Ciencias para el Mundo Contemporáneo
Adolfo Eraso – Glaciólogo
«El hielo marino se está perdiendo rápido y de manera irreversible»
Recién llegado del Ártico sueco y de Islandia, y a punto de marchar a las islas Svalbard, Adolfo Eraso es, a sus 72 años, uno de los mayores expertos en glaciares de España. Profesor de Hidrogeología en la Fundación Gómez-Pardo (Universidad Politécnica de Madrid), ha pasado varias décadas midiendo la descarga glaciar en las regiones polares.
Ahora no tiene dudas de que el planeta se está calentando.
PREGUNTA: ¿Qué novedades trae del Ártico?
RESPUESTA: Bueno, siempre que voy noto que hay temperaturas más altas. Esta vez, por ejemplo, en el Ártico sueco, me ha sorprendido la lluvia. Antes era frecuente que al final del verano nevara, pero lo que antes era nieve es ahora lluvia. En el norte de Groenlandia están apareciendo los clásicos ríos superglaciares, que son cada vez más caudalosos.
El hielo se está perdiendo de manera muy rápida e irreversible, porque la modificación en el albedo (la relación entre la luz que llega y la que refleja una superficie) hace que el proceso se acelere exponencialmente. Otra novedad es que la Ruta del Noroeste, cerca de Canadá, ha quedado casi exenta de hielos. Realmente esto lleva ocurriendo desde los 90; ya se podía navegar, pero con rompehielos. Ahora parece que empieza a quedar abierta a barcos normales.
P: ¿Qué opina de los últimos pasos de Rusia en el Ártico?
R: Lo que están haciendo los rusos es intentar evidenciar que eso es Siberia, pero otros países también lo quieren. De hecho, EEUU tiene Alaska sólo porque le interesa que llegue al Polo Norte. En Canadá ocurre algo parecido. Hay un pueblo esquimal que está muy al norte, por encima de los 76º, que se llama Ellesmere. La Ruta del Noroeste pasa por el sur de esa isla. Yo estuve allí en 1991 hablando con el más anciano del pueblo, que tenía cincuenta y pocos, y me contó que fueron llevados allí en los años 50 desde el fondo de la Bahía de Hudson. ¡Él era el único que se acordaba! Hasta ese momento Ellesmere estaba deshabitada, pero una vez llevados los esquimales, ¡Canadá podía reclamar la Ruta del Noroeste como suya!
Carlos M. Duarte – Oceanógrafo
«La tasa de retroceso de hielo era del orden de 20 kilómetros al día»
Profesor de investigación del CSIC y presidente de la Sociedad Americana de Oceanografía y Limnología, Carlos Duarte ha dirigido este verano el proyecto ATOS en la primera expedición científica española al Ártico a bordo del buque Hespérides.
PREGUNTA: ¿Qué es lo que ha estado haciendo allí?
RESPUESTA: Teníamos por objeto evaluar el impacto de la fusión del hielo sobre el ecosistema oceánico, y en particular el impacto que tiene el vertido de los contaminantes que están acumulados en esos hielos. El Ártico es quizás la zona más contaminada del planeta, porque muchos de los contaminantes de la actividad humana acaban depositándose en los hielos que ahora se funden. Y resulta que esas sustancias tienen un efecto inhibidor en el plancton marino.
P: ¿Cómo ha visto el deshielo?
R: Hemos visto en el mismo día fundirse un bloque de hielo que sería capaz de abrir el Hespérides como una lata de sardinas. La tasa de retroceso de hielo que vimos era del orden de 20 kilómetros diarios. Hablamos de hielo marino, el que flota sobre el océano, y no del continental de Groenlandia, por ejemplo, porque eso sí que sería una catástrofe; entonces el nivel del mar aumentaría en torno a ocho metros (el hielo marino no altera el nivel del mar).
P: ¿Por qué se calienta más el Ártico que otras zonas?
