Paleolítico y Neolítico
La Prehistoria abarca desde la aparición del primer homínido hasta la invención de la escritura y se divide en dos grandes períodos: el Paleolítico y el Neolítico.
El Paleolítico (600.000-8.000 a.C.) se caracteriza por una economía depredadora basada en la caza y la recolección, con grupos nómadas que utilizaban herramientas de piedra. Se divide en tres etapas:
- Paleolítico Inferior (600.000-100.000 a.C.): Los seres humanos vivían en campamentos al aire libre y fabricaban utensilios rudimentarios.
- Paleolítico Medio (100.000-35.000 a.C.): Apareció el Hombre de Neandertal, quien desarrolló los primeros ritos funerarios.
- Paleolítico Superior (35.000-8.000 a.C.): El Homo Sapiens sustituyó al Neandertal y comenzó a desarrollar el arte rupestre, con ejemplos destacados en las cuevas de Altamira y Tito Bustillo.
El Neolítico (5.000-3.000 a.C.) supuso una transformación con la aparición de la agricultura, la ganadería y la cerámica, lo que llevó al sedentarismo. En su primera etapa, predominó en la costa valenciana con cerámica cardial, mientras que en el Neolítico Pleno (4.000-3.000 a.C.) se expandió por el interior de la península, destacando las necrópolis de Almería y los sepulcros de fosa en Cataluña.
Finalmente, la Edad de los Metales (2.500-1.000 a.C.) trajo el uso del cobre, el bronce y el hierro, además del megalitismo y la construcción de poblados amurallados como Los Millares.
Los Pueblos Prerromanos
Durante el primer milenio a.C., fenicios, griegos y cartagineses establecieron colonias en la Península Ibérica, influyendo en los pueblos indígenas en aspectos técnicos, culturales, artísticos y económicos.
- Fenicios: Procedentes del actual Líbano, mantuvieron relaciones comerciales con Tartessos y fundaron colonias en el litoral andaluz, como Gadir (Cádiz) y Sexi (Almuñécar) en el siglo IX a.C.
- Griegos: Desde el siglo VIII a.C., establecieron asentamientos en la costa levantina, como Emporion (Ampurias).
- Cartagineses: Originarios de Cartago (Túnez), llegaron más tarde y realizaron conquistas militares, fundando Ebussus (Ibiza) y Cartago Nova (Cartagena).
Entre los pueblos prerromanos destacan tres grupos:
- Tartessos: En el sur y este, ubicados en Andalucía Occidental, fueron una civilización avanzada entre los siglos IX y VII a.C., con el Tesoro de El Carambolo como vestigio destacado.
- Íberos: Presentes en el litoral mediterráneo y el valle del Ebro, tenían una sociedad jerarquizada con aristocracia guerrera, reyes y esclavos, además de una lengua escrita aún no descifrada y un arte con influencias griegas, como la Dama de Elche.
- Celtíberos: En el centro y oeste (vacceos, arévacos, lusitanos), vivían en la meseta con una organización tribal y una economía basada en la agricultura y la ganadería.
- Pueblos del Norte: Galaicos, astures, cántabros y vascones tenían un desarrollo menor, con una economía de subsistencia, sin moneda ni escritura, y una estructura tribal.
La Hispania Romana
La conquista romana de la Península Ibérica fue un proceso que duró casi 200 años (218-19 a.C.) y ocurrió en el contexto de la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago. Se distinguen tres etapas:
- Primera etapa (218-197 a.C.): Tras el incumplimiento del Tratado del Ebro, Roma envió tropas bajo Publio Cornelio Escipión y conquistó el litoral mediterráneo y los valles del Ebro y Guadalquivir.
- Segunda etapa (197-133 a.C.): Roma avanzó hacia la Meseta, enfrentándose a las guerras celtíberas en el valle del Duero y a la resistencia lusitana mediante guerrillas. Al finalizar, Roma dominaba hasta las líneas del Duero y el Ebro.
