El Arte Español del Siglo XVI: Del Plateresco al Greco


LA ARQUITECTURA ESPAÑOLA: DEL PLATERESCO AL ESCORIAL

Al iniciarse el siglo XVII comienzan a introducirse las fórmulas renacentistas en España. A ello contribuyó la llegada de artistas italianos para trabajar en España; la educación de españoles en Italia; la importación restringida de sepulcros, portadas y fuentes genovesas; y la masiva llegada de libros de arquitectura y estampas grabadas.

El uso desproporcionado o armónico de los órdenes clásicos y la exuberancia o desnudez ornamental de los edificios permiten vertebrar la arquitectura española del siglo XVI en tres etapas:

EL PLATERESCO

Es una modalidad ornamental que empalma con el gusto por la riqueza y la suntuosidad dominante en los edificios mudéjares y del gótico reyes católicos. Se caracteriza por utilizar paneles de grutescos sin tener en cuenta la estructura del inmueble, dado que los arquitectos se muestran reacios al sentido de las proporciones clásicas. La portada de la Universidad de Salamanca, y el ayuntamiento de Sevilla, son buenos ejemplos de esta fase.

EL ROMANISMO

Supone ya la correcta asimilación de las proporciones clásicas y la cristianización del grutesco.

El introductor de esta corriente va a ser Diego de Siloé que en 1528 se traslada a Granada para concluir la iglesia de San Jerónimo. A los pocos meses los canónigos le ponen al frente de las obras de la catedral, proyectando una rotonda con deambulatorio en la cabecera y una basílica de cinco naves escalonadas en el cuerpo. La utilización por Siloé de un martyrium en la cabecera de la catedral de Granada respondía a dos razones: servir de panteón real a Carlos V y halagar al cabildo. Prescindió del retablo mayor y lo sustituyó por un altar, donde estuviese permanentemente expuesto el Santísimo. Usará pilares, de proporciones vitruvianas que llevan sobre el capitel un tramo de entablamento y, encima, otros pilares de menores proporciones para elevar su altura. Con estos suplementos se llegaba a las bóvedas y no se perdía proporción armónica.

EL PURISMO

Consiste en aplicar la preceptiva clásica, despojándola de adornos. Dos monumentos representan esta opción: el palacio de Carlos V y el monasterio de San Lorenzo real, en el Escorial.

En 1526, el emperador Carlos V llega a Granada en viaje de novios, y decide construir un alcázar en la Alhambra. La realización del proyecto se lo confían a Machuca que había trabajado en las loggias vaticanas, y se decide por un esquema geométrico de planta central, inscribiendo un patio circular en un cuadrado. Su severa topología queda reforzada por la bóveda anular que presiona el primer piso del orden dórico y la pesada barandilla que defiende el corredor jónico alto. Esta obra apenas tuvo incidencia en la arquitectura posterior de la región. El testigo lo toma Felipe II y los arquitectos cortesanos en El Escorial, que elevará el purismo a modelo del arte español.

El monasterio de San Lorenzo recoge en su arquitectura la ideología religiosa, funcional y artística de Felipe II. El edificio se concibe como una moderna reconstrucción del templo de Jerusalén, que debía servir a la vez de palacio, panteón y convento.

El estilo que mejor se adecuaba a estas pretensiones solemnes era la rigidez geométrica y la austeridad ornamental que Bramante había infiltrado en la cultura arquitectónica romana. En 1563 se puso la primera piedra y en 1584 se remataron las obras.

La sierra de Guadarrama ofrecía condiciones ventajosas para su emplazamiento: situada en el centro peninsular, cerca y a la vez lejos de la corte madrileña. La elección de los jerónimos fue debido al esplendor que otorgaban al culto divino. La dirección del complejo arquitectónico correspondió a Juan Bautista de Toledo, pero la muerte le sorprendió, sucediéndole su aparejador Juan de Herrera que modificó el proyecto, diseñando un monumento armónico, basado en la combinación matemática de volúmenes geométricos que articula con pilastras, frisos y cornisas de orden toscano. A su austera grandiosidad contribuye la parquedad del ornato, reducido a pirámides y bolas en remates. El plano definitivo adopta la forma de una parrilla, recordando el instrumento donde fue martirizado San Lorenzo. Todas las dependencias se agrupan en torno a grandes patios, presidiendo el conjunto la basílica, que actúa como eje de simetría. El panteón dinástico se perfora bajo el altar mayor y las habitaciones privadas del rey rodean el presbiterio, para que pueda seguir la misa sin abandonar sus aposentos. En el mango de la parrilla se abre el salón del Trono.