R: En primer lugar, por su ubicación en el hemisferio norte, donde hay más actividad industrial. Pero también porque el Polo Norte está ocupado por un océano y el hielo está situado a nivel del mar, donde la temperatura es más alta que en las zonas continentales. También hay una entrada de aguas cálidas hacia el Ártico por el Atlántico.
P: ¿Qué opina de la carrera por el Ártico?
R: Los países no ribereños tenemos que reclamar el estatus de Patrimonio de la Humanidad de gran parte del océano Ártico. Pero tenemos a Rusia, EEUU, Canadá y Noruega, que son países a menudo reticentes a firmar convenios internacionales y que van a plantear una oposición importante a todo intento de racionalizar la gestión del Ártico.
El permafrost se derrite
La fusión del suelo helado de Siberia amenaza con liberar a la atmósfera el CO2 que ha retenido durante milenios
Duvanny Yar (Rusia) – Dmitri Soloviov / Reuters
Sergei Zimov se agacha, coge un puñado de barro espeso y oscuro y se lo acerca a la nariz. Huele como una boñiga de vaca, pero él sabe bien a qué huele exactamente. «Tiene el mismo olor que el estiércol de mamut», dice. Esto no es un simple síntoma más del calentamiento global.
Las capas de desechos animales y de otros materiales orgánicos depositados por las criaturas que vagaban por la tundra ártica se han ido quedando atrapadas durante milenios en el gélido permafrost (terreno permanentemente congelado). Ahora, el cambio climático está derritiéndolo y devolviendo a la vida a estos residuos prehistóricos criogenizados durante tanto tiempo.
Pero Zimov, un científico que lleva casi 30 años estudiando el cambio climático en el Ártico ruso, cree que si estos materiales orgánicos llegan a exponerse de nuevo al aire libre acelerarán el calentamiento global de una manera más rápida que la que contemplan incluso las proyecciones más pesimistas. «Esto nos llevará a un tipo de cambio climático imposible de parar», asegura el científico.
Cuando la materia orgánica que dejaron los mamuts y la fauna que vivió en el Pleistoceno (desde hace más de un millón de años hasta hace 10.000 años) queda expuesta al aire debido al deshielo del permafrost, asegura su teoría, los microorganismos que han estado dormidos durante miles de años vuelven a la acción. Esto emitiría, como producto de su actividad, dióxido de carbono (CO2) y metano, lo que es más grave en términos climáticos ya que causa 25 veces más calentamiento que el CO2. Según Zimov, los microorganismos van a comenzar a producir estos gases en cantidades enormes.
En Yakutia, una región situada en la esquina noreste de Siberia, el cinturón de permafrost abarca una superficie del tamaño de Alemania y Francia juntas. «Los depósitos de materia orgánica en estos suelos son tan gigantescos que dejarían enanas a las reservas de petróleo», dice Zimov.
El departamento de estadística de Estados Unidos dice que la Humanidad emite alrededor de 7.000 millones de toneladas de carbono cada año. «Las áreas de permafrost contienen 500.000 millones de toneladas que podrían convertirse rápidamente en gases de efecto invernadero», advierte Zimov. «Si no se paran las emisiones de estos gases a la atmósfera, el Protocolo de Kioto no tendrá más sentido que un diálogo de parvulario».
Puede resultar fácil descartar las ideas de un hombre de 52 años, con barba blanca y el pelo alborotado, como las de un alarmista excéntrico. Pero su teoría está llamando la atención de la comunidad científica. «Hay bastante de verdad en ello», asegura Julian Murton, miembro de la Asociación Internacional del Permafrost. «Los niveles de metano y de dióxido de carbono se incrementarán como resultado de la degradación del permafrost«.
