El problema del conocimiento
Tras despertar del sueño dogmático Kant escribió la Crítica de la razón pura, en la que elabora una síntesis entre el dogmatismo racionalista y el escepticismo empirista. Además, realiza una crítica de la razón, es decir la somete a juicio, para estudiar la posibilidad del conocimiento. Estudiará las condiciones que hacen posible la ciencia y en especial, se pregunta si la metafísica puede ser considerada como ciencia.
Análisis de los juicios
Kant comenzará con un análisis de los juicios. En primer lugar, se detiene en los juicios analíticos a priori. Son aquellos, que tienen carácter tautológico, que no nos dan información de la realidad, puesto que el contenido del predicado está ya en el sujeto. Juicios de este tipo son: la nieve es. La verdad o falsedad de estos juicios no descansa en la experiencia. Estos juicios son universales y necesarios.
Por otra parte, observa los juicios empíricos a posteriori. Son aquellos juicios que amplían nuestro conocimiento, puesto que nos dan información sobre la realidad. La verdad o falsedad de estos juicios depende de su comprobación con la experiencia. Colón descubrió América es un juicio sintético a priori.
Ahora bien, Kant descubre que existe un tercer tipo de juicio, el juicio sintético a posteriori. Se trata de un juicio que amplía nuestro conocimiento sobre la realidad pero cuya verdad es independiente de la experiencia. Por ello son apriori, y, universales y necesarios. Un ejemplo de este tipo de juicios es: el todo es mayor que la parte.
En esta obra; Kant trata de averiguar cómo son posibles los juicios sintéticos a priori (en Matemáticas y en Física) y si son posibles en Metafísica. Para ello, comenzará analizando las distintas facultades cognoscitivas.
El conocimiento sensorial será analizado en la Estética trascendental. El sujeto al conocer mediante los sentidos capta un contenido de la realidad exterior pero es procesada a través de unas estructuras a priori (universales y necesarias, independientes de la experiencia) que son el espacio y el tiempo. Espacio y tiempo son las condiciones de posibilidad de toda experiencia y conocimiento sensible. A esa síntesis de contenido empírico y estructuras a priori le llama Kant, fenómeno. Así el conocimiento humano es fenoménico. Según Kant, nuestra mente no tiene contenido innato como mantenía el racionalismo, pero sí unas estructuras universales del conocimiento, que son las que hace que este sea posible. Por otra parte observa que conocemos según las condiciones de posibilidad que tenemos en cuanto humanos. Tal como sostenía el empirismo el conocimiento tiene un origen y unos límites. El objeto exterior según Kant es el “X ignotum” o noúmeno. Solo puede ser conocido por una intuición pura, la propia de su creador: Dios.
Posibilidad de las Matemáticas como ciencia
En la Analítica Trascendental, Kant estudia cómo se produce el conocimiento intelectual, en un primer nivel: el Entendimiento. El ser humano al entender elabora juicios a partir de: primero, unos conceptos empíricos que proceden de la experiencia y segundo, unos conceptos puros independientes de la experiencia y que son universales y necesarios, a los que llama categorías. Como vemos nuevamente el conocimiento en este nivel es fenoménico y supone una síntesis entre un contenido empírico y unas estructuras a priori. Para comprender los fenómenos necesitamos los conceptos, algo propio del Entendimiento. Kant distingue los conceptos empíricos, que proceden de la experiencia y son a posteriori, y los conceptos puros o categorías, que son a priori: las categorías (sustancia, causalidad…) no se obtienen de los datos empíricos, de la experiencia, pues pertenecen a la estructura del entendimiento. El conocimiento es posible porque aplicamos las categorías a la multiplicidad dada en la sensación, y resulta de la cooperación entre la sensibilidad y el entendimiento: la sensibilidad nos da objetos, el entendimiento los piensa; pero las categorías solamente son fuente de conocimiento aplicadas a los fenómenos y no son válidas más allá de ellos. En su estudio de la Razón Kant concluye que la Metafísica no puede ser una ciencia, pues quiere alcanzar las cosas tal y como son en sí mismas, sus objetos son transcendentes -no empíricos- (p. ej. el alma y Dios); pero la ciencia usa necesariamente las categorías y éstas sólo pueden emplearse legítimamente aplicadas a los fenómenos, a lo dado en la experiencia. La Razón busca encontrar juicios cada vez más generales, aspira a lo incondicionado, y cuando se mantiene en los límites de la experiencia, su uso es correcto y no da lugar a contradicciones; pero esa tendencia lleva a ir más allá de ella en busca de lo incondicionado: los fenómenos físicos se quieren explicar por medio de teorías metafísicas acerca del mundo, los fenómenos psíquicos de teorías metafísicas acerca del alma, y ambos fenómenos mediante teorías metafísicas acerca de una causa suprema de ambos tipos de fenómenos: Dios. «Dios», «alma» y «mundo», son tres ideas de la Razón, pero no tienen una referencia objetiva, pues no podemos conocer sus objetos.
