El reencuentro en el Estrella Dorada


En el silencioso ambiente del Estrella Dorada, los pensamientos volaban libremente entre las pocas personas dispersas en la estancia. Las pequeñas mesas de madera brillaban bajo una luz casi irreal, adornadas con detalles curiosos que arrancaban sonrisas a los habitués. Tres personas, solitarias, ocupaban rincones distintos de la sala. Un camarero, inmóvil como una estatua, secaba lentamente un vaso, quizá ya seco desde hacía horas. El suelo, de un blanco impoluto, desafiaba cualquier intento de encontrar una mancha.

La Mujer de la Nota

Una mujer atractiva, de ojos grandes y movimientos dulces pero decididos, esperaba. Su ropa, elegante y apropiada, contrastaba con la nota arrugada que sostenía: «“Estrella Dorada”, a las 08:00, si lo traes, no harán falta palabras». La caligrafía nerviosa revelaba la ansiedad del autor. La mujer, paciente, observaba a su alrededor sin reconocer a nadie. Ignoraba que uno de los hombres presentes la observaba disimuladamente, apartando la mirada cada vez que ella se giraba. A su vez, el camarero lo observaba a él con la misma discreción.

El Reencuentro

El ruido de una silla arrastrándose rompió el silencio. Un hombre alto, de barba espesa pero cuidada, se levantó, se puso la chaqueta y se dirigió hacia la mujer. Al encontrarse sus miradas, ella se puso de pie. Un torrente de recuerdos felices e infantiles inundó sus corazones, separados por el destino años atrás. Sus almas volaron al momento del adiós.

El Adiós Diez Años Atrás

Diez años antes, en un campo desolado, la joven lloraba desconsoladamente mientras su amante sostenía una joya en la palma de la mano. Entre sollozos y reproches, la razón de su separación se hacía evidente: «No tendrías que haber robado esa joya, nunca piensas antes de actuar», le recriminaba ella. «Pero era tuya», se defendía él. «¿Qué me importa una joya cuando por su culpa te pierdo?», gritó ella. «No podía permitir que esos ladrones se la quedaran… te pertenece… te la regalé… para ti… te la di… Ese cabrón ya ha hecho suficiente daño», respondió él entre lágrimas. «¿Por qué no te quedaste conmigo? ¿Por qué no lo olvidaste?», insistía ella con el alma rota. «Lo siento», fue todo lo que él pudo decir. Un rayo de sol intentó brillar en medio de la tormenta. «Volveré, te lo prometo», aseguró él. «Te quiero», respondió ella antes del último beso. Desde entonces, él vivió como un fugitivo para protegerla.

El Presente Inesperado

De vuelta al presente, los amantes se miraban en silencio, bajo la luz difusa del Estrella Dorada. No hicieron falta palabras. Ella sacó de su bolsillo la joya que los había separado. Él, a su vez, sacó un anillo de compromiso. Cuando ella estaba a punto de aceptar, el frío metal de unas esposas oxidadas se cerró en la muñeca del fugitivo. El frío le recorrió el cuerpo hasta romperle el corazón. Ella le tomó la mano esposada, sintiendo a su vez un apretón hostil en la suya, la que protegía la joya causante de tantos problemas. Sus miradas se desviaron hacia el causante de la inesperada situación: el tercer cliente.

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