Un informe de Naciones Unidas lanzado en junio dice que aún no hay signos de un derretimiento masivo de esta capa helada que pueda acelerar el cambio climático, pero admite que existe una amenaza potencial. «Se estima que las capas superiores del permafrost contienen más carbono orgánico del que hay actualmente en la atmósfera», dice el informe. «Su deshielo provoca la liberación de ese carbono en forma de gases de efecto invernadero que resultará en una retroalimentación positiva del calentamiento global».
Zimov es investigador principal en la estación noreste de la Academia Rusa de Ciencias, a ocho husos horarios de distancia de Moscú. En Duvanny Yar el fenómeno que describe Zimov en sus conferencias se puede comprobar de primera mano. Por doquier, los lugares que 10 años atrás eran sólo tundra vacía están ahora punteados por lagos, como resultado de la fusión del hielo perpetuo. Y estos lagos bullen de metano.
Muy pocas personas viven o visitan estos lugares salvajes, así que parecería que lo que ocurre en este paisaje no debería preocupar a la gente del otro extremo del globo. Pero Zimov avisa que, en pocos años, el efecto que tiene en la atmósfera la fusión del permafrost de Siberia estará causando un impacto directo en sus vidas.
«El paisaje de Siberia está cambiando», dice, «pero al final, los problemas locales del norte se convertirán inevitablemente en los problemas del sur de Rusia, del Amazonas o de Holanda».
El aumento de las temperaturas hace accesible la riqueza energética del Ártico
ENERGÍA | Rusia y Noruega firman un acuerdo sobre su soberanía
- Hasta hace poco, el hielo impedía explotar los recursos del Ártico
- El cambio climático hará posible extraer gas, petróleo y metales preciosos
- El hielo marino del Ártico es clave para regular el clima mundial
- Los científicos advierten que la capa de hielo es cada vez menor
Teresa Guerrero | Europa Press | Madrid
Actualizado viernes 17/09/2010
Hasta hace muy poco, el hielo impedía explotar la extraordinaria riqueza energética y mineral del Océano Ártico. Sin embargo, el deshielo provocado por el aumento de las temperaturas va a hacer posible lo que durante muchos años era impensable: extraer gas, petróleo y metales preciosos, así como navegar por rutas que históricamente han estado congeladas. Quizás sea esta la razón por la que, tras 40 años de disputa, Rusia y Noruega han decidido que ya era hora de resolver el conflicto por la soberanía de esta zona rica en combustibles fósiles.
El tratado firmado este miércoles pone fin al enfrentamiento entre estos dos países bañados por las aguas del océano helado y abre la puerta a la explotación de sus recursos. Sin embargo, no son los únicos países involucrados en el conflicto. Canadá, EEUU y Dinamarca también reclaman parte de este territorio que, a diferencia de la Antártida, no está protegido.
Que el Ártico será muy pronto accesible lo ha demostrado recientemente la empresa británica Cairn Energy. Para disgusto de los ecologistas, este verano comenzó a abrir pozos en Groenlandia. A finales de agosto anunció el hallazgo de gas y petróleo, una noticia a la que la organización Greenpeace respondió con una acción de protesta que logró frenar temporalmente la extracción de gas.
Creciente deshielo
El Océano Ártico está cubierto por una capa dinámica de hielo marino. Crece cada invierno y disminuye en verano, debido al aumento de las temperaturas, de manera que su mínimo anual suele registrarse en septiembre. Este año alcanzó su punto mínimo el pasado día 10, según acaba de informar el Centro Nacional de Datos de la Nieve y del Hielo de EEUU. Se trata del tercer nivel de hielo más bajo desde 1979, el año en el que la NASA empezó a realizar mediciones vía satélite. 2007 sigue ostentando el récord.
En una imagen difundida el pasado 3 de septiembre por el satélite de la NASA Aqua 3, se observa toda la costa norte de Rusia transitable, lo que facilitaría la apertura de la deseada ruta marítima desde Europa a China a través del Ártico. El interés comercial de esta nueva ruta es evidente ya que el sector del transporte de mercancías ahorraría mucho tiempo y dinero.
