Europa.
Tras reponer a los monarcas en sus tronos, las cuatro grandes potencias (Rusia, Reino Unido, Prusia y Austria) remodelados el mapa europeo en su provecho y sin tener en cuenta las aspiraciones nacionales de los pueblos. De este modo se acordó el regreso de Francia a sus fronteras de ‘1792 y la división del Imperio napoleónico entre los vencedores.
En Viena también se establecieron los principios ideológicos de la Restauración: legitimidad de los monarcas absolutos, negación de la soberanía nacional, equilibrio entre las grandes potencias mediante congresos periódicos y derecho de intervención. Con este fin se creó la Santa Alianza (1815), un tratado de ayuda mutua entre los monarcas absolutos frente a cualquier amenaza de revolución liberal.
A pesar del aparente retorno al Antiguo Régimen, las ideas de la Revolución francesa habían dejado su huella en muchos países europeos. Así, la fuerza del liberalismo y del nacionalismo se demostró en tres grandes oleadas revolucionarias que, a partir de 1820, fueron resquebrajando el sistema de la Restauración.
La expansión napoleónica había despertado los sentimientos nacionalistas de muchos pueblos de Europa. Además, el Congreso de Viena reordenó las fronteras del continente europeo en favor de los imperios autocráticos como el turco, el austriaco y el ruso, sin tener en cuenta la identidad nacional de pueblos como el griego, el polaco, el belga, el alemán o el italiano. Todo ello comportó que en estos territorios, las revoluciones liberales fueron acompañadas de reivindicaciones nacionalistas.

6.1. LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS NACIONALISTAS


Grecia formaba parte del Imperio otomano o turco desde hacía siglos. Los griegos se veían sometidos a fuertes impuestos, eran marginados de los puestos de la administración y se sentían dominados por un pueblo de distinta religión y cultura. En consecuencia, se fue forjando un movimiento patriótico que reivindicaba los principios liberales y la independencia del Imperio turco.
En 1821 se inició la insurrección, y al año siguiente los griegos proclamaron su independencia en Epidauro, que al no ser reconocida por los turcos, provocó el inicio de una cruel guerra. La causa griega contó con la solidaridad de los liberales europeos que reaccionaron contra las atrocidades cometidas por los turcos en un territorio considerado la cuna de la cultura europea. Así, en 1827, Francia e Inglaterra intervinieron militarmente y ayudaron a derrotar al Imperio otomano, que reconoció la independencia griega en 1829.
Bélgica había sido unida a Holanda en 1815 por el Congreso de Viena. La expansión de las ideas liberales hizo que en 1830 triunfase la revolución, que estableció un sistema de monarquía liberal, y Bélgica proclamó su independencia de los Países Bajos.
Entre 1808 y 1826 las colonias españolas de América continental se rebelaron contra la metrópoli, y se declararon independientes. En muchas de las nuevas repúblicas americanas se impusieron regímenes inspirados en el liberalismo europeo y norteamericano.

6.2. LA UNIDAD ITALIANA


Italia estaba dividida en diversos Estados. El Papa era soberano en uno de ellos (los Estados Pontificios, con capital en Roma), y Austria había incorporado a su imperio la Lombardía y el Véneto, ricas regiones del Norte italiano. Sólo el Piamonte, gobernado por una monarquía liberal, la dinastía de Saboya, se manifestaba a favor de la unificación de toda Italia:
El proceso unificador se inició en 1859, cuando Cavour, jefe del gobierno piamontés, inició una guerra contra Austria y consiguió la, anexión de la Lombardía a su reino. Paralelamente, un levantamiento miento popular, dirigido por Garibaldi, derrocó a los monarcas de los Estados del centro y Sur de Italia.
En 1861, el primer parlamento italiano proclamó rey de Italia a Víctor Manuel II de Saboya, rey del Piamonte; en 1866, los austriacos abandonaron el Véneto; y en 1870, fueron anexionados los Estados Pontificios. La unidad de Italia era ya un hecho y Roma se convirtió en la capital.

6.3. LA UNIFICACIÓN DE ALEMANIA


A principios del siglo XIX, Alemania estaba fraccionada en treinta y seis Estados, y el principal problema para su unidad era la riva-
ad entre las dos potencias germánicas que pretendían liderar la
unificación territorial: Prusia y Austria. Prusia tomó la iniciativa primero y en 1834 potenció una unión aduanera, (Zollverein) que agrumaba a gran parte de los Estados alemanes.
La influencia de los ideales nacionalistas y democráticos de la revolución de 1848 también se dejó sentir en Alemania. Ese mismo año un parlamento reunido en Frankfurt ofreció la corona de una Alemania unificada al rey de Prusia como un acto de soberanía na-cional, pero éste no aceptó por provenir de un parlamento liberal.
En 1861, Guillermo I accedió al trono prusiano y nombró canciller a Otto von Bismarck, que propició una política militarista y agresiva con los Estados vecinos para alcanzar la unidad. En 1864 declaró la guerra a Dinamarca, en 1866 a Austria y en 1870 a Francia.
La victoria en todos estos conflictos le permitió unir a todos los Estados bajo el cetro del rey de Prusia. En 1871 se produjo la proclamación del II Imperio (Reich) alemán y de Guillermo I como káiser (emperador).

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