El Teatro Neoclásico Español
La Tragedia Neoclásica
Tenía una finalidad didáctica: debía servir de ejemplo y escarmiento a todos, especialmente a los reyes y a las personas de mayor autoridad y poder. El mensaje era que el instinto debía someterse a la razón y la obligación.
Guzmán el Bueno, de Nicolás Fernández de Moratín.
La Comedia Sentimental
El delincuente honrado, de Jovellanos, que aborda la injusticia de los reyes.
Leandro Fernández de Moratín
Tres comedias en verso: La mojigata y en prosa: El sí de las niñas. Tratan de la libertad de elección en el matrimonio y de la conveniencia de edades similares entre los cónyuges. En todas es notorio el afán didáctico, finalidad básica del teatro neoclásico.
El sí de las niñas
Escrita en 1801, se estrenó en 1806, en Madrid, con gran éxito de crítica y público. Su argumento es: Doña Irene ha concertado el matrimonio de su hija doña Paquita, de solo dieciséis años, con el sesentón don Diego. La chica está enamorada del joven militar don Carlos, que no es otro que el sobrino de don Diego. Enterado de la situación, don Diego renuncia a sus pretensiones y permite casarse a los jóvenes. Combina elementos cómicos y sentimentales: el matrimonio desigual, la opresión de padres insensatos sobre sus hijos, la autoridad paterna mal ejercida, la mala educación de los jóvenes de clase alta. En ella se brinda el modelo de una organización social y una actitud basadas en la razón. Con su comportamiento, don Diego ejemplifica una autoridad; por su parte, doña Irene, caracterizada ridículamente, representa el mundo antiguo.
El sí de las niñas se ajusta a las normas neoclásicas, ya que, además de su clara finalidad didáctica, respeta las tres unidades dramáticas:
- Don Diego, ridículo en su pretensión, pero también digno, comprensivo y generoso.
- La prosa es natural y sencilla, y en los diálogos prima la agilidad, a ello contribuyen los escasos soliloquios, son muy breves.
- Los momentos no llegan a la exageración, y los cómicos no caen en el chabacano.
Tanto esta obra como La mojigata fueron prohibidas por la Inquisición en 1815. Renovada la prohibición en 1823. El sí de las niñas se volvió a estrenar en 1834 con cortes de censura.
El Español en América
El Español y las Lenguas Indígenas
En muchas de las repúblicas hispanoamericanas, la lengua oficial coexiste con lenguas indígenas que emplean gran cantidad de sus habitantes, muchos de los cuales son bilingües. Solo en Paraguay, el guaraní compite con el castellano y es lengua oficial también. Más de cien familias de lenguas indígenas diferentes existían cuando llegaron los conquistadores. Este hecho constituyó inicialmente una gran dificultad para los soldados y para los misioneros: la lengua que aprendían en un territorio, de nada les valía en otro vecino; los indios a los que enseñaban español para que les sirvieran de intérpretes, solo les eran útiles como mediadores con su tribu. Ello desesperaba ya a Colón, que se queja alguna vez de tamaña dificultad. Añádase a eso que los indígenas tampoco ponían mucho celo en aprender el idioma de los conquistadores. Y en la resolución de este problema, se plantea un auténtico conflicto entre el interés de los militares y políticos, que propugnaban la imposición del español a los indios, y el de los misioneros, contrarios a que se ejerciera una violencia sobre ellos que los apartara de la predicación evangélica. Enseñaban ellos mismos sus lenguas a los indios, los cuales las aprendían con mejor gana que el español.
Con todo, muchos indígenas y mestizos aprendieron con entusiasmo nuestro idioma; el Inca Garcilaso de la Vega, mestizo, hijo de uno de los conquistadores, es el primer gran escritor que dio América a las letras españolas. Los misioneros trataron de reunir a los indios nómadas en grupos urbanos, para protegerlos del contacto con los españoles. El mantenerlos recluidos en su idioma parecía imponerse como necesidad evangélica. En el Consejo de Indias llegó a redactarse un documento por el que se ordenaba la enseñanza del español a todos los indígenas, con la subsiguiente prohibición de emplear la propia. Pero Felipe II no quiso poner su firma al pie del documento. Esa fue la doctrina de la monarquía española hasta 1770. Tres años antes habían sido expulsados de América los jesuitas, grandes defensores de las lenguas indígenas. Antonio de Lorenzana se dirige a Carlos III exponiéndole crudamente la situación; la doctrina cristiana no puede exponerse en lenguas tan primitivas, ordena que se extingan los diferentes idiomas y solo se hable el castellano. Cuando comienza la emancipación de aquellos países hay unos tres millones de españoles y criollos hispanohablantes, y unos nueve millones de indios casi todos desconocedores del español. Las condiciones parecían propicias para el retroceso de nuestro idioma, pero ha ocurrido todo lo contrario: la hispanización lingüística de Hispanoamérica se ha producido, precisamente, a raíz de su independencia.