El Quattrocento, término que designa al siglo XV en italiano, también se usa para referirse al arte producido en Italia durante este periodo, conocido como el primer Renacimiento. Este movimiento, que tuvo como epicentro a Florencia, surge en Italia a pesar de su fragmentación en pequeños estados rivales y no en otras regiones de Europa con economías similares, como Flandes. Este dinamismo único en Italia se debió a diversos factores:
La burguesía italiana, pionera en las primeras organizaciones bancarias europeas, jugó un papel crucial desde finales del siglo XI al financiar y facilitar el transporte en las cruzadas. Esto abrió nuevas rutas comerciales hacia Oriente, lo que impulsó su economía.
La idea de libre competencia prevaleció sobre el proteccionismo gremial, reduciendo la influencia de los gremios y favoreciendo el desarrollo económico.
Los grandes burgueses italianos aplicaron métodos racionales en la explotación, producción e inversión, un enfoque que también influyó en el ámbito artístico.
El Renacimiento integró el naturalismo gótico, promovido por el movimiento franciscano, con el racionalismo. Este racionalismo impregnó el arte, vinculando la idea de belleza con la coherencia espacial y la proporción. Las composiciones se ordenaban de manera equilibrada, con un motivo principal y un diseño abarcable de una sola mirada.
Leon Battista Alberti fue fundamental en relacionar el arte con la ciencia, al afirmar que las matemáticas son el vínculo común entre ambas disciplinas. Conceptos como la proporción y la perspectiva, de origen matemático, tuvieron una gran influencia en artistas como Masaccio y Piero della Francesca, quienes fusionaron la experimentación técnica con la observación naturalista.
Además, hubo un renovado interés por la tradición clásica grecorromana. En Italia, donde los vestigios antiguos eran abundantes, esta herencia cultural no se había perdido del todo. Durante el Trecento ya surgió una curiosidad por el mundo clásico, pero los artistas del Quattrocento llevaron esta admiración más lejos. Estudiaron los restos clásicos no para copiarlos fielmente, sino para desarrollar un lenguaje artístico nuevo que reflejara el espíritu renacentista y, al mismo tiempo, permaneciera ligado a las raíces clásicas.
La posición del artista en el Quattrocento
En el Renacimiento, los artistas buscaron reivindicar su valor en una sociedad que tradicionalmente despreciaba las actividades manuales. Este interés se debía, en parte, al deseo de escapar al control restrictivo de los gremios, aunque en Italia gozaban de mayor independencia gracias a su vida itinerante entre cortes.
La mentalidad feudal medieval valoraba más las actividades espirituales como la poesía o las matemáticas que oficios manuales como la pintura o la escultura, considerada particularmente tosca. Por ello, los artistas renacentistas se formaron intelectualmente, estudiando matemáticas, geometría, perspectiva, literatura clásica y filosofía, además de observar la naturaleza y dialogar con humanistas. Así, buscaban justificar su práctica artística y elevar su estatus por encima del de los artesanos.
Aunque muchos siguieron trabajando bajo las normas gremiales y aceptaban encargos modestos, algunos, como Pinturicchio o Perugino, vivieron con lujo y libertad. Durante este periodo, se reconoció por primera vez al artista como un «genio», destacando su personalidad y creatividad autónoma sobre las tradiciones y la obra misma. También se valoraron aspectos como el boceto, el proyecto y lo inacabado, desplazando la atención hacia las ideas y el proceso creativo del artista.
Los humanistas y los Mecenas
Aunque las condiciones sociales cambiaron con el ascenso de la burguesía, el arte del Quattrocento estuvo dirigido principalmente a una élite surgida de esta clase. Esta alta burguesía, ansiosa de demostrar su estatus, creaba cortes de saber en sus palacios, reuniendo a humanistas y artistas que fusionaban la tradición clásica con la fe cristiana.
La figura del mecenas, un aristócrata o burgués poderoso que protegía las artes y encargaba obras, fue clave. Familias como los Médici, los Tornabuoni, los Pitti en Florencia, los Sforza en Milán o Federico de Montefeltro en Urbino usaron el arte para embellecer sus ciudades y reforzar su prestigio.
La autonomía del arte en el Quattrocento
Para el artista renacentista, la belleza de la obra era tan importante como el mensaje religioso o político que transmitía. El Renacimiento redescubrió la idea del arte autónomo, disfrutable por sí mismo, heredada de la Antigüedad clásica, pero olvidada en la Edad Media. Por primera vez, se consideró que el goce del arte podía representar una forma elevada y noble de vida.