La Restauración Borbónica (1875-1931)
La Restauración Borbónica, un periodo que abarca desde 1875 hasta la dictadura de Primo de Rivera en 1923, o incluso hasta la proclamación de la II República en 1931 según algunas interpretaciones, comprende los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII, incluyendo la regencia de María Cristina. Promovida por Antonio Cánovas del Castillo con el Manifiesto de Sandhurst y facilitada por el golpe de Estado de Martínez Campos, esta época coincidió con la pérdida del poder colonial español, el auge del colonialismo global y el crecimiento de un influyente movimiento obrero a pesar de los intentos de contención.
Origen del Sistema Político de la Restauración
En 1875, Alfonso XII, hijo de Isabel II, restauró la monarquía tras el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de 1874. Este pronunciamiento, desaprobado por Cánovas, líder alfonsino durante el Sexenio Revolucionario, quien abogaba por la «paz y el orden», culminó con la abdicación de Isabel II en 1870 y buscaba la subordinación del ejército al poder civil. El 1 de diciembre, Alfonso XII firmó el Manifiesto de Sandhurst, defendiendo una monarquía hereditaria y constitucional, basada en el liberalismo y el catolicismo con libertad de culto, superando así las constituciones de 1845 y 1869.
Las Bases y Fundamentos del Sistema de Cánovas
Cánovas del Castillo diseñó un sistema político que permitiera a los monárquicos constitucionales (moderados, progresistas, unionistas y demócratas) gobernar en paz, poniendo fin a las luchas civiles y defendiendo el orden y la propiedad. Basado en la teoría de la constitución interna, este sistema establecía que la monarquía y las Cortes compartían la soberanía por encima de los textos constitucionales. De ideología conservadora, Cánovas se apoyó en la burguesía latifundista (incluido el grupo de presión esclavista de Cuba), la burguesía industrial, la Iglesia y el ejército, eliminando así los pronunciamientos militares. La Constitución de 1876, de carácter liberal doctrinario y vigente hasta 1931 (aunque suspendida en 1923), fue de naturaleza pactista y conservadora. Redactada por notables designados por Cánovas y aprobada por unas Cortes manipuladas, otorgaba al rey amplios poderes (elegir gobierno, disolver las Cortes, veto, iniciativa legislativa y mando militar) y establecía un sistema bicameral (Senado, compuesto por senadores por derecho propio, de designación real y por elección de los mayores contribuyentes; y Congreso, elegido inicialmente por sufragio censitario restringido al 5% de la población en 1878, y posteriormente por sufragio universal masculino en 1890, que amplió el censo al 27%). De carácter centralista, la Constitución restringía los derechos individuales y declaraba el catolicismo como religión oficial del Estado.
Bipartidismo y Turnismo
Cánovas instauró un sistema bipartidista: el Partido Conservador, fundado por él mismo en 1875, defendía el sufragio censitario y una menor amplitud de libertades; y el Partido Liberal, fundado por Sagasta en 1880, impulsó el sufragio universal y mayores libertades.
El turnismo, iniciado en 1881, consistía en la alternancia pactada en el poder de ambos partidos mediante fraude electoral. Este sistema garantizaba la estabilidad política, pero se trataba de una farsa sin democracia real, controlada por el rey, el gobierno y los caciques. Se consolidó durante la regencia de María Cristina (1885-1902) con el Pacto del Pardo (1885), cuyo objetivo era defender la monarquía frente a carlistas, republicanos y el incipiente movimiento obrero. El fraude electoral se basaba en prácticas como el encasillado, el pucherazo y el caciquismo, y persistió incluso tras la instauración del sufragio universal masculino en 1890. Joaquín Costa, en su obra Oligarquía y caciquismo (1902), calificó este sistema como corrupto y oligárquico.
La Oposición al Sistema
En oposición al sistema monárquico, centralista y burgués, se encontraban diversos grupos: los carlistas (divididos tras 1876, con mayor presencia en Navarra y el País Vasco), los republicanos (fragmentados en diversas facciones: Posibilistas, Unión Republicana, Federales, con algunos avances en la década de 1890), los nacionalistas (en Cataluña: Unió Catalanista en 1891, las Bases de Manresa en 1892, y la Lliga Regionalista en 1901; en el País Vasco: el PNV en 1895, fundado por Sabino Arana) y el movimiento obrero (anarquistas, reprimidos en Andalucía y Cataluña —con el asesinato de Cánovas en 1897—; y socialistas, con el PSOE fundado en 1879 por Pablo Iglesias, la UGT en 1888, y la obtención de su primer escaño en el Congreso en 1910). A pesar de sus discrepancias, estos grupos se fueron integrando paulatinamente en el sistema.
La Evolución Política: Reinado de Alfonso XII (1875-1885)
Alfonso XII buscó la pacificación del país: la Tercera Guerra Carlista finalizó en 1876 (concediendo al País Vasco una autonomía fiscal, pero sin restaurar los fueros), y la Paz de Zanjón en 1878 puso fin a la guerra en Cuba, aunque el incumplimiento de las reformas prometidas provocó la Guerra Chiquita (1879-1880) y la Guerra de Independencia cubana (1895-1898). El gobierno conservador (1876-1881) impuso el sufragio censitario (1878), restringió las libertades y reforzó el centralismo; los liberales (1881-1884) legalizaron el PSOE (1881) y enfrentaron la oposición al librecambismo. Cánovas regresó al poder en 1884.
Regencia de María Cristina (1885-1902)
Tras la muerte de Alfonso XII, María Cristina asumió la regencia (1885-1902). El Pacto del Pardo (1885) entre Cánovas y Sagasta aseguró la continuidad de la monarquía. Los liberales (1885-1890) legalizaron las asociaciones (incluida la UGT en 1888), aprobaron el sufragio universal masculino (1890), el Código Civil (1889) y leyes de prensa. Sin embargo, la crisis de 1890-1898 incluyó el fracaso del regeneracionismo de Silvela, el asesinato de Cánovas (1897) y el Desastre del 98. La Guerra de Cuba (1895-1898), tras la abolición de la esclavitud (1886) y la fundación del Partido Revolucionario Cubano (1892) por José Martí, finalizó con la intervención de Estados Unidos (tras la explosión del acorazado Maine en 1898) y la firma del Tratado de París el 10 de diciembre de 1898, por el cual España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Posteriormente, España vendió las Islas Carolinas y las Marianas a Alemania. El Desastre del 98 trajo consigo pérdidas territoriales y económicas, el auge del regeneracionismo (Maura, Silvela), el africanismo y una profunda crisis nacional, con Joaquín Costa, en su obra Oligarquía y caciquismo (1902), diagnosticando a España como una «nación frustrada».