La epistemología kantiana supuso un nuevo planteamiento ecléctico que conjugaría algunas de las principales aportaciones del racionalismo y del empirismo. El giro copernicano no sólo puso de manifiesto el papel predominante de la razón, sino que fue un reconocimiento explícito de su papel activo. El sujeto no es un mero receptor de impresiones, sino que aporta unas condiciones independientes del objeto. Una cosa es el “qué” se conoce (el objeto) y otra es el “cómo” se conoce (la forma de conocer del sujeto). Estamos hablando de una reglas formales que son a priori, es decir, que están en mí y no dependen de aquello que yo pretenda conocer. Por ejemplo, si yo no entendiera el significado de la sonrisa, las personas me parecerían antipáticas, pero no porque realmente lo fueran, sino porque esa condición la aportaría yo con mi limitación. La lectura de Hume produjo en Kant el convencimiento de que no es posible conocer nada que no captemos por medio de nuestros sentidos. Todo conocimiento empieza por la experiencia, y no hay posibilidad de construir una ciencia que sobrepase esta limitación empírica. Con ello distinguimos claramente los dos componentes del conocimiento: • Los elementos materiales aportados por el objeto y las condiciones formales que impone el sujeto. Pero, a su vez, podemos dividirlos en dos niveles, dos fuentes distintas de conocimiento: • La sensibilidad nos permite captar los estímulos provenientes del exterior. Es la responsable de la formación de la experiencia, y sintetiza las impresiones de los objetos externos y las condiciones formales del sujeto, que en este nivel son el espacio y el tiempo, intuiciones puras necesarias para percibir algo. Son puras porque no provienen del exterior (no tenemos impresiones espacio-temporales, sino de cosas o hechos situados en el espacio y el tiempo) No podemos concebir cosas sin espacio o hechos sin tiempo. El resultado de esta síntesis se llama fenómeno. • El entendimiento conceptualiza el material aportado en el nivel anterior y le otorga significado. El fenómeno hay que interpretarlo, pues a nivel de sensibilidad no es más que un conjunto de impresiones. Pero el entendimiento genera unos conceptos puros o categorías que se constituyen en formas de entender la experiencia. Que una afirmación sobre un hecho sea particular o universal no me lo dicen mis sentidos, más bien es la razón quien entiende de una manera determinada ese hecho. Esta síntesis es la que posibilita que se formen los juicios que constituyen los principios científicos. A Kant le surge una pregunta fundamental: ¿Cómo está elaborada la ciencia? Resulta evidente que el conocimiento científico posee una firmeza y seguridad que van mucho más allá de la creencia y el hábito que proponía Hume. Los principios científicos son universales y necesarios, aunque se basen en la experiencia. ¿De dónde obtienen, entonces, la universalidad y la necesidad si la experiencia siempre es particular y contingente? La respuesta ya la sabemos: es la racionalidad humana la que impone sus condiciones a priori a la ciencia, condiciones que son independientes de la experiencia. Tanto a nivel de sensibilidad como de entendimiento, el sujeto aporta unos elementos formales que convierten el conocimiento empírico en algo objetivo y real, y no sólo en un conjunto de expectativas. Y esto es la síntesis de elementos empíricos y racionales, síntesis que se plasma en los juicios que constituyen los principios de las ciencias. Al fin y al cabo, todas las leyes científicas no son más que proposiciones que ponen en relación conceptos. Esto nos obliga a revisar de nuevo la clasificación de los juicios. Tanto Racionalistas como Empiristas nos describieron de forma similar las demostraciones y las inferencias, llamadas relaciones de ideas y cuestiones de hecho en la terminología de Hume. A las relaciones de ideas Kant las llama juicios analíticos a priori, pues el predicado no es otra cosa que el análisis de aquello que ya está contenido en el sujeto. Por esa razón son siempre ciertos, pues su negación sería contradictoria. Son a priori (independientes de la experiencia), por lo que son típicos en las ciencias formales como la lógica y las matemáticas. Por ello, son universales y necesarios. Ejemplo: el triángulo tiene tres ángulos. A las cuestiones de hecho
