**Parte A: La Misión de Sócrates**
Entonces, algunas preguntas, oh, **Sócrates**, ¿por qué te calumnian esos hombres? ¿Qué tienen en mente? ¿De dónde resultan estas calumnias y tu reputación? Ahora, dime y enséñanos a nosotros, pues nosotros no deseamos calumniarte. Entonces, deseo enseñarles y decir por qué me calumniaron esos hombres y de dónde surgieron las calumnias y la reputación. Ahora, escuchen y sepan que no deseo jugar con ustedes. Pues, quizás parezco jugar, no obstante, sepan bien que nada otro que la verdad deseo decir. Pues yo, hombres atenienses, sucede que por una cierta sabiduría tengo esta reputación. ¿Acaso desean saber cuál es esta sabiduría? Como testigo deseo presentar al dios de Delfos, pues el dios de Delfos atestiguará mi sabiduría. Y bien, es necesario para el dios decir la verdad. Pues ustedes conocen a **Querefonte**. Pues ese es mi compañero de juventud. Y ahora saben cuán impetuoso es **Querefonte** en todo. Y **Querefonte**, de esta manera, una vez lo reconoció de sí mismo: que **Sócrates** es sabio, bien lo sé. Y desde saber que es más sabio que **Sócrates**. Pues, quizás **Sócrates** es el más sabio de los hombres. En efecto, ¿qué me conviene hacer? Claramente, me conviene ir hacia Delfos y consultar el oráculo, pues es muy necesario que el dios diga la verdad. En efecto, fue **Querefonte** hacia Delfos y esa respuesta consultó al oráculo en la presencia del dios. Y no se alboroten, hombres. Preguntó realmente quién es más sabio que **Sócrates**, y la sacerdotisa contestó que nadie es más sabio.
**Parte B: La Búsqueda de la Verdad**
Pues yo, cuando escuché esto, reflexionaba de este modo conmigo mismo: ¿qué quiere decir el dios? Pues, ciertamente, yo sé que no soy el más sabio. Entonces, ¿qué dice el dios diciendo que yo soy el más sabio y que nadie es más sabio? Ciertamente, no, él no miente, pues no es lícito a él. Pues es necesario al dios nada otro que la verdad decir. Y, por una parte, por mucho tiempo estaba perplejo acerca de lo que dice. Por otra parte, luego hacia la búsqueda me tornaba de si acaso el dios decía la verdad o no, pues no quería estar perplejo acerca del oráculo. Entonces, fui hacia un sabio (al menos él creía ser sabio), pues quería refutar al oráculo y revelar que, por una parte, tú, oh, **Apolo**, decías que yo soy el más sabio; por otra, este es más sabio. Entonces, conversaba con este sabio, siendo algún político. Y el hombre, como yo consideraba, parecía ser sabio, no siéndolo. Y cuando yo intentaba revelar que él pensaba ser sabio sin serlo, este y muchos de los presentes me odiaban. En efecto, yo razonaba conmigo mismo así: que yo soy más sabio que este, pues este cree conocer algo sabiendo nada, y yo, sabiendo nada, nada creo saber. Desde ahí, hacia algún otro sabio fui, y aquel también creía saber algo sin saberlo. Y desde allí, también aquel y otros de los presentes me odiaban. Entonces, después de esto, me dirigí hacia otros que creían saber algo. Por el perro, los que creían saber algo eran más estúpidos, como yo pensaba, pero los que creían saber nada eran más sabios. Pues, después de los políticos, fui hacia los poetas. Y me avergüenzo de decir la verdad, oh, hombres. No obstante, es necesario para mí decirlo. Pues no por la sabiduría hacen poemas los poetas, sino que por la naturaleza y entusiasmo, como los sacerdotes y adivinos. Pues, en efecto, estos dicen muchas cosas bellas, pero no saben lo que dicen esos discursos. Y, al mismo tiempo, los poetas creían conocer algo por la poesía, no sabiéndolo, y ser más sabios que los hombres sin serlo. Entonces, me dirigí también yo desde allí, creyendo ser más sabio que los poetas.
**Parte C: La Sabiduría de los Artesanos y la Reacción de los Jóvenes**
Y, finalmente, hacia los artesanos fui. Pues sabía que nada sé y que los artesanos muchas cosas bellas saben. Entonces, sabiendo muchas cosas, fueron más sabios que yo los artesanos. Pues creyeron, como yo pensaba, por la técnica ser los más sabios de todos acerca de muchos otros, no siéndolos. Entonces, tal clase había aparecido: tanto los poetas como los artesanos sufriendo. Desde esta investigación, oh, hombres atenienses, surgieron mis calumnias, siendo graves, y mi reputación. Más aún, los jóvenes, sin duda, siendo ricos y teniendo especialmente ocio, disfrutaban escuchando mis discursos y frecuentemente intentaban a otros examinar como yo. Pues los jóvenes eran arrogantes y disfrutaban examinando a los más viejos. Y, como yo considero, examinando descubrieron un gran número de los que creían algo saber, sabiendo poco o nada. Entonces, desde ahí, los que se consideran que saben y que no saben se enojan y dicen que algún **Sócrates** es el más abominable y corrompe a los jóvenes. Pues yo deseo preguntar cómo corrompe a los jóvenes **Sócrates**, haciendo qué o enseñando qué cosa los corrompe a ellos. Entonces, aquellos tienen nada que decir, sin embargo, no deseando parecer estar perplejos, diciendo que, como los otros filósofos, enseña **Sócrates** las cosas en el aire y bajo tierra, y no cree en los dioses, y el discurso débil hace fuerte. Pues no quieren, como yo pienso, decir la verdad, que obviamente llegarían a creer saber algo, pero sin saber nada.
**Parte D: Conclusión**
(El texto original no incluye una Parte D con contenido. Se sugiere una conclusión basada en las partes anteriores.)
A partir de estas indagaciones, se evidencia que la **sabiduría de Sócrates** radica en el reconocimiento de su propia ignorancia. La búsqueda de la verdad, a través del diálogo y la refutación, lo lleva a enfrentarse con la falsa sabiduría de políticos, poetas y artesanos. La reacción de los jóvenes, que imitan su método de indagación, genera aún más controversia y alimenta las calumnias en su contra. La verdadera enseñanza de **Sócrates** no reside en doctrinas específicas, sino en el **constante cuestionamiento** y la **búsqueda incansable del conocimiento**.