La Teoría del Umbral de Money y su Discusión
Según John Money, el umbral crítico de la formación de la identidad de género en los niños es a los dos años de edad. Money elaboró directrices para tratar a los bebés nacidos con órganos sexuales ambiguos. Recomendaba que, tan pronto como fuera posible y siempre antes del umbral crítico, el niño fuese asignado al género que poseyera el potencial para el funcionamiento más cercano al normal. Estas recomendaciones también han sido aplicadas cuando los órganos sexuales han sufrido daños accidentales. Money defendía que el sexo de una persona es tan incierto al nacer que, con un simple cambio en la práctica de su aprendizaje, junto con una sencilla operación quirúrgica, un niño podía convertirse en una niña o viceversa.
Es célebre el caso de los dos hermanos gemelos varones, uno de los cuales sufrió quemaduras severas en el pene de forma accidental cuando se le practicaba una circuncisión. Money intervino quirúrgicamente al bebé para formar una vagina estética (en los años 60 la cirugía genital estaba aún en pañales) y el niño se crio como una niña, en principio aparentemente con éxito. Sin embargo, la niña necesitó de sesiones de terapia psicológica y, al llegar a la adolescencia, había intentado suicidarse una vez. Rechazó la identidad femenina y más tarde fue operado para recuperar su identidad masculina. Aunque parecía en principio que había rehecho su vida como hombre, ya que se casó con una mujer con 3 niños, en el año 2002 su hermano gemelo se suicidó y 2 años más tarde se suicidó él también. Entre las múltiples causas se apunta el daño psicológico producido a los niños en las sesiones de terapia de Money.
El énfasis de Money en la educación por encima de la naturaleza encajaba a la perfección con el espíritu progresista de la época, sobre todo con el movimiento feminista, cuyos defensores aseguraban que el papel tradicional y social de la mujer no venía biológicamente definido. Además, era la reacción natural de una sociedad que aún recordaba el horror nazi que había defendido que las personas eran lo que eran por biología y había, por tanto, que eliminar los “subproductos” como los judíos y gitanos.
La literatura científica parece no apoyar la hipótesis del doctor Money. Precisamente, dos trabajos presentados durante el transcurso del congreso de la Sociedad de Endocrinología Pediátrica, celebrados en EEUU en mayo de 2000, respaldan la teoría contraria y determinan que “las evidencias científicas apoyan que la identidad de género viene establecida por la biología por encima de la educación”. De hecho, tal y como apunta William Reiner, psiquiatra y urólogo en el Centro Infantil Johns Hopkins (EEUU) “los niños que han participado en la investigación han demostrado que el género masculino se puede desarrollar no sólo con la ausencia de pene, sino también cuando se extirpan los testículos”.
Sin embargo, para Lynne Segal, catedrática de Psicología y Sexo en el Colegio Birkbeck de Londres, la historia del experimento no inclina la balanza del debate entre naturaleza y educación hacia ningún lado. En su opinión, compartida por la mayoría de expertos, esta dicotomía es falsa. En mi opinión, la clave está en la afirmación de William Reiner: “el cerebro es el mayor órgano sexual. Es él el que le dice al individuo qué hacer con el falo, la vagina o cualquier otra parte de la anatomía”. En la formación del cerebro y, por tanto, en la identidad de género, interactúan múltiples elementos, que en cada persona tendrá un resultado particular, de ahí la complejidad del tema.
El Rol del Padre: Enfoque Tradicional y Moderno
El rol del padre bajo el enfoque tradicional tiene que ver más con el poder autoritario sobre el niño que como objeto de apego o persona implicada en la crianza del niño. Hasta los años setenta, el padre era visto simplemente como el progenitor desde el punto de vista biológico y no se le atribuyó otro papel en el cuidado y la crianza de los niños. A medida que fue avanzando el tiempo, el padre fue adquiriendo más importancia en el desarrollo social y emocional de sus hijos. En primer lugar, el padre tenía la obligación de cuidar de su mujer e indirectamente de su familia, pero sobre todo refiriéndose al aspecto económico.
A lo largo de mucho tiempo de la historia, era muy inusual ver a un padre que paseaba con sus hijos o que jugaba con ellos o les servía de apoyo emocional. Una de las razones por las que los hombres hasta hace poco eran desapercibidos en la crianza de los hijos es que la madre pasa mucho más tiempo con el recién nacido y con el niño en los primeros años de su vida. Cada vez los hombres están más implicados en el cuidado de los niños y les dedican más tiempo en los primeros años de vida. Palkovitz (1984) sostiene que los padres se implican más en el cuidado de los niños si viven en un matrimonio intacto y si las esposas les animan para formar parte en el desarrollo de sus niños y así adquirir un papel importante en sus vidas.
La mayoría de los niños prefieren a su madre como compañía cuando están angustiados, heridos o enfermos y, en cambio, prefieren a sus padres como compañeros de juego. Actualmente, el papel del compañero de juego de los hombres solo es uno de los pocos en el cuidado de los niños. La familia tradicional ha evolucionado y hoy nos encontramos con una estructura familiar diferente que puede dar el caso que la mujer dispone de un mejor empleo que el hombre y, por lo tanto, ella se vuelve a incorporar al trabajo y el padre se dedica al cuidado de los niños.
