El Enredo del Escepticismo en la Sociedad Postmoderna
Ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las personas. En la sociedad postmoderna no tienen cabida las grandes ideologías que actúen a modo de ideario colectivo o proyecto histórico movilizador. Todas las instituciones, todos los grandes valores y finalidades que organizaron las épocas pasadas se están vaciando progresivamente de sustancia: una deserción que transforma a la sociedad en un organismo abandonado.
Esta especie de nihilismo carece de tragedia, es un nihilismo “light”, es decir, no se vive como un suceso trágico, como algo que preocupe. Lipovetsky afirma al respecto: “Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo”.
El Precio del Escepticismo: Las Nuevas Religiones del Siglo XXI
Así, el individuo paga un precio al escepticismo. Cuando la propia necesidad de sentido ha sido barrida y la existencia puede asentarse en un escepticismo que anula la aspiración a nuevos valores, el individuo estructura la propia vida en torno a los valores y fuentes de sentido que les son inducidas por aquellos que sí están interesados en promover ciertas fuentes de sentido. De este modo, se erigen las nuevas religiones del siglo XXI, como el consumismo, la apariencia y la autocomplacencia. Por eso, todos los comportamientos, todas las ideas, pueden cohabitar sin excluirse, todo puede escogerse a placer, lo nuevo y lo viejo, lo sofisticado y lo simple, la vida ecologista con el consumo desenfrenado.
La Tiranía del Impulso y la Cultura del Consumo
Así, sin temor a la incoherencia, ni prestar atención al contenido de fondo o a los intereses que puedan haber tras esta cultura del consumo, el postmoderno corre el riesgo de actuar por puro impulso, ninguneando a la razón y haciendo del impulso, pero sobre todo, de quien estimula dichos impulsos, el nuevo dios de nuestra sociedad. En efecto, aunque pueda parecer una paradoja, con esta tendencia a guiarse por lo instintivo, antes que ganar en libertad, se puede estar hipotecando ésta. Sólo es libre la acción espontánea, pero el instinto es mera pulsión originada por un estímulo. Lo más peculiar de nuestro tiempo es ese baile de significados que ha conducido a que el instinto se haya convertido en el patrón de la libertad, con lo que las decisiones y la vida moral basculan del lado de lo involuntario, instintivo, automático, mientras que la reflexión aparece como una impostura. No obstante, al actuar instintivamente, el sujeto es sólo agente de su vida.
La Vulnerabilidad del Individuo en la Sociedad de la Apariencia
Al camuflar los contenidos de los mensajes en el bosque lujoso y atractivo de las apariencias externas, los individuos difícilmente pueden incorporar racional y críticamente los valores y modelos que se les proponen. Así, la persona actual queda en un estado de vulnerabilidad ante la fortaleza de los estímulos generados por la cultura de la apariencia.
El individuo queda inmerso en una sociedad evanescente y consumista, en la que todo puede comprarse y venderse. Una sociedad en la que el consumo es promovido a través de la exaltación del culto a la apariencia y a la propia autocomplacencia. En efecto, el culto a la apariencia y a la propia autocomplacencia son presentadas como vías para dar sentido a la propia existencia y como fuente de felicidad. Sin embargo, cuanto más trata de invertirse y consumir en favor del Yo, como objeto de atención, culto y veneración, mayores son la incertidumbre, la ansiedad, la insatisfacción y los interrogantes. El Yo se convierte en un espejo vacío: imposibilidad de sentir, vacío emotivo generado por una identidad confusa que gira en torno al consumo constante de apariencias y modas.
Narcisismo e Individualismo vs. Alteridad y Solidaridad
Como hemos dicho hasta ahora, vivimos sumidos en la fragmentación. La moral está hoy fragmentada, y tras la pérdida de la fe en la verdad, desaparece el criterio sobre el que fundamentar la acción moral. Sin esperar conseguir la unidad propia de un sistema filosófico, sólo se aspira a un saber provisional, a buscar sólo consensos locales y circunstanciales, descartando la posibilidad de alcanzar una interpretación válida, estable y universalizable de la realidad.
La Moral en la Era Postmoderna: Entre el Relativismo y las Propuestas Concretas
Efectivamente, al desintegrarse y fragmentarse la razón, la historia, el pensamiento, la ciencia… sólo quedan los valores y la moral, que desde la óptica postmoderna también “salta hecha añicos”, dado que carecen de principios, referentes u orientaciones normativas de sujeción. Nos encontramos, pues, ante una pérdida de los grandes ideales, que explica la preeminencia de actitudes éticas situacionistas y relativistas, en la que habrá tantas reglas morales como realidades tenga cada uno. Hablamos, pues, de una moral de lo precario, que ya no juzga a nadie por grandes valores absolutizables a cualquier situación. Hablamos de una moral movida por propuestas concretas, formuladas tentativamente y que no tienen el afán de reivindicarse en moral universal para toda la humanidad, pero que sin embargo sí dan una respuesta específica y precisa a la situación concreta.