En la obra (Discurso del método) y en el conjunto de las obras de Descartes
El texto es un fragmento de la cuarta parte del Discurso del método de René Descartes (1596-1650), que es la segunda de sus obras publicadas. El Discurso del método, en su edición original francesa de 1637, no constituye una obra independiente: esta obra se publicó acompañada de tres tratados científicos: la Dióptrica, Los meteoros y la Geometría. El título original era: Discurso del método para conducir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. El Discurso del método, segunda obra publicada por el autor francés, es uno de los textos fundamentales de la filosofía occidental. Fue escrito en francés y no en latín, para facilitar su comprensión y difusión. La traducción al latín se hizo en 1644. En efecto, contra lo que era habitual en su tiempo, Descartes publicó esta obra en francés, que era la lengua del pueblo; no en latín, que era la lengua culta por antonomasia. Se trata del primer tratado de filosofía editado en lengua vulgar. Es así porque –según explica él mismo– su obra sería mejor comprendida por aquéllos cuya razón no ha sido “oscurecida” por la cultura y los libros: “Y, si escribo en francés, que es la lengua de mi país, en lugar de hacerlo en latín, que es la de mis preceptores (profesores), es porque espero que aquéllos que sólo se sirven de su razón natural, totalmente “pura” (no contaminada por la cultura), juzgarán mejor mis opiniones que aquéllos que sólo creen en los libros antiguos” (Discurso del método, parte VI).
Antes de examinar la obra, es menester decir algo sobre Descartes como geómetra. Siempre cultivó con pasión las matemáticas y, en particular, la geometría. Su principal aportación a las matemáticas fue la invención de la geometría analítica, que incluye los ejes de coordenadas cartesianos. Además, tomó el método de la geometría como modelo e inspiración para el nuevo método, que expuso en la segunda parte del Discurso del método. La obra está dividida en seis partes, que abordan cuestiones muy diversas.
Partes del Discurso del Método
La primera parte es la más autobiográfica. Hace referencia a la época de formación de Descartes, a su estancia (desde los ocho años de edad) en el colegio de la Flèche, dirigido por los jesuitas, y a la insatisfacción que le produjo la enseñanza que allí recibió, basada principalmente en la escolástica. La segunda parte es la parte central, en la que habla del método: de su importancia para la ciencia y la filosofía, y expone los cuatro preceptos o reglas del nuevo método. La tercera parte trata de la moral y expone tres reglas de conducta y una conclusión: la “moral provisional”. Son las reglas morales que él se compromete a practicar mientras aplica su método; por eso las considera provisionales. Son las siguientes:
- 1ª) “Obedecer las leyes y costumbres de mi país” y mantenerme en la religión en que fui educado;
- 2ª) “Ser tan firme y decidido como pudiera en mis acciones”;
- 3ª) “Intentar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna”.
En la cuarta parte expone la duda metódica y el descubrimiento del cogito, formula el criterio de verdad y de certeza y expone su metafísica, que se resume en las tres sustancias: la pensante, la infinita y la extensa. En la quinta parte hace un resumen de física y de fisiología, indicando con ello que va a estudiar con el mismo método tanto los fenómenos físicos como los biológicos. Uno de los fenómenos que aborda es la circulación de la sangre. En la sexta parte se justifica la publicación de la obra y se establecen algunas “precisiones” metodológicas para aplicar bien el método; entre ellas, la importancia que tienen las suposiciones y las experiencias en la investigación científica. El Discurso del método es una de las obras innovadoras de Descartes. Él es el primer filósofo verdaderamente original de la época moderna; y, siendo tan innovador, mantiene sin embargo ciertos elementos tradicionales de la filosofía escolástica (tomista), que él tanto criticó; entre ellos, la noción de sustancia (res), aplicada al alma, a Dios y al mundo. La primera obra importante de Descartes fueron las Reglas para la dirección del espíritu (1628). Es una obra muy interesante para conocer el proyecto filosófico y científico de Descartes. Es el primer intento de formular por escrito una intuición que tuvo el 10-XI-1619: cuando, lleno de entusiasmo, llegó a intuir el (nuevo) fundamento del saber (filosófico y científico). Esta iluminación le hizo descubrir un método universal, el de la geometría; este método permitiría desarrollar una ciencia y una filosofía sólidas y bien fundadas.
La expresión más esmerada y elaborada de la filosofía cartesiana se encuentra en las Meditaciones metafísicas, obra publicada en 1641. Por último, hay que mencionar dos obras póstumas, en las que se expresa el pensamiento más genuino de Descartes: el Tratado del mundo y el Tratado del hombre.
1 En la historia de la filosofía
En primer lugar, hay que describir las principales influencias que recibe Descartes de otros filósofos anteriores; principalmente, Agustín de Hipona (AdH, ss. IV-V), Anselmo de Canterbury (AdC, ss. XI-XII) y Tomás de Aquino (TdA, s. XIII).
