Crisis del Siglo XIX en España: Guerras, Desamortizaciones y Transformaciones


Las Guerras de Cuba, el Conflicto con Estados Unidos y la Crisis de 1898

El Fin de la Experiencia Republicana

Durante el Gobierno de Serrano, el líder político Antonio Cánovas del Castillo inició los pasos necesarios para la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. Se publicó el Manifiesto de Sandhurst, escrito por Cánovas y firmado por Alfonso de Borbón, que en ese momento estaba en la Academia militar homónima. En el documento respaldó abiertamente la restauración borbónica e intentó presentarse como un hombre «verdaderamente liberal». El general Martínez Campos encabezó un pronunciamiento militar en Sagunto que proclamó a Alfonso XII como rey de España.

La Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-1878)

El 10 de octubre de 1868 comenzó en la isla de Cuba la primera de las guerras de independencia que tuvieron lugar durante la segunda mitad del siglo XIX. Este conflicto bélico tuvo un carácter antiesclavista y anticolonialista. El acontecimiento que marcó el inicio de la lucha fue el Grito de Yara, pronunciado por el hacendado Carlos Manuel Céspedes.

En el terreno político, las colonias insulares de Cuba, Puerto Rico y Filipinas fueron discriminadas. La capacidad de enviar diputados a España, recogida por la Constitución de 1812, fue eliminada tras la aprobación de la normativa de 1837.

En el plano socioeconómico tuvo un papel fundamental el comercio de esclavos. Entre 1820 y 1873 se introdujo en Cuba medio millón de africanos, empleados en las plantaciones azucareras conocidas como ingenios. Estas haciendas generaron extraordinarios beneficios. Antes de 1868 se habían producido numerosos levantamientos de esclavos que reclamaban su libertad, pero fue a partir del inicio del Sexenio Democrático cuando los independentistas cubanos aprovecharon la inestabilidad política peninsular para plantear sus reivindicaciones. Esclavos y mulatos libres quemaron plantaciones para liberar a los esclavos.

En la metrópoli, el Gobierno provisional realizó una serie de concesiones entre 1868 y 1871 para atajar el conflicto. En las elecciones de 1869, Cuba y Puerto Rico pudieron elegir diputados. En Cuba, la oligarquía criolla y peninsular se opuso a la abolición de la esclavitud.

A partir de 1876, la política de acercamiento a los rebeldes cubanos del general Martínez Campos dio sus frutos y finalizó con una amnistía total para los que abandonasen las armas, ratificada en la Paz del Zanjón de 1878. Aunque se habían dado pasos importantes, la abolición de la esclavitud todavía tendría que esperar unos años.

La Política Colonial en el Último Tercio del Siglo

En Cuba, los anhelos de independencia no terminaron con la Paz del Zanjón firmada en 1878. La metrópoli realizó algunas concesiones relevantes, como la abolición de la esclavitud, que se hizo efectiva definitivamente en 1886. En 1893 se propuso en las Cortes un proyecto de autonomía para Cuba, pero fue rechazado por las presiones de la oligarquía isleña.

En el plano económico, el Gobierno español aumentó los aranceles en las importaciones de productos que no provinieran de la metrópoli. Estados Unidos era el principal comprador del azúcar y del tabaco cubanos (alrededor del 90% de la producción); sin embargo, los aranceles reducían las posibilidades de exportar sus productos a Cuba. Estados Unidos amenazó con dejar de comprar productos cubanos si no cambiaba la política arancelaria. Esta advertencia motivó a un sector de la burguesía criolla a posicionarse a favor de la independencia.

Por su parte, en Filipinas existía una burguesía comercial formada por mestizos y chinos. Comenzó a considerar la política arancelaria de la metrópoli como un lastre para sus negocios. En el terreno político, los filipinos no se beneficiaron de las concesiones realizadas a Cuba y Puerto Rico desde el Sexenio Democrático, como la elección de diputados que los representasen en Madrid. La administración colonial era corrupta y no permitía el acceso de los filipinos a los puestos de mayor relevancia.