- Tercera etapa (29-19 a.C.): Tras un parón por crisis internas, conquistó el norte y noroeste, motivada por la explotación de yacimientos de oro.
La romanización fue el proceso mediante el cual los pueblos adoptaron la cultura, economía y estructuras políticas romanas. Las zonas más romanizadas fueron el este y el sur, seguidas del oeste y, en menor medida, el norte. Se estableció una administración provincial, se integró la economía en el Imperio mediante la agricultura de exportación, minería y construcción de calzadas, y la sociedad quedó estratificada entre libres y esclavos. Se impuso el latín y el derecho romano, y la religión pasó del politeísmo al cristianismo en el siglo IV d.C. Hispania también dio figuras destacadas como el filósofo Séneca y el emperador Teodosio.
La Monarquía Visigoda
En el año 409, suevos, alanos y vándalos invadieron Hispania. Para expulsarlos, Roma pactó con los visigodos, quienes, tras vencer a alanos y vándalos, se establecieron en la península y formaron una monarquía independiente con capital en Toledo (507). Esta monarquía duró hasta la invasión musulmana en 711.
Los visigodos pactaron pacíficamente con los latifundistas romanos y, con el III Concilio de Toledo (589), se eliminaron las diferencias religiosas y jurídicas entre ambas poblaciones. En 653, el rey Recesvinto promulgó el Fuero Juzgo, un código legal común. Inicialmente, la monarquía era electiva, lo que generaba conflictos sucesorios, pero con el tiempo se hizo hereditaria. Los reyes gobernaban con el apoyo del Aula Regia, formada por nobles, y los Concilios de Toledo, que tenían poder legislativo y consolidaban la influencia política de la Iglesia. La administración del reino estaba organizada en duques (gobernadores de provincias) y condes (gobernadores de ciudades). Durante este periodo, se intensificó la feudalización, con nobles ganando poder sobre los campesinos y debilitando la autoridad real. Las luchas entre los partidarios de Witiza y el último rey visigodo, Rodrigo, facilitaron la invasión musulmana de la península en 711.
Al-Ándalus: Evolución Política
En el año 711, los musulmanes, con el apoyo de parte de la nobleza visigoda, desembarcaron en la península y derrotaron al rey visigodo Rodrigo en la batalla de Guadalete, ocupando Hispania sin gran resistencia. Entre 714 y 756, Al-Ándalus fue un emirato dependiente del califato de Damasco, gobernado por un valí desde Córdoba. En 756, Abd-al-Rahmán I estableció el Emirato independiente de Córdoba (756-929), consolidando su poder frente a cristianos y grupos árabes y bereberes rebeldes. En 929, Abd-al-Rahmán III se proclamó Califa, estableciendo el Califato de Córdoba con independencia total. Su general Al-Mansur lanzó campañas contra los reinos cristianos, saqueando ciudades como León y Barcelona. Tras su muerte, el califato se disolvió en 1031, dando paso a los reinos de taifas, pequeños estados débiles que pagaban parias (tributos) a los cristianos para evitar su avance.
En 1085, la conquista de Toledo por los cristianos llevó a los reinos taifas a pedir ayuda a los almorávides, quienes reunificaron Al-Ándalus. Sin embargo, en el siglo XII fueron sustituidos por los almohades, que intentaron frenar la reconquista cristiana, pero fueron derrotados en las Navas de Tolosa (1212). A partir de entonces, la presencia musulmana quedó reducida al Reino de Granada, el último bastión de Al-Ándalus.
Al-Ándalus: Economía, Sociedad y Cultura. El Legado Judío
Al-Andalus fue una sociedad predominantemente urbana, con Córdoba como su principal centro económico. Las ciudades albergaban zocos o mercados donde se comerciaban productos locales y de importación. El comercio se realizaba tanto por mar (con el mundo islámico) como por tierra (con los reinos cristianos). La economía se basaba en una moneda fuerte (dirham de plata y dinar de oro) y en una agricultura avanzada, con cultivos como arroz, cítricos y algodón.