Regulador del clima mundial
En la misma línea, un estudio hecho público hace unos días por el Instituto Alfred Wagner de Investigación Polar y Marina (AWI) advierte del aumento gradual del deshielo debido al calentamiento global. Según las mediciones llevadas a cabo por este centro, el registro de este año es el tercer peor dato desde 1972.
El hielo marino del Ártico es clave para regular el clima mundial, pues enfría el planeta al reflejar la luz solar hacia el espacio. Asimismo, influye en la circulación oceánica mediante la conversión de las cálidas aguas del Pacífico que fluyen hacia el Ártico en agua fría, más salada, que después desemboca en el Atlántico.
Por ello, los científicos han mostrado su preocupación por la rápida disminución de la capa de hielo registrada durante los últimos años. Las regiones polares son particularmente sensibles a los efectos del cambio climático, pero las consecuencias podrían afectar a todo el planeta.
El Efecto de los Aerosoles en la Atmósfera
Datos interesantes sobre el desarrollo de los aerosoles y sus efectos
Por Bernardo Aguilar
El término aerosol es utilizado científicamente para designar una suspensión de sólidos finos o pequeñas gotas en un gas. El humo, en contraste, es una suspensión de partículas sólidas en un gas. En un sentido común, el término es utilizado para referirse a los spray que vienen en lata.
El origen del término es: materia que flota suspendida en el aire. Un aerosol puede provenir de fuentes naturales (como el caso del polvo y las emisiones volcánicas) o antropogénicas (sulfatos, nitratos y diversos tipos de carbón).
En los últimos tiempos, la mayor atención a los impactos ambientales de los aerosoles antropogénicos se concentró en los efectos de los clorofluorocarbonos (CFC) sobre la capa de ozono en la atmósfera. Éstos se utilizaban desde 1928 en refrigerantes y aerosoles. En 1974 se publicó un importante estudio científico de Molina y Rowland que documentó cómo los CFC destruyen el ozono. Estudios posteriores estimaron que los CFC reducirían la capa de ozono en un 7% en 60 años. Estos estudios motivaron a los EEUU a prohibir el uso de los CFC en los aerosoles en 1978.
Sin embargo, no es sino hasta 1985 cuando los estudios científicos publicados en la revista Nature muestran que los niveles de ozono en la Antártica habían caído a niveles alarmantes. Los observadores de la NASA descubren entonces un agujero en la capa de ozono en la Antártica. Estudios científicos posteriores han acreditado no sólo la existencia del agujero sino la reducción global de la capa de ozono en la atmósfera.
En 1987 se firmó el más importante tratado internacional que busca la eliminación de los CFC y otras sustancias asociadas para el año 2030: El Protocolo de Montreal. El protocolo, ratificado hoy día por más del 95% de los países consumidores de CFC (191 naciones), también manda que los signatarios deban compartir la tecnología que hace posible esta eliminación.
Desde que se aprobó el tratado, los niveles de CFC y sustancias asociadas reguladas se han estabilizado o disminuido, de acuerdo con el NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica del gobierno de los EEUU). Sin embargo, el hueco en la capa de ozono no ha sido reducido hasta hoy día. Asimismo, ésta no es la única área de impacto a la atmósfera que generan los aerosoles antropogénicos. Hoy día se pone atención a otras áreas.
Los aerosoles concentrados de sustancias como la sílica, el asbesto y los particulados del diésel se encuentran muchas veces en los lugares de trabajo y pueden resultar en enfermedades como la silicosis y el pulmón negro (neumoconiosis de los carboneros). Por ello, los trabajadores que se dedican a ciertas tareas deben llevar protectores para su respiración.
Muchos de los usos de los CFC fueron reemplazados por los conocidos como hidroclorofluorocarbonos (HCFC) o hidrofluorocarbonos (HFC). Los niveles de éstos se han visto aumentados en la atmósfera. Se sostiene que éstos son, molécula por molécula, 10.000 veces más potentes como gases de efecto invernadero que el dióxido de carbono. El Protocolo de Montreal llama a la eliminación de los HCFC para el 2030, pero no impone restricciones a los HFC.