Los sentimientos independentistas fueron canalizados a través de distintos partidos y movimientos políticos en las colonias insulares:

  • En Cuba, José Martí creó el Partido Revolucionario Cubano.
  • En Puerto Rico, los nacionalistas se unieron en 1887 en el Partido Autonomista.
  • En Filipinas, José Rizal fundó la Liga Filipina, movimiento pacífico que pidió reformas aperturistas para la colonia, mientras que Andrés Bonifacio organizó una sociedad secreta revolucionaria, denominada Katipunan, que abogó abiertamente por la lucha contra la metrópoli.

El Sexenio Revolucionario: La Constitución de 1869

Con el levantamiento militar de 1868 comenzó el Sexenio Democrático. Dos semanas después del inicio de La Gloriosa se formó un Gobierno provisional dirigido por el general Serrano. Sus primeras medidas estuvieron enfocadas a controlar la revolución iniciada con el levantamiento militar: se decretó la disolución de las juntas revolucionarias, se reorganizó la Milicia Nacional y se ordenó el mantenimiento del orden público. También se atendieron algunas reivindicaciones populares, como la libertad de imprenta o la libertad de enseñanza.

El Gobierno convocó elecciones a Cortes Constituyentes en 1869 para los hombres mayores de 25 años. Los resultados dieron la victoria a una coalición monárquica liderada por Prim y formada por progresistas, unionistas y algunos demócratas partidarios de una monarquía popular. En la oposición quedaron los republicanos y los carlistas.

La Constitución de 1869 y la Regencia de Serrano

Las dos principales tareas llevadas a cabo por Serrano fueron la aprobación de la Constitución de 1869 y la búsqueda de un nuevo rey. Las Cortes promulgaron una nueva Constitución en 1869 por una amplia mayoría. Esta establecía la soberanía nacional, la separación de poderes, el sufragio universal masculino y que las Cortes serían bicamerales. También recogió una declaración de libertades, como la libertad de culto, y derechos, como el derecho de reunión y asociación. La forma del Estado recogida en la Constitución fue la monarquía.

Serrano fue declarado regente y Prim presidente del Gobierno. El nuevo ejecutivo tuvo que hacer frente a problemas internos, como el inicio de una guerra en Cuba, la oposición de carlistas y alfonsinos o el descontento popular. A Prim se le encomendó la tarea de encontrar un nuevo monarca entre la realeza europea, lo cual se convirtió en un asunto de política internacional. En el Gobierno no había consenso, los unionistas apoyaban al duque de Montpensier (cuñado de Isabel II) y los progresistas a Amadeo de Saboya (hijo de Víctor Manuel II de Italia). La elección se votó en las Cortes, donde ganó Amadeo de Saboya, el candidato de Prim. Prim no llegó a ver a Amadeo de Saboya como rey debido a un atentado sufrido tres días antes de que éste llegara a España.

El Reinado de Amadeo de Saboya

Tras su proclamación como Amadeo I en 1871, comenzó su reinado sin su principal apoyo, Prim. Además, dentro de los apoyos con los que contaba se produjo una división entre los constitucionalistas (liderados por Sagasta) y los radicales (liderados por Ruiz Zorrilla). Esto contribuyó a debilitar la posición real. Junto a la oposición de los republicanos, los carlistas iniciaron una nueva guerra, la Tercera Guerra Carlista. Por su parte, un sector del moderantismo apoyó a Alfonso (hijo de Isabel II).

Las movilizaciones obreras y campesinas en forma de huelgas y ocupación de tierras, las dificultades económicas y el malestar generado por los esfuerzos de la guerra en Cuba y la inestabilidad política llevaron a Amadeo I a renunciar a la Corona española en 1873.

