3. El cogito y el criterio de verdad
Hemos visto cómo Descartes descubre como primera verdad que existe y que piensa. En esto no es completamente original, como sabemos, pues ya San Agustín había establecido frente al escepticismo académico que si nos equivocamos, somos: aunque estuviéramos engañados en todo lo demás no podemos estarlo respecto al hecho de nuestra propia existencia.
Si fallor, sum.
Descartes, que había estudiado con los jesuitas de La Flèche, conocía bien el pensamiento de San Agustín, así como la escolástica tomista (Santo Tomás de Aquino) por mediación de Francisco Suárez, el último gran escolástico español. En efecto, encontramos toda la terminología metafísica escolástica en los escritos cartesianos (sustancia, esencia, forma sustancial, etc.). Se trata muchas veces de una terminología en cierto modo vaciada de sentido, al no encajar ya en la nueva filosofía. Esto se aprecia, por ejemplo, en la antropología cartesiana, como hemos de ver, mientras que su física (mecanicismo) muy poco tiene ya que ver con la física aristotélica, mucho más cualitativa. Descartes se propone combatir a Aristóteles, como él mismo escribe en varias cartas, por mucho que a veces lo disimule.
Pero volviendo al cogito (así abreviamos la primera y fundamental verdad: cogito ergo sum o pienso, luego existo) hemos que decir, ante todo, Que se trata de una intuición intelectual. Por su forma gramatical, por el empleo de la palabra luego, cabría pensar que estamos ante un razonamiento o ante la conclusión de un silogismo; además el propio Descartes presenta algunas veces el cogito en forma de silogismo: para poder pensar es necesario existir; es así que yo pienso; luego yo existo. Y nos dice Descartes que él no ha dudado nunca de la evidencia, de la verdad, de la primera premisa (llamada en lógica premisa mayor): el pensamiento está necesariamente ligado a la existencia. Ahora bien, para Descartes, aunque el cogito puede expresarse de esta manera, no es propiamente un razonamiento sino una intuición, esto es, la captación intelectual inmediata o directa de una idea o concepto bien claro y distinto (idea que Descartes llamará naturaleza simple).
Esta intuición intelectual, pienso y soy, es el primer principio de la filosofía cartesiana. Tengamos en cuenta que Descartes distingue dos clases de principios: los principios abstractos, lógicos o formales (como el principio de contradicción: A no es B y B no es A), que son evidentes y constituyen la base del pensamiento, pero no nos dan a conocer ninguna cosa real o existente; y los principios reales. Por ejemplo, el cogito, que se apoya en la realidad, que es la primera verdad de existencia y que nos permitirá, según Descartes, deducir a continuación la existencia de otras realidades (Dios, alma, mundo…).
El cogito es para nosotros la primera verdad, hemos dicho. Esto significa que es la única verdad absolutamente indudable. A partir de aquí debe levantarse todo el edificio de la filosofía; de esta verdad debemos deducir, con evidencia, todas las demás verdades.
Para pensar o dudar, para tener conciencia de algo, tengo que existir y sé que existo en la medida, y en el momento, en que estoy pensando.
Descartes entiende por pensar todo aquello de lo que somos conscientes como operante en nosotros. Por tanto, sentir, imaginar, querer, dudar, etc. son para Descartes pensamientos o formas de pensar, como más adelante volveremos a recordar.
Mas Descartes no se detiene aquí. Olvidando por un momento que está sometiendo todo a duda y que, por eso mismo, no puede todavía confiar en su propia razón (recordemos la hipótesis del genio maligno), se apresura a deducir, partiendo del cogito, dos nuevas verdades. Y escribimos verdades, entre comillas, precisamente porque no tenemos de momento más que una verdad (pienso, luego existo) y todo lo demás es absolutamente incierto. Pues bien, estas dos verdades son las siguientes:
La primera, referida al yo; la segunda, a la verdad misma. Veámoslo brevemente, por tratarse de algo a lo que habrá que aludir más adelante:
Pienso y soy. ¿Pero qué soy? Y cómo Descartes ha podido dudar de su propio cuerpo, entonces tiene que afirmar, lógicamente: yo no soy más que una cosa que piensa. Algo capaz de pensar.
