Comentario de texto David de Bernini


La plaza de San Pedro del Vaticano debía de cumplir dos funciones claramente diferenciadas: una civil y práctica y otra más simbólica.
Respecto a la primera, la plaza debía de de servir para acoger la concentración de grandes masas de fieles, permitir la celebración de celebraciones litúrgicas y delimitar el espacio del Vaticano del resto de edificios de la ciudad dándole mayor protagonismo.
Por otro lado, la plaza debía convertirse en una metáfora de la propia Iglesia Católica. Los dos brazos elípticos diseñados por Bernini simbolizan los brazos abiertos de la Iglesia que acoge en su seno tal y como describe el propio Bernini. Así mismo la propia plaza simboliza la historia de la Iglesia y su función de mediadora en la redención de la Humanidad gracias a Cristo y los apóstoles, situados en la fachada, a los santos de la cornisa, la Iglesia triunfante, y las columnas que simbolizan la Iglesia militante, los fieles reunidos en el seno del catolicismo. Es por ello por lo que la plaza de San Pedro, como obra barroca que es, debía también de servir de instrumento de propaganda católica frente al protestantismo del norte de Europa. Así conforme avanzamos al interior de la misma, la plaza se ensancha y la fachada se sitúa al fondo a la espera de recibir en su interior al peregrino que se desplaza a través de ella.
éxtasis; La escena, de gran plasticidad, refleja el gusto Barroco por la teatralidad, acentuado por la presencia de espectadores, la familia Cornaro, que asisten desde los palcos laterales a la escena.Destaca la contraposición entre la actitud de abandono de la santa, cuyo cuerpo y rostro parecen entregados más a un amor de carácter físico que místico, frente a la actitud activa del ángel, sonriente, que ha sacado el dardo de fuego del corazón de la santa. Así mismo es digno de mención los juegos de luces y sombras que producen los abundantes plegados de las telas del ángel y de la santa.Los mármoles de colores, las diferentes texturas del mármol,más oscuro en la nube y más blanco en las figuras, el bronce dorado y las pinturas contribuyen a la riqueza del conjunto.

las hilanderas:podemos observar la existencia de dos escenarios, claramente diferenciados por su iluminación. En primer término, en penumbra, aparece el taller propiamente dicho, donde unas mujeres se encuentran desarrollando diversas tareas del proceso del hilado. A nuestra izquierda, una mujer con la cabeza cubierta , mueve una rueca mientras mantiene una conversación con una joven que descorre una cortina roja. A la derecha, una mujer, de espaldas al espectador, hila un ovillo de lana, mientras por nuestra derecha aparece de medio cuerpo una joven rubia portando un cesto. En el centro de la composición, otra joven, de la que apenas vemos los rasgos, se agacha para recoger los restos de lana, mientras un gato juega con un ovillo. Al fondo, una escalera de dos peldaños y un arco conduce a una segunda estancia, más iluminada, donde se exponen los tapices del taller. Tres jóvenes elegantemente vestidas, que posiblemente han acudido a visitar el taller. Los contornos de las figuras aparecen pocos definidos como consecuencia de la manera de trabajar del pintor en estos momentos, rápida, con seguridad en la pincelada, con un dominio absoluto del color y la pincelada sobre la línea y el dibujo. Esta imprecisión en los contornos de algunas figuras ha llevado a dudas sobre la interpretación de algunas de ellas.

Las meninas  Quizás la más aceptada es la de que Velázquez nos muestra un momento fugaz y anecdótico: la visita de la infanta acompañada de su séquito al taller del pintor para presenciar como éste retrata a sus padres, los reyes, reflejados en el espejo del fondo. Así, la obra parece mostrarnos un instante fotográfico, un momento fugaz congelado en los gestos como la menina que ofrece la jarrita de agua o el bufón que coloca su pie sobre el perro. Gusta de jugar con el ilusionismo en la pintura y el juego de realidad y ficción. Así nosotros, que somos los espectadores y observamos el cuadro, de repente, por la magia de la pintura, nos convertimos en el objeto de observación de la figuras del cuadro. Son ellas las que nos observan, pues nosotros, a través del reflejo del espejo del fondo, nos convertimos en los reyes retratados por el pintor y pasamos a compartir la misma estancia con los personajes del cuadro. .Por otra parte, el hecho de que el propio pintor se represente ejercitando su oficio se ha interpretado como una reivindicación del propio Velázquez de la condición de la pintura como arte liberal y no como oficio más propio de artesano, como era considerada la escultura, que requería un esfuerzo físico no necesario para la ejecución de la pintura. 

David:Bernini vuelve al tema del enfrentamiento de David con Goliat que ya había sido tratado por algunos de los grandes escultores del Renacimiento como Donatello, Verrochio o Miguel Ángel. Sin embargo, la escultra de Bernini resulta absolutamente novedosa tanto por el momento elegido como por la forma en que es representada. Si el Renacimiento nos mostró los instantes posteriores, caso de las obras de Donatello o Verrochio, o el previo, como Miguel Ángel; Bernini opta por captar el instante fugaz del ataque. Bernini parece haber congelado ese instante en el que David pone en máxima tensión todo su cuerpo para lanzar la piedra, de manera que la escultura parece llegar mucho más allá del espacio limitado por el bloque de piedra en el que está esculpida rompiendo con el estatismo y serenidad de las obras renacentistas. Aquí David no es un joven apolíneo de curvas praxitelianas, ni el joven de proporciones perfectas, sino un vulgar pastor que asume el destino que le reserva Dios como líder de su pueblo y que con fe hace uso de toda su fuerza y energía para acabar con el soldado más grande y fiero del ejército filisteo. Toda la obra rebosa dinamismo hasta el punto que parece salirse de su soporte físico, la peana, en un recurso típicamente Barroco.

  Las tres gracias es una obra de Pedro Pablo Rubens, pintada al óleo sobre tabla en el Siglo XVII. Pertenece a la etapa de la pintura barroca de la escuela flamenca. Actualmente la podemos encontrar en el Museo del Prado de Madrid.En la imagen aparecen las tres hijas de Zeus, Aglaya, Talía y Eufrosine, las tres gracias de la mitología griega. Se representan a dos de ellas de perfil y la del medio, de espaldas con la cabeza vuelta, estando las tres con el cuerpo desnudo. Simbolizan el amor, la belleza, la sexualidad y la fertilidad. El trío está enmarcado con un árbol a la izquierda que se tuerce y quiebra con contraste cromático y el color de una gasa en la rama y a la derecha hay un cupido con una cornucopia dorada de la que cae agua y arriba del cuadro una guirnalda de flores. A esto se le une un gran colorido y luz, con un fondo en el que se representa un paisaje en el que hay una seria de animales.
 Las tres gracias están representadas con un peinado de la época, desnudas y reunidas, pero conectadas entre sí a través de los brazos, el velo transparente y las miradas, parecen iniciar una danza al tener todas una actitud delicada y un pie retrasado. Se caracterizan por la flacidez de sus carnes y la ampulosidad de sus contornos.


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