Espacio, Iluminación y Simbolismo en La Fundación de Buero Vallejo


La Fundación de Buero Vallejo: Realidad y Ficción en Escena

La obra de teatro La Fundación de Antonio Buero Vallejo fue representada por primera vez en el año 1974, convirtiéndose en una de las más admiradas y valoradas tanto por la crítica como por el público. En ella, Buero realiza una reflexión crítica sobre el hombre contemporáneo y la sociedad en la que le ha tocado vivir, ataca ese mundo y esa sociedad que anulan la personalidad individual del hombre y causan alienación. Aunque Buero fue preso político tras la Guerra Civil y eso se nota en todo el texto, su intención es superar el ámbito de lo particular para reflexionar sobre lo universal: su denuncia no se limita a la situación concreta tratada en la obra, sino que pretende cuestionar aspectos esenciales de la condición y la vida humana.

El Espacio Real y el Espacio Soñado: La Puesta en Escena

La acción transcurre en un lugar indeterminado donde se puede sufrir persecución política por motivos de ideas. Sufre una transformación paulatina, pero en realidad es siempre el mismo, por lo que existe unidad de lugar. Se trata de espacio simbólico. En la configuración de este espacio el autor va a utilizar como principal recurso el efecto de inmersión.

Busca que el público sea participante, aunque no lo desee, de los problemas y de la situación anímica de alguno de los protagonistas. La inmersión se concreta en la asunción del punto de vista de Tomás. Los espectadores vemos el escenario tal y como lo percibe Tomás en su imaginación.

Comienza la obra en un espacio idílico, La Fundación, paulatinamente, éste va cambiando, para regresar al espacio inicial en el que se nos sitúa mediante las acotaciones. Cuando el espacio escénico queda vacío al final, la celda se transforma de nuevo en la hermosa habitación de una Fundación, lista para acoger a nuevos inquilinos. La “fábula” se muerde la cola y vuelve a empezar.

Podría entenderse que hay un espacio cíclico/ circular en el que se suceden los lugares imaginarios y los reales (el espacio real solo se presenta en la 2ª mitad de la 2ª parte de la obra), pero en realidad existe unidad de lugar.

Esa transformación es el resultado de la transformación anímica de Tomás. La escenografía irá variando a medida que su percepción del mundo evolucione de la ficción a la realidad y, con ello, los espectadores participaremos de su propia mutación psíquica. La escenografía va cambiando poco a poco ante el espectador y el propio protagonista.

Podríamos diferenciar los elementos “reales” de los imaginarios, los primeros son muy pocos y sólo los vemos cuando desaparecen los otros (la vajilla, los libros de arte, el teléfono…). Estamos, pues, ante dos escenarios superpuestos, el segundo de los cuales aflora cuando desaparece el primero. El vestuario también participa de este proceso, va cambiando según lo hace la mente de Tomás, siendo lo más llamativo sus cambio de color, o el cambio total de estilo en el caso de los camareros/carceleros.

En el proceso de transformación del espacio la iluminación juega un papel fundamental. La obra se inicia con una luz clara que va oscureciéndose progresivamente hasta llegar al final a la tenebrosa oscuridad de la cárcel.

Iluminación y Efectos Sonoros

Buero Vallejo hace uso de la iluminación para transformar el espacio. Pasamos de una luz clara al inicio de la obra, como correspondería a una Fundación, y poco a poco, al tiempo que va cambiando el espacio, la luz se va oscureciendo hasta dejarnos ante la oscuridad tenebrosa de una cárcel. La lámpara que solo Tomás ve en la celda de la cárcel toma valor simbólico, pues en un momento determinado de la obra no se enciende (esto se puede entender como un pequeño paso hacia la recuperación de su cordura).

También es simbólico el hecho de que uno de los últimos días en los que se desarrolla la obra las luces de la cárcel no se apagasen. Después de eso serían “trasladados” poco a poco todos los protagonistas de la obra: primero Tulio, después Asel y por último Lino y Tomás.

De igual manera la música de Rossini que abre y cierra la obra adquiere gran carga simbólica, al ser una música grata y suave que crea el ambiente necesario para la ensoñación. Incluso este final cíclico invita a los espectadores a la reflexión de si hemos salido realmente de La Fundación o si todo ha sido un sueño.

