El Decamerón: La Historia de Nastagio y el Caballero Fantasma


En Rávena, antiquísima ciudad de Romaña, vivieron muchos nobles y ricos hombres, entre los cuales destacó un joven llamado Nastagio de los Onesti, quien, tras la muerte de su padre y de un tío, heredó una inmensa fortuna. Como suele ocurrir a los jóvenes, al encontrarse soltero, se enamoró de una hija de micer Paolo Traversaro, una joven de nobleza superior a la suya. Nastagio albergaba la esperanza de conquistarla con sus acciones, pero a pesar de ser grandiosas, buenas y loables, no solo no lograban su objetivo, sino que parecían perjudicarle. La joven amada se mostraba cruel, arisca, altiva y desdeñosa, tal vez a causa de su singular hermosura o de su nobleza, de modo que ni él ni nada que él hiciera le agradaba. Esta situación era tan dolorosa para Nastagio que, en repetidas ocasiones, tras lamentarse, sintió el deseo de quitarse la vida. Sin embargo, se contuvo y se propuso dejarla por completo o, si fuera posible, odiarla como ella le odiaba a él.

Pero sus decisiones eran en vano, pues cuanto más disminuía su esperanza, más se intensificaba su amor. El joven perseveró en su amor y en sus gastos desmesurados, lo que llevó a algunos de sus amigos y parientes a temer que tanto él como su patrimonio se consumieran. Por ello, le rogaron y aconsejaron que se marchara de Rávena y viviera en otro lugar durante un tiempo, con la esperanza de que así disminuyera su amor y sus gastos. Nastagio se burló de este consejo en varias ocasiones, pero ante la insistencia, accedió a regañadientes. Hizo grandes preparativos, simulando que se dirigía a Francia, España o algún otro lugar lejano. Montado a caballo y acompañado por algunos amigos, salió de Rávena y se dirigió a un lugar llamado Chiassi, a unas tres millas de la ciudad. Allí instaló pabellones y tiendas, y comunicó a sus acompañantes que deseaba quedarse allí y que ellos regresaran a Rávena.

Una vez solo, Nastagio comenzó a disfrutar de una vida aún más lujosa y magnífica que antes, invitando a cenar y almorzar a diversos amigos y conocidos, como era su costumbre. Un viernes, cerca del inicio de mayo, con un clima excelente, Nastagio se sumió en sus pensamientos sobre su cruel amada. Ordenó a sus criados que le dejaran solo para poder reflexionar a su gusto, y se adentró en sus cavilaciones.

Transcurrida la hora quinta del día, y habiéndose internado media milla en el pinar, sin acordarse de comer ni de nada más, de repente le pareció oír un gran llanto y ayes altísimos de una mujer. Interrumpiendo sus dulces pensamientos, levantó la cabeza para investigar y se sorprendió al encontrarse en el pinar. Al mirar hacia adelante, vio a una hermosísima joven desnuda, con el cabello suelto y arañada por las ramas y las zarzas, corriendo hacia donde él se encontraba, llorando y pidiendo piedad a gritos. A sus flancos, dos grandes y feroces mastines la perseguían rabiosamente, mordiéndola cruelmente donde la alcanzaban. Detrás de ella, sobre un corcel negro, venía un caballero moreno, de rostro muy sañudo, con un estoque en la mano, amenazándola de muerte con palabras espantosas e injuriosas. Esta visión despertó en Nastagio asombro, espanto y, finalmente, piedad por la desventurada mujer, lo que le impulsó a intentar librarla de tal angustia y muerte, si fuera posible. Al encontrarse sin armas, tomó una rama de un árbol a modo de bastón y se dispuso a enfrentarse a los perros y al caballero.

El caballero, al verlo, le gritó desde lejos:

-Nastagio, no te molestes, deja que los perros y yo hagamos lo que esta mala mujer merece.

Al decir esto, los perros sujetaron a la joven por los flancos, y el caballero, alcanzándolos, desmontó del caballo. Nastagio se acercó y le dijo:

-No sé quién eres tú que me conoces, pero te digo que es una gran vileza para un caballero armado querer matar a una mujer desnuda y haberle echado los perros como si fuera una bestia salvaje. Ciertamente, la defenderé en lo que pueda.

El caballero respondió:

