Sector Secundario y Fuentes de Energía en España
Definición y Tipos de Fuentes de Energía
Las fuentes de energía son recursos naturales o materias primas que proporcionan diferentes tipos de energía, necesarios para actividades económicas y cotidianas. Estas fuentes se dividen en fuentes primarias, que son los recursos en su forma original, como el petróleo, el gas natural o el aire, y fuentes secundarias, que se obtienen mediante la transformación de las primarias, como la electricidad o los combustibles refinados. También se clasifican según su disponibilidad en el tiempo en renovables (solar, eólica, hidráulica, etc.) que nunca se agotan y no renovables (petróleo, carbón, gas natural), que se agotarán. Finalmente, según su impacto ambiental, se distinguen las fuentes tradicionales (con alto impacto medioambiental y no renovables) y las alternativas, que son renovables y de bajo impacto ambiental.
Evolución Histórica de los Tipos de Fuentes de Energía en España
El petróleo comenzó a dominar la producción de energía en España a partir de los años 60, con un crecimiento sostenido gracias a precios bajos y su protagonismo en el transporte. Sin embargo, las crisis del petróleo en los 70 pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de depender de un recurso del que España carece, lo que llevó a buscar fuentes alternativas.
El carbón, que fue la principal fuente de energía en España hasta los años 60, perdió importancia después de la reconversión industrial en los 80, agravada por la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, lo que hizo más competitiva la importación de carbón.
El gas natural comenzó a ganar terreno en los 70 y, a pesar de ser un recurso importado, se consolidó como la segunda fuente más importante de energía primaria. Por otro lado, la energía nuclear se desarrolló rápidamente hasta los 80, pero el accidente de Chernóbil frenó la expansión de esta fuente. A día de hoy, sigue siendo relevante en la producción eléctrica, aunque está en declive debido a la decisión de cerrar los reactores.
Las energías renovables también han evolucionado, destacando la energía hidráulica, que se consolidó a principios del siglo XX y sigue siendo significativa, aunque su crecimiento se ha detenido. La energía eólica ha experimentado un gran crecimiento en los últimos años, y España es ahora uno de los líderes mundiales en capacidad instalada. La energía solar ha tardado más en despegar, pero en la última década ha tenido un notable avance gracias a la mejora de la tecnología fotovoltaica, superando al gas natural en producción eléctrica.
Políticas de España y Europa en la Producción y Uso de la Energía
España sigue dependiendo en gran medida de las fuentes no renovables, que suponen alrededor del 75% de la energía consumida, especialmente del petróleo y el gas natural. Sin embargo, el sector eléctrico ha experimentado una transformación positiva, con más del 50% de la electricidad producida a partir de energías renovables, contribuyendo a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y disminuyendo la dependencia energética externa.
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) establece que, para 2030, España debe reducir sus emisiones en un 23% respecto a 1990 y que el 80% de la electricidad provenga de fuentes renovables. Además, España ha adoptado los compromisos internacionales para mitigar el cambio climático, como los acuerdos de París, y se ha comprometido con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, buscando un modelo energético más sostenible, autónomo y eficiente.
Problemas Medioambientales en España
Los principales problemas medioambientales afectan directamente al ecosistema y a la calidad de vida. Uno de los más graves es la contaminación atmosférica, provocada por la industria, el tráfico y otras actividades humanas. Esta se manifiesta en fenómenos como la lluvia ácida, que contamina suelos, bosques y fuentes de agua, y en la destrucción de la capa de ozono, causada por los CFC, lo que aumenta la exposición a radiaciones ultravioletas y afecta a la salud humana, la fauna y la flora.
El calentamiento global, derivado de la emisión de gases de efecto invernadero como el CO₂ y el metano, provoca el aumento de las temperaturas, el derretimiento de glaciares, la subida del nivel del mar y la intensificación de fenómenos climáticos extremos como tormentas y olas de calor.
La contaminación del agua también representa una amenaza grave. Los vertidos industriales y urbanos sin tratar, junto con la sobreexplotación de ríos y acuíferos, deterioran los ecosistemas acuáticos. La eutrofización, generada por el exceso de fertilizantes agrícolas, favorece la proliferación de algas, reduciendo el oxígeno del agua y afectando a la fauna acuática. La contaminación de acuíferos por productos químicos y vertidos ilegales compromete la calidad del agua potable, con consecuencias para el consumo humano y la biodiversidad.