Kant las denomina juicios sintéticos a posteriori, ya que el predicado es algo distinto del sujeto, por lo que el juicio representa una síntesis de dos ideas distintas, son extensivos. Justo por esta razón, su certeza depende de la comprobación empírica que nos dará las categorías de contingencia (es así pero pudiera ser de otra manera) y particularidad, pero nunca de necesidad. Se denominan a posteriori por derivar de la experiencia y los encontraremos en las ciencias naturales. Ejemplo: los españoles leen poco el periódico. El problema es que la ciencia reclama unos juicios universales y necesarios como los analíticos, pero a su vez necesita que esos juicios amplíen el conocimiento, que sean sintéticos. Dicho de otra manera, unos juicios sintéticos a priori, que expresen una relación empírica, pero que conecten sujeto y predicado de modo universal y necesario. Y estos juicios existen:
Kant las denomina juicios sintéticos a posteriori, ya que el predicado es algo distinto del sujeto, por lo que el juicio representa una síntesis de dos ideas distintas, son extensivos. Justo por esta razón, su certeza depende de la comprobación empírica que nos dará las categorías de contingencia (es así pero pudiera ser de otra manera) y particularidad, pero nunca de necesidad. Se denominan a posteriori por derivar de la experiencia y los encontraremos en las ciencias naturales. Ejemplo: los españoles leen poco el periódico. El problema es que la ciencia reclama unos juicios universales y necesarios como los analíticos, pero a su vez necesita que esos juicios amplíen el conocimiento, que sean sintéticos. Dicho de otra manera, unos juicios sintéticos a priori, que expresen una relación empírica, pero que conecten sujeto y predicado de modo universal y necesario. Y estos juicios existen:
• En las matemáticas
7+5=12 es una síntesis, pues el sujeto sólo implica suma de cantidades. Lo veremos más claro si intercambiamos los términos: el concepto de 12 no contiene la notación de que deba ser el resultado de 7+5. Y más evidente resulta en 267-255=12. Con la Dialéctica Transcendental, la Crítica de la Razón Pura arroja como resultado la imposibilidad de la metafísica como ciencia. Pero nuestra personalidad no es sólo conocimiento, sino que hay otros campos, como la conciencia moral, que contiene principios tan claros y evidentes como los de la lógica y que pueden ser la base de la aprehensión de los objetos metafísicos. Kant rescata el apelativo antiguo de Razón Práctica, pues los juicios que la componen se centran en la acción humana, y no en las cosas. Los hechos no son ni buenos ni malos, sino la intención o la voluntad del agente. La voluntad hace que toda acción se presente a la razón como un imperativo o mandato. Pero éstos pueden ser de dos clases:· Los imperativos hipotéticos, que son aquellos en los que el mandamiento está sujeto a una condición. · Los imperativos categóricos son aquellos que no están sujetos a condición alguna, sino que tienen valor por sí mismos.Kant nos dirá entonces que la voluntad es plena y moralmente valiosa cuando se rige por imperativos categóricos y no hipotéticos (no mato porque creo que no se debe matar, y no por temor al castigo) Nuevamente tenemos aquí la distinción entre forma y materia. Una cosa es la forma en la que actúo, el porqué, y otra es el contenido concreto de dicha acción. Si yo me atengo a la forma, puedo considerar que matar es malo (porque creo que no se debe matar), pero si me atengo a la materia, puedo variar mi juicio (no me parece bien si afecta a un amigo, me parece bien si concierne a un enemigo) Lo que nos propone Kant es una ética formal que tenga valor universal. “Obra de manera que puedas querer que el motivo que te ha llevado a obrar sea una ley universal”.Kant propone la autonomía de la voluntad, y esto requiere el postulado de la libertad. Si la voluntad estuviera sujeta a la ley de la causalidad, por ejemplo, no tendría sentido condenar al criminal o venerar al santo. La absoluta libertad es la condición indispensable para hablar de valor moral. Y por ello podemos distinguir ese otro yo: la conciencia moral no tiene nada que ver con el sujeto cognoscente. Estamos hablando de un mundo inteligible distinto al mundo fenoménico. No es un mundo sujeto a intuiciones puras ni a categorías. Espacio y tiempo son formas aplicables a los fenómenos, pero no al yo moral, no al mundo de los valores y las creencias. Por todo ello se puede ubicar aquí el postulado de la inmortalidad del alma, en un plano donde no hay limitaciones espacio-temporales. El alma no es un fenómeno, es un ente metafísico que escapa a las condiciones de los objetos de conocimiento. El tercer postulado de la razón práctica es Dios. La conciencia moral del hombre es capaz de percibir cómo la realidad fenoménica, el ser, se aleja de la realidad que el yo moral espera, lo que cree que debe ser. La historia nos muestra esta continua discrepancia, por lo que es plausible pensar que tras este mundo limitado pueda darse la coincidencia entre el ser y el deber ser. Y esto es lo más parecido a la idea de Dios: la síntesis metafísica entre la plena realidad y la plena idealidad..