El Lenguaje y el Silencio
Nivel 1: El Lenguaje como Medio
El lenguaje es un medio para comunicarnos; adensa los ámbitos, les da concreción; merced a ello, delimita las situaciones y nos permite expresarnos con precisión. Pero la función primaria del lenguaje consiste en ser el medio en el cual creamos relaciones afectivas, ámbitos de convivencia.
El lenguaje auténtico es vehículo del encuentro. Es inauténtico el lenguaje que destruye vínculos y hace imposible el encuentro.
Cada palabra, bien entendida y pronunciada, crea a su alrededor un ámbito de resonancia. La palabra auténtica se complementa con el silencio auténtico, que nos permite acoger, al mismo tiempo, diversas realidades interrelacionadas.
Al silencio auténtico se opone el silencio de mudez, propio de quien se calla porque rehuye pronunciar palabras que puedan crear ámbitos de convivencia.
En este nivel, la palabra y el silencio se oponen; forman un dilema: o hablas o te callas.
Nivel 2: Palabra y Silencio Auténticos
En este nivel, la palabra auténtica y el silencio verdadero no forman un dilema sino un contraste, es decir, se complementan. La convivencia verdadera se funda en una palabra comprometida de amor. Y esta es, por sí misma, silenciosa.
El conocimiento de las personas y el trato con ellas, la percepción de los fenómenos expresivos, la relación con el Creador y otras actividades semejantes deben realizarse con una actitud silenciosa, es decir, respetuosa y contemplativa.
Para el que persigue en su vida el ideal de la unidad y la solidaridad, guardar silencio significa: apertura a lo valioso, sencillez de espíritu, atención sinóptica a realidades y acontecimientos que abarcan mucho campo y no se revelan sino a quien les presta una acogida respetuosa.
El Conocimiento de los Valores
Si queremos conocer realmente los valores, debemos dejarnos interpelar por ellos, asumirlos activamente y llevar a cabo experiencias de participación, en las cuales convertimos los valores en nuestro principio interno de actuación. Al principio, los valores nos impresionan y luego nos apelan a convertirlos en el canon que regula nuestra actividad. Se convierten así en la fuente de una conducta bondadosa, justa, veraz y bella.
Para conocer los valores y su función en nuestra vida necesitamos:
- Descubrir lo que significan e implican el encuentro y el ideal auténtico del ser humano.
- Optar por el ideal de la unidad y convertirlo en la meta de nuestra vida.
Cuando asumimos los valores como criterios de conducta, los convertimos en virtudes.
Los valores no se conocen de forma estática, sino dinámica. Si queremos conocer de verdad un valor, debemos verlo en su génesis. Ello supone encarnarlo en nuestra vida y vivir la experiencia de ver cómo brota dicho valor y se desarrolla.
El criterio para descubrir si algo encierra valor es comprobar si nos orienta al ideal de la unidad. El descubrimiento de los valores es obra de la inteligencia impulsada por el corazón, por la capacidad de comprometernos ilusionadamente con lo más valioso: el ideal de la unidad.
Verdad
La verdad es la patentización luminosa de una realidad. La verdad es bella. La verdad, como la belleza, es el esplendor del orden.
Las realidades que denominamos «ámbitos», por ser abiertas, nos ofrecen diversas posibilidades. Al asumir activamente estas posibilidades, nos unimos profundamente a dichas realidades, entramos en su área de acción e influencia. Al participar en este campo de juego que se establece entre ellas y nosotros, las conocemos por dentro, pues se nos van revelando, dejando patente lo que son y lo que van llegando a ser para nosotros. Así participamos de su «verdad»: vivimos en su verdad y de su verdad.
La opción incondicional por el ideal de la unidad nos hace plenamente libres para configurar una vida desbordante de sentido.
Tengo la independencia propia de un «yo», pero vivo vinculado a las realidades de mi entorno vital. Esta relación vinculante forma parte de mi realidad personal, según se revela a lo largo de mi vida. Tal manifestación de mi realidad personal y sus profundas implicaciones constituye mi verdad de ser humano.
Hemos sido llamados por Dios a la existencia para realizar encuentros valiosos y completar, así, la obra de la creación. Nuestra verdad de personas —la patentización de nuestra realidad plena— radica en el amor. Venimos del amor y estamos llamados a la realización de una vida de amor oblativo.
Soy libre como persona cuando actúo conforme a las exigencias más hondas de mi verdad de persona.
La voz de mi conciencia me indica, en cada momento, cuáles son dichas exigencias, las leyes de mi desarrollo personal, la primera de las cuales es el amor. De ahí que la ley, el amor y nuestro pleno logro como personas se conecten de raíz, en tal forma que «amar es cumplir la ley entera».
Libertad
Libertad de Maniobra (Nivel 1)
Hay una forma elemental de libertad que supone la ausencia de trabas. La denominamos libertad de maniobra.
Libertad Creativa (Niveles 2 y 3)
La libertad creativa es el tipo de libertad que nos permite desligarnos de nuestros intereses egoístas y crear formas auténticas de encuentro, en las que resplandece la verdad de las realidades que se unen.
El que es capaz de ser totalmente libre actúa siempre de acuerdo con el ideal de la unidad, se libera de la reclusión egoísta en sí mismo y se vincula de modo entrañable y fiel a realidades, en principio, exteriores, pero que pueden hacérsele íntimas.
La libertad verdadera es la que logramos cuando no elegimos lo que más nos gusta, sino lo que más nos ayuda a crecer como personas. De ahí que la verdad nos permite ser auténticamente libres, con un modo de libertad creativa.
La verdad nos liga, nos «ob-liga» y, al mismo tiempo, nos libera, porque se trata de una vinculación nutricia que nos ofrece un sinfín de posibilidades. En este sentido, la verdad es fuente de libertad creativa.
Es bueno y fecundo para nosotros que nuestra libertad surja cuando somos fieles a nuestra verdad personal, que está integrada en la verdad de todo cuanto existe, sobre todo su origen y su meta, que es el Creador.
El hombre es heterónomo porque se rige por valores y normas externos; es autónomo porque los acoge libremente y los convierte en principio interno de su actividad.
Cuando el hombre acepta las normas divinas, participa de la sabiduría que creó el universo, se deja atraer por el ideal de la unidad y crea formas valiosas de encuentro, con lo cual supera de raíz la soledad.
El hombre dispone de razón, y esta le indica lo que debe hacer, pero se lo indica no porque ella promulgue la ley arbitrariamente sino porque descubre la ley de Dios inserta en la creación. La ley natural está inscrita en nuestro corazón. El reflejo de la ley natural es la voz de la conciencia.
La única garantía de que seremos libres (con libertad creativa) es el servicio de todos a la verdad, a la realidad tal como se revela a una conciencia no cegada por prejuicios o por la entrega al vértigo. Solo la verdad nos hace libres.
La moral que se basa en la verdad y, a través de ella, se abre a la auténtica libertad ofrece un servicio original, insustituible y de enorme valor no sólo para cada persona y para su crecimiento en el bien, sino también para la sociedad y su verdadero desarrollo.