LA ESPOCA DE REGENCIA Y EL PROBLEMA CARLISTA. A la vez que moría Fernando VII y se iniciaba la guerra civil por su sucesión, comenzaba también la construcción de la nueva España liberal.
La primera propuesta de los consejeros de María Cristina de Borbón. Fue realizar unas reformas, que parecían necesarias, a fin de alcanzar un «justo medio» que pudiera atraer a los ya autodenominados carlistas y a los nuevos liberales.
1 MODERADOS Y PROGRESISTAS. Las dos tendencias que en esos momentos dividían el mundo liberal, la moderada y la progresista, desencadenaron el juego político que iba a durar hasta 1868. Ese mundo estaba conformado por una burguésía alta y media con convicciones liberales y con un cierto grado de educación, pero muy escasa en número si se comparaba con la totalidad de la población. Entre los moderados y los progresistas no había demasiadas diferencias. Para dar estabilidad al Estado, ambos admitían la Constitución, y el sufragio censitario, y en la necesidad de un régimen con opinión pública y con libertades individuales. El modelo moderado pretendía asimilar los principios del Antiguo Régimen y las nuevas ideas liberales nacidas de la revolución francesa que fuera a la vez tradicional y moderna. El grupo moderado estaba integrado por liberales «doceañistas» y por grupos de liberales que se habían ido separando de los exaltados y progresistas desde el trienio liberal Su preocupación fundamental era construir un Estado unitario y seguro servido por una administración centralizadora. El poder debía estar controlado por las clases propietarias e ilustradas, Para ello, el procedimiento elegido fue el sufragio censitario. EL MODELO PROGRESISTA gozó de mayores simpatías que el moderado entre las clases medias: Hasta mediados de los años cincuenta contó con las simpatías de las «clases populares» de forma que dieron al progresismo un definido carácter populista, especialmente perceptible en los núcleos urbanos. Así, los progresistas sostuvieron de la Constitución de 1812 de que la soberanía residía en la nacíón -el pueblo- y tenía su re- presentación exclusiva en las Cortes la portadora del poder legislativo y el rey debía de jurar fidelidad a la constitución.
Su programa de reforma defendían como los moderados el sufragio censitario en las elecciones, aunque ampliaban la participación ciudadana al rebajar la cantidad de contribución anual exigible. En lo económico defendían el librecambismo, es decir, la eliminación de barreras aduaneras para los productos extranjeros que frenaban los intercambios con otros países. Suprimir lo que llamaban «la contribución de sangre», es decir, el servicio militar obligatorio por el sistema de quintas.
2.EL ESTATUTO REAL. Tras la muerte de Fernando VII María Cristina fue nombrada regente y llamó a gobernar a Cea Bermúdez, partidario del absolutismo. El ministro de Fomento, Javier de Burgos, llevó a cabo una gran labor reformista, de destacar es la creación de una nueva división provincial que es la misma que, tenemos hoy en día. El estallido de la guerra carlista aglutina a gran parte de los absolutistas del lado de Carlos María Isidro, esto hace inevitable una aproximación a las tesis liberales para consolidar a Isabel II en el trono, así en Enero de 1834, el nuevo ministro Martínez de la Rosa, una vez que se dio cuenta de que era imposible acuerdo alguno con los carlistas, intentó lograr un equilibrio entre las tendencias moderada y radical. El primer resultado fue la elaboración del Estatuto Real. El Estatuto fijó por escrito el deseo de una transición entre el Antiguo y el Nuevo Régimen que no resultara demasiado traumática. Por un lado, era una «Carta otorgada» de parecida naturaleza a la Carta constitucional que en 1814 había ofrecido Luis XVIII a los franceses. Por otro lado, era una «constitución» incompleta: no regulaba los poderes del rey ni del Gobierno, ni recogía declaración alguna sobre los derechos de los individuos. Con las normas electorales vigentes sólo podían votar unos 16.000 varones sobre una población de 12 millones de habitantes. En los dos años siguientes a su promulgación pudo comprobarse que no satisfacía a los liberales radicales, quienes propónían una auténtica Constitución nueva o la vuelta a la del 12.