La sociedad andalusí estaba dividida por origen y religión. Entre los musulmanes, la aristocracia era de origen sirio, seguidos por los bereberes y los muladíes (hispanovisigodos convertidos al islam). Los mozárabes (cristianos) y los judíos tenían menos derechos y pagaban más impuestos. Los judíos vivían en juderías y destacaron en la administración, la ciencia y la filosofía.
La cultura y la ciencia alcanzaron su esplendor en la época del Califato de Córdoba, con bibliotecas y grandes sabios como Al-Idrisi (geógrafo) e Ibn Jaldún (historiador). Entre los judíos, destacó Maimónides, un influyente filósofo. El legado andalusí incluye una profunda influencia lingüística en el español (especialmente en términos agrícolas, arquitectónicos y gastronómicos) y un arte islámico refinado, con elementos como el arco de herradura, los mosaicos y la decoración en yesería.
Los Reinos Cristianos
En el norte peninsular surgieron dos grandes núcleos cristianos tras la invasión musulmana:
- Reino asturleonés: Fundado por Pelayo tras la victoria en Covadonga (722), se expandió rápidamente al ocupar el valle del Duero, aunque su avance se frenó por las campañas de Al-Mansur. En su frontera surgió el Condado de Castilla, un territorio semiautónomo.
- Condados pirenaicos: Nacieron en los Pirineos y se independizaron del dominio carolingio. De estos surgieron el Reino de Pamplona (siglo IX), los Condados aragoneses (Aragón, Sobrarbe y Ribagorza) y los Condados catalanes, con Barcelona como el más destacado.
Durante los siglos XI y XII, los reinos cristianos pasaron a la ofensiva. Como no podían conquistar los reinos de taifas por su inferioridad demográfica, les impusieron el pago de parias (tributos) a cambio de protección.
En esta época se consolidaron los reinos cristianos: en 1230 se unieron definitivamente Castilla y León, formando la Corona de Castilla; en 1128 surgió Portugal y en el siglo XII el Reino de Pamplona pasó a llamarse Navarra. Además, con Alfonso II nació la Corona de Aragón. La victoria cristiana en Las Navas de Tolosa (1212) debilitó a los almohades, permitiendo la rápida expansión cristiana en el siglo XIII. Castilla y León conquistaron Extremadura, el valle del Guadalquivir y Murcia. Aragón tomó Mallorca y Valencia, y se expandió por el Mediterráneo (Sicilia y Cerdeña). Portugal llegó hasta el Algarve, y Navarra consolidó sus fronteras en el Ebro. Solo el Reino de Granada resistió la conquista cristiana.
Modelos de Repoblación
La repoblación (siglos VIII-XIII) fue el proceso de ocupación y organización de las tierras conquistadas por los reinos cristianos. En un inicio, se realizó mediante la presura en Castilla y la aprissio en Cataluña, permitiendo a los campesinos ocupar tierras libres. A partir del siglo XI, los reyes concedieron cartas pueblas para fundar municipios con fueros que garantizaban derechos a cambio de defensa. En el siglo XIII, las Órdenes Militares y la nobleza recibieron grandes latifundios mediante el repartimiento.
La sociedad medieval estaba dividida en tres estamentos: nobleza, clero y estado llano. La nobleza, exenta de impuestos, se dividía en alta (grandes señores), media (caballeros e hidalgos) y baja (propietarios menores). El clero tenía poder religioso y económico, mientras que el estado llano, formado por campesinos y artesanos, carecía de privilegios y pagaba impuestos. La estructura feudal consolidó el vasallaje y los señoríos, donde los campesinos dependían de los señores.
La Baja Edad Media en las Coronas de Castilla y de Aragón y en el Reino de Navarra
En la Baja Edad Media, las Coronas de Castilla y Aragón y el Reino de Navarra presentaban estructuras políticas distintas.