Se sostiene que los aerosoles antropogénicos, particularmente los aerosoles de sulfatos que provienen del uso de combustibles fósiles, ejercen un efecto de enfriamiento en el clima. Sin embargo, este efecto de enfriamiento no parece contrarrestar el calentamiento que es introducido por los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, el metano y el vapor de agua. Hay cierta controversia sobre este punto, pues hay literatura científica que propone que el efecto de los aerosoles sobre la atmósfera puede reducir el calentamiento global.
Estudios recientes sobre las sequías en el Sahel (la faja de sabana semitropical que es el ecosistema de transición entre el desierto del Sahara y las regiones fértiles al sur de éste, y que se extiende de oeste a este desde el Océano Atlántico hasta el Mar Rojo) y los grandes aumentos en la precipitación lluviosa sobre los Territorios del Norte, la región de Kimberley y Pilbara, y las llanuras de Nullarbor en Australia desde 1967, han llevado a algunos científicos a concluir que los aerosoles antropogénicos sobre el Sur y el Este de Asia han hecho que las lluvias tropicales se trasladen hacia el sur tanto en el hemisferio norte como en el sur.
Otros estudios recientes de reducciones severas de precipitación en el sur de Australia desde 1997 han llevado a los climatólogos a concluir que los aerosoles antropogénicos asiáticos pueden haber afectado no sólo los patrones de lluvias tropicales sino los sistemas de medias latitudes hacia el sur.
Avances europeos en el estudio de climas antiguos mediante núcleos de hielo
Europa ha ejercido un liderazgo tecnológico y científico decisivo en las actividades de perforación del hielo. Por eso hay un registro continuo de 800.000 años de historia del clima, gracias a las iniciativas como EPICA (Programa Europeo para extracción de Núcleos de Hielo en la Antártida). Este programa, financiado por la Comisión Europea y 10 agencias nacionales, ha puesto a Europa en una posición de ventaja en la investigación de núcleos de hielo, en la que se emplean tecnologías de perforación especialmente diseñadas para obtener secuencias continuas de núcleos de hielo de hasta 3,8 kilómetros de longitud. El principio del uso de núcleos de hielo es sencillo. La nieve cae en Groenlandia y en la Antártida, pero las condiciones allí son demasiado frías y no se derrite. En la mayoría de los lugares, el movimiento glacial la acaba desplazando, pero es posible encontrar áreas donde la nieve se ha acumulado durante cientos de miles de años, convirtiéndose en hielo bajo el peso de las nuevas nevadas que le caen encima. Perforando en este hielo y extrayendo un núcleo del mismo, éste revela claramente el pasado en una secuencia de milenios. Aún mejor, el hielo contiene información sobre el pasado. Por ejemplo, burbujas de aire atrapadas que pueden ser analizadas para revelar la composición de la atmósfera antigua. Las capas de ceniza revelan las erupciones volcánicas antiguas. Y la proporción de diferentes isótopos de oxígeno en el hielo es un termómetro virtual que nos informa sobre las temperaturas del pasado. Cuanta más cantidad hay del isótopo más ligero, el oxígeno 16, más frío era el clima. Las burbujas de aire permiten medir cuánto metano y dióxido de carbono había en el aire cuando las nieves se precipitaron. Éstos, sobre todo el dióxido de carbono, son los gases de efecto invernadero principales en la atmósfera de la Tierra. Es evidente que ahora están en su período de mayor abundancia desde hace centenares de miles de años. Esta línea de investigación ha recibido un impulso extra gracias al establecimiento del actual Año Polar Internacional. Recientemente se ha iniciado un nuevo proyecto llamado NEEM para investigar el Período Eemiense en la historia de la Tierra. Este cálido período de hace aproximadamente entre 130.000 y 115.000 años comparte similitudes con el escenario previsto para un futuro no muy lejano de una Tierra bajo el efecto invernadero, y tenía niveles del mar aproximadamente 7 metros más altos que los que observamos hoy. Por su parte, uno de los objetivos del IPICS es encontrar el hielo más viejo de Groenlandia, probablemente en el noroeste de la isla, para que se pueda obtener una comparación clara entre las crónicas extraídas del hielo ártico y las del hielo antártico en la historia de la Tierra. Los investigadores tienen poca duda sobre el mensaje global de los núcleos de hielo. Las concentraciones crecientes del gas de efecto invernadero elevan la temperatura de la Tierra de una manera muy directa y preocupante.
