Aportaciones del Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II supuso un cambio profundo para la vida interna de la Iglesia:
- El reconocimiento del espíritu cristiano en las iglesias no católicas.
- El reconocimiento del papel de los laicos en la vida de la Iglesia.
- La reforma litúrgica en la que se renuevan todas las celebraciones.
- La definición de la Iglesia como «pueblo de Dios».
Del Concilio emanaron, entre otros, cuatro grandes documentos: la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium; la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes; la Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación; y la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.
Los comienzos: renovación de costumbres judías
La Iglesia se manifiesta en Pentecostés en torno a los doce. Esto sucede en Jerusalén, pero pronto surgen comunidades en otros lugares de Palestina. A todas ellas les une la fe en Jesús. Estos seguidores de Jesús, al principio, se mantienen fieles a las prácticas judías, pero pronto comienzan a renovar algunas costumbres. Consideran que los seguidores de Jesús, entre los que hay muchos que no son judíos, no tienen por qué someterse a las leyes judías, como la circuncisión, ya que lo que salva no es la ley sino la fe en Jesús.
Los primeros siglos: relación con el Imperio romano
Los cristianos se expanden por todo el Imperio romano. Muchas de las costumbres imperantes en esa sociedad chocan con las costumbres cristianas. El enfrentamiento con Roma impone nuevos cambios: se niegan a intervenir en negocios públicos, a hacer el servicio militar y, sobre todo, a dar culto al emperador. Sin embargo, no se trata de una oposición indiscriminada, sino que muchos elementos de la cultura pagana son asimilados por el cristianismo.
Edad Media: Iglesia e imperio
La situación del cristianismo cambia radicalmente durante el siglo IV: pasa de ser una religión perseguida a ser la religión del Estado. Esto conlleva, entre otras cosas, que los obispos se conviertan en funcionarios cualificados del Estado y que el papa alcance rango imperial. Cuando cae el Imperio romano, la Iglesia asume su función. Esta situación continúa con Carlomagno y otros emperadores que se consideran a sí mismos jefes de la cristiandad. Durante el siglo XI se inicia una corriente, encabezada por el papa Gregorio VII, que pretende, y consigue, alterar este orden. Sus objetivos eran conseguir el predominio del papa sobre el emperador y abolir la simonía y la investidura de los laicos.
La imagen que ofrece la Iglesia durante este largo período de tiempo es la de una Iglesia-imperio, aunque se trate de un imperio espiritual y cristiano.
Una comunidad mística
Paralelamente a la imagen de la Iglesia como imperio, se desarrolla otra mucho más espiritual y evangélica: la que protagonizan los monjes y, posteriormente, las órdenes mendicantes. El monacato impulsa una corriente mística que descubre la presencia de Dios en el alma y relativiza los aspectos temporales de la Iglesia. Francisco de Asís mantiene vivo el ideal de una Iglesia pobre y contrapone la imagen de Cristo rey y juez a la de Cristo pobre, servidor y crucificado.
Renacimiento: Iglesia, guardiana de la verdad
La aparición de los estados modernos trae consigo la ruptura de la unidad; desaparece así la identificación de la Iglesia con el Imperio. Desde finales de la Edad Media se venía clamando por una reforma de la Iglesia. La llevada a cabo por Lutero crea la imagen que podría definirse como la Iglesia de la Palabra, la congregación de creyentes que escucha la palabra de Dios y la acepta con fe. La realizada por la Contrarreforma y el Concilio de Trento presenta a la Iglesia como guardiana y maestra de la verdad. Se insiste en la visibilidad de la Iglesia, concretada en los siete sacramentos y, sobre todo, en la autoridad de su cabeza visible, el papa de Roma.
Siglos XVIII y XIX: Iglesia jerárquica
Las controversias y las guerras de religión terminan por agotar a Occidente. Se busca, a toda costa, la paz y surge la necesidad de una comunidad en la que el respeto y la tolerancia sean su seña de identidad. Se concibe a la Iglesia como una sociedad, pero una sociedad fuertemente jerarquizada en la que el estamento clerical es el protagonista principal. Los seglares pasan a ser meros cumplidores de las normas impuestas. Durante estos dos siglos, la Iglesia estuvo siempre a la defensiva. No obstante, a finales del siglo XIX ya latía, en los círculos cristianos más comprometidos, un ansia de renovación.
Siglo XX: el nuevo rostro de la Iglesia
Parece como si las dos grandes desgracias de la humanidad, ocurridas en la primera mitad del siglo XX, las dos guerras mundiales, hubieran hecho florecer una nueva manera de concebir a la Iglesia. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, surge en la población un profundo deseo de interioridad y autenticidad religiosa. Florece la liturgia popular, nace el movimiento ecuménico y los seglares descubren su responsabilidad eclesial. El tema de la Iglesia preocupa y apasiona a todos. Se produce un redescubrimiento de la Iglesia como misterio: la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo.
La Segunda Guerra Mundial provoca una nueva revolución de las conciencias. Ante la dignidad humillada de los seres humanos, es necesaria su defensa. Numerosos cristianos comprenden que la Iglesia tiene una gran responsabilidad en este campo. Surgen, por todas partes, movimientos dispuestos a renovar la imagen de la Iglesia. Es entonces cuando esta se muestra como sacramento de salvación.
Las reformas internas de la Iglesia tras el Concilio
Una vez finalizado el Concilio, Pablo VI desarrolló una serie de orientaciones para aplicar toda esa renovación a la vida de la Iglesia:
- Instituyó el Sínodo de los Obispos y dio mucha más autonomía a las Conferencias Episcopales de cada uno de los países. La Iglesia, así, descentralizaba más su vida.
- Promulgó y desarrolló la reforma litúrgica. Se reformaron los ritos de todos los sacramentos, haciéndolos más cercanos a la vivencia de las personas. El latín dejó de ser la lengua oficial de las celebraciones.
- Animó al compromiso social y político de los cristianos con su encíclica Populorum Progressio, asentando las bases de la nueva Doctrina Social de la Iglesia.
- En la vida de las parroquias, se llamó a una mayor participación de todos los fieles. En este sentido, se fortalecen las «iglesias jóvenes», en especial las de América Latina, África y Asia.
- Promovió mucho la participación de los laicos en la vida de la Iglesia, en todos sus ámbitos, incluso en el ámbito de las celebraciones, donde se instituyó el diaconado para personas casadas.