Pero es la segunda verdad la que nos interesa ahora: ¿en qué consiste la verdad? ¿Qué es la verdad? ¿Cuál es el criterio de la verdad? ¿Cuál es la norma o regla según la cual podemos afirmar que algo es verdadero y distinguirlo de lo falso o dudoso?
Si el cogito es verdadero, tendremos que saber por qué es verdadero. Y esto es lo mismo que saber en qué consiste, al menos, una verdad: la principal, la básica, la fundamental.
A las preguntas anteriores responde Descartes diciendo: porque lo concibo o lo entiendo, de manera clara y distinta
. He aquí, pues, hallado el Criterio de Verdad, de toda verdad: lo que entendamos de manera clara y distinta será verdadero, y lo que no será falso.
El error se da en los juicios sólo cuando juzgamos precipitadamente, por ejemplo, sin la debida seguridad. Por eso es importante seguir las reglas del método, con el debido orden, con el debido cuidado para estar bien seguros de no olvidar nada, de no equivocarnos en nada.
Y esto nos obliga a una última y breve consideración: la novedad, la originalidad del criterio de verdad cartesiano, lo que es casi lo mismo, del criterio moderno de la verdad. La filosofía anterior, lo hemos dicho, era esencialmente realista y hacía depender la verdad del ser mismo de las cosas. En cambio, la filosofía cartesiana inicia el camino del idealismo en la medida en que desplaza la norma de la verdad hacia el sujeto que conoce en lugar de verla en el objeto conocido. Las ideas, la conciencia, serán el fundamento del ser para la filosofía moderna de corte idealista y racionalista. Si nos fijamos bien, el ser, la realidad, no aparece como tal en el criterio de verdad o certeza cartesiano: mis ideas, mis contenidos de conciencia, en la medida en que son evidentes para mí, constituirán lo verdadero. ¿Dónde está el ser, donde está la realidad? Supeditada a la conciencia. Kant explotará y desarrollará, como veremos en el tema siguiente, esta nueva fundamentación de la filosofía
Las demostraciones de la existencia de Dios (tema)
No todo lo que entienda de modo evidente será -con total certeza- verdadero, mientras (recordemos) pueda pensar seriamente en la hipótesis de un Genio Maligno que sea poderoso para hacer que yo me equivoque y engañe en lo que me parece más cierto y evidente. Por ello, para seguir avanzando en su filosofía, para descubrir nuevas verdades, Descartes no encuentra otro camino que la idea de Dios. Necesitamos demostrar que Dios existe y que su existencia y su naturaleza (su modo de ser) hace imposible la hipótesis del genio maligno. Veamos esto.
Descartes dedica la tercera de sus seis Meditaciones metafísicasa reflexionar sobre esta cosas, considerando las distintas ideas que tiene en su mente e intentando demostrar la existencia de Dios. Se plantea el problema de la objetividad una vez más, esto es, el problema de saber si las ideas que están en mí son semejantes a las cosas que tendrían que existir (si demostramos que realmente existen) fuera de mí. Es entonces cuando distingue entre realidad subjetiva y realidad objetiva de las ideas, como decíamos más arriba. Por un lado, mis ideas -piensa Descartes- me parecen todas semejantes o iguales, de igual valor; incluso, en principio, podría pensar que todas han sido producidas por mi. Pero esto es algo engañoso, nos dirá en seguida el propio Descartes, ya que las ideas son también imágenes que representan una cosa, tienen un significado, se refieren a cosas y esto es lo que llama la realidad objetiva de nuestras ideas.
El principio que establece Descartes (en su obra Principios de filosofía, I, 17) es que cuanto mayor es la perfección objetiva [o representativa, de significación] de cualquiera de nuestras ideas, tanto mayor debe ser su causa. Y esto tiene decisiva importancia en el primer argumento cartesiano para demostrar la existencia de Dios.
Descartes quiere demostrar la existencia de Dios diciendo que somos seres imperfectos y limitados (que dudamos, por ejemplo y ello es señal de imperfección, pues es más perfecto conocer que dudar). Ahora bien, en nosotros, en nuestra mente, encontramos la idea de Dios (podemos pensar en él) como la idea de un ser perfecto e infinito.