Cinco ideas para enfriar el planeta
Mónica Salomone | El País Semanal – 18/01/2009
El casco negro de un enorme buque se adentra por el hielo y el silencio antárticos. En su interior, una cincuentena de investigadores trabaja en laboratorios y bodegas. Buscan respuestas para paliar uno de los mayores problemas a que se enfrenta la humanidad: el calentamiento del planeta. Buscan una forma de enfriar la Tierra.
¿Es tal vez el grandilocuente argumento de una película pretenciosa? Si lo fuera, se ajustaría muy bien a lo que están haciendo ahora mismo científicos de hasta cinco nacionalidades, incluidos españoles, en el proyecto Lohafex. Lo cierto es que el clima de la Tierra está cambiando por la acción del hombre. Es un proceso puesto en marcha sin querer, por así decir, y hasta ahora los esfuerzos se han concentrado en conocerlo mejor y en tratar de frenarlo tocando el mismo botón que lo desencadenó, esto es, la emisión de gases de efecto invernadero. Pero últimamente gana fuerza otra forma de pensar: si hemos logrado calentar el planeta de forma no deliberada, ¿por qué no enfriarlo a propósito? Renunciemos ya al obsoleto sueño de un clima natural y tomemos por fin el mando del termostato. Hagamos geoingeniería.
Sólo que… no es tan sencillo. Uno de los motivos es que algunas ideas anticalentamiento que no pasan por reducir emisiones de dióxido de carbono (CO2) son tan sofisticadas que parecen salidas de un cómic de superhéroes. Por ejemplo, lanzar al espacio 16 billones de pequeños discos que den sombra al planeta o llenar las nubes de sal marina… La Tierra sería un tecnoplaneta de ciencia ficción. Pero la complejidad de la geoingeniería tiene que ver sobre todo con lo que advierte el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC): estas propuestas son «muy especulativas y con el riesgo de desconocidos efectos secundarios».
La primera pega es el desconocimiento. ¿Y si acabara siendo peor el remedio? Otros temen que la geoingeniería sea un falso parche que desvíe la atención de lo importante, que es emitir menos CO2. La sociedad adicta a los combustibles fósiles se comporta «como un yonqui buscando nuevas estrategias para robar a sus hijos», dice Meinrat Andreae, científico atmosférico del Instituto Max Planck para Química, en Mainz (Alemania). Pero los partidarios de tomarse en serio la geoingeniería tienen una respuesta contundente para eso, como el premio Nobel Paul Crutzen: «Hasta ahora, los intentos [de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero] han tenido muy poco éxito». Ha sido su prestigio, premiado en 1995 por alertar sobre el agujero de ozono en la atmósfera, el que ha introducido la geoingeniería en el debate científico. Pese a todas las críticas, cada vez más expertos apuestan por analizar su viabilidad.
- Abonar el plancton
El buque de casco negro que penetra en los hielos es el Polarstern, alemán, el mayor de Europa para investigación oceanográfica. Desde este mes, y durante diez semanas, estará en la Antártida dedicado a Lohafex, la mayor campaña desarrollada hasta ahora para estudiar si haciendo proliferar el fitoplancton se logra absorber de la atmósfera cantidades importantes de dióxido de carbono. El fitoplancton, como cualquier planta, consigue su carbono del CO2 del aire en la fotosíntesis.
