El Reinado de Carlos IV y el Impacto de la Revolución Francesa
Ante la muerte de Carlos III, le sucedió su hijo Carlos IV en 1788. Un año después, estalló la Revolución Francesa, lo que complicó mucho su reinado. Carlos IV decidió abdicar y dejar el gobierno en manos de sus ministros, pero estos fueron eliminados para dar paso a Manuel Godoy, gracias a la influencia de la reina María Luisa de Parma. Godoy se convirtió en un válido todopoderoso y su gobierno creó tensión en la familia real.
En Europa se vivía bajo un clima de guerra contra la Francia revolucionaria. Cuando murió Luis XVI en 1793, España se alió con otras naciones para luchar contra Francia. Esta guerra tuvo dos etapas: la primera fue favorable, con victorias españolas en los Pirineos, pero la segunda fue a favor de los franceses, que invadieron Navarra y Guipúzcoa. Tras esto, en 1795 se firmó la Paz de Basilea.
La caída de Godoy y Carlos IV, y la elevación al trono de Fernando VII, empeoraron la crisis de la monarquía española. Esta situación favoreció a Napoleón Bonaparte, quien obtuvo las abdicaciones de los monarcas españoles en Bayona, renunciando estos a los derechos de la corona española. Napoleón decidió entregar el reino de España a su hermano, José I Bonaparte, lo cual provocó la oposición del pueblo español y el inicio de la Guerra de la Independencia.
La Guerra de la Independencia (1808-1814)
Madrid estalló en cólera el 2 de mayo de 1808, surgiendo el choque contra el ejército francés. La lucha fue de carácter popular, y los oficiales Daoiz y Velarde se unieron a la rebelión. El ejército francés, al mando del general Murat, reprimió brutalmente el levantamiento popular. Frente a la pasividad de la Junta de Gobierno, la reacción popular fue distinta: la rebelión se extendió por todas las ciudades.
Fases de la Guerra
Primera fase (Junio-Noviembre 1808)
Tuvo lugar el fracaso inicial del levantamiento de Madrid. Los soldados franceses estuvieron controlando los alzamientos urbanos que se habían extendido por las ciudades más importantes del país. El hecho más destacado fue la Batalla de Bailén, donde un ejército español, dirigido por el general Castaños, derrotó por primera vez en campo abierto a un ejército napoleónico. Sus consecuencias fueron importantes: José I abandonó Madrid y se replegó hacia el norte del Ebro, acompañado de los pocos afrancesados que le apoyaban. Napoleón, para vengar esa derrota, entró en España al frente de un poderoso ejército, la ‘Grande Armée’.
Segunda fase (Noviembre 1808-Primavera 1812)
Esta fase se caracteriza por la reacción francesa ante la derrota de Bailén. Napoleón entra en España con su ejército y en diciembre toma Madrid, donde vuelve a colocar a su hermano José I. Zaragoza y Gerona cayeron en poder de los franceses tras heroicos sitios. El ejército español fue derrotado en la Batalla de Ocaña, abriendo las puertas de Sierra Morena y permitiendo el dominio francés de Andalucía, a excepción de Cádiz. Un hecho decisivo en esta fase fue la aplicación de la guerra de desgaste (guerrillas) por parte del ejército y el pueblo español contra el ejército francés.
Tercera fase (Primavera 1812-Agosto 1813)
Napoleón se vio obligado a retirar de España una parte importante de su ejército para comenzar la invasión de Rusia. Esta acción fue aprovechada por las tropas aliadas (españolas, portuguesas y británicas) al mando del Duque de Wellington, que en 1811 iniciaron una nueva ofensiva desde Lisboa. El desastre de la campaña de Rusia aceleró la derrota francesa. Napoleón volvió a retirar más hombres para asegurar la defensa de Francia, y los restantes iniciaron un repliegue hacia su país. Wellington emprendió la ofensiva final. En la Batalla de Vitoria en 1813, los franceses fueron derrotados y José I se vio obligado a cruzar la frontera. En diciembre, Napoleón firmaba el Tratado de Valençay, por el que Fernando VII era repuesto en el trono, poniendo punto y final a la guerra. Los efectos de la guerra fueron desastrosos para España.