LA PINTURA ESPAÑOLA: EL GRECO

El Greco se caracterizó por defender con arrogancia sus pinturas en ambientes hostiles y por su inconfundible sello, en el que el manierismo del alargamiento alcanza su plenitud.

Su primera formación la recibe en la isla de Creta especializándose en iconos religiosos sobre fondos dorados. En 1568 se traslada a Venecia donde admira el colorido vibrante de Tiziano, y el alargado canon manierista de Tintoretto. En Roma asimila el apretado dibujo de Miguel Ángel. En 1576 se traslada a España con la intención de servir a Felipe II en la decoración del monasterio del Escorial.

A la espera de una respuesta favorable de Felipe II, el Greco acude a Toledo para pintar los retablos de Santo Domingo el Antiguo, y el cabildo de la catedral le encarga, en 1577, el Expolio de Cristo, con destino al vestuario de canónigos. Será su opera prima en la exótica ciudad castellana y constituye una ruptura con la escuela pictórica local. La vista se siente imantada por el rojo de la túnica de Jesús y su reflejo proyectado en la coraza de Longinos. Los peritos nombrados por la catedral alegan errores heterodoxos, ordenando borrar las cabezas de los sayones emergentes sobre la imagen del Redentor. El Greco no cambió nada.

Por fin Felipe II le había propuesto un trabajo: la pintura del Martirio de San Mauricio y la legión tebana. El Greco se esmeró. Tardó dos años en realizar el cuadro, pero la obra desagradó al rey porque presenta toda su atención en el instante previo al martirio: la discusión tras la que estos legionarios cristianos deciden no adorar a los ídolos paganos para preservar su fe. Y este debate no provocaba ninguna devoción al fiel. El Greco había violado la regla de oro de la estética contrarreformista: otorgar primacía al estilo sobre la iconografía, en vez de subordinar el arte a la temática religiosa.

Desahuciado por el círculo cortesano, el Greco fija, en 1582, su domicilio definitivo en Toledo. Poco después realizará la obra cumbre de su catálogo: el Entierro del Señor de Orgaz.

Una piadosa leyenda medieval inspira la temática del cuadro. En 1323 cuando muere el señor de la villa de Orgaz, bajan del cielo San Agustín y San Esteban para sepultar el cadáver. En 1586, el párroco de Santo Tomé encargaba al Greco la conmemoración del milagro. El primer gran acierto del pintor fue fragmentar horizontalmente el cuadro en dos registros. En la zona inferior San Agustín y San Esteban inhuman los restos de su benefactor toledano. A su alrededor dispone el cortejo fúnebre que acudió a la misa de réquiem, donde retrata a sus amigos intelectuales y a la nobleza local; abordando el argumento de la obra como si se tratara de un tema actual con personajes contemporáneos. En el nivel superior, dos ángeles elevan el alma del señor de Orgaz, que es recibido en la gloria por la Deesis bizantina: Cristo, la Virgen y San Juan Bautista.

Esta pieza maestra consolidó el prestigio del Greco en Toledo e inauguró una nueva etapa en su estilo. El color se va apagando, las figuras acentúan su expresividad al dislocar el pintor las proporciones y deformar las anatomías.

Las obras que pinta abarcan tres frentes: retablos y series devotas para establecimientos religiosos, retratos psicológicos de aristocracia local y paisajes de la ciudad de Toledo.

Los retablos, que el mismo Greco diseña son estructuras palladianas para enmarcar lienzos. Los altares de la Capilla de San José, del Colegio de San Bernardino, concentran sus arbitrarias visiones de la Virgen y de los santos. Complemento de estos conjuntos van a ser los Apostolados, formados por trece cuadros, presididos por el Salvador. De estos solo se conservan dos íntegros: representan figuras de medio cuerpo con rostros alucinados y miradas extraviadas.

Médicos, abogados, teólogos, humanistas, dignatarios eclesiásticos y aristócratas, desfilan por su inigualable galería de retratos. En estos personajes y en las vistas de Toledo, el Greco toma su particular pulso a la sociedad y a la topografía de su ciudad adoptiva. A los 73 años de edad muere entre admiración de muchos y la crítica de unos pocos.

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