¿Cómo se estimula el crecimiento del plancton? Abonándolo. Añadiendo al agua micronutrientes, en concreto partículas de hierro. En Lohafex –loha es hierro en hindi-, financiada con cuatro millones de euros por India, se lanzarán 20 toneladas de hierro en 2.500 kilómetros cuadrados de océano. No es la primera vez que se hace algo así. Pero la docena de fertilizaciones experimentales hechas hasta ahora no han dado resultados concluyentes: el fitoplancton sí crece, pero no está claro si el carbono acaba donde quieren los investigadores, en el fondo del océano, en vez de ser reemitido a la atmósfera. Tampoco se sabe qué ocurriría si se añadiera más hierro de la cuenta, ni el efecto sobre los demás eslabones del ecosistema, como el krill (crustáceos diminutos que comen fitoplancton) o las ballenas (que comen krill). Lohafex cubre más superficie, dura más tiempo y analiza más aspectos que los experimentos anteriores. Por eso «se espera que dé respuestas bastante concluyentes», explica Antonio Tovar, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA), en Mallorca, uno de los españoles que participan en Lohafex.
«Por supuesto, nos encantaría que el resultado fuera positivo. Reducir el CO2 de la atmósfera es prioritario», dice Tovar. Pero, dadas las incertidumbres actuales, considera del todo descabellado que compañías como las estadounidenses Planktos o Climos planeen ya ofertar la fertilización de plancton a compañías deseosas de pagar por compensar sus emisiones de CO2. A Planktos y Climos ya les llaman «piratas del carbono».
- Simular una erupción volcánica
La erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, en 1991 introdujo de golpe en la estratosfera 20 millones de toneladas de dióxido de azufre. Las partículas, entre otros efectos, evitaron que parte de la energía del Sol llegara a la Tierra y, como resultado, la temperatura media del planeta bajó ligeramente. Para Paul Crutzen y otros, esa erupción fue un experimento natural del que se puede aprender. La propuesta consiste en inyectar periódicamente en la estratosfera, preferentemente mediante globos, millones de toneladas de partículas de dióxido de azufre.
¿Una macrocontaminación deliberada? Sí, pero Crutzen recuerda que ya por quemar combustibles fósiles emitimos más de 50 millones de toneladas de dióxido de azufre, con el agravante de que esas partículas están en las capas bajas de la atmósfera y, por tanto, las respiramos: matan nada menos que a medio millón de personas al año, según la Organización Mundial de la Salud. ¿No es mejor inyectar las partículas en la estratosfera, donde enfrían el planeta sin matarnos? Su efecto refrigerador sería inmediato, mientras que el de la reducción de emisiones tardará generaciones en notarse. Crutzen viene a decir que, en caso de emergencia (el colapso del hielo en Groenlandia, por ejemplo), el dióxido de azufre puede ser un alivio.
Pero hay inconvenientes. El enfriamiento no sería regular (los trópicos se enfriarían más que los polos, justo donde más falta hace). Y podría cambiar el patrón de lluvias incluso en zonas alejadas de donde se inyectaran las partículas: ¿qué pasaría si un país decidiera proteger su clima sin importarle que otros pagaran las consecuencias? Pero lo más grave, seguramente, es que el dióxido de azufre retrasaría en muchas décadas la curación de la capa de ozono.
- Nubes más brillantes
La cantidad de luz solar que las nubes devuelven al espacio depende de la superficie de las gotas que forman la nube. Muchas gotas pequeñas ofrecen más superficie que pocas gotas grandes. Por eso lo que proponen los británicos John Latham y Stephen Salter es regar las nubes con agua de mar para que acaben formándose innumerables gotitas en torno a los granos de sal. ¿Cómo hacerlo? Con una flota de varios miles de barcos fantasma surcando los mares constantemente: algo así como catamaranes no tripulados y guiados por satélite, equipados con altos cilindros giratorios que hacen las veces de velas y aspersores. Las pegas: su coste, nada barato, y que no se sabe realmente cuánto aumentaría la reflexión de las nubes.
