El flamenco de Cervantes
La celebración estos días del IV centenario de la muerte de Cervantes ofrece el contexto para asomarnos a los elementos jondos que se pueden encontrar en la obra del escritor.
En la época de Cervantes no había baile o canto alguno que recibiera el nombre de flamenco.
De hecho, esta palabra pasó a ser sinónimo de valiente,echao palantee incluso delincuente, y más tarde de gitano, después de las guerras de Flandes, en las que participaron muchos soldados profesionales de esta etnia, razón por la que se produjo esta asimilación. La verdad es que la palabra flamenco, asociada a bailes y a cantes, no aparece en la literatura española hasta los años 40 del Siglo XIX. Pero en la obra cervantina podemos encontrar abundantes referencias a los bailes y cantos de su época, muchos de los cuales serían llamados, pasado el tiempo, flamencos. La obra que contiene más referencias a las danzas y los cantos, tanto de la calle como de palacio, es la novela ejemplarLa gitanilla. Se trata de una novela en el más puro sentido de la palabra en la época de Cervantes: una novedad, un suceso curioso. Refleja de manera idealizada, aunque con elementos picarescos y costumbristas, una sociedad gitana en contraposición e interacción con las sociedades no gitanas. Son gitanos nómadas y ladrones que poco o nada tenían que ver con los gitanos de carne y hueso de la época, ya que por entonces, 1613 si atendemos al año en el que se publicó la novela, la mayor parte de los gitanos españoles vivían asentados y bastante asimilados socialmente.
Sí resulta verosímil, sin embargo, por su relación con otras noticias de la época y anteriores, la referencia al empleo profesional que muchos gitanos hacían de la danza y el canto. Esta asociación seguirá con buena salud en los dos siglos siguientes hasta el punto de que hacia 1840 se empieza a llamar flamencos, como sinónimo de gitanos, a los bailes y cantos que hasta entonces se llamaban nacionales, del país, españoles, andaluces y también de palillos y boleros. Ello fue consecuencia de los cambios sociales y estéticos que se dieron en el Romanticismo español.
Pero antes de todo eso, en La gitanilla Cervantes nos habla de que su protagonista, Preciosa, «salíó rica de villancicos, de coplas, de seguidillas y zarabandas y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire», así como de «cantarcillos alegres». En el texto se subraya el carácter profesional y sumamente especializado de esta dedicación al canto y a la danza. Preciosa cobra «cuatro cuartos» por cabeza por cantar un romance y otro personaje de la obra, el paje-poeta Clemente, escribe poemas para que los cante Preciosa, recompensándole ésta por su labor, pagándole por docenas: «a docena cantada, docena pagada». Preciosa, como bailarina y cantante profesional, muestra su arte tanto en la calle como en las casas de las clases adineradas o incluso en la madrileña Iglesia de Santa María, en la que canta un romance de temática religiosa. Canta y baila acompañándose de sonajas, pandero y «chasqueo», es decir, con lo que hoy llamamos castañuelas y pitos flamencos. También canta, hacia el final de la obra, acompañada de guitarra.
La primera referencia a la seguidilla, como danza y canción, aparece en el Cancionero de Palacio, recopilación de los siglos XV y XVI. La seguidilla ha sido la danza más longeva del repertorio de bailes españoles y todavía goza de una enorme popularidad, como se puede observar cada año durante la feria de Sevilla en la que se cantan y bailan miles de «seguidillas sevillanas». Además de las sevillanas, que debemos considerar por tanto como el estilo más antiguo de cuantos se conservan hoy en el repertorio flamenco, con la excepción del romance, hay otros muchos estilos jondos donde encontramos seguidillas: los juguetillos de las alegrías no son otra cosa que unas seguidillas como las livianas y las serranas, que probablemente fueron en sus orígenes «seguidillas livianas» y «seguidillas serranas». Es más que probable que la actual «seguiriya», llamada en otro tiempo «seguidilla gitana» tenga también su origen en una seguidilla desaparecida.
El romance, por su parte, es una de las formas literarias y musicales más antiguas de la literatura y el canto hispanos, puesto que se remonta a los finales del Siglo XIV. Hoy se mantiene como cante y como baile flamenco en la forma a ritmo de soléá bailable que le dio Antonio Mairena en los años cincuenta del Siglo XX. La petenera también tiene sus orígenes remotos en la música del Romance de la monja a la fuerza y fragmentos de romances encontramos también en polos o soleares, entre otros estilos flamencos.
La zarabanda fue una de las danzas más populares del Renacimiento y el Barroco hispanos. Cuando se presentó entre nosotros se la consideró un baile de negros y fue prohibida numerosas veces por las autoridades civiles o religiosas hasta que tomó carta de naturaleza como danza cortesana. Tenemos ejemplos sublimes de esta danza en la literatura musical de la época, como la que firma Gaspar Sanz en su Instrucción de música sobre la guitarra española (1679). En esta zarabanda, que pudo parecerse mucho a la que bailó Preciosa en la imaginación de Cervantes unos años antes, apreciamos claramente el ritmo de hemiola, es decir un compás compuesto por partes ternarias y binarias, y otro elemento carácterístico de los estilos flamencos como es el uso del rasgueado. De hecho, estas carácterísticas tan propias del flamenco, la hemiola y el rasgueado aparecen en otras danzas de la época como la jácara, estilo que también podía haber sido bailado por Preciosa o, algo más tarde, el fandango. En ambos, jácara y fandango, apreciamos además muy claramente el uso de la cadencia andaluza, tan carácterístico asimismo de los estilos flamencos.