Contexto Histórico
El Tratado de Utrecht marca un punto de inflexión en las relaciones internacionales, sustituyendo la hegemonía por un nuevo equilibrio de poderes. Este cambio refleja la influencia de las doctrinas racionalistas en el ámbito político, trasladando los principios de la razón y el equilibrio al escenario internacional.
Cambios Territoriales
El tratado supuso un nuevo reparto territorial en Europa. Austria se vio beneficiada con la adquisición de territorios, mientras que la Monarquía Hispánica (MH) sufrió pérdidas significativas. La MH perdió sus posesiones en Europa: Flandes, Milán, Nápoles y Cerdeña pasaron a Austria, junto con territorios de la Toscana. Sicilia fue cedida a Saboya. En la propia península, la MH perdió Gibraltar, cedido a Inglaterra, y temporalmente Menorca. Prusia, Brandeburgo y Saboya aumentaron su territorio y, crucialmente, fueron reconocidos como reinos, lo que tendría gran importancia en el futuro. Los Países Bajos lograron su objetivo de establecer una barrera territorial frente a Francia, obteniendo territorios de Flandes. En América, Francia devolvió a Inglaterra territorios en Canadá, la Bahía de Hudson y la Isla de Terranova.
Ventajas Comerciales para Inglaterra
Inglaterra obtuvo importantes ventajas comerciales con la MH. El Tratado del Derecho de Asiento le otorgó el monopolio del comercio de esclavos por 30 años. El Tratado del Navío de Permiso permitió la participación inglesa en el comercio con América Hispánica, rompiendo el monopolio de la MH. Además, se le concedió un enclave en el Río de la Plata para la distribución de productos.
Otras Consecuencias
Francia vio la renuncia de Felipe V al trono francés. Entre España y Portugal, se acordó la cesión de la colonia de Sacramento a Portugal, un territorio fronterizo de importancia estratégica.
El Equilibrio de Poder
Utrecht estableció un sistema de relaciones internacionales basado en el equilibrio de poder. Este sistema buscaba garantizar la paz y distribuir el poder entre las potencias de forma racional. Gran Bretaña, una potencia insular sin afanes territoriales en el continente, pero con interés en la hegemonía marítima y comercial, impulsó este equilibrio. Francia y Austria se convirtieron en los polos de poder en el continente, y las alianzas de otros estados se organizaron en torno a ellas. Inglaterra, con aliados como los Países Bajos, Saboya y los estados de la zona del Rhin, actuó como garante del equilibrio, evitando la hegemonía de Francia o Austria.
Consolidación de la Hegemonía Marítima Británica
Mientras promovía el equilibrio en el continente, Inglaterra consolidó su hegemonía marítima. Utrecht culminó el proyecto iniciado en el siglo XVII, acelerado con la llegada de Guillermo de Orange. Inglaterra controló las rutas atlánticas, el Báltico y el Mediterráneo, gracias a Gibraltar, clave para la comunicación entre el Atlántico y el Mediterráneo, y a sus buenas relaciones con Austria, que le permitían el control del Mediterráneo occidental y el acceso a Suez.