- Una macrosombrilla espacial
La propuesta tecnológicamente más sofisticada la lanzó el prestigioso astrofísico Roger Angel, de la Universidad de Arizona, hace dos años: colocar en el espacio, concretamente en un punto a 1,85 millones de kilómetros de la Tierra, nada menos que 16 billones (millones de millones) de finísimos discos de silicio que formarían una gigantesca sombrilla planetaria. Los discos se dispondrían en un enjambre que, desde esa distancia, daría sombra a toda la Tierra sin contaminar. Cada disco tendría un pequeño espejo que actuaría de vela solar; además, habría satélites pastoreando la nube.
No haría falta montajes en el espacio, ni ningún astronauta: los discos serían lanzados en paquetes, y una vez en su destino serían esparcidos automáticamente como los naipes de una baraja. Pero eso no elimina los obstáculos. Se tardaría casi un siglo en fabricar tantos discos, y Angel estima un coste de cinco billones (millones de millones) de dólares.
- Secuestrar carbono
Capturar el dióxido de carbono que emite una única central y almacenarlo puede que no sea geoingeniería propiamente dicha. Pero hacerlo con todas las centrales del planeta sí que supone una transformación sustancial de la Tierra; según algunas estimaciones, habría que gestionar al menos tanto dióxido de carbono como petróleo se consume. ¿Dónde meterlo de forma segura, y con garantías de que no saldrá de nuevo? La petrolera noruega Statoil ha inyectado ya 10 millones de toneladas métricas de CO2 bajo el fondo del mar del Norte a lo largo de 12 años.
Aun así, hay que buscar más opciones. Una es llenar con CO2 los yacimientos de petróleo ya agotados. Otra, clasificable entre las más exóticas, es depositar el CO2 en las zonas más profundas del océano, donde las altas presiones lo convertirían en líquido y lo mantendrían, supuestamente, confinado. Nadie conoce los efectos de algo así sobre la vida marina. Más explorada, aunque en el laboratorio, es la idea de convertir el CO2 en piedra. Se sabe que cuando el CO2 reacciona con una roca llamada peridotita, el resultado es carbonato cálcico, piedra caliza; la peridotita es muy abundante en el manto terrestre, a 20 kilómetros de profundidad, pero aflora en algunas zonas, como el desierto de Omán, Papúa Nueva Guinea, Nueva Caledonia y las costas de Grecia y la antigua Yugoslavia. Ya hay una compañía, Petroleum Development Oman, interesada en un proyecto piloto para ver si funciona.
Lomborg se retracta
El danés ahora admite el calentamiento
Irene Sánchez – 31/08/2010
Parece que los miles de millones invertidos en la lucha contra el cambio climático ya no están en tela de juicio, y los grandes opositores a este gasto se retractan de su posición. El ambientalista danés Bjørn Lomborg hasta ahora había mantenido que el dinero invertido para combatir el calentamiento global al final caía en saco roto.
Según él, el gasto de las grandes naciones en esta lucha no iba a conseguir cambios significativos en el futuro, por ello es mucho mejor que ese dinero se invierta en otras causas como potabilizar el agua del Tercer Mundo o conservar la biodiversidad.
Para Lomborg muchas de las posturas alarmistas de políticos y científicos eran una exageración, incluso escribió un libro titulado “El ecologista escéptico” en el que explicaba el porqué de sus reticencias ante la amenaza creada en torno a la situación climática actual.
Pues su posición no era tan férrea como pensábamos, y ahora, en una entrevista publicada en el diario británico The Guardian, el danés admite que el calentamiento global es uno de los mayores problemas del planeta y una amenaza a la que debemos enfrentarnos.