La deforestación, impulsada por la explotación maderera, los incendios forestales, la expansión urbana y la agricultura intensiva, disminuye la biodiversidad, agrava el cambio climático al reducir la capacidad de los bosques para absorber CO₂ y aumenta el riesgo de desertificación, dejando los suelos expuestos a la erosión.
Las actividades humanas también alteran el relieve debido a la minería y la urbanización, destruyendo hábitats naturales y afectando los ciclos del agua. La producción masiva de residuos genera vertederos ilegales, contaminación del aire y problemas de gestión de desechos. La contaminación acústica, derivada del tráfico y la actividad industrial, afecta la calidad de vida, mientras que la contaminación lumínica altera los ecosistemas y dificulta la orientación de algunas especies animales. Además, la caza furtiva, la sobrepesca y la introducción de especies invasoras ponen en peligro la biodiversidad y el equilibrio ecológico, acelerando la extinción de especies autóctonas.
Estos problemas no solo afectan al medioambiente, sino también a la economía y la salud. La degradación ambiental amenaza sectores como la agricultura, la ganadería y la pesca, provocando la pérdida de empleos y favoreciendo la despoblación rural. El cambio climático aumenta la frecuencia de desastres naturales, generando altos costos materiales y humanos. Las enfermedades derivadas de la contaminación, como las respiratorias y dérmicas, incrementan los gastos sanitarios y afectan la calidad de vida de la población.
Para combatir estos problemas, se han implementado políticas basadas en el desarrollo sostenible. Se fomenta el uso de energías renovables y la reducción de combustibles fósiles mediante el cierre de centrales térmicas, la promoción del transporte público y del vehículo eléctrico, así como la restricción del tráfico en grandes ciudades, en cumplimiento de acuerdos internacionales como los de Kioto, París y Madrid. En cuanto a la gestión del agua, se han reforzado los controles sobre los recursos hídricos, cerrado pozos ilegales y promovido una agricultura y ganadería ecológicas para reducir la contaminación. También se han construido plantas desaladoras y depuradoras, además de mejorar infraestructuras hidráulicas. Para frenar la deforestación, se han puesto en marcha programas de reforestación con especies autóctonas, junto con la limpieza y el mantenimiento de bosques. Además, la regulación del urbanismo descontrolado y la creación de espacios naturales protegidos son estrategias clave para la conservación del medioambiente y la protección de los ecosistemas.
La Red Fluvial Mediterránea en España
La red fluvial de la vertiente mediterránea en España se caracteriza por ríos de corta longitud, con un régimen irregular y muy influenciado por la topografía accidentada, que incluye barrancos y zonas montañosas. Entre las principales cuencas se encuentran la del Pirineo Oriental, con ríos como el Ter y el Llobregat, la del Júcar, la del Segura y la del Sur, con ríos como el Andarax, el Guadalhorce y el Jorox. Sin embargo, el Ebro es una excepción importante, ya que, a diferencia de los demás ríos de esta vertiente, es un río largo y caudaloso debido a su extensa cuenca hidrográfica, lo que le permite abastecer una gran parte del territorio.
El régimen fluvial de los ríos mediterráneos se caracteriza por una gran irregularidad, alternando entre crecidas e intensos estiajes. En otoño, fenómenos como la gota fría traen lluvias torrenciales que pueden causar inundaciones graves, mientras que en verano, la escasez de precipitaciones y las altas temperaturas reducen considerablemente el caudal de los ríos, hasta el punto de que algunos tramos llegan a secarse.
Los ríos de esta vertiente son esenciales para el abastecimiento de agua, tanto para consumo doméstico y urbano como para la agricultura, especialmente el regadío, que es una de las principales actividades económicas de la zona. A pesar de su importancia, la vertiente mediterránea enfrenta un balance hídrico negativo, ya que la demanda de agua excede la cantidad disponible, con la única excepción del Ebro, cuyo caudal es suficiente para abastecer amplias zonas. La sobreexplotación de los recursos hídricos, la contaminación y el crecimiento de las áreas urbanas agravan esta situación, afectando también a los humedales y lagunas, que son fundamentales para la biodiversidad de la región.
