Características del teatro realista


El teatro conservador: comedias de evasión sin compromiso social y dramas tradicionalistas


El férreo control ejercido por la censura, hace imposible la aparición de un teatro que reflexione críticamente sobre la realidad social. Así se desarrollan:

. La comedia burguesa

Se trata de un teatro amable e intrascendente, estéticamente convencional e ideológicamente conservador. Sus principales representantes son Jacinto Benavente (La honradez de la cerradura, de 1942) o Edgar Neville (El baile, de 1952) .

El drama histórico

Se trata de obras de ideología tradicionalista de autores adictos al régimen de Franco, como José María Pemán, (La hidalga limosnera, de 1944) o Juan Ignacio Luca de Tena (¿Dónde vas, Alfonso XII?
, de 1957)

El teatro de humor

Introducen en sus obras un humor intelectual opuesto a la comicidad simplista y al chiste fácil. Presentan situaciones inverosímiles que rompen con la lógica, lo cual las acerca al teatro del absurdo.

. Miguel Mihura es autor de Tres sombreros de copa (1952). En esta obra, el autor satiriza la rutina y la mediocridad de la burguésía de provincias. Posteriormente, Mihura se adaptó a los gustos burgueses en obras como Melocotón en almíbar (1958) o Ninette y un señor de Murcia (1964).
. Enrique Jardiel Poncela escribíó, entre otras, Cuatro corazones con freno y marcha atrás (1936) o Eloísa está debajo de un almendro (1940). En sus obras priman la ironía y las situaciones insólitas. 

Teatro innovador de los años cincuenta y sesenta

Asistimos a la renovación de la escena española.

. El teatro comprometido con la realidad social y política:

Oscila entre dos polos: a)
el posibilismo de Antonio Buero Vallejo y b)

El teatro de agitación de Alfonso Sastre

A)

Antonio Buero Vallejo

Sus obras (tragedias con elementos simbólicos, construidas sobre una base realista) llevan a cabo una crítica de la realidad española, marcada por la miseria, la ignorancia y la falta de libertad. Inició su trayectoria con Historia de una escalera (1949). Destacan, entre otras, las siguientes estrategias teatrales:
El uso de personajes históricos que fracasan en su empeño por alcanzar una sociedad más justa y libre, para reflexionar sobre el presente: Esquilache, en Un soñador para un pueblo (1959); Velázquez, en Las meninas (1960); Goya, en El sueño de la razón (1970). 
La presencia de elementos simbólicos, como en el drama En la ardiente oscuridad (1950), donde la ceguera de los personajes es expresión de la dolorosa condición del ser humano. 
Los efectos de inmersión, que sitúan al espectador en la conciencia de los personajes, los cuales padecen alguna limitación física o psíquica. De esta manera, el espectador no ve la realidad sino la versión que de ella tiene el protagonista. Así, en El sueño de la razón (1970), centrada en la figura de Goya, el autor hace vivir al público la sordera del pintor; o en La fundación (1974), el público ve la celda en la que esperan los condenados a muerte como una lujosa fundación, producto de la imaginación de uno de ellos, incapaz de afrontar su realidad. 
El destino trágico, como en El tragaluz (1967), donde expone las limitaciones humanas, las carencias sociales y la necesidad de superarlas. B)

Alfonso Sastre

En 1953 irrumpe en la escena española con el drama Escuadra hacia la muerte.
La obra, fuertemente influida por el pensamiento existencialista, es como una tragedia antibelicista, en la que se incita a la rebelión contra cualquier forma de tiranía. Sastre evoluciona hacia un teatro de agitación social y política que choca, a menudo, con la censura. En esta línea se inscribe La mordaza (1954). En La taberna fantástica (1966, estrenada en 1985), ejemplo de lo que el autor llama tragedia compleja, denuncia el abandono social en que viven los jóvenes de los arrabales de Madrid.

. El teatro realista de los sesenta

A finales de los cincuenta estrenan sus primeras obras algunos autores que optan inicialmente por una estética realista para mostrar críticamente las disfunciones sociales del presente. Autores como Lauro Olmo (La camisa, de 1960), Luis Riaza (Los muñecos, de 1968), José Martín Recuerda (Los salvajes de Puente San Gil, 1963), Carlos Muñiz (El tintero, de 1961) y Antonio Gala (Los verdes campos del Edén de 1963) presentan en sus obras las siguientes carácterísticas comunes:
• Prefieren temas como la injusticia social, la hipocresía, la violencia y la crueldad de la sociedad establecida que mantiene alienados a los personajes 
• Utilizan un lenguaje violento, directo y con un tono de amargura y desesperanza. 
• Rechazan las formas del teatro de vanguardia y el teatro del absurdo y eligen formas realistas-naturalistas. Cabe mencionar también a Alejandro Casona con su drama histórico El caballero de las espuelas de oro, estrenado en España en 1962.

. El teatro experimental

Los dos autores fundamentales son:

. Fernando Arrabal:

desarrolló parte de su obra en Francia, donde fundó en 1962 el Movimiento Pánico, junto a los artistas Jodorowsky y Roland Topor. Sus obras (Pic-nic, de 1947 pero estrenada en 1952;
El cementerio de automóviles de 1957 pero estrenada en 1978): se presentan un teatro provocador, que aspira a escandalizar al espectador por medio de la violencia, el sexo o la locura; es de carácter alegórico y simbólico; los diálogos, poéticos o incoherentes, se apartan de la lengua cotidiana. A finales de los sesenta, el teatro pánico se transforma en Pánico-Revolucionario en obras como El jardín de las delicias (1967).

. Francisco Nieva

De su amplia trayectoria teatral, destacan aquellas que el autor agrupa bajo la denominación de teatro furioso.
El tema central de su obra es la crítica a la España tradicional, marcada por la religiosidad y la represión sexual. El lenguaje dramático se caracteriza por el erotismo y la desinhibición, y le incorpora elementos del carnaval, el esperpento o el Surrealismo. Destaca la obra Pelo de tormenta (1961, estrenada en 1997). 
Como conclusión, cabe afirmar que durante el franquismo el teatro en España supo casi siempre encontrar la manera de hacerse presente en la vida pública y que, en general, no abandonó su vocación de agente transformador de la conciencia colectiva. En ocasiones, para eludir la censura, los autores recurrieron al simbolismo y tendieron a un cierto hermetismo, lo cual, lejos de perjudicar sus obras les sirvió para agudizar la creatividad escénica. 

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