- Castilla: El poder real se consolidó en el siglo XIV, particularmente con el Ordenamiento de Alcalá de 1348. La Corona contaba con instituciones como el Consejo Real, la Audiencia y las Cortes, estas últimas surgidas en 1188 como un órgano consultivo compuesto por la nobleza, el clero y las ciudades, que apoyaban al rey.
- Corona de Aragón: El sistema era más complejo debido a su estructura confederada, donde cada región mantenía sus propias leyes e instituciones. El rey debía negociar constantemente con los estamentos privilegiados, en un sistema conocido como pactismo. Las Cortes aragonesas tenían un papel fundamental al controlar al monarca y defender los intereses del clero y la nobleza. Además, en Cataluña se creó la Diputación General o Generalitat, un órgano de autogobierno.
- Navarra: Mantenía un modelo intermedio, con un Fuero General que mejoraba sus derechos. Sus Cortes fueron activas en los siglos XIV y XV, y la Cámara de Comptos gestionaba los impuestos. Navarra se incorporó a Castilla en 1515, pero conservó su estatus de reino y sus instituciones.
Los Reyes Católicos
El matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos, marcó la unión dinástica de ambos reinos, aunque cada uno mantuvo sus propias leyes e instituciones. Con esta unión, iniciaron la creación del Estado Moderno, conocido como la Monarquía Hispánica. A través de alianzas matrimoniales, trataron de aislar a Francia y consolidaron una unificación religiosa, que incluyó la expulsión de los judíos en 1492 y de los musulmanes entre 1499 y 1502, además de la implantación de la Inquisición para perseguir a los falsos conversos.
Fortalecieron las instituciones de Castilla, el reino predominante, mientras que en Aragón el poder real era más limitado. Se realizaron reformas en el ámbito militar, económico (con un aumento en la recaudación de la Hacienda Real), político (con la creación de los Concejos y la reforma de la Audiencia de Valladolid) y religioso (con un mayor control sobre la Iglesia y la creación de la Santa Hermandad). En el ámbito territorial, los Reyes Católicos consolidaron su dominio peninsular con la conquista de Granada (1492) y Navarra (1512). La guerra para la toma de Granada duró diez años, y tras una serie de tensiones internas en el reino nazarí de Granada, los Reyes entraron en la ciudad en 1492. La firma de las Capitulaciones de Santa Fe garantizó los derechos de los musulmanes granadinos, aunque la posterior política del Cardenal Cisneros alteró estas garantías.
Exploración, Conquista y Colonización de América
Cristóbal Colón buscaba una nueva ruta a la India cruzando el océano hacia el oeste. Tras ser rechazado por Portugal, ofreció su proyecto a los Reyes Católicos, quienes decidieron patrocinar la expedición, ya que tras firmar el Tratado de Alcaçovas con Portugal, la única forma de encontrar nuevas tierras era explorando hacia el oeste. La expedición zarpó del puerto de Palos de la Frontera y, el 12 de octubre de 1492, llegó a la isla de Guanahani (actualmente San Salvador), en el continente americano. Este descubrimiento obligó a firmar el Tratado de Tordesillas (1494), que estableció una línea divisoria a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, delimitando las zonas de influencia de Castilla y Portugal.
Tras la ocupación de los territorios, la población indígena fue diezmada por las enfermedades traídas por los conquistadores y las nuevas formas de vida impuestas. En la primera mitad del siglo XVI, se llevaron a cabo las grandes conquistas: Hernán Cortés sometió el Imperio Azteca (1521) y Francisco Pizarro el Imperio Inca (1534), y los territorios conquistados adoptaron el modelo de gobierno castellano. Durante la conquista, el quinto real establecía que una quinta parte de los botines de guerra debía ser entregada al rey. Aunque la Corona prohibió la esclavitud de los indígenas mediante las Leyes de Indias de 1512 y 1542, un sistema de trabajo forzado conocido como la encomienda fue impuesto, en el cual los indígenas trabajaban para los colonos a cambio de instrucción religiosa. Además, en las minas se aplicaba el sistema de trabajo forzado denominado mita.
