1. Nacimiento de la conciencia de unidad
En 1815, Italia era un conjunto geográfico y no una unidad política. Estaba compuesta por el reino de Piamonte – Cerdeña, el Lombardo – Véneto (bajo autoridad austríaca), los ducados de Parma, Módena y Toscana, los Estados Pontificios y el reino de las Dos Sicilias.
En Italia comienzan a resucitar las raíces clásicas de su pasado, las de la Roma clásica, especialmente a través de la pintura, la escultura, la novela o el teatro. Por otro lado, los liberales no tienen forma de oposición a los gobiernos austracistas, por eso se reunían en sociedades secretas, que se extenderán por toda Italia entre la burguesía y en los soldados veteranos de Napoleón.
Surge entre los intelectuales un movimiento cultural: Il Risorgimento, será el que propicie la unidad italiana. Hombres intelectuales como Giuseppe Giusti, Francisco Guerrazi, César Cantú, Luigi Farini o Carlo Troja, e idealistas y hombres de acción como Mazzini, Garibaldi o La Farina seguirán el camino del alzamiento armado, de la revolución, para lograr la unidad peninsular. Los revolucionarios se agruparon en torno a Mazzini, quien defendía la idea de colaboración entre los hombres, estando convencido de unidad del género humano. Pensaba que la sociedad mejoraría si era guiada por una idea común, una fe que le inculcase la voluntad de sacrificio. Mazzini veía como principales obstáculos en su camino a dos Estados: la Santa Sede y el Imperio austriaco. La Iglesia, según Mazzini, dificultaba el progreso social y político, y el Imperio austriaco suponía la negación del principio nacional.
Mazzini fundó dos movimientos, la Joven Italia (en Marsella en 1832) y la Joven Europa (en Berna en 1834). Reclamaba el derecho de unir a todos los italianos bajo un solo gobierno que emanase de la soberanía popular, con iguales leyes, derechos y deberes para todos, en un marco europeo de naciones fundadas sobre criterios nacionales y con sistemas políticos liberales y progresistas.
En Italia ya existían dos corrientes de pensamiento: el neogüelfismo, que aspiraba a reconciliar los ideales de catolicismo y libertas y proponía la coronación del Papa como señor temporal de una futura Italia unificada; la otra fue formulada por Cesare Balbo y Máximo D’Azeglio, quienes insistían en la independencia más que en la unidad, adjudicando a la Casa de Saboya la misión de expulsar de Italia a los austriacos y liderar el movimiento de unificación.
2. Proyectos unificadores
A finales de 1847 la idea de revolución en Italia empezó a manifestarse. La insurrección comenzó en el reino de las Dos Sicilias, donde Fernando II se resistía a cualquier cambio en su reino. Así, la población de Palermo se alzó en armas en 1848, obligando al rey a prometer la promulgación de una Constitución. Este alzamiento sirvió para extender la revolución por toda Italia: en marzo, Toscana, Piamonte – Cerdeña y los Estados Pontificios obtuvieron reformas constitucionales.
Además, la caída de Metternich en Viena provocó revueltas en Venecia y en Milán; mientras, en Módena y Parma fueron depuestos sus gobernantes, y siguió la propagación por Italia de las ideas liberales y nacionales. En este momento, Carlos Alberto de Saboya declaró la guerra al Imperio con el propósito de anexionarse Lombardía, Venecia, Parma y Módena para comenzar la unificación. Intentaba aprovechar la situación de crisis que vivía el Imperio, pues la revolución francesa de 1848 se había extendido por su territorio, especialmente en los Estados alemanes y Hungría. Pero, Piamonte cayó derrotado en la batalla de Custozza (25-VII-1848) y fue obligado a firmar un armisticio por el que devolvía los territorios conquistados. Al año siguiente sería otra vez derrotado en Novara (23-III-1849), abandonando el proyecto unificador y que arrastraría a Toscana a rendirse. Ese año, Venecia, que había conseguido proclamar la República, caía derrotada en agosto, y en Nápoles Fernando II volvía al poder reconquistando Sicilia.
En Roma se veía al Papa Pío IX como el auténtico líder para llevar a cabo la unificación italiana. Las medidas de su gobierno reforzaron aún más esta reputación: reformó la Administración, dio mayor libertad de prensa, iluminó las calles con gas y aprobó la construcción del ferrocarril, y promulgó el decreto de amnistía el 17-VII-1846. Metternich, temeroso de estas acciones, ordenó la ocupación de Ferrara por la fuerza en el verano de 1847. En febrero de 1848, Pío IX concluía una alocución en la que pedía la protección divina para Italia. Los patriotas italianos vieron en estas palabras un apoyo a la guerra que libraban con Austria; pero Pío IX no se posicionó con ningún bando, pues ambos eran ejércitos católicos. Para Mazzini y los neogüelfos, esta posición en base a sus obligaciones religiosas le dificultaba seguir al frente de la soberanía en beneficio de Italia. Entonces Mazzini se convirtió en el hombre fuerte de Roma y Pío IX en un traidor.
