Saber a qué atenerse
El hombre, que no es más que uno de los polos que constituyen su vida, necesita conocer su circunstancia, el otro polo del binomio vital, para poder actuar en ella y sentirse a salvo, alcanzar la seguridad frente a sus amenazas. A este saber de finalidad práctica, que afecta a todos y no tiene por qué entenderse como un saber intelectual ni mucho menos científico, lo llama Ortega «saber a qué atenerse». En su opinión, esta es la forma básica de conocimiento y a ella se reducen y de ella se derivan en última instancia todas las demás: desde la superstición a la ciencia, incluyendo, obviamente, a la filosofía. El saber es, pues, una función adaptativa más de la vida que sirve para orientarnos con vistas a la acción y la supervivencia. Tal como la describe Ortega, la situación original del hombre en el mundo es la de estar inmerso en su medio y pendiente irreflexivamente de lo que en él ocurre: es la situación del que vive en peligro, volcado hacia «lo otro» (alter) y no hacia sí mismo; es una situación de alteración. Muy posterior es la capacidad de volver la atención hacia uno mismo o ensimismamiento, que es lo que nos permite pensar, reflexionar. Cuando esta capacidad aparece, podemos forjarnos ideas con las que interpretar la realidad y evitar incurrir constantemente en actos fallidos. Eventualmente, estas ideas pueden convertirse en creencias, si es que la confianza que tenemos en ellas nos hace olvidarnos de que son meras ideas y pasamos a contar con ellas sin resquicio de duda, como si fueran la misma realidad, el suelo que pisamos. Pero, en todo caso, el pensamiento no es otra cosa que esto: la función de contacto con la realidad que ejercemos a través de nuestras ideas y nuestras creencias, a través de cualquiera (por muy simple que sea) de nuestras operaciones intelectuales de atenimiento o adaptación al medio.
Verdad y perspectiva
Según Ortega, el ejercicio del pensamiento es algo consustancial a la vida y, por serlo, tiene la misma estructura que esta, la misma estructura que la realidad radical. Es decir, es una perspectiva. ¿Qué significa esto? Como se ha dicho, la estructura estática de la vida viene dada por tres factores: un yo, una circunstancia y la relación que se da entre ellos. Y esta relación es una perspectiva porque está determinada por el punto de vista (solo uno de entre los muchos posibles) que ocupa el yo en su interacción con el mundo. A cada punto de vista (definido por el tiempo y el lugar en los que se vive, nuestras condiciones físicas y psíquicas, la sociedad y la educación recibidas, etc.) le corresponde una perspectiva única sobre el mundo, del mismo modo que a la posición de un observador cualquiera le corresponde una visión unilateral del paisaje. Por esto señala Ortega, hablando con precisión, en la vida nadie puede ponerse en el lugar de otro. Este supuesto general es el que preside la teoría de Ortega acerca de la razón y el conocimiento. Razonar es, para él, proponer un esquema de intelección para determinados acontecimientos de nuestro medio, en el que estos adquieren sentido. Este esquema puede ser de diversos tipos y abarcar distintos ámbitos de objetos (lo que Ortega llama campos pragmáticos). Pero, aunque hay diferentes formas de «dar razón», de expresar y dar sentido a los fenómenos (arte, religión, filosofía, ciencia; siendo solo estos dos últimos, en rigor, «conocimiento»), en todo caso, la razón y el conocimiento operan siempre como una perspectiva. Esta teoría perspectivista afecta muy especialmente a la noción de «verdad», ya que lleva a Ortega a afirmar que la verdad absoluta es pura utopía y que cualquier verdad particular es necesariamente parcial. La parcialidad de la verdad no afecta, sin embargo, a su objetividad, sino únicamente a su compleción: que una verdad sea unilateral no significa que no sea una auténtica verdad, sino solo que no es toda la verdad (nadie puede ver, dice Ortega, desde todos los puntos de vista posibles, ni siquiera una naranja). La verdad total, por tanto, solo puede concebirse como la integración de todas las diferentes perspectivas. Con ello, quiere oponerse tanto al dogmatismo (la pretensión acrítica de que cabe conocerlo todo y, además, hacerlo exhaustivamente y al margen de nuestra localización vital e histórica) como al escepticismo (la negación de que exista una verdad firme, válida). En todo caso, Ortega señala que el propio ejercicio del pensamiento presupone que la verdad existe y es una, y que toda vida aspira a la parte de verdad que le corresponde. Por eso, caracteriza el conocimiento como el resultado de un proceso en el que nos deshacemos de las creencias sociales, de las ideas de los otros, para enfrentarnos a las cosas mismas. La verdad consiste, entonces, en un des-velar la realidad (aletheia o desvelamiento, se dice en griego), en la revelación intuitiva de que nuestras ideas coinciden con la realidad.