La Renovación Liberal: Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
El concepto de renovación liberal se entiende como un cambio brusco del sistema político, económico y social como resultado de un proceso político violento o de circunstancias extraordinarias. Por liberalismo entendemos los valores anunciados por los ilustrados del siglo XVIII y puestos en práctica durante la Revolución Francesa. A eso es a lo que se llegó en las Cortes de Cádiz, donde los diputados actuaron en nombre de Fernando VII, que estaba preso en Francia.
El avance del ejército francés obligó a la Junta Suprema Central a establecerse en Cádiz. Las circunstancias en esta ciudad, sitiada pero libre del dominio francés y con un fuerte ambiente burgués y liberal, fueron favorables para cambiar el sistema tradicional del gobierno. La Junta Suprema Central se disolvió, pasando el poder a un Consejo de Regencia que procedió a la convocatoria de elecciones a Cortes. Se eligieron los diputados por sufragio universal (masculino indirecto). El 24 de septiembre de 1810, al constituirse, las Cortes decidieron entrar por una vía revolucionaria para dar a España una constitución que cambiaría el país. La composición social de las Cortes estaba influida en su mayoría por individuos que pertenecían a las clases medias y con formación intelectual (eclesiásticos, abogados, funcionarios, militares, catedráticos).
La Constitución de 1812
Se aprobó una constitución de carácter liberal, promulgada el 19 de marzo de 1812, día de San José, por lo que fue conocida popularmente como “La Pepa”. Su contenido se basa en los siguientes principios:
- Afirmación de la soberanía nacional (el poder reside en la nación).
- División de poderes: legislativo (Cortes con el Rey), ejecutivo (Rey) y judicial (tribunales).
- Proclamación de una monarquía constitucional, en la que el poder del monarca quedaba limitado por la Constitución.
- Igualdad de todos los ciudadanos ante la ley (aunque con matices).
- Reconocimiento de derechos y libertades individuales (libertad de imprenta, propiedad, inviolabilidad del domicilio, etc.).
Otras Leyes de las Cortes de Cádiz
Las Cortes, entre 1810 y 1813, aprobaron también una serie de decretos y leyes destinados a desmontar el Antiguo Régimen:
- Libertad de imprenta y eliminación de la censura previa en escritos políticos (no religiosos).
- Abolición de los señoríos jurisdiccionales y del régimen señorial.
- Abolición de la Inquisición.
- Eliminación de los gremios, estableciendo la libertad económica, comercial, de trabajo y de fabricación.
- Derogación de los privilegios de la Mesta.
- Supresión del mayorazgo.
El Reinado de Fernando VII (1814-1833)
Restauración del Absolutismo (Sexenio Absolutista, 1814-1820)
Para aceptar a Fernando VII como rey, este debía jurar la Constitución. Sin embargo, apoyado por sectores absolutistas (Manifiesto de los Persas) y por parte del ejército, preparó un golpe de Estado. El 4 de mayo de 1814, mediante un decreto, restauró el poder absoluto del monarca y declaró nula toda la obra de las Cortes de Cádiz. Fernando VII, como rey absoluto, entraba en Madrid. Las potencias vencedoras de Napoleón se reunieron en el Congreso de Viena (1814-1815) y crearon la Santa Alianza para restaurar el absolutismo en Europa y defenderse mutuamente de las amenazas liberales.
Tras el golpe de Estado vino la represión política contra liberales y afrancesados. En cuanto a la labor de los gobiernos de Fernando VII, fue en general desastrosa, incapaz de afrontar la grave crisis económica derivada de la guerra y la pérdida progresiva de las colonias.
El proceso de independencia de las colonias españolas en la América continental tiene sus raíces en los siguientes fenómenos:
- Los cambios culturales del siglo XVIII (Ilustración).
- La experiencia de autogobierno que proporcionó a la burguesía criolla el vacío de poder producido en 1808.
- La debilidad de la monarquía fernandina tras la guerra.
- La incapacidad diplomática de España.
- La escasa capacidad de control marítimo tras la derrota de Trafalgar (1805).
- El precedente de la independencia de los Estados Unidos.
La represión política no detuvo la acción de los sectores liberales. Se dedicaron a conspirar, siendo un marco propicio para ello las logias masónicas, muy difundidas en el ejército. Serán los pronunciamientos o golpes militares el principal instrumento de los liberales para intentar acceder al poder, pero todos fracasaron entre 1814 y 1820 al no contar con el suficiente apoyo popular o militar.
