Mary Midgley: Explora el origen de la ética a través de dos posturas clásicas: el contrato social y el cristianismo, proponiendo su propia perspectiva.
El origen de la ética