El Fin de la Experiencia Republicana

Durante el Gobierno de Serrano, el líder político Antonio Cánovas del Castillo inició los pasos necesarios para la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. Se publicó el Manifiesto de Sandhurst, escrito por Cánovas y firmado por Alfonso de Borbón, que en ese momento estaba en la Academia militar homónima. En el documento respaldó abiertamente la restauración borbónica e intentó presentarse como un hombre «verdaderamente liberal». El general Martínez Campos encabezó un pronunciamiento militar en Sagunto que proclamó a Alfonso XII como rey de España.

La Evolución de la Población y de las Ciudades. De la Sociedad Estamental a la Sociedad de Clases

Durante el siglo XIX, la población española experimentó un lento crecimiento debido fundamentalmente a la pervivencia del modelo demográfico antiguo y al aumento de las migraciones.

La Evolución de la Población y el Sistema

Entre 1797, año en que se realizó el censo de Godoy, y 1900, la población española pasó de 10,6 a 18,6 millones de habitantes. Ese crecimiento moderado estuvo por debajo del de algunas naciones europeas, como Alemania y el Reino Unido.

  • La tasa de natalidad se mantuvo.
  • La alta mortalidad tuvo varias causas: por un lado, las guerras; por otro, las crisis de subsistencia provocadas por la baja productividad de la tierra y por años de malas cosechas. También influyeron las enfermedades infecciosas, con epidemias importantes que diezmaban principalmente las capas más bajas de la población.

A finales del siglo XIX se produjo un descenso moderado de la mortalidad ordinaria, debido a las mejoras en la higiene y en las condiciones de vida. Sin embargo, la mortalidad catastrófica no se redujo hasta finales de la centuria, y aún hubo que esperar algo más para que descendiera la mortalidad infantil y juvenil.

Estas circunstancias determinaron que la primera fase de la transición demográfica española fuera más lenta que la de otros países de Europa.

El Éxodo Rural y el Fenómeno Migratorio

En el siglo XIX, y como consecuencia de la industrialización, se incrementaron las migraciones en el continente europeo, más intensas en los países del norte. En España, las migraciones se intensificaron en el último tercio del siglo, dirigidas en el interior hacia las zonas urbanas y las regiones industrializadas del país, y en el exterior, hacia Europa, América y África.

Hasta 1860, las migraciones interiores no fueron de gran magnitud. A partir de esa fecha se intensificaron los movimientos de población hacia las capitales de provincia -que aglutinaban servicios administrativos y demandaban mano de obra en diferentes oficios-, hacia las ciudades que aceleraron su proceso de industrialización, como Barcelona, y hacia Madrid como centro político.

Las migraciones exteriores se incrementaron en las últimas décadas del siglo XIX, debido al aumento de población, que no fue acorde con la demanda laboral, y a la falta de transformación agraria. Este tipo de migración se vio favorecida por la navegación a vapor, que redujo los tiempos y también los costes; por la red ferroviaria, que permitía acceder rápidamente a los puertos de embarque; y por las facilidades que se daban en los países de destino en algunos momentos, debido a la acuciante necesidad de mano de obra.

Las regiones foco de emigración fueron Galicia, Asturias, Cantabria y Canarias. A pesar del fin del dominio colonial en Latinoamérica, este fue uno de los destinos preferidos de la emigración exterior.

Las Transformaciones Urbanas

A finales del siglo XIX, el crecimiento de la población española transformó las ciudades, que se vieron obligadas a derribar sus murallas medievales y a cambiar el trazado de las calles y sus servicios. En algunos núcleos urbanos se desarrolló una red de distribución de aguas, iluminación y alcantarillado, se estableció un sistema de recogida de basuras y se crearon nuevos espacios verdes. Las estaciones de ferrocarril y, más adelante, los tranvías comenzaron a formar parte del entramado urbano.