El Trienio Liberal (1820-1823)
En enero de 1820, el coronel Rafael del Riego, al frente de las tropas acantonadas en Cabezas de San Juan (Sevilla) que iban a embarcar para reprimir la sublevación en América, se pronunció y proclamó la Constitución de 1812. La sublevación se extendió y Fernando VII, falto de apoyos, se vio obligado a aceptar la Constitución el 7 de marzo de 1820 («Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional»).
A lo largo de los tres años del Trienio Liberal, las Cortes aprobaron una legislación reformista con la intención de acabar definitivamente con el Antiguo Régimen, recuperando gran parte de la obra de Cádiz. Mientras, en el interior de la cámara empezó a darse una división entre los mismos liberales: por un lado estaban los moderados (partidarios de reformas más limitadas y de colaborar con el rey) y por otro los exaltados o radicales (partidarios de aplicar íntegramente la Constitución y de reformas más profundas). A todo esto, el régimen constitucional avanzaba con grandes dificultades, enfrentado a la oposición del rey, la nobleza, la Iglesia y partidas absolutistas armadas.
El 7 de julio de 1822, en Madrid, un golpe militar absolutista intentó, sin éxito, acabar con el gobierno liberal. Su efecto fue la caída del gobierno moderado y el ascenso de los exaltados. Desde entonces, las partidas realistas incrementaron sus acciones. Las potencias de la Santa Alianza decidieron en el Congreso de Verona (1822) intervenir en España para restablecer el poder real. Francia fue la encargada de enviar un ejército, conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, al mando del Duque de Angulema, que invadió España en abril de 1823 sin apenas resistencia.
La Década Ominosa (1823-1833)
Por decreto del 1 de octubre de 1823, el rey declaró la nulidad de todo lo aprobado por las Cortes y el gobierno durante los tres años del Trienio Liberal. Esto desencadenó una violenta represión contra los liberales. Se crearon comisiones militares para procesar a los que desempeñaron puestos importantes durante el Trienio. La historiografía liberal denominará como “ominosa” (abominable) a esta última década del reinado de Fernando VII.
Sin embargo, la experiencia del Trienio mostró que era imposible volver sin más al absolutismo anterior. Esto explica la incorporación al gobierno de ministros con ideas favorables a la aplicación de ciertas reformas administrativas y económicas, como Luis López Ballesteros en Hacienda. El objetivo final era la supervivencia del absolutismo, pero esta vía reformista moderada estaba amenazada tanto por los liberales como por los ultrarrealistas o apostólicos (absolutistas intransigentes). En la corte, este sector se agrupaba alrededor de Don Carlos María Isidro, hermano del rey y, hasta el nacimiento de Isabel II, su previsible sucesor. También se reprimieron duramente todos los levantamientos liberales (Torrijos, Mariana Pineda).
La cuestión sucesoria dominó la parte final del reinado. Fernando VII no tenía descendencia masculina. En 1830, promulgó la Pragmática Sanción (aprobada por Carlos IV en 1789 pero no publicada), que derogaba la Ley Sálica (que impedía reinar a las mujeres si había varones en la línea sucesoria). Con ello, privaba de sus derechos al infante Don Carlos en favor de su futura hija, la princesa Isabel. Los partidarios de Don Carlos (carlistas) no aceptaron la medida y en septiembre de 1832 protagonizaron los llamados Sucesos de La Granja: una conjura palaciega que, aprovechando una grave enfermedad del rey, le obligó a reimplantar la Ley Sálica. Sin embargo, una vez recuperado, Fernando VII revocó la decisión, confirmó los derechos sucesorios de su hija Isabel y apartó a los ultrarrealistas del poder, buscando el apoyo de los absolutistas más moderados e incluso de los liberales.
El 29 de septiembre de 1833 falleció Fernando VII, iniciándose la regencia de su viuda, María Cristina de Borbón, en nombre de la niña Isabel II. Ante la pugna entre los dos bandos absolutistas (el isabelino o cristino, más moderado y dispuesto a ciertas reformas, y el carlista, intransigente), para los liberales se abría la gran oportunidad para acceder al poder, algo para lo que llevaban mucho tiempo esperando y conspirando.