3.LA Relación PREGRESTISTA (1835-1837) La guerra contra los carlistas supuso una radicalización del liberalismo en armas el clima de crispación provocado por la incertidumbre de la Guerra Civil y por la situación desastrosa de la Hacienda. El conde de Toreno sustituyó a Martínez de la Rosa y durante su breve mandato de cuatro meses llevó a cabo la desamortización de los bienes del clero y la disolución de la Compañía de Jesús y el clima anticlerical supuso la ruptura de relaciones con la Santa Sede. El motín de los sargentos de La Granja, en Agosto de 1836, obligó a la regente a restablecer la Constitución de 1812 y a nombrar como jefe de gobierno a José María Calatrava Pero esta no fue más que una solución temporal y un procedimiento para poder convocar unas cortes para realizar una nueva constitución.
4-LA Desamortización DE MENDIZÁBAL La desamortización, primero de los bienes eclesiásticos y luego de los pueblos, fue la medida práctica de mayor trascendencia tomada por los gobiernos liberales. El hecho de desamortizar tales bienes supónía dos momentos bien diferenciados: primero, la incautación por parte del Estado de esos bienes y segundo, la puesta en venta, mediante pública subasta, de los mismos Este dilatado proceso de ventas no fue continuo, sino resultado de varias desamortizaciones: la de Godoy, ministro de Carlos IV (1798); la de las Cortes de Cádiz (1811- 1813); la del trienio liberal (1820-1823); la de Mendi- zábal (1836-1851), y la de Pascual Madoz (1855- 1924). En todo este proceso se expropió el 39 por ciento de la superficie del Estado. La puesta en práctica de su decreto trajo la ruptura de las relaciones diplomáticas con Roma y removíó y dividíó la opinión pública de tal forma, que ha quedado en la historia contemporánea como «la desamortización» lo que le preocupaba era garantizar la continuidad en el trono de Isabel II, esto era, la del nuevo Estado liberal. Para ello era condición necesaria ganar la guerra carlista, que en ese momento resultaba incierta; pero este objetivo no podría realizarse sin dinero o sin crédito. A su vez, para poder fortalecer la credibilidad del Estado ante futuras peticiones de crédito a instituciones extranjeras, era preciso eliminar, o por lo menos disminuir, la deuda pública hasta entonces contraída El decreto desamortizador, publicado en 1836, en medio de la Guerra Civil con los carlistas, puso en venta todos los bienes del clero regular De esta forma quedaron en manos del Estado y se subastaron no solamente tierras, sino casas, monasterios y conventos. Al año siguiente, otra ley amplió la acción, al sacar a la venta los bienes del clero sécula aunque la ejecución de esta última se llevó a cabo unos años más tarde, en 1841, durante la regencia de Espartero. Se pretendían lograr varios objetivos a la vez: ganar la guerra carlista; eliminar la deuda pública; atraerse a las filas liberales a los principales beneficiarios de la desamortización poder solicitar nuevos préstamos, y cambiar la estructura de la propiedad eclesiástica que pasaría a ser libre e individual. Pero había más: la Iglesia sería reformada y transformada el proceso de desamortizaciones no sirvió para que las tierras se repartieran entre los menos favorecidos, porque no se intentó hacer ninguna reforma agraria, sino conseguir dinero para los planes del Estado. Otras consecuencias de fueron: en lo social, la aparición de un proletariado agrícola, jornaleros sometidos a duras condiciones de vida y trabajo y la conformación de una burguésía terrateniente que con la adquisición de tierras y propiedades pretendía imitar a la vieja aristocracia. En cuanto a la estructura de la propiedad, apenas varíó la situación desequilibrada de predominio del latifundismo en el centro y el sur y el minifundio en áreas del norte y noroeste. El impacto de la desamortización en la pérdida y el expolio de una gran parte del patrimonio artístico y cultural
5-LA Constitución DE 1837. De acuerdo con lo establecido en la Constitución de 1812, se celebran las elecciones para diputados a las Cortes para proporcionar una Constitución al país. El clima fue de general indiferencia entre los pocos que habían sido llamados a votar de acuerdo con el sufragio censitario. Las razones de esta indiferencia fueron: la preocupación por la Guerra Civil y la misma desorientación política. Las Cortes fueron elaborando la nueva Constitución, que al fin juró María Cristina el 18 de Junio de 1837. EN Mayo, la llamada Expedición Real del ejército carlista, con Carlos María Isidro al frente, se había puesto en marcha desde Navarra para alcanzar Madrid. Resultó ser mucho más un elemento de uníón de los grupos liberales ante el peligro común que la plasmación exclusiva del ideario progresista. Así, mientras en el preámbulo del texto se sobreentiende que la soberanía nacional reside únicamente en la nacíón, sin embargo, no hay ningún artículo que lo proclame explícitamente. Las dos diferencias más importantes con respecto a la Constitución de 1812 fueron el reforzamiento del poder de la Corona y el Parlamento bicameral. La ley electoral que acompañó a la Constitución era sumamente restrictiva y en las elecciones de 1837 solamente fueron llamados a votar el 2 % de la población, es decir, los principales propietarios. Aspectos más progresistas de esta Constitución fueron la libertad de prensa y al poder otorgado a los ayuntamientos. Si a esto se le añade que también el texto señalaba que la Milicia Nacional, dependería directamente de los ayuntamientos estos se convertían en verdaderos centros de poder local al margen de Madrid
6-EL TRIENIO MODERADO (1837-1840) Las elecciones de 1837 supusieron un triunfo de los moderados que pusieron fin al espíritu de entendimiento que se dio en la elaboración de la Constitución de 1837.
