Explorando la Infancia: Seis Relatos Breves y sus Significados Ocultos


La Niña que no Estaba en Ninguna Parte

Este cuento, tan enigmático, nos va dando pistas desde el principio para acertar en esta especie de puzle. En un pequeño espacio, un armario, que contiene objetos infantiles de los que se desprende un olor a alcanfor y una sensación de frío, se desarrolla la mayor parte del cuento. Se insiste por dos veces en este espacio mínimo «dentro del armario» y en la segunda línea, la imagen de la ceniza aplicada a las flores aplastadas nos hace pensar directamente en la muerte. El color rojo de los zapatitos anima la tristeza del ambiente pero, a continuación, se repite la desagradable sensación de la naftalina añadida a la fea visión de la muñeca, que ya no sirve para jugar. La tapa de la caja es un signo de indicio de que la muñeca está muerta, nos presenta simbólicamente la muerte de la infancia. La niña no está porque no ha conservado la niñez, se ha convertido en una mujer horrible, de cara amarilla y arrugada, que se mira la lengua como haciendo burla, mientras se ponía rulos en el pelo.

El Tiovivo

En el escenario colorido y animado de la feria, la autora nos presenta a un niño pobre que no puede participar en las diversiones de los otros. El niño mantiene su mirada gacha, como barriendo el suelo en busca de una moneda perdida que le permita subir al tiovivo. Un día, sin embargo, encuentra una hermosa chapa de cerveza, y como en la infancia todo lo que brilla es oro, acude presuroso a comprar todas las vueltas del tiovivo. Aunque el tiovivo estaba inmóvil y una lona lo protegía de la lluvia, él monta en un resplandeciente caballo de oro (color que simboliza la muerte feliz). La elipsis de la muerte se materializa en una vuelta inacabable. El grito del niño «Qué hermoso es no ir a ninguna parte» patentiza la perduración de una conciencia lúcida tras la muerte, al tiempo que el logro de todos los anhelos lúdicos.

El Niño que no Sabía Jugar

Este relato tiene un título que asusta un poco, ya que el juego es natural en el niño. Las manos quietas y el desdén por los juguetes, aunque los miraba y los tocaba, inquietaban a la madre, que siente un frío premonitorio de un mal próximo. El padre, que no conoce en absoluto la psicología infantil, se enorgullece de su hijo, que cree que es muy inteligente. Los signos de indicio nos preparan para el desenlace, de apenas poco más de una línea. El leve ruidito ¡crac! nos deja sin palabras a los lectores: la onomatopeya es suficiente para encerrar toda la crueldad en un cuerpo tan pequeño.

El Corderito Pascual

Otro niño diferente, por su gordura, recibe el mejor regalo de su vida: un corderito, que lo mira con el cariño que nadie le había tenido nunca. Llegó la primavera y el niño gordo disfrutaba con su corderillo pascual, su único amigo, que no se burlaba de él como los otros niños. Llegó el día de Pascua y al sentarse a la mesa vio la avaricia y la falta de escrúpulos de su padre presentadas de forma expresionista en sus dientes voraces. El niño gordo temía una gran desgracia: sobre la mesa de la cocina encontró la cabeza de su amigo, que todavía mantenía su mirada de cariño.

El Niño del Cazador

El niño del cazador, que asistía siempre con curiosidad y envidia a las cacerías que organizaba su padre, soñaba constantemente con protagonizar, él también, la conocida aventura de la caza. Una noche consigue apoderarse de la escopeta de su padre y se encamina al monte, dispuesto a conseguir su propósito. Apuntando a la cima de los árboles hace su descarga; pero su inexperiencia en el manejo del arma, le convierte en víctima de su propio disparo. Poco antes de morir desfilan ante sus ojos atónitos, en ronda delirante, todos los colores que crea la noche, el dolor, el ansia y el espanto. En la confusión de la premuerte, el niño cree haber dado caza a las aves que con tanta ansiedad perseguía. La enumeración caótica pone de manifiesto el estupor del niño y la conmoción que sacude la naturaleza entera.

La Sed y el Niño

La sed es el indispensable puente emocional que hace posible la transformación del niño en fuente. El cuento presenta tres momentos típicos, bien delimitados:

  • En el primero, tiene lugar la identificación sentimental entre sujeto y objeto. El niño acudía todas las tardes a la fuente, para paladear su frescor jubiloso.
  • En el segundo momento se produce la ruptura: los hombres desvían un día el caudal de las aguas, y el caño del surtidor, como un ojo apagado, es un islote de silencio y pesar que hace estallar la indignación infantil. A partir de este instante el niño se comporta como el enamorado al que han separado del objeto de su amor: se niega a beber, y su ser se convierte en un montoncito de ceniza y sed, que el viento esparce por la tierra.
  • En el tercer momento el alma del niño se encarna en la fuente ilimitada, tenazmente melodiosa, que lleva su mensaje de frescura hasta el océano.

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