El Imperio de los Austrias: Carlos I (1516-1556)
Carlos I (1516-1556) heredó vastos territorios, incluyendo Castilla y Aragón, los derechos sobre América, territorios en Austria y el título de emperador del Sacro Imperio Germánico. A medida que consolidaba su poder, aumentó la presión fiscal, lo que generó una fuerte rebelión de las Comunidades de Castilla (1519-1522), en la que los comuneros demandaban mayor participación de las ciudades en el gobierno, la protección de la industria textil castellana y que el rey residiera permanentemente en Castilla. La rebelión fue sofocada mediante una dura represión.
En Valencia y Mallorca, en 1520, surgió otro levantamiento, las Germanías, un movimiento social que consistía principalmente en campesinos y trabajadores urbanos que se rebelaron contra la nobleza en busca de reformas sociales radicales. Este movimiento también fue derrotado en 1522.
En cuanto a la política exterior, Carlos I perseguía la monarquía universal cristiana, lo que lo llevó a enfrentarse con Francia por los territorios del Milanesado, los flamencos y los borgoñones. Además, tuvo que lidiar con la expansión del protestantismo en el Imperio alemán, lo que culminó en la Paz de Augsburgo (1555), donde los príncipes alemanes lograron el derecho a elegir la religión de sus estados. También luchó contra el Imperio otomano en el Mediterráneo para frenar la piratería turca y proteger las rutas comerciales.
La Monarquía Hispánica de Felipe II
En 1556, Carlos V abdicó, dividiendo su imperio. Los territorios austriacos fueron cedidos a su hermano Fernando, mientras que su hijo Felipe II heredó los reinos hispánicos y Flandes, consolidando así una monarquía hispánica centrada en Castilla. A diferencia de su padre, el poder se concentró más en España y la política se orientó hacia la conservación territorial y la defensa del catolicismo. Felipe II buscó aumentar el poder real y consolidar su dominio en Europa, destacando su política exterior con alianzas con el Imperio y enfrentamientos con Francia e Inglaterra, persiguiendo la hegemonía en el continente.
En Flandes, la guerra comenzó en 1566 debido a la rebelión de las provincias protestantes del norte, que luchaban por la independencia, aunque nunca fue completamente controlada por Felipe. Además, enfrentó un importante desafío en el Mediterráneo. En el ámbito religioso, Felipe II lideró la Contrarreforma, buscando aislar culturalmente a España para prevenir la propagación del protestantismo. La Inquisición se reforzó, convirtiéndose en una poderosa herramienta al servicio de la monarquía, y creando un ambiente social profundamente marcado por la observancia religiosa y el temor al poder eclesiástico. En 1578, tras la muerte del rey de Portugal sin descendencia, Felipe II reclamó su derecho al trono por ser hijo de Isabel de Portugal. En 1580, ocupó militarmente Portugal y fue proclamado rey por las cortes portuguesas, integrando así el Reino de Portugal en la Monarquía Hispánica, lo que le permitió controlar el mayor imperio conocido en la época.
Consecuencias de los Descubrimientos en España, Europa y América
La conquista de América, que comenzó en el siglo XVI con expediciones como las de Hernán Cortés (1521) y Francisco Pizarro (1534), supuso un importante cambio geopolítico y económico para el mundo occidental. Los territorios conquistados por los españoles fueron organizados bajo el modelo de gobierno castellano y se crearon los virreinatos de Nueva España y Perú, que posteriormente se subdividieron en Nueva Granada y La Plata. Esta organización territorial permitió el control de los recursos, pero también requirió una gran cantidad de mano de obra, lo que generó el sistema de encomienda, donde los indígenas eran asignados a los colonos para trabajar a cambio de recibir educación religiosa. La esclavitud indígena fue prohibida por la Corona, aunque el sistema de mita (trabajo forzado en las minas) continuó.