-Nastagio, yo fui de la misma ciudad que tú, y eras aún un niño cuando yo, llamado micer Guido de los Anastagi, estaba mucho más enamorado de esta mujer de lo que tú lo estás ahora de la de los Traversari. Por su fiereza y crueldad, mi desgracia fue tal que un día, con este estoque que ves en mi mano, me maté desesperado, y estoy condenado a las penas eternas. Poco después, ella, que se alegró desmesuradamente con mi muerte, también murió. Por el pecado de su crueldad y la alegría que sintió con mis tormentos, sin arrepentirse, fue condenada a las penas del infierno. Al descender allí, este fue el castigo que se nos impuso: ella huir delante, y yo, que tanto la amé, seguirla como a mortal enemiga, no como a mujer amada. Cada vez que la alcanzo, la mato con este estoque con el que me quité la vida, le abro la espalda y le arranco del cuerpo el corazón duro y frío donde nunca pudieron entrar el amor ni la piedad, junto con las demás entrañas, y se las doy de comer a estos perros. Poco después, por la justicia y el poder de Dios, ella resucita como si nada hubiera pasado y comienza de nuevo la dolorosa fuga, y los perros y yo la seguimos. Todos los viernes, a esta hora, la alcanzo aquí y hago el destrozo que verás. Los demás días no descansamos, sino que la alcanzo en otros lugares donde ella cruelmente pensó y obró contra mí. Así, de amante me he convertido en su enemigo y debo seguirla de esta guisa durante tantos meses como ella fue cruel enemiga. Déjame, pues, ejecutar la justicia divina y no te opongas a lo que no podrías vencer.

Nastagio, al oír estas palabras, sintió un gran temor y se le erizó el cabello. Retrocediendo y mirando a la mísera joven, esperó lleno de pavor lo que iba a hacer el caballero. Este, tras su explicación, se abalanzó sobre la joven como un perro rabioso, y con el estoque en la mano, la atravesó por el pecho. La joven cayó boca abajo, llorando y gritando. El caballero, sacando un cuchillo, le abrió los costados y arrojó el corazón y las demás entrañas a los dos mastines, que las devoraron hambrientos. Poco después, la joven se levantó súbitamente, como si nada hubiera pasado, y comenzó a huir hacia el mar, perseguida por los perros y el caballero, que montó de nuevo a caballo y la siguió. En poco tiempo, se alejaron de la vista de Nastagio.

Tras presenciar estas escenas, Nastagio quedó largo rato entre la piedad y el temor. Luego, pensó que este suceso podría serle de gran ayuda, ya que ocurría todos los viernes. Marcó el lugar y regresó con sus criados. Más tarde, convocó a muchos de sus parientes y amigos y les dijo:

-Muchas veces me habéis animado a que deje de amar a esta enemiga mía y ponga fin a mis gastos. Estoy dispuesto a hacerlo si me concedéis una gracia: que el próximo viernes hagáis que micer Paolo Traversari, su mujer, su hija y todas las damas parientes suyas, y otras que os parezca, vengan a almorzar conmigo. Lo que quiero con esto lo veréis entonces.

A sus amigos y parientes les pareció una petición fácil de cumplir y se lo prometieron. De vuelta en Rávena, invitaron a quienes Nastagio deseaba, y aunque fue difícil convencer a la joven amada por Nastagio, finalmente acudió junto con las demás.

Nastagio preparó una comida magnífica e hizo colocar la mesa bajo los pinos del pinar que rodeaba el lugar donde había presenciado el destrozo de la mujer cruel. Dispuso a los comensales de manera que la joven amada quedara sentada frente al lugar donde debía ocurrir el suceso. Cuando llegó el último plato, el alboroto desesperado de la joven perseguida comenzó a oírse, causando asombro y preguntas entre los presentes. Al ponerse todos de pie para investigar, vieron a la doliente joven, al caballero y a los perros, que en poco tiempo aparecieron entre ellos.

Se produjo un gran alboroto contra los perros y el caballero, y muchos intentaron ayudar a la joven. Pero el caballero, hablándoles como había hablado a Nastagio, no solo los hizo retroceder, sino que a todos espantó y llenó de maravilla. Al repetir lo que había hecho la vez anterior, todas las mujeres presentes, muchas de ellas parientes de la doliente joven y del caballero, y que recordaban el amor y la muerte de este, lloraron miserablemente como si aquello les estuviera ocurriendo a ellas mismas. Al llegar el suceso a su término y desaparecer la mujer y el caballero, los presentes comenzaron a discutir lo que habían visto. Pero la más impresionada fue la joven amada por Nastagio, quien, tras haber visto y oído todo con claridad, y sabiendo que tales cosas le concernían más que a nadie allí presente, comenzó a pensar en la crueldad que siempre había mostrado hacia Nastagio, y le pareció que ya huía delante de él, airado, y que llevaba a los flancos a los mastines.

El miedo que sintió fue tan grande que, para evitar que le sucediera a ella, aprovechó la misma noche para enviar secretamente a una fiel camarera a Nastagio, rogándole que le complaciera ir a verla, pues estaba dispuesta a hacer todo lo que le agradase. Nastagio respondió que le era muy grato, pero que, si le placía, quería su placer con honor, es decir, tomándola como esposa.

La joven, que sabía que solo dependía de ella ser la esposa de Nastagio, le hizo decir que le placía. Siendo ella misma mensajera, comunicó a su padre y a su madre que deseaba casarse con Nastagio, lo que les complació enormemente. El domingo siguiente, Nastagio se casó con ella y, tras celebrar las bodas, vivieron felices durante mucho tiempo. Este susto no solo trajo este bien, sino que todas las mujeres de Rávena sintieron tanto miedo que, a partir de entonces, fueron más dóciles a los deseos de los hombres de lo que lo habían sido antes.

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