La actividad humana ha tenido un impacto considerable en los ecosistemas fluviales, lacustres y palustres de España. Las modificaciones de los cauces de los ríos debido a la extracción de áridos y la acumulación de sedimentos, junto con la sobreexplotación del agua para el regadío, han alterado el flujo natural de los ríos. Además, la contaminación procedente de vertidos industriales, urbanos y ganaderos ha deteriorado tanto la calidad del agua superficial como la subterránea. La eutrofización, causada por el exceso de nitratos provenientes de fertilizantes agrícolas, ha empeorado la calidad del agua, y la intrusión marina en los acuíferos costeros ha reducido la disponibilidad de agua dulce en esas áreas, creando grandes problemas para la gestión del agua en la región.
España ha establecido un marco normativo para la gestión y protección de los recursos hídricos, basado en la Ley de Aguas y el Plan Hidrológico Nacional. Estas normativas buscan regular el uso del agua, garantizar su suministro y mitigar los efectos de sequías e inundaciones. Entre las principales medidas adoptadas para gestionar los recursos hídricos destacan la construcción de embalses, presas y canales de riego para distribuir el agua de manera más eficiente. Además, se han creado plantas potabilizadoras y depuradoras para mejorar la calidad del agua, y se han instalado centrales hidroeléctricas para generar energía a partir del agua. Para redistribuir el agua entre regiones con escasez, se han realizado trasvases, como el Tajo-Segura, y se han construido plantas desalinizadoras en zonas costeras. A pesar de estos esfuerzos, la gestión sostenible del agua sigue siendo un desafío complejo que requiere un equilibrio entre el abastecimiento de agua para las actividades humanas, la conservación de los ecosistemas acuáticos y la reducción de los impactos negativos de la actividad humana sobre los recursos hídricos.
Hidrografía en España: Vertientes Atlántica y Cantábrica
La red fluvial en España se divide en varias vertientes, siendo la Atlántica y la Cantábrica dos de las más importantes. Estas presentan diferencias en su extensión, caudal y régimen fluvial, lo que se debe principalmente a factores físicos como el relieve, el clima y la geología de cada región.
Factores Físicos de las Vertientes Atlántica y Cantábrica
Los ríos de la vertiente atlántica son generalmente largos, ya que atraviesan extensas llanuras antes de desembocar en el océano. Ejemplos destacados son el Miño, Duero, Tajo, Guadiana y Guadalquivir. Debido a su menor pendiente, su fuerza erosiva es baja y su velocidad de corriente es reducida.
En cambio, los ríos de la vertiente cantábrica son mucho más cortos y con una pendiente pronunciada debido a la proximidad de la Cordillera Cantábrica al mar. Esto les otorga una gran fuerza erosiva y una velocidad elevada, como ocurre con el Eo, Navia, Nalón, Nervión y Sella.
Régimen Fluvial y Características
El régimen fluvial de los ríos atlánticos es pluvial continentalizado, con la excepción del Miño que es pluvial oceánico. Su caudal es abundante pero no por las lluvias sino por los múltiples afluentes. Son irregulares por su clima mediterráneo continentalizado, excepto el Miño que tiene un caudal regular (clima oceánico). Tienen máximos en otoño e invierno y mínimos en verano por el clima.
En cambio, los ríos cantábricos presentan un régimen pluvial oceánico. El caudal es abundante por las fuertes precipitaciones. Es bastante regular porque su caudal no varía durante el año. El caudal es mayor en invierno y menor en verano.
Aprovechamientos Hídricos e Impacto Humano
El agua de los ríos de ambas vertientes es utilizada para múltiples actividades. En la vertiente atlántica, se emplea en el abastecimiento doméstico, la agricultura, la producción industrial y la generación de energía hidroeléctrica. La vertiente cantábrica tiene un uso doméstico, agricultura (regadíos), industrial, producción de energía, uso recreativo o ocio, y producción de electricidad.
El impacto de la actividad humana en estos ríos se observa en la construcción de embalses y presas, que ayudan a regular el caudal y garantizar el suministro de agua en épocas de menor precipitación. Sin embargo, estas infraestructuras pueden alterar los ecosistemas naturales y afectar la biodiversidad. También se han implementado políticas para la conservación del agua y la reducción de la contaminación industrial y urbana.