Castilla mantuvo un monopolio comercial con América, exportando productos manufacturados, mientras que América pagaba con metales preciosos y productos agrícolas. El quinto real, una quinta parte del botín obtenido por los conquistadores, se destinaba al rey, y la Casa de Contratación supervisaba todo el comercio y los viajes a las Indias. Este flujo constante de oro y plata hacia Europa provocó una gran inflación, desbordando la industria castellana, especialmente la textil, y contribuyendo a su declive. Sin embargo, las monarquías europeas y los mercaderes se beneficiaron económicamente, utilizando las riquezas obtenidas para financiar guerras y otras empresas.
Los Austrias del Siglo XVII: Validos y Conflictos
En el siglo XVII, la figura del valido se consolidó en la monarquía española, especialmente con Felipe III, quien delegó el poder en su valido, lo que permitió una menor intervención directa del rey en el gobierno. Felipe IV continuó esta práctica con el conde-duque de Olivares, cuyo ambicioso programa político, conocido como Unión de Armas (1626), pretendía que todos los reinos de la Monarquía Hispánica contribuyeran equitativamente con hombres y recursos para el esfuerzo militar. Sin embargo, este plan generó una fuerte oposición, desembocando en varias rebeliones.
Una de las más significativas fue la rebelión de Cataluña durante el Corpus de Sangre de Barcelona (1640), que resultó en el asesinato del virrey y la guerra contra las tropas de Felipe IV. Los catalanes pidieron ayuda a Francia, lo que dio inicio a un conflicto que se extendió hasta 1652, cuando se alcanzó una paz negociada. Simultáneamente, Portugal se rebeló, provocada por la exigencia de enviar tropas a Cataluña. La imposibilidad de sostener dos frentes bélicos obligó a la Corona española a centrarse en Cataluña, lo que permitió a Portugal proclamarse independiente.
Este conjunto de crisis, junto con otras revueltas menores en territorios como Nápoles o Andalucía, llevó a la caída del conde-duque de Olivares en 1643, marcando el final de su política y el comienzo de un periodo de inestabilidad para la Monarquía Hispánica.
La Guerra de los Treinta Años y la Pérdida de la Hegemonía Española
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) marcó un punto de inflexión en la hegemonía española en Europa. Bajo Felipe II, España fue la potencia dominante, pero las continuas guerras, como las de los Países Bajos y contra el Imperio Otomano, agotaron las arcas reales. Felipe III optó por una política pacifista con Francia e Inglaterra y firmó una tregua con los Países Bajos, buscando aliviar la presión económica. Sin embargo, la subida al trono de Felipe IV en 1621 trajo consigo la intervención de España en la Guerra de los Treinta Años, en la que España luchó al lado del Imperio Habsburgo contra una coalición de estados alemanes, Francia, Suecia y las Provincias Unidas (Países Bajos). En las primeras fases del conflicto, España consiguió varias victorias en Flandes, Alemania e Italia, pero la intervención de Francia, aliada de Suecia y Holanda, cambió el curso de la guerra.
La Guerra de los Treinta Años resultó en derrotas decisivas para España, lo que obligó a firmar los Tratados de Westfalia (1648) y los Pirineos (1659), en los que España reconoció la independencia de los Países Bajos y perdió territorios clave como el Rosellón y la Cerdaña a manos de Francia. La hegemonía de los Habsburgo en Europa llegó a su fin, y Felipe IV tuvo que establecer una alianza matrimonial con la hija de Luis XIV de Francia. Durante el reinado de Carlos II, las tensiones con Francia continuaron, resultando en más pérdidas territoriales, como el Franco Condado y partes de Flandes, lo que consolidó la crisis del Imperio español y su pérdida de influencia en Europa.
Crisis Demográfica y Económica del Siglo XVII
El siglo XVII en España estuvo marcado por una profunda crisis demográfica y económica que afectó a varios aspectos de la vida social. En el ámbito demográfico, la población comenzó un lento retroceso debido a una serie de factores, como el brote de epidemias, especialmente la peste, las malas cosechas, la emigración a América y la expulsión de los moriscos en 1609. Este proceso provocó una alteración en la distribución de la población, con un crecimiento desmesurado en las zonas costeras y un despoblamiento progresivo del interior.