Tal idea no la hemos podido producir nosotros (pues en la causa debe haber, al menos, tanta perfección como en el efecto que aquella produce, pero no menos perfección o realidad). Luego la idea de Dios ha sido puesta en nosotros por Dios mismo, como huella o imagen de su creación, como signatura o firma que pone el artista en la obra que realiza. Luego Dios existe.
Además, yo no me he causado a mí mismo, pues de lo contrario me hubiera dado todas las perfecciones que soy capaz de concebir, sino que he sido causado por alguien superior a mí y capaz de hacer o crear todas las cosas. Éste es el segundo argumento, que nuestro filósofo expone también con suma brevedad.
Pero el argumento que mejor encaja en el planteamiento filosófico cartesiano[9] <http://boehmiano.blogia.com/> es el llamado por Kant argumento ontológico y que tiene su origen en S. Anselmo, monje y filósofo del siglo XI, iniciador de la llamada escolástica. Es este: Partimos de la idea de ser perfecto, infinito o absoluto, que no depende de nada. De la misma manera que está comprendido en la idea de triángulo que la suma de sus ángulos es igual a dos rectos, así también en la idea de Dios (del ser perfecto) está comprendida la necesidad de su propia existencia, ya que la existencia es la primera de las perfecciones. El análisis de la idea de triángulo (como el análisis de cualquier otra idea que no sea la idea de Dios) no permite afirmar la existencia real de ningún triángulo, pero el análisis de la idea de ser perfecto nos obliga a afirmar que éste existe: negarlo nos llevaría a una contradicción, pues el ser perfecto -si no existiese- no sería perfecto.
Anselmo de Canterbury había razonado antes de manera análoga. Siendo prior de un monasterio benedictino y maestro de lógica y filosofía, sus alumnos le pidieron que inventarse un sencillo argumento para convencer de la existencia de Dios aquellos que se atrevieran a negar. Y el Maestro accedió formulando un argumento por lo que se llama en lógica reducción al absurdo. Básicamente consiste en esto: cuando el necio ha dicho en su corazón que no hay Dios (la cita es de un salmo) ¿entiende lo que dice o no lo entiende? Y Anselmo responde que sí, que lo entiende, y que entiende además por Dios lo mismo que él y que todos: el ser supremo, el ser sumamente perfecto. Pero esto quiere decir el ser mayor que él cual no puede pensarse que exista otro. Bien, supongamos que Dios no existe. Entonces, podría pensar en la existencia de un ser que tuviera todas las perfecciones divinas, todos los atributos o cualidades divinos (con lo que sería igual a Dios), pero que además existiese. En este caso, este segundo Dios sería superior al primero; sería más perfecto, sería mayor. Luego podría pensar en la posibilidad de un ser que fuera mayor que el ser mayor que cual no puede pensarse que exista otro.¡Y esa es la contradicción! Ahora bien, si de una tesis (Dios no existe) se sigue un absurdo o una contradicción, hay que negar esa tesis. Con lo que se concluye en lo que se quería demostrar, esto es, la existencia de Dios.
El argumento anselmiano fue conbatido ya en su tiempo por un monje llamado Gaunilón. No podemos detenernos ahora en esto. El filósofo medieval más importante que negó validez al argumento fue Santo Tomás de Aquino, para quien no puede darse un salto del orden lógico (del pensamiento) al orden real (de la existencia): de la idea de Dios no cabría, sin más, afirmar su existencia. Kant, en el siglo XVIII, también negó validez al argumento afirmando que la existencia no añade nada al concepto de una cosa. Pero importantes filósofos, como Leibniz o Hegel, también consideraron válido, al igual que Descartes, el mencionado argumento.