En los tiempos modernos, la sociedad exige padres competentes en el cuidado de los niños. Los padres actuales pueden asumir el papel de la madre de la misma manera que las mujeres. No existe ninguna estructura genética que requiere a la mujer como cuidadora y, por lo tanto, afirmamos que la crianza es algo que se puede aprender. Para ser un buen cuidador, el padre tiene que estar implicado en el cuidado del niño desde el principio. Esta implicación requiere cierta sensibilidad a las señales del niño y una capacidad para poder prevenir a ciertas situaciones indeseadas. Además, el padre, como buen cuidador, anticipa su conducta a las necesidades del niño, igual que lo haría una buena madre de sexo femenino.
Lo que realmente importa a la hora de ser un buen cuidador lo pueden aprender los hombres igual que las mujeres y lo más importante es la predisposición a la crianza por parte de los padres. Si el niño percibe al padre como un cuidador sensible a sus necesidades físicas y psicológicas, desarrollará una preferencia por el padre como objeto de apego. En estos casos se puede dar el ejemplo que un niño que se despierte por la noche llorando por una pesadilla esté llamando a su padre en lugar de la madre. El rol de la madre requiere mucho más que la predisposición a dar a luz y a poder lactar. El hecho de ser un buen cuidador y una buena madre requiere mucho más que el cuidado físico y la higiene del niño. Un buen cuidador y objeto de apego es la persona que está cuando el niño necesita apoyo emocional, cuando el niño está dolido o enfermo y en muchas otras situaciones de necesidad.
El Concepto Funcional de Maternidad
El concepto funcional de maternidad englobaría todas aquellas conductas desempeñadas en la crianza de un niño, tanto por parte del cuidador como del propio niño, independientemente de quién fuera el cuidador (hombre, mujer, madre biológica o sustituta…). La maternidad se puede entender como un sistema diádico sincronizado entre el cuidador y el niño en el que todos los elementos de la interacción se ajustan.
El niño viene en una situación indefensa e inmadura, necesitado de cuidados fisiológicos y psicológicos y preadoptado socialmente, posee un repertorio innato de habilidades que le permiten adaptarse socialmente, como el reflejo del moro, el reflejo de succión, el reflejo de prensión, el llanto, el reaccionar y orientarse a la voz de la madre, el buscar y preferir figuras humanas, etc. La madre viene con una socialización que le predispone para ejercer la maternidad, con una alta sensibilidad a la interacción con los bebés y una habilidades determinadas adquiridas también en la educación que le capacitan para ello. Sabe cómo actuar con niños, es capaz y sensible emocionalmente.
Ser madre no es algo instintivo y, de hecho, las madres que ya lo han sido anteriormente están más sensibilizadas y preparadas para sintonizar con las necesidades y los ritmos del bebé y anticiparse a las señales, que las madres primerizas. En esta situación se dan una serie de actividades en ambos, tanto el niño como la madre despliegan conductas procuradoras de contacto corporal: el niño ajusta su cuerpo al regazo de la madre, y esta lo acuna rodeándolo con sus brazos, dándole calor y seguridad. Se establece una comunicación especial entre madre e hijo. Por ejemplo, durante el amamantamiento, el ritmo de succión-pausas se asimilan al diálogo-pausas de los intercambios conversacionales. Este patrón de contacto-interacción, de dador-receptor, de ajuste al otro, propio de las secuencias conversacionales es un paso fundamental para la socialización del bebé.
La madre se convierte en intérprete de las señales del bebé, muestra una conducta especial socializadora, procurando cubrir sus necesidades y estimular su desarrollo (lingüístico, motor, autonomía…) e ir introduciendo aspectos culturizadores, que le preparen para interactuar con un ambiente social. La interlocución; la iniciación en el lenguaje es una función maternal. Nacemos con una base biológica que tiende al apego, pero la mayor parte del concepto de maternidad nace de la socialización. Tradicionalmente, ser madre incluía cuidados físicos, alimentación, salud e higiene, por lo que la maternidad se atribuía al sexo femenino y a la madre biológica.
En la actualidad, una madre, además de esto, debe mostrar afecto y amor incondicional por su hijo, el padre o madre estimula y habla con el niño, dirige la educación, selecciona los ambientes y contextos, seleccionando así las relaciones del niño, es un lazo fuerte de funciones que funciona en las sociedades modernas. Hoy sabemos que la función de ser madre se puede desempeñar por ambos sexos y por madres y padres no biológicos. Los padres con exposición a la crianza pueden ser tan competentes como las madres. Aunque la mayoría de los padres adoptan roles tradicionales guiados por la cultura, las mujeres son más sensibles en este aspecto por la educación que han recibido, no por ningún factor innato o instintivo como se solía pensar. Dada la complejidad de la maternidad, más que un instinto por su larga duración, alta dificultad y especialización, la maternidad se entiende hoy más como una función social que como instinto.