En la economía, la agricultura sufrió una crisis severa, especialmente debido a la reducción de los cultivos de cereales y las malas cosechas, lo que ocasionó periodos de hambre. Las actividades artesanales y comerciales también atravesaron dificultades debido a la inflación, que había alcanzado niveles altísimos. Además, el elevado coste de las guerras exteriores aumentó la presión fiscal sobre Castilla, lo que obligó a la Corona a recurrir a la devaluación monetaria y a la emisión de deuda pública, contribuyendo aún más a la inflación. El acceso al oro y la plata de América también se vio complicado por el agotamiento de las minas y el retraso de las flotas.
En el ámbito social, la alta nobleza concentró aún más poder y riqueza, mientras que la burguesía sufrió un fuerte retroceso. El comercio exterior y la banca pasaron a estar en manos de extranjeros, lo que limitó el desarrollo de estas actividades en el país. Las clases populares vieron cómo su situación empeoraba debido al hambre y la creciente presión fiscal, lo que provocó un aumento de la marginación social. Sin embargo, a pesar de las dificultades económicas y sociales, el siglo XVII fue también el período del llamado Siglo de Oro en la cultura española, con grandes avances en literatura, arte y filosofía.
Reinado de Carlos II y el Problema Sucesorio
El reinado de Carlos II (1665-1700) es considerado un periodo de decadencia para la Monarquía Hispánica, principalmente por la enfermedad del monarca y su incapacidad para gobernar eficazmente. Durante los primeros años, debido a su minoría de edad, su madre, Mariana de Austria, asumió la regencia y continuó una política austracista que se alineaba con Viena y se oponía a Luis XIV de Francia. Si bien algunas regiones periféricas como Cataluña experimentaron una leve recuperación económica hacia 1680, el reino en su conjunto sufría de una creciente sensación de desgobierno, marcada por luchas internas entre facciones nobiliarias por obtener el valimiento.
A nivel internacional, España dejó de ser la potencia hegemónica, pero aún mantenía gran parte de sus territorios. La falta de organización interna y la inestabilidad política erosionaron el poder de la monarquía. El principal desafío fue el problema sucesorio, ya que Carlos II no tenía descendencia directa. Los principales candidatos al trono fueron Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, y el archiduque Carlos de Habsburgo. En su testamento, Carlos II designó a Felipe de Anjou como su sucesor, quien fue proclamado Felipe V en 1700. Esto desató la Guerra de Sucesión Española entre Felipe V y el archiduque Carlos, que dividiría a Europa y marcaría el fin de la Monarquía Hispánica tal y como se conocía.
La Guerra de Sucesión, la Paz de Utrecht y los Pactos de Familia
La Guerra de Sucesión Española (1700-1713) comenzó tras la muerte de Carlos II sin descendencia, lo que dejó la corona de España a Felipe de Anjou. Esta decisión fue impugnada por las Provincias Unidas e Inglaterra, que apoyaban al archiduque Carlos de Habsburgo. En 1702, se formó una gran coalición con Portugal que apoyó al archiduque. En España, la guerra se convirtió en un conflicto civil, con Castilla apoyando a Felipe V y Aragón al archiduque. Tras varios años de lucha, Felipe V fue reconocido como rey de España en el Tratado de Utrecht (1713), que también le permitió mantener el imperio americano, pero tuvo que renunciar a sus derechos sobre la corona de Francia y perder territorios en Europa.
Después de la guerra, los Borbones se centraron en recuperar los territorios perdidos en Europa y defender sus colonias americanas. Para ello, firmaron los Pactos de Familia con Francia como parte de su estrategia para contrarrestar la influencia de Inglaterra. España participó en conflictos como la Guerra de Sucesión Austriaca y la guerra contra Inglaterra en apoyo a la independencia de Estados Unidos. Tras la Revolución Francesa, España declaró la guerra a Francia, lo que derivó en una serie de acuerdos favorables para Francia, incluyendo los Tratados de San Ildefonso en 1796 y 1800, que culminaron en nuevas guerras contra Inglaterra.