En la periferia de ciudades con una mayor actividad industrial se construyeron fábricas y barrios obreros con unas condiciones insalubres. En contraste con los barrios obreros de la periferia, se crearon los ensanches para la burguesía, como los de Barcelona (plan Cerdá) y Madrid (plan Castro), con viviendas confortables que disponían de luz y agua corriente. Los ensanches, con vías rectas y grandes avenidas, se convirtieron en el centro de las actividades comerciales y culturales.

Desamortizaciones. La España Rural del Siglo XIX. Industrialización, Comercio y Comunicaciones

Los Gobiernos del Estado liberal propusieron reformas orientadas a transformar las formas de explotación de la tierra, consolidar la propiedad privada y liberalizar la economía, con el objetivo de mejorar la productividad. Sin embargo, estas transformaciones no fueron suficientes.

Las Desamortizaciones

La desamortización consistió en la incautación de bienes (principalmente tierras) por parte del Estado, a cambio de una compensación, para su venta en subasta pública. Los primeros intentos de desamortización se produjeron en el siglo XVIII. Sin embargo, fue en el siglo XIX cuando se pusieron en marcha los dos grandes procesos desamortizadores, que fueron impulsados por Mendizábal -iniciado en 1836- y Madoz.

Estas desamortizaciones perseguían obtener ingresos para la Hacienda pública, acabar con el sistema de propiedad de la tierra del Antiguo Régimen y permitir la compra por parte de otros grupos sociales que estuvieran interesados en mejorar la productividad y modernizar las explotaciones. Las medidas pasaron por la abolición de los señoríos y la desamortización de los bienes de la Iglesia y los ayuntamientos.

Los Efectos de las Desamortizaciones

El objetivo liberal de convertir a un gran número de cultivadores directos de la tierra en propietarios no se cumplió, ya que el campesinado no pudo acceder a la mayor parte de los lotes en venta. Los antiguos señores no perdieron sus derechos sobre la tierra, y los señoríos pasaron a ser grandes propiedades privadas. Los campesinos, quienes, hasta el momento, a cambio de una renta señorial tenían una cierta protección y derechos sobre las tierras que trabajaban, se convirtieron en arrendatarios o asalariados. Además, aumentó el número de jornaleros.

La desamortización de bienes eclesiásticos supuso un cambio de las relaciones entre Iglesia y Estado y llevó a este último a hacerse cargo de la manutención del clero y a concederle un papel mucho más activo en la educación. Por otra parte, la desamortización de los bienes de los ayuntamientos provocó que los campesinos perdieran el uso de las tierras comunales.

Las tierras desamortizadas fueron adquiridas por grandes propietarios, funcionarios del nuevo Estado liberal, comerciantes, militares o administradores de tierras. Gran parte de estos compradores utilizaron el acceso a la propiedad de la tierra como una forma de reforzar su estatus social y conseguir beneficios rápidos, por lo que no se involucraron en la mejora de su explotación.

Las Transformaciones Agrarias

Pese a que las desamortizaciones no cumplieron las expectativas esperadas, en el siglo XIX se produjo un ligero incremento de la producción debido a estos factores:

  • Mayor número de tierras roturadas y, por tanto, de superficie cultivable.
  • La mayor difusión de los cultivos de la vid, producto de exportación, del maíz y de la patata.
  • La implementación de mejoras técnicas como el riego y la fertilización.
  • El uso de mano de obra intensiva.

A lo largo del siglo XIX, la población dedicada a la agricultura se mantuvo en torno al 70%, muy por encima de países del centro y el norte de Europa, lo que indica que las reformas no consiguieron incrementar significativamente la productividad de la tierra. Los factores que explican esta baja productividad son las características físicas poco favorables del terreno (relieve, aridez…) y el desequilibrio en la distribución social de la propiedad. Por una parte, existía una gran masa de campesinado sin propiedades o con propiedades ínfimas que destinaban su producción al autoconsumo y no tenían capacidad de ahorro; por otra, había un gran número de latifundistas que utilizaban la mano de obra, abundante y barata, de muchos campesinos sin tierras y de jornaleros. Fijaban salarios muy bajos.

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