Dios existe, para nuestro filósofo, y tiene las cualidades o atributos que le ha asignado la tradición de filósofos y teólogos cristianos (unidad, infinitud, omnipotencia, sabiduría, fuente de toda bondad y verdad, etc.), si bien Descartes destaca estas dos: la causalidad y la veracidad, esto es, Dios es Causa creadora que crea continuamente el mundo, creando también las verdades eternas[10] <http://boehmiano.blogia.com/>
; y Dios es Verdad máxima y fundamento y garantía de toda verdad: Dios no puede engañar, ni permitir el engaño absoluto (el genio maligno). De este modo podemos confiar plenamente en nuestra razón y considerar verdaderas sus evidencias. El criterio de verdad está ahora plenamente garantizado y fundamentado en la eterna y absoluta veracidad divina. Además, en última instancia, Dios, que nos ha hecho, será la garantía de que nuestros sentidos tampoco nos confunden normalmente. Y así, podremos aceptar que hay mundo y cosas materiales, ya que el sentido común nos dice que las ideas adventicias no las inventamos nosotros sino que son producidas o causadas en nosotros a partir de las percepciones sensibles, a partir de la experiencia de las cosas mismas.
El yo, recordemos, tenía sus ideas y se trataba de saber si son objetivas, si se corresponden con cosas reales. Para ello hemos necesitado buscar y encontrar una idea especial y única entre todas mis ideas, puesto que implica necesariamente, según Descartes, la existencia de una realidad exterior al yo: la realidad divina. Esta idea privilegiada, especial, es una idea innata, y la más valiosa y perfecta de todas ellas (la de mayor realidad objetiva, como él dice): la idea de Dios, que es la idea del ser o la sustancia absolutamente perfecto. Esta idea es la única que encontramos en nuestra conciencia, que nos permite conocer que existe algo fuera de nosotros: en primer lugar, Dios mismo, luego la verdad y luego el mundo. Dios juega, por tanto un papel central en la filosofía cartesiana.
Por eso es tan importante aquí la demostración de su existencia, ya que en ella se basa todo otro conocimiento, cualquier otro avance en la filosofía cartesiana.
RESUMEN 1
En este texto René Descartes expone el proceso que ha seguido hasta hallar la primera verdad. Empieza explicando ciertas meditaciones que él ha hecho para comprobar si puede fiarse de los nuevos fundamentos (nueva concepción del hombre y del mundo) que ha establecido para su filosofía.
Para empezar una investigación de la verdad, comenzará poniendo en duda todo lo que hasta ese momento había dado por cierto. Así, los motivos de la duda son: 1º) los sentidos me engañan algunas veces; 2º) los hombres se equivocan al razonar incluso en las más sencillas cuestiones de geometría y cometen paralogismos, ¿por qué no había de equivocarme yo?; 3º) la dificultad de distinguir la vigilia del sueño.
Concluye finalmente en la primera verdad: Pienso, luego soy.
RESUMEN 2
En este texto René Descartes se ocupa de analizar la primera verdad, de cuyo análisis extrae dos conclusiones: en primer lugar lo que soy, una cosa que piensa, y este yo o alma es enteramente distinto del cuerpo y más fácil de conocer que él. Descartes afirma así que puedo olvidar que tengo un cuerpo, pero no puedo olvidar que yo, es decir, el alma por la que soy lo que soy existe, pues mi existencia es la condición misma de la duda. En segundo lugar, afirma el criterio de certeza: las cosas que percibimos de forma clara y distinta son todas verdades.
RESUMEN 3
Este texto explica la primera prueba de la existencia de Dios.
A partir del hecho mismo de dudar, Descartes descubre que es imperfecto, cosa que no podía haber hecho de no estar en él la idea de perfección, que inmediatamente identifica con Dios. La presencia de esa idea en mi espíritu postula la existencia de un ser (Dios) que contiene en Sí (formalmente) las características que esa idea encierra por representación y que es la causa de dicha idea.
RESUMEN 4
En este texto René Descartes aporta la tercera prueba de la existencia de Dios basada en el argumento ontológico de San Anselmo de Aosta en el siglo XI. Del mismo modo que no puede pensarse un triángulo cuyos ángulos no midan 180º, porque pertenece a la esencia del triángulo el tener sus ángulos, pertenece a la idea o concepto de Dios el existir, ya que la idea de Dios es la idea del ser infinitamente perfecto, es decir, que encierra en sí todas las perfecciones y la existencia es una perfección de la misma.