La Nueva Monarquía Borbónica
Tras la Guerra de Sucesión y la consolidación de Felipe V como rey de España, la Monarquía Borbónica implementó reformas centradas en el modelo absolutista y centralista inspirado en Francia. A través de los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), se derogaron los fueros y sistemas legales tradicionales de los reinos de Aragón, Valencia y Cataluña, imponiendo las leyes de Castilla. Esta medida respondió al apoyo de estas regiones a los Habsburgo durante la guerra.
Felipe V promovió reformas administrativas para fortalecer el poder real. Las Cortes dejaron de convocarse regularmente, y su poder se redujo. Los Consejos fueron relegados, y se crearon nuevas instituciones más eficientes, como las Secretarías del Despacho, que se transformaron en ministerios especializados. Se instauró la figura del Intendente, quien representaba al poder central en los territorios. España se dividió en diez capitanías generales, con competencias militares, administrativas y judiciales. Se implementaron reformas para que todos los ciudadanos, incluidos los privilegiados, contribuyeran de acuerdo con su riqueza. Finalmente, se instauró la Ley Sálica, excluyendo a las mujeres de la sucesión al trono.
Las Reformas Borbónicas en los Virreinatos Americanos
Durante el siglo XVIII, con la llegada de los Borbones, se mantuvo el monopolio comercial con América, destacando Cádiz como el puerto principal de intercambio, desde donde se enviaban productos manufacturados y se traían metales preciosos como el oro y plata. A mediados del siglo, los Borbones promovieron iniciativas comerciales como la Compañía Guipuzcoana de Caracas y la introducción de navíos de registro, con el objetivo de eludir las flotas de Indias oficiales. Sin embargo, la piratería, el contrabando y la competencia extranjera provocaron el fracaso de estas empresas, llevando a la liberalización del comercio americano en 1778, lo que benefició a puertos como Barcelona, que se especializó en la exportación de productos locales.
En paralelo, se introdujeron reformas administrativas en América, como la creación del virreinato del Río de la Plata y la implementación de intendentes, para reforzar el control metropolitano. Estas reformas generaron tensiones fiscales, lo que provocó protestas tanto de criollos en Nueva Granada y Perú como de indígenas, como en la rebelión de Tupac Amaru. El descontento creció entre los criollos, influenciados por las ideas ilustradas y los ejemplos de la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, fomentando un sentimiento de autonomía y abandono por parte de la metrópoli.
Sociedad, Economía y Cultura del Siglo XVIII
La España del siglo XVIII estuvo marcada por la continuidad del Antiguo Régimen, aunque vivió ciertos cambios en su sociedad, economía y cultura. El país experimentó un notable crecimiento demográfico, alcanzando los 1
0,5 millones de habitantes. La sociedad seguía siendo estamental, con una clara división entre privilegiados (nobleza y clero) y no privilegiados. El campesinado estaba sometido al régimen señorial, y existía un sector burgués poco significativo, además de la persistencia de la esclavitud. La economía española seguía siendo predominantemente rural y señorial. Las tierras estaban en manos del clero, y la propiedad de la tierra estaba amortizada, lo que dificultaba el acceso a la tierra y contribuía a una baja productividad. A pesar de los intentos de reforma agraria, estos fueron bloqueados por la influencia de los privilegiados. La industria y el comercio exterior eran débiles, aunque se dieron algunos avances, como el crecimiento de fábricas textiles y la creación de las Reales Fábricas. En cuanto a la cultura, España se incorporó al movimiento ilustrado de manera limitada, ya que la Inquisición seguía censurando ciertas ideas. Las principales vías de difusión de la Ilustración fueron las Reales Academias, lasnSociedades Económicas de Amigos del País y el inicio de la prensa periódica. También se comenzó a observar la participación de las mujeres en los asuntos sociales, aunque de manera restringida.