Panorama de la poesía española de posguerra
En la inmediata posguerra, la cultura española se vio empobrecida. La guerra supuso una ruptura difícil de salvar. Algunos de los mejores poetas habían muerto (Machado, Lorca), otros se habían exiliado (Juan Ramón Jiménez, Cernuda…). En los años posteriores, surgió una variedad de estilos, unidos por un tema común: la guerra y el anhelo de volver. Miguel Hernández muere tras un peregrinar por España, dejándonos su poesía gongorina (Perito en lunas, El rayo que no cesa), la comprometida (Viento del pueblo) y la más humana (Cancionero y romancero de ausencias). No se rompe del todo la continuidad con la poesía anterior, que se había rehumanizado y había vuelto a las estrofas clásicas.
Estudio de la poesía por décadas
Años cuarenta
Dos tendencias:
- Poesía arraigada: Los poetas próximos ideológicamente al régimen franquista encuentran que la realidad tiene sentido y escriben una poesía armónica, clásica y de métrica tradicional (sonetos) sobre temas intimistas, religiosos, familiares y paisajísticos. Publican en revistas como Escorial (símbolo religioso y militar). Destacan José García Nieto o Luis Rosales.
- Poesía desarraigada: Vinculada a la revista Espadaña de León, prefiere los temas existenciales y un lenguaje más directo y desgarrado, menos metáfora y más grito. Deudora del poemario de Dámaso Alonso, Hijos de la ira, lleno de preguntas y angustias. Destacan Blas de Otero (Áncla), Gabriel Celaya o José Hierro (Tierra sin nosotros). Otras tendencias poéticas de este período son el neobarroquismo y esteticismo del grupo Cántico de Córdoba (Pablo García Baena) y el postismo de influencias surrealistas (Carlos Edmundo de Ory).
Años cincuenta
De la poesía desarraigada surge la poesía social: paso del yo al nosotros, poesía comprometida dirigida “a la inmensa mayoría” que quiere denunciar la injusticia. Tono narrativo y lenguaje sencillo, expresivo y casi conversacional. Pido la paz y la palabra (Blas de Otero) dice que es locura callar y dejarse vencer cuando vivir se está poniendo “al rojo vivo”; reclama la paz, la justicia y la libertad y confía en un futuro mejor. En Cantos iberos, Gabriel Celaya define a la poesía como “un arma cargada de futuro”, un instrumento de trabajo dentro de la sociedad capitalista al servicio de la liberación del hombre.
Años sesenta
La poesía social cansa por su despreocupación por el lenguaje (y no consigue su objetivo de transformación social). Surgen los poetas del medio siglo que se preocupan también por el rigor lingüístico. Para ellos, la poesía no es tanto una manera de comunicación como un acto de conocimiento. Temas íntimos: el tiempo, la infancia, la amistad… Se les ha llamado poetas de la experiencia. Destacan Don de la ebriedad (Claudio Rodríguez), Palabra sobre palabra (Ángel González), Las personas del verbo (Jaime Gil de Biedma) y José Manuel Caballero Bonald (Somos el tiempo que nos queda, Summa vitae, Entreguerras).
Años setenta
Nueva promoción poética: estética rompedora: la generación del 68 o “novísimos” (por dos antologías publicadas en 1970, la más conocida la de José María Castellet: Nueve novísimos). Influencias de Cernuda y Gil de Biedma y, sobre todo, extranjeras como Eliot, Pound, Cavafis… y los malditos de nuestra lengua: Octavio Paz, Oliverio Girondo… Tienden al verso libre, las imágenes visionarias, la ruptura del discurso lógico o vanguardismo. Prefieren el exotismo (culturalismo) y la cultura popular de masas (cómics, televisión, cine, publicidad). Autores: Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Vázquez Montalbán, Leopoldo María Panero, Ana María Moix, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Colinas, Luis Antonio de Villena, Antonio Carvajal, Jaime Siles…
Desde los años ochenta hasta nuestros días
Transición: siguen las cuatro generaciones poéticas: la del 27, el 36, la del medio siglo y la del 68; más la que Luis Antonio de Villena ha llamado los “posnovísimos” o “generación de los yoes” (declive de la estética novísima y auge de la pluralidad de tendencias existentes). Hay un matiz común aportado por la filosofía posmodernista: el escepticismo provoca un retorno a lo individual e íntimo, a un nuevo romanticismo. Algunas tendencias son: la recuperación del realismo y la experiencia que prefiere los temas urbanos y cotidianos, representada por Luis García Montero (Habitaciones separadas), Carlos Marzal (Metales pesados), Felipe Benítez Reyes; el neosurrealismo y vanguardismo de Blanca Andreu (De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall) o Félix Grande; una poesía del silencio, mínima, sugeridora, más allá de las palabras: Julia Castillo, Álvaro Valverde, Ada Salas; una poesía erótica: Ana Rosetti y Juan Antonio González Iglesias…