Evaristo Pérez de Castro era el presidente de un gobierno con graves problemas económicos por la guerra carlista. Dos militares tenían mucha influencia, en el bando moderado Narváez, y en el progresista Espartero Espartero ganó predicamento tras vencer en la guerra carlista y firmar en Agosto de 1839 el Convenio de Vergara. La reina pidió a Espartero que lo reprimiera y éste no sólo se negó sino que pidió un gobierno progresista y la disolución de las Cortes, la reina le nombró presidente, renunció a la regencia y se marchó a Francia.
7- EL PROBLEMA CARLISTA Y LA PRIMERA GERRA (1833-1839) a) análisis de los bandos Fernando VII murió el 29 de Septiembre de 1833, dos días después, su hermano Carlos María Isidro, reclamaba el trono desde Portugal. Muchas ciudades españolas le siguieron. Otras siguieron fieles a la reina regente y a la causa de su hija Isabel. La guerra que se desató fue algo más que una guerra dinástica por la sucesión al trono. En el bando carlista se encuadraron los absolutistas más intransigentes, Ideológicamente eran partidarios del absolutismo, de la importancia de la religión y la Iglesia, y de la defensa de los fueros sta defensa foral arrastrará a las provincias vascas y a Navarra a la causa carlista. Desde el punto de vista social en el carlismo militaban altos funcionarios ultraconservadores, parte de la nobleza, parte del ejército, la mayoría del bajo clero, una parte muy importante del campesinado y de los trabajadores artesanos que empezaban a sufrir la competencia de la industria. En el exterior no contaron con el apoyo de ningún país, pero sí con las simpatías de los imperios absolutistas europeos. En el bando isabelino la reina viuda María Cristina no tuvo más remedio que buscar apoyos en los absolutistas moderados y en los liberales La reina regente contó siempre con el apoyo de parte de la nobleza, casi todo el alto clero, casi todos los generales, la alta burguésía, las clases medias urbanas, los obreros industriales y una parte del campesinado del sur peninsular. Contaron los isabelinos con el apoyo de países como Portugal, Inglaterra y Francia b)desarrollo bélico En una primera fase (1833-1835) destacan los triunfos carlistas, esto se debe a su gran movilidad y al conocimiento del terreno. Su suerte se trunca en 1835 cuando el general carlista Zumalacárregui muere en el cerco de Bilbao ya que su dominio se basaba, sobre todo, en el medio rural. La segunda etapa (Julio de 1835-Octubre de 1837) supone la difusión del conflicto por todo el territorio nacional. Destaca en 1837 la famosa expedición real de Carlos V que a punto estuvo de tomar Madrid pero que fue rechazada por el general Espartero La tercera fase tuvo lugar entre Octubre de 1837 y Agosto de 1839 y se caracteriza por el agotamiento de los contendientes. Entre el carlismo surgen dos tendencias, una radical que quería continuar la lucha hasta el final, y otra moderada partidaria de llegar a un acuerdo con los isabelinos. Esta última facción se impone y el general Maroto firma el Convenio de Vergara en Agosto de 1839 con Espartero por el que se pone fin a la guerra. Los carlistas se rendían pero conservaban sus grados militares en el ejército de Isabel II, además, los liberales se comprometía a mantener los fueros. El país quedaba devastado tras seis años de guerra. Pero no todos los carlistas se entregaban, en el Maestrazgo el general Cabrera continuó la lucha hasta el final Las consecuencias más importantes de la guerra carlista fueron varias. En lo político la monarquía, ávida de apoyos, se inclínó de manera definitiva hacia el liberalismo. En ese mismo campo, los militares cobrarían un gran protagonismo en la vida política y protagonizarían frecuentes pronunciamientos. Por último, los gastos de la guerra forzaron la desamortización de los terrenos de la iglesia.