Además de los efectos de iluminación y los sonoros es importante destacar la importancia de:

  • La mímica.– Es importante en la obra para resaltar algunos detalles como la locura de Tomás (cuando hablaba por un teléfono imaginario; cuando encendía una lámpara que nadie más veía; cuando hablaba con el Hombre muerto o con su novia imaginaria; cuando Tulio coloca los vasos imaginarios; …)

Así mismo son importantes como elemento escénico las recurrencias artísticas como los cuadros El taller de Vermeer; El retrato de Arnolfini y su esposa de Van Eyck, entre cuyas obras compara las lámparas; las alusiones a pintores como El Greco, Rembrandt, Velázquez, Goya; la referencia continua al paisaje de Turner que se divisa desde el ventanal o la mención a un cuadro de unos ratones enjaulados del pintor Tom Murray, incrementan la sensación de alucinación de Tomás.

Mediante estas recurrencias Buero reafirma la simbiosis entre arte-imitación de la naturaleza, arte-paisaje-alucinación.

Efecto de Inmersión: Tomás, la Imaginación y los Hologramas

El efecto de inmersión.– El término “efecto de inmersión” fue acuñado en contraste evidente con los efectos de distanciación de Bertolt Brecht. Al espectador se le obliga a compartir, con un personaje una percepción sensorial singular; y experimenta por tanto una sensación más fuerte de simpatía o identificación con el mismo. En este caso nuestro personaje es Tomás.

Todo este proceso de subjetivización sitúa al autor en la línea de los grandes dramaturgos contemporáneos (por ejemplo, Arthur Miller) que buscan la superación de la objetividad.

El público ve, pues, lo que ve el personaje, que impone un “punto de vista” subjetivo de primera persona a todo el universo escénico. El acercamiento desde la locura a la realidad, vivido por ambos. La acción de la obra se centra principalmente en la conquista de la verdad a partir de la enajenación: en comprender que estamos en la cárcel.

Esta “inmersión” en la mente del protagonista es el único modo de poder presentar directamente la sucesiva vuelta a la normalidad de Tomás.

Hay pues una clara oposición entre apariencia y realidad. De la confortable institución en que el público se ha instalado al principio de la mano de Tomás se camina paso a paso hasta el desvelamiento total de la celda de la que, no obstante, nunca se ha salido.

La locura está muy presente en muchas de las obras de Buero Vallejo con diversas posibilidades interpretativas. Por una parte, los personajes que la sufren le permiten mostrar de una manera especial la realidad; por otra, simboliza las insuficiencias y debilidades humanas; y, por último, la locura es una forma de evasión mediante la cual el loco vive en su propio mundo ajeno a todo lo que le rodea. Otra obra en la que usa la locura es el El tragaluz. Él emula de nuevo a Cervantes, recordemos a Don Quijote y el Licenciado Vidriera.

Tomás convierte su locura en válvula de escape a la terrible situación que vive. La progresiva recuperación de la lucidez supone una evolución moral. Tomás por fin asume su responsabilidad en el mundo.

El hombre debe encararse con los aspectos más duros de su situación real, por amargos que sean, debe enfrentarse a su alienación.

Soñar plantea una perspectiva ambivalente. Puede ser una actividad positiva, pero también un desahogo estéril y engañoso.

El descubrimiento de la verdad es el único camino para la redención, para la verdadera vida. La Fundación es, en el fondo, un lento proceso de asunción de la verdad por todos los personajes y los espectadores. Debemos luchar por un futuro mejor, sin opresión, sin explotación, sin falsas “Fundaciones”.

La crisis del concepto de lo real es un tema habitual en la obra de Buero Vallejo. Ya no se puede creer ni en lo que en escena aparece como más tangible y corpóreo, pues acaso no sea todo ello sino una ilusión óptica, un “holograma”.

Los hologramas suponen una reflexión sobre la naturaleza de la realidad. Como en el mito platónico de la caverna nos hace pensar hasta qué punto lo que perciben nuestros sentidos es real o pura ilusión. (Ventanal, libros, vasos, platos, teléfono, visitas de Berta…)

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