Ser una buena madre no es un abstracto, es un constructo observable que requiere de: una sensibilidad especial y un ajuste diádico que permita a la madre: detectar bien y rápido las señales del niño, ajustarse a los cambios de conducta durante el desarrollo, es anticiparse y acomodar la conducta de este en un clima de afecto. El comportamiento de los niños va cambiando y complicándose cada vez más, por lo que la eficacia de los padres también puede verse deteriorada, es decir, ser un buen padre o madre en los primeros años no asegura la eficacia en etapas posteriores.
De la Intención a la Palabra
Es asombroso cómo el niño empieza a comprender frases, a pronunciar palabras y cuán rápido ese lenguaje tan pobre que tiene empieza a evolucionar y crecer hasta convertirse en algo tan complejo. Para Piaget, el lenguaje es parte del desarrollo general, una capacidad semiótica/representativa más. En sus inicios, el lenguaje del niño es egocéntrico, es decir, que no es cooperativo, reflejo del egocentrismo intelectual del mismo, pero irá desapareciendo con los años y haciéndose más cooperativo y social. De esta manera, Piaget observó, por ejemplo, que el niño se hablaba a sí mismo para entender o asimilar algo.
Vigotsky, por su parte, consideraba que el lenguaje tenía un origen social, era el instrumento de transmisión de las experiencias culturales. El lenguaje egocéntrico era, según él, la apropiación del lenguaje social, que más tarde se iría desvaneciendo e interiorizándose. Una de las funciones del lenguaje sería la mediación entre personas. En definitiva, para Vigotsky el lenguaje era el motor del desarrollo, ya que de esta se derivarían las funciones psicológicas superiores.
Desde el nacimiento del niño, este aprende a llamar la atención mediante distintas reacciones: llantos, gritos, etc. Así, el niño desde que nace manifiesta sus sentimientos mediante reacciones reflejas, las cuales tienen una consecuencia, ya que la persona que está a su cargo reacciona ante estos actos reflejos del niño. De esta manera, el niño va aprendiendo; se van creando situaciones regulares que facilitan el aprendizaje del niño, lo que Bruner ha llamado “Sistema de apoyo para la adquisición del lenguaje (SAAL)”. Este sistema se puede asociar con la ontogenia del niño, ya que no sería posible sin la cultura que le rodea y el contexto en el que está.
Surgirán entonces lo que Bruner llamará “protoconversaciones”, una negociación de significados, interacción entre el niño y el adulto, lo que dará paso más adelante al lenguaje. Se llaman protoconversaciones porque el niño lo que utiliza son sonidos, ya que todavía no sabe decir palabras. A partir de los 10 meses, el niño comenzará a decir las primeras palabras. Estas primeras palabras, serán en contextos muy específicos y en situaciones determinadas. Por ejemplo, si el niño ve un perro en la calle paseando, luego puede que vea un gato y también le llame perro ( o guau-guau ), ya que el niño asocia la palabra perro a una situación determinada, dándole un significado mucho más amplio que el nuestro.
Una vez que el niño tenga mayor necesidad de comunicación y más estimulación del entorno, la terminología será cada vez más específica y más extensa, utilizando cada término en diferentes situaciones y dándoles un significado más adecuado. Por otro lado, no solo va a utilizar sus primeras palabras para designar objetos, sino para mostrar intenciones, deseos, peticiones, relaciones, etc. Por ejemplo, si el niño dice puré, puede que también esté señalando un deseo: ‘quiero comer’. Poco a poco va expresando mediante combinaciones de palabras un conocimiento cada vez mayor acerca del mundo que le rodea. Va adquiriendo cada vez más palabras, y van asimilando las reglas gramaticales de su lengua. A los cinco años, prácticamente ha adquirido las reglas fundamentales, aunque todavía se les escapen algunas cosas.
Sin embargo, el psicolingüista Chomsky tenía una teoría opuesta a la de Bruner, que denominaba»Dispositivo de Adquisición del Lenguaje (DAL)» y se basaba en una postura nativista, se centraba más en la filogenia y genética del niño que en la cultura y el contexto. Según él, el niño tiene una habilidad natural para comprender y, finalmente, aprender el lenguaje. El lenguaje se adquiere porque los seres humanos están biológicamente programados para ello, tenemos estructuras especializadas en el cerebro para esa tarea.
Teniendo en cuenta esto, Chomsky decía que las imitaciones no servían para aprender de otros y también que las correcciones que realiza el adulto con los errores del niño no le servían. De esta manera, las pronunciaciones del niño eran creaciones propias y no meras repeticiones de otras personas. Sin embargo, las teorías de Chomsky y Bruner pueden complementarse, así el niño, teniendo una intención comunicativa, va evolucionando a través del DAL y del SAAL, guiándose siempre por sus cuidadores entre los que habrá una negociación de significados, que puede ser correcta o no, pero es lo que aprenderá el niño.