- AdH es el precursor del cogito. En su obra La ciudad de Dios (De civitate Dei), afirma: “si Fallor, sum”; si me equivoco, existo (…). Por consiguiente, como sería yo quien se equivocase, aunque me equivocase, sin duda no me equivocaré al conocer que me conozco. Pues conozco que existo y conozco también esto mismo: que me conozco”.
- En lo que respecta a los argumentos cartesianos para demostrar (deducir) la res infinita, hay que destacar que son a priori, como el de AdC (no a posteriori, como las “cinco vías” de TdA). En su tercer argumento sobre la res infinita, Descartes recupera el “argumento ontológico” de AdC, reformulado por un amante de la geometría. Además, Descartes está de acuerdo con AdC (y en desacuerdo con TdA) en que la idea de Dios es una idea innata o connatural a la razón, a la mente humana.
- Al identificar la idea (innata) de Dios con la idea de algo infinito o sumamente perfecto, Descartes se inspira seguramente en la cuarta vía de TdA, que concluye en la existencia de un Ser sumamente perfecto.
En segundo lugar, hay que comparar el racionalismo cartesiano (que se difundió en la Europa continental; sobre todo, Francia, Alemania y los Países Bajos) con la otra gran corriente de la filosofía moderna: el empirismo británico (ss. XVII-XVIII). En este ámbito, es importante la crítica de David Hume (filósofo escocés e ilustrado del s. XVIII: el empirista más radical) a la metafísica de Descartes. Hume formula un criterio (empirista) de verdad (y de certeza), que se contrapone radicalmente al cartesiano: como todo nuestro conocimiento tiene su origen en la experiencia o percepción (sensorial) y toda idea tiene su origen en alguna impresión, Hume adopta el siguiente criterio o regla general: voy a considerar inválida o ficticia o falsa (o inventada por mi mente) cualquier idea que no tenga su origen en una impresión o que no corresponda a ninguna impresión.
Aplicando el criterio empirista de verdad y certeza, que le permite discernir si una idea es válida o inválida, Hume critica las ideas principales de la metafísica racionalista (y de la metafísica tradicional, en general): la idea de causa (conexión necesaria entre la causa y el efecto), la idea cartesiana de res (sustancia) y las tres ideas de las sustancias que contempla la metafísica cartesiana: las ideas de res cogitans (alma), res infinita (Dios) y res extensa (mundo o universo). D. Hume, llevando la concepción empirista (del conocimiento humano) hasta sus últimas consecuencias, llega a una posición fenomenista y escéptica, que contrasta con el dogmatismo de Descartes (y de todos los autores racionalistas). Esa posición puede expresarse así: tengo impresiones o “fenómenos” (e ideas), eso es todo. Solo puedo hablar de mis impresiones y de las ideas (procedentes de ellas) que hay en mi mente; y no sé ni puedo saber si hay algo “real” o “subsistente” (o si existe algo) “más allá” de mis impresiones.
2 En su época (primera mitad siglo XVII)
Desde su juventud, Descartes estuvo siempre muy atento e interesado en todos los avances científicos –astronómicos, físicos, matemáticos, etc.– de su época. Estaba convencido de que este progreso de la ciencia se debía a la aplicación del método matemático, y por eso quiso reformularlo y aplicarlo también a la filosofía. Para describir el contexto histórico-cultural del pensamiento de Descartes (1596-1650) durante el s. XVII, es decir, en la Europa del Barroco, hay que tomar en consideración la aguda crisis de la cultura europea en esa época. Esa crisis no fue solo cultural –en sentido amplio– sino también espiritual. Las principales causas de la crisis son dos:
- a) la “revolución científica” impulsada por Copérnico, Kepler y Galileo (ss. XVI-XVII), que transformó la imagen del mundo: ya no estamos en el centro del universo (cosmovisión antropocéntrica: aristotélica y medieval), sino que habitamos en un pequeño planeta “periférico”;
- b) la ruptura o división de la cristiandad (occidental), con la reforma luterana y la reforma anglicana (s. XVI). Esta división provocó sufrimiento, desconcierto y perplejidad en muchos cristianos, que se preguntaban: ¿cuál es la verdadera Iglesia fundada por Jesucristo?
El racionalismo y el empirismo pueden considerarse como las dos reacciones o respuestas filosóficas a dicha crisis, porque ambas corrientes filosóficas (que son dos concepciones opuestas del conocimiento humano) intentan dar una cierta seguridad o certidumbre a los espíritus inquietos. En esta época, es importante también la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que causó mucho sufrimiento y división en Europa. Este conflicto termina con la paz de Westfalia (1648). Desde un punto de vista cultural, literario y artístico, la Europa del racionalismo se caracteriza por una corriente muy diferente del Renacimiento: el Barroco.