El uso práctico de la razón (el problema de la moral)
La ética kantiana parte del «factum de la moralidad», (hecho moral), la existencia del deber: tenemos conciencia de someternos a prescripciones morales, nos sentimos obligados a hacer ciertas cosas y a evitar otras. Esta conciencia del deber es conciencia de una determinación de la voluntad con carácter universalidad y necesario. Kant quiere entender el factum de la moralidad y sus condiciones de posibilidad. Divide los principios prácticos en máximas (expresan cómo nos comportamos habitualmente dadas tales o cuales circunstancias) y mandatos o imperativos, que pueden ser hipotéticos o categóricos; los hipotéticos mandan una acción porque ésta es un buen medio para la realización de un fin, y están determinados por la inclinación. Los categóricos mandan la realización de una acción porque esa acción es buena en sí misma, y están determinados directamente por la razón. Los imperativos hipotéticos son imperativos de la habilidad cuando el fin para el cual se prescribe una acción como buena es un fin meramente posible (fin no común a todos los hombres). Los imperativos hipotéticos son imperativos de la prudencia cuando el fin es un fin real (un fin común a todos los hombres, la felicidad).
Todas las éticas anteriores a Kant eran éticas materiales, éticas que afirman la existencia de fines o bienes supremos (sea espirituales o materiales) y establecen las normas o preceptos para alcanzarlo. Pero los preceptos de toda ética material son hipotéticos, empíricos, por lo que no valen absolutamente, sino sólo de un modo condicional, como medios para conseguir un fin. Kant creerá que los imperativos hipotéticos no reflejan la auténtica experiencia moral porque ésta es sometimiento a un precepto universal y necesario, y dichos imperativos no pueden ser universales y necesarios, ni los de la habilidad ni los de la prudencia. Dado que las éticas materiales extraen su contenido de la experiencia empírica y que ésta nunca puede dar universalidad ni necesidad, dichas éticas únicamente podrían fundamentar mandatos a posteriori, particulares y contingentes, pero nunca imperativos universales y necesarios, que son los verdaderos preceptos morales, como expresa el factum de la moralidad. Además, las éticas materiales son heterónomas: un sujeto es heterónomo cuando las leyes no descansan en él mismo, cuando le vienen de fuera; las éticas materiales son heterónomas porque describen una acción como buena sólo de forma condicional, describen una acción como buena porque es un buen medio para la realización de un fin querido por el sujeto. En las acciones heterónomas el sujeto se tiene que someter a la realidad, es ésta la que impone sus condiciones; el sujeto tiene que plegarse al orden del mundo.
La ética kantiana es una ética formal: la materia del imperativo es lo mandado, la forma el grado de universalidad del imperativo. Kant afirma que una máxima describe propiamente una acción moral cuando cumple un requisito puramente formal: que pueda ser universalizable. Es autónoma: un sujeto es autónomo cuando tiene la capacidad para darse a sí mismo sus propias leyes; la ética kantiana es autónoma al afirmar que sólo las acciones morales son autónomas y libres: cuando nos conducimos moralmente el fundamento de determinación de nuestra voluntad no viene de fuera, del mundo, o de la religión, sino de nosotros mismos, de nuestra conciencia, pues es nuestra razón práctica la que nos da el criterio de la conducta buena y permite la determinación de nuestra voluntad. El fundamento de las acciones buenas es el deber, no la inclinación: para que una acción sea buena no basta que sea conforme al deber, además ha de hacerse por deber. El rigorismo kantiano implica el deber por el deber, aunque vaya en contra de mi felicidad y de las personas que quiero, y el carácter universal de la bondad o maldad de una acción, universalidad que impide aceptar excepciones en la validez del imperativo categórico. Este imperativo prescribe una acción como buena de forma incondicionada, manda algo absolutamente, sin referencia a ningún propósito extrínseco. Sólo el imperativo categórico es imperativo de la moralidad. Kant dio varias formulaciones generales del imperativo categórico, entre las que destacan la “fórmula de la ley universal”, y la “fórmula del fin en sí mismo”, que ordena tratar a la humanidad, tanto propia como ajena, siempre como un fin en sí mismo.
El Idealismo Trascendental rechaza la posibilidad del conocimiento científico de Dios, el alma y la libertad, pero Kant creerá que podemos vincularnos con lo metafísico mediante la experiencia moral. Y ello a partir de los postulados de la Razón Práctica o proposiciones indemostrables pero que han de ser admitidas si se quiere entender el «factum moral»: para la razón teórica el hombre está sometido a la causalidad y necesidad natural, pero desde la razón práctica podemos defender la existencia de la libertad pues es la condición de posibilidad de la acción moral, de su valor y de la responsabilidad moral; el postulado de la libertad muestra que el hombre pertenece a dos reinos: el fenoménico, en donde todo está sometido a la causalidad, y el nouménico en donde rigen las leyes morales y la libertad. Kant llama “Sumo o Supremo Bien» a la síntesis de virtud y felicidad, y defiende que su realización es la condición de posibilidad de la moralidad; en este mundo dicha unión es imposible, luego debe existir otra vida en donde tenga cumplimiento perfecto el afán moral y la felicidad, lo cual exige que sean ciertos el postulado de la existencia de Dios y el postulado de la inmortalidad del alma. Estos postulados no se pueden demostrar científicamente, pero tienen validez subjetiva pues sirven para que tenga sentido la experiencia moral, y llevan a la fe racional: fe porque de ellos sólo cabe un convencimiento subjetivo, pero racional porque no vienen dados por urgencias de la revelación sino de la propia razón.