Balance Hídrico y Políticas Aplicadas
El balance hídrico en la vertiente atlántica (Miño, Duero y Tajo) es positivo, lo que significa que las precipitaciones superan la evaporación y permiten un almacenamiento suficiente de agua. El Guadiana y Guadalquivir tienen un balance hídrico equilibrado.
En la vertiente cantábrica ocurre algo similar, hay un balance positivo ya que las lluvias constantes garantizan un flujo estable en los ríos. No obstante, el crecimiento de la demanda de agua y los efectos del cambio climático han llevado a la implementación de políticas de gestión hídrica para evitar el desperdicio y mejorar la eficiencia en su uso.
En conclusión, la red fluvial española muestra grandes diferencias según la vertiente, con ríos atlánticos más largos e irregulares, y ríos cantábricos más cortos y constantes. Su aprovechamiento es fundamental para la agricultura, la industria y la producción de energía, por lo que la gestión sostenible del agua es clave para garantizar su disponibilidad en el futuro.
Espacios Primarios: Actividad Agrícola en España
El espacio rural es un territorio en constante cambio, donde tradicionalmente se han desarrollado actividades agrarias como la agricultura, ganadería y explotación forestal. Hoy en día, se ha convertido en un espacio multifuncional, con usos adicionales como residencial, industrial y turístico. Su configuración resulta de la combinación de factores físicos y humanos, lo que da lugar a diferentes tipos de paisajes agrarios.
Los condicionantes físicos incluyen el relieve (llanuras, valles, montañas), que influye en el tipo de parcelario y la facilidad de mecanización; el suelo, cuya textura, acidez y permeabilidad afectan la fertilidad y el tipo de cultivo; el agua, que facilita los sistemas de regadío; y el clima, que determina el tipo de cultivo adecuado según las condiciones térmicas y pluviométricas. En cuanto a los factores humanos, el tipo de poblamiento puede ser disperso, concentrado o intercalar, y el hábitat puede ser tradicional o moderno. El tipo de parcelario varía en tamaño, forma y delimitación, y el régimen de propiedad y tenencia también influye en la estructura agraria. Además, el nivel de tecnificación, desde maquinaria avanzada hasta cultivos hidropónicos, es otro factor determinante.
La agricultura en España varía según la región y sus condiciones naturales. En la España Atlántica, con un clima oceánico y relieve montañoso, predominan los minifundios y los cultivos tradicionales como maíz, patatas y frutales, aunque también se han introducido cultivos más modernos como forrajes, vid y hortalizas. En la España Mediterránea, donde el relieve es más llano y el clima más seco, en el interior se cultivan cereales, vid y olivo en secano, mientras que en la costa se desarrollan cultivos intensivos de regadío como frutas, hortalizas y arroz, muchas veces destinados a la exportación. En las zonas de montaña, el clima frío y el relieve accidentado limitan la agricultura, reduciéndola a pequeñas explotaciones en los valles y cultivos en terrazas de olivo y almendro en la montaña mediterránea. En Canarias, con su clima subtropical y suelos volcánicos, en la costa se practica una agricultura intensiva y de regadío con productos como plátanos, aguacates y tomates, mientras que en las medianías predominan cultivos extensivos de secano con rendimientos más bajos. Cada región adapta sus sistemas agrícolas a las condiciones del entorno, combinando tradición e innovación.
En España, la agricultura enfrenta varios problemas. Económicamente, las explotaciones tradicionales tienen dificultades para competir en los mercados globales debido a los altos costes de producción, la baja renta agraria y la dependencia de las ayudas públicas. Socialmente, el envejecimiento de la población rural y la baja renta generan un riesgo de despoblamiento, además de una alta tasa de desempleo debido a la estacionalidad de los trabajos agrícolas. Medioambientalmente, los problemas incluyen la contaminación por el uso de productos fitosanitarios, la sobreexplotación de los acuíferos y la contaminación de los recursos hídricos.
La Política Agraria Común (PAC) de la UE ha sido clave para el sector, promoviendo un modelo más sostenible y apoyando la rentabilidad de los agricultores a través de ayudas económicas. Sin embargo, las restricciones medioambientales impuestas por la PAC han generado quejas, ya que aumentan los costes de producción y dificultan la competitividad frente a productos de terceros países sin las mismas exigencias medioambientales.