La idea de sustancia
1. Introducción
El término sustancia (o substancia), procede del latín «substantia», que es, a su vez, la traducción del griego «ousía». Su significado más general es el de «fundamento» de la realidad (significado que adquiere ya de forma clara con Aristóteles), «lo que está debajo», lo que «permanece» bajo los fenómenos, lo subsistente. En cuanto tal, la sustancia es ante todo sujeto, lo que tiene su ser en sí, y no en otro.
2. La sustancia en Aristóteles
Para Aristóteles, en la Metafísica, la pregunta sobre el ser se resuelve en la pregunta por la sustancia: «¿Qué es el ser?» equivale a preguntarse «¿Qué es la sustancia?», ya que lo que es, es en primer lugar sustancia. Aristóteles distingue, simplificando la cuestión, dos tipos de sustancia:
- La sustancia primera, que es el individuo, el ser particular y concreto.
- La sustancia segunda, aquello por lo que se es ese ser particular y concreto: la esencia, la especie formal, que es inmanente en cada individuo.
Y es sobre esta segunda forma de concebir la sustancia, en cuanto esencia, como especie formal, sobre la que se construyen la metafísica y la gnoseología aristotélicas. Siendo la esencia una «forma» no contiene nada material, por lo que el fundamento último de la realidad, aquello que la determina a ser lo que es, la sustancia (segunda), resulta ser algo inmaterial, siendo, además, lo único por lo que podemos conocer la realidad, dando continuidad, así, a la ontología platónica, pese a su rechazo de la subsistencia de las Ideas. Las demás formas de ser se dan en la sustancia, pero no son sustancia, sino accidente: forma, color, tamaño… y todo cuanto aprehendemos por los sentidos, no tienen entidad propia, no son sujeto, sino que se dan en un sujeto, «inhieren en la sustancia», según la expresión tradicional.
3. La crítica de Hume a la idea de sustancia
Hume se preguntará por la validez de la idea de sustancia, y lo hará recurriendo al criterio de verdad que había fijado anteriormente en el análisis del conocimiento para determinar la validez de una idea. Según tal criterio, una idea es verdadera si le corresponde una impresión; en caso contrario, hemos de considerarla falsa. Ahora bien, solo hay dos tipos de impresiones: las impresiones de sensación y las impresiones de reflexión. ¿Es la idea de sustancia la «copia» de alguno de esos tipos de impresión? O dicho de otra manera, ¿hay alguna impresión (de sensación o de reflexión) que le corresponda a la idea de sustancia? No, nos dirá Hume. No hay ninguna impresión de sensación que corresponda a la idea de sustancia, ya que esta idea no contiene nada sensible. Todos los teóricos y defensores de la idea de sustancia insisten en que la sustancia no es un olor, un color, un sabor, etc., no es algo que vemos, oímos o tocamos. Lo que vemos, oímos, tocamos, son los accidentes de la sustancia, pero no la sustancia. Pero tampoco hay ninguna impresión de reflexión que corresponda a la idea de sustancia; las impresiones de reflexión están constituidas por pasiones y emociones. Pero nadie ha hablado nunca de la sustancia como si fuera una pasión o una emoción. Si a la idea de sustancia no le corresponde, pues, ninguna impresión de sensación, ni tampoco ninguna impresión de reflexión, entonces no le corresponde en absoluto ninguna impresión; y una idea a la que no le corresponde ninguna impresión, de acuerdo con el criterio de Hume, es una idea falsa.
4. El origen de la idea de sustancia según Hume
¿Cómo se produce, entonces, la idea de sustancia, sobre la que tantos filósofos han estado de acuerdo? La idea de sustancia es producida por la imaginación; no es más que una «colección» de ideas simples unificadas por la imaginación bajo un término que nos permite recordar esa colección de ideas simples, una colección de cualidades que están relacionadas por contigüidad y causación (que son dos de las leyes por las que se regula la asociación de ideas, independientemente de que a estas les corresponda o no alguna impresión).
5. La inexistencia de la sustancia
No cabe, pues, ni siquiera plantearse la posibilidad de que exista algún tipo de sustancia, ya sea la sustancia material que había postulado Locke (un sustrato desconocido de la cosa, pero material, que había sido posteriormente criticado por Berkeley), ya sea la sustancia espiritual que había sido defendida por Berkeley. Para Hume, la idea de sustancia es una idea falsa, tanto si es concebida como algo material como si lo es como algo espiritual, dado que a ella no le corresponde ninguna impresión.
6. La crítica de las ideas abstractas
A la crítica de la idea de sustancia se añadirá (además de otras de no menor interés, como el análisis que realiza Hume de los modos y las relaciones), el estudio de las supuestas ideas o conceptos abstractos. ¿Podemos aceptar la existencia de ideas, de conceptos abstractos, generales, universales? ¿O, por el contrario, todas nuestras ideas son particulares? Hablar de conceptos abstractos supone aceptar la posibilidad de representar de modo universal la realidad y, por extensión, la esencia, la sustancia de la realidad. Pero ¿tenemos realmente un solo concepto abstracto, una sola idea abstracta? ¿Es posible concebir un triángulo que no sea isósceles, escaleno, equilátero, pero que sea todos y cada uno de los triángulos que pueden existir? No, nos dice Hume. Cuando hablo del concepto abstracto de triángulo, tengo en la mente la imagen, la representación de un triángulo concreto, particular, al que añado la cualidad, la ficción, de que representa cualquier triángulo, del mismo modo que si concibo la idea de «perro» me represento un perro particular, al que añado la cualidad, la ficción, de representar a todos los perros. Todas las ideas son, pues, particulares. Lo que llamamos conceptos o ideas abstractas son el resultado de una generalización inductiva, procedente de la experiencia, por la que terminamos por dar el mismo nombre a todos los objetos entre los que encuentro alguna semejanza o similitud.
7. La particularidad de las ideas
Cuando escucho ese nombre, evoco la imagen de uno de los objetos a los que lo he asociado, al ser imposible evocar todos y cada uno de los objetos, aunque estoy también en condiciones de evocar otros objetos, en lugar de estos, si la ocasión lo requiere. Lo que llamamos ideas abstractas, universales, son ideas particulares a las que hemos dotado de una cierta capacidad representativa basada en la simple relación de semejanza o similitud entre los objetos. Por lo demás, siendo las ideas copias de impresiones, y siendo las impresiones siempre particulares, no puede haber ideas que no sean particulares.