De la substancia pensante a las otras substancias: Dios y los cuerpos
Descartes tiene que indagar en su yo para ver si encuentra algo que le permita afirmar la existencia de realidades distintas del yo.
El pensamiento es una actividad que apunta en muchas direcciones. Descartes lo denomina idea, y establece la siguiente clasificación de esos contenidos o ideas:
Ideas adventicias, aquellas que parecen llegadas de fuera de mí, puesto que parecen representar realidades o cosas externas a mí. Por ejemplo, ideas de hombre, d
Ideas facticias, las ideas formadas por mi propia mente a partir de ideas adventicias. Por ejemplo, la idea de Centauro, ser mitológico mitad hombre y mitad caballo.
Ideas innatas. Esta clase de ideas no proceden de la experiencia sensible ni las he construido a partir de esa experiencia. Son innatas, dice Descartes, “nacidas conmigo”.
A Descartes le interesaba especialmente la idea innata de infinitud, que identificó con la idea de Dios. tenía que demostrar que Dios existe, pero no sólo como idea innata en mi mente, sino también y sobre todo como realidad extramental. Para demostrar su existencia elaboró varios argumentos, de los que exponemos una síntesis a continuación.
A diferencia de Tomás de Aquino, que había rechazado su validez, Descartes se sirvió del conocido argumento “ontológico” de San Anselmo.
Un segundo argumento: Encuentro en mí la idea de un ser perfecto, infinito, por lo que es la idea más perfecta de todas cuantas puedo concebir. afirma Descartes que esa idea ha tenido que ser producida por una causa que tenga, al menos, tanta perfección como tiene el efecto o idea que hay en mí. Ahora bien, como yo no soy perfecto, puesto que dudo, no he podido ser yo la causa de esa idea de perfección; puedo entender que tal vez soy la causa del resto de mis ideas, pero no de la idea de un ser infinito. Y si es así, tiene que existir una causa proporcionada a esa idea y que la haya producido. Luego existe Dios, como causa eficiente de esa idea de perfección.
Un tercer argumento: Yo existo, al menos, como ser que piensa, y tengo en mí la idea de Dios. ¿De quién procede mi existencia? De mí mismo, no, puesto que soy imperfecto, y de ser yo mi propio autor me habría dado todas las perfecciones… ¿Soy producto de mis padres o de alguna otra causa menos perfecta que Dios? En ese caso, ¿de dónde procedería la idea de perfección que encuentro en mi yo? Por tanto, el autor último de mi existencia tiene que ser Dios. Luego Dios existe.
Cuando Descartes consideró probada la existencia de Dios como ser perfecto, es decir, de infinito poder, de infinita sabiduría, de infinita veracidad y bondad, tenía el camino abierto para poder afirmar, superando la duda, que existía la realidad exterior o mundo. En efecto, si Dios es el autor de mi naturaleza, y Dios es infinitamente veraz y bueno, no puede complacerse engañándome, no ha podido crear mi razón de tal modo que me induzca a tomar como falso aquello que se me presente como evidente. La hipótesis del genio maligno se desvanece, y ya no hay razones para temer que cuando yo pienso que el mundo existe esté sufriendo un error.
El Dios cartesiano, sin embargo, no garantiza la veracidad de todas las ideas adventicias. Cuando veo un color o percibo un aroma, por ejemplo, Dios no está avalando la existencia de esas cualidades. Para Descartes, como para Galileo y para la física moderna en general, sólo existen realmente las cualidades llamadas primarias, es decir, la forma, la extensión y el movimiento (las cualidades que se pueden describir matemáticamente). El resto de las cualidades que captamos en los cuerpos (colores, sabores, sonidos, olores, etc.), conocidas como cualidades secundarias, sólo tienen existencia subjetiva. Por lo tanto, según Descartes, el Dios autor de mi entendimiento sólo garantiza del mundo exterior aquello de lo que puedo tener certeza, y certeza solamente se tiene de lo que puede percibirse clara y distintamente.
El pensamiento, Dios y los cuerpos constituyen para Descartes los tres ámbitos de realidad existentes: las sustancias pensantes o res cogitans, la sustancia divina o res divina (infinita, perfecta) y las sustancias extensas ores extensa. La razón ha sido capaz de descubrir, sin ayuda exterior, toda la realidad existente siguiendo el modelo intuitivo-deductivo del método cartesiano.
El orden en que fueron descubiertas las tres clases de sustancias no refleja el orden de importancia que tienen para Descartes. El yo que piensa fue la primera realidad descubierta, pero no hay garantía de que ese conocimiento alcance certezas, excepto la del cogito o el propio sujeto en tanto que piensa, hasta que la existencia de Dios, que es el creador de las sustancias pensantes, haya sido demostrada. En consecuencia, el papel central en la filosofía de Descartes lo desempeña Dios, la sustancia infinita creadora de las demás sustancias. Es Dios quien, en última instancia, garantiza la correspondencia entre el orden del pensamiento.
Descartes había encontrado en los contenidos del yo aquellas ideas que nos llegan desde las realidades externas hasta la conciencia, las llamadas ideas adventicias. Son las ideas correspondientes a los cuerpos y que han sido producidas en nosotros por la facultad de sentir estímulos y sensaciones.