En noviembre de 1848 estalló la revuelta en Roma por el asesinato de Pellegrino Rossi, jefe del gobierno. Los revolucionarios asediaron el Quirinal y el Papa pudo escapar al reino de las Dos Sicilias. Los revolucionarios formaron un gobierno provisional que convocó Asamblea Constituyente que debía redactar una Constitución y proclamar la República romana, que estaría gobernada por un triunvirato formado por Mazzini, Armellini y Saffi. Pero en abril de 1849, el desembarco de un ejército franco-español en Civittavecchia y la derrota del ejército romano, restauraba en el poder al Papa, con el apoyo de Napoleón Bonaparte. La República de Roma fue el último estertor del sueño de 1848 en Italia; pero los grupos nacionalistas volvieron a agruparse y a reorganizarse con el objetivo de hacer la revolución que unificase Italia.
3. El protagonismo de Cavour (1849-1859)
El fracaso de los neogüelfos de instaurar en el poder de Italia al Papa Pío IX y de los partidarios de Mazzini tras la revolución de 1848 y sus consecuencias llevaron a que la Casa de Saboya quedara como la única capaz de aglutinar y dirigir el movimiento nacionalista italiano. La abdicación de Carlos Alberto tras la derrota en Novara hará que suba al trono su hijo Víctor Manuel II.
En los primeros años de su reinado, será ministro de Agricultura y Comercio Camilo Benso, conde de Cavour, que en noviembre de 1852 formó su primer gobierno. Rápidamente estableció reformas, como una nueva legislación eclesiástica, procediendo a la modernización del Piamonte con medidas económicas e industriales acordes con la revolución industrial, lo que hizo que se viese a los Saboya capaces de realizar la unificación política y, además, económica. Cavour era antiaustriaco, pero consciente de la dinámica de la política internacional, por lo que reunió alrededor de la monarquía saboyana las fuerzas partidarias de la unificación que estaban dispersas por Italia: los nacionalistas del Lombardo – Véneto sobre todo. Así, en 1856 se creó la Società Nazionale, que aglutinó a todos los revolucionarios italianos: republicanos, liberales toscanos, desterrados napolitanos y sicilianos, o figuras como La Farina o Garibaldi. De esta forma, la causa nacionalista se extendió por Italia, teniendo como cabeza del proyecto a los Saboya.
Cavour entendió que la causa italiana tenía que tener un trasfondo internacional para plantear sus reivindicaciones entre las potencias europeas. Tras la guerra de Crimea (1853-1856) en la que participó un ejército piamontés, en las negociaciones de paz en París, Piamonte consiguió establecer las reivindicaciones de los italianos de formar una sola nación. Piamonte encontró su valedor en Napoleón III, ansioso por romper el sistema del Congreso de Viena y convertirse en potencia de primera fila, y que vio la causa italiana en la oportunidad de llevar adelante sus propósitos. Así, en febrero de 1858, Napoleón III hizo saber a Víctor Manuel II que, en caso de guerra contra Austria, Francia intervendría a favor del Piamonte. Esta promesa se ratificó en la Conferencia de Plombières (21-VII-1858) entre Napoleón III y Cavour. Pero, la necesidad de Napoleón III de contentar a los católicos franceses, hacía que Francia estableciera un modelo de unidad italiana que chocaba con las aspiraciones de Cavour. La Conferencia lo que hizo fue establecer unas pautas de actuación común y de objetivos y beneficios a conseguir.
Napoleón III quería establecer una federación italiana de cuatro reinos presidida por el Papa: Alta Italia (Piamonte, Lombardía y Véneto), Italia Central (Toscana, Parma y Módena), Estados Pontificios y las Dos Sicilias. A cambio, Francia conseguiría Saboya y Niza y que Italia se convirtiese en un Estado satélite de Francia. Así se firmó la alianza entre Francia y los Saboya.
Cavour procedió a la reorganización del ejército piamontés, creando una nueva unidad militar, los Cazadores de los Alpes, liderados por Garibaldi. Y Saboya aglutinaría a todas las fuerzas revolucionarias en la guerra contra Austria.
