TEMA VII: LA TRADICIÓN ROMANA
La
principal característica de la Teoría
Literaria Romana, representada por Cicerón y Horacio
fundamentalmente, es la síntesis retórico-poética de la que hablaba A. Fontán
en un artículo titulado Cicerón y
Horacio, Críticos Literarios.
La
teoría intenta con esta síntesis contrarrestar las tendencias de la práctica
literaria, donde, por el contrario, se asiste al inicio de la confusión entre
la retórica y la poética.
Los
poetas elaboran sus obras teniendo más en cuenta el factor de la elocutio que
el factor de la ficción o de la mimesis, que es lo que había preocupado a los
griegos, es decir, más preocupados por las virtudes lingüísticas del poema que
por la fábula. De ahí que el poema fuese definido como discurso bien escrito o
como discurso bello había solo un paso,
sobre todo porque al mismo tiempo que se producían estos cambios en la práctica
poética, en la práctica oratoria (retórica) se asistía al inicio de lo que G.
Genette llamará ‘restricción de la retórica’.
La
retórica se restringía porque, influida en su enseñanza por los cada vez más
poderosos gramáticos, se tendía a reducirla a una sola de sus partes, la
elocutio, es decir, la expresión o el estilo. Con lo que la vieja definición
aristotélica de la retórica como arte de persuadir mediante el discurso fue
cediendo paso a una definición, de la retórica a la manera de la gramática, es
decir, como arte de construir bien los discursos. Retórica y poética venían así
a fundirse en el componente común a ambas, que era el lenguaje elaborado.
Pero
mientras estos sucedía así en la práctica, en la teoría se daba cierta
resistencia a esta fusión.
En
lo que respecta a la retórica, es Cicerón quien trata de salvar, en la medida
de lo posible, la tradición oratoria. La retórica romana está tan asociada al
nombre de Cicerón que hay autores que consideran lícito referirse a sus obras,
a las de Quintiliano y a las del autor de la Retórica ad Herennium, como partes de una tradición común
que con propiedad podría llamarse ‘Ciceromanía’.
Una
de las ideas más importantes de esa tradición es que sigue considerando la
retórica como parte de la ciencia política y, por tanto, se sigue considerando
la eficacia persuasiva como el principal criterio del buen discurso. Pese a
ello, uno puede negarse la presencia de en estos meros retóricos de un hincapié
en la elocutio de manera que todas las retóricas romanas presentan teorías del
estilo muy desarrolladas, basadas en la proliferación de las figuras retóricas.
La más importante en este sentido es la Retórica ad Herennium, que durante la
Edad Media fue retribuidad a Cicerón y cuyo
libro cuarto representa el más completo tratamiento del estilo que se hizo en
la antigüedad con una definición y ejemplificación de 64 figuras retóricas.
Por
lo que respecta a la poesía, Cicerón representa el caso más arquetipo de los
ideólogos republicanos de la época que reúne, de manera ejemplar, un interés
real por el arte o ética y una crítica intelectual moral y negativa. En su obra
titulada El Orador (aprox. 5 a.C.) se traduce el
pensamiento del filósofo griego Panecio para quien belleza y utilidad-moralidad
van inexplicablemente unidas.
También
la obra de Quinto Horacio Flaco hay que entenderla en este contexto de
acercamiento de Retórica y Poética como un intento más de contrarrestar en la
teoría las tendencias de la práctica poética.
En
la formulación de una de sus famosas dualidades, según la cual ‘los poetas
quieren ser útiles o deleitar o decir, a la vez, cosas agradables y adecuadas a
la vida’, Horacio parece inclinarse por el ideal que, con toda justicia se
denomina clásico y que consiste en la combinación de efectos estéticos y
pragmáticos.
Con
ello, Horacio pretende torcer el rumbo del arte de su tiempo y a los poetas que
valoran en exceso el trabajo técnico-lingüístico les advierte que ‘a veces, una
obra sin arte alguno y sin peso, más brillante en ideas y con caracteres bien
dibujados, deleita y retiene mejor al público que versos sin ningún fondo y
vagatelas armoniosas’. En el mismo sentido que Cicerón recuerda que ‘para
escribir bien, razonar es el principio y la fuente’.
Si
Cicerón y Horacio lograron fundir en una síntesis las dos técnica, Retórica y
Poética, sin disolver del todo su especificidad y salvándolas de la restricción
elocutiva (preocupada por los aspectos formales), tal y como apuntaban las
últimas tendencias, Marco Fabio Quintiliano en su Instituto Oratoria, compuesto
por 12 libros, advierte todavía, contra la tendencia a reducir la retórica a la
elocutio y recuerda que ésta sin poder de persuasión, no es retórica.’Que la
retórica, a la que el poder de la
elocuencia ha dado su nombre, no decline sus propios deberes’.
Pero,
sin embargo, no tiene ningún escrúpulo en identificar la poética con el arte de
escribir bien, tal y como lo hacían los gramáticos o profesores de literatura
de la época.
Esta
tendencia culminaría ya en el s. IV con Elio Donato, quien en uno de los
capítulos de su Ars Maior acaba
entrelazando retórica y gramática (poética).
Sin
embargo, la Teoría Literaria
Romana no puede reducirse a este concepto retórico-gramático de la poesía como
arte de escribir bien si tiene en cuenta que, casi al mismo tiempo que
Quintiliano y Túcito escriben en sus obras, se produce en la Roma Imperial un tratado de
Teoría Literaria inscrito en la tradición platónica y que tendrá repercusión en
la reflexión estética posterior, fundamentalmente durante la
Edad Media.
A
pesar de que su autor, Longino, se ha considerado siempre que su reflexión se
produce en el ámbito de la cultura romana.
De
hecho, su obra De lo sublime debió escribirse poco después de la época de
Augusto (primer emperador romano).
Según
Longino, la distinción y la excelencia de la expresión radican en la sublimidad
de los pensamientos y en la grandeza o elevación del alma, de manera que no
podemos dejar de aludir a la originalidad y fuerza de un tratado que, como
éste, más que considerar a los poetas como intérpretes de los dioses, los eleva
a la categoría de dioses, reservando el papel de intérpretes a los lectores.
Así pues, tampoco en Roma existió una única manera de especificar lo literario
y, junto al concepto dominante elaborado por gramáticos y retóricos que hace de
la poesía un ejercicio de virtuosismo verbal abierto a cualquier ciudadano que
pudiera costearse una buena educación, existía, fuera de las instituciones
académicas (escuelas de retórica), un concepto más atrevido que seguía
presentando al poeta como un inspirado, cuya grandeza residía en la elevación
del alma y no en la habilidad técnica. Una polémica que, de una manera u otra
no ha dejado de plantearse en ninguna de las sociedades y culturas que han
contemplado la existencia de textos literarios.