4. El proceso unificador
– Primera Fase: Incorporación de Lombardía y ducados centrales a la Casa de Saboya (1859-1860)
El 23 de abril de 1859 Austria declara la guerra al Piamonte por las intenciones de éste de expulsar a los austriacos de Italia. Los primeros compases de la guerra son favorables al ejército franco-piamontés que conseguían las victorias en las batallas de Magenta y Solferino. Pero Napoleón III rompió la alianza con Piamonte porque temía la pérdida del apoyo de los católicos franceses. De este modo, se firma la Paz de Villafranca entre Francia, Piamonte y Austria, a espaldas de Cavour, por la que Lombardía es cedida a Francia que, a su vez, se la cede al Piamonte, a cambio de que fuesen restituidos en sus tronos los duques depuestos y que el Papa recobrase el control temporal sobre su Estado. Tras esta acción política de Víctor Manuel II, Cavour decide dimitir de su cargo.
Las insurrecciones de los ducados centrales fueron lideradas por Garibaldi, que deciden unirse al Piamonte tras la celebración de un plebiscito en los ducados de Parma, Toscana, Módena y Lucca, aceptando a Víctor Manuel II como su rey. Cavour regresó a su cargo y consiguió que Napoleón III aceptase la nueva situación en Italia a cambio de la cesión de Niza y Saboya, como se estableció en el Tratado de Turín (1860).
– Segunda Fase: Anexión del Sur de Italia (1860)
Garibaldi decide formar el Partido de la Acción, más conocido como camisas rojas, e intervenir en el Piamonte, desafiando a Víctor Manuel II, con la intención de ocupar Niza rápidamente para impedir el plebiscito que decidiría su incorporación o no a Francia. Pero, decidió dirigirse a Sicilia, con el pretexto de la revuelta antidinástica que se vivía en la isla. Para ello pidió ayuda al Piamonte, que se negó a dársela. Garibaldi consigue tomar la isla y se proclama Dictador, en nombre de Víctor Manuel II. De Sicilia pasó a Calabria y derrotó a los napolitanos, convirtiéndose también en Dictador de Nápoles. Para Cavour, la solución estaba en tomar Nápoles y quitar a Garibaldi, el cual estaba acumulando mucho poder; pero tiene que atravesar los Estados Pontificios, arriesgándose a provocar una guerra civil.
Pero, la rebelión en los Estados Pontificios permitió el paso del ejército de Víctor Manuel II y la unión con el de Garibaldi, que entregaba los territorios conquistados al rey. El resultado de los plebiscitos realizados en estos territorios ratificó la adhesión de las Dos Sicilias, Umbría y las Marcas al reino de Piamonte.
En la Cámara de Diputados establecida tras las elecciones generales de 1859 se proclamó el nacimiento del reino de Italia y a Víctor Manuel II rey de Italia (1861).
– Tercera Fase: Incorporación del Véneto (1866)
El gobierno italiano se alió con Prusia en la Guerra de las Siete Semanas entre Austria y Prusia. En esta guerra, Austria derrota a los italianos en la batalla de Custozza y la flota de Víctor Manuel II queda destruida en Lissa. Se produce la derrota de Francia en Sedán frente a Austria. Así, se llega a la Paz de Praga, donde el emperador Francisco José consigue el Véneto, que se lo entrega a Francia, que tras un plebiscito, se lo entrega a Italia. Víctor Manuel II se vio obligado a renunciar a la única conquista realizada en la guerra, el Tirol. A pesar de la obtención del Véneto y el reconocimiento austriaco del reino de Italia, la guerra se consideró un fracaso dado su excesivo coste y la crisis de confianza que se produjo en relación con el ejército italiano y el propio rey.
– Cuarta Fase: Ocupación de los Estados Pontificios (1870)
La ocupación total de los Estados Pontificios tuvo su causa en la insistencia de Garibaldi de conquistar Roma. Después de la Guerra de las Siete Semanas, Garibaldi seguía con su intención de ocupar Roma. Ante ello, los franceses acudieron en ayuda del Papa, venciendo en 1867 en la batalla de Mentana a Garibaldi, que fue apresado y desterrado a la isla de Caprera por los piamonteses, aunque volvería años después a la escena política de la ya unificada Italia.
En 1870, Napoleón III capituló en Sedán tras la guerra franco-prusiana, por lo que tuvo que retirar sus tropas de Roma. Víctor Manuel II entra de esta forma en Roma. Unos meses después de se promulgó la Ley de Garantías (marzo de 1871) para regular las relaciones del Papa con el reino de Italia y por la que se confinaban a los futuros Papas al gobierno solamente sobre el Vaticano. Un plebiscito ratificó la anexión a Italia del Lacio. El 1-VIII-1871, Roma se convertía en la capital de la unificada Italia. Sólo quedaron fuera del nuevo Estado nacional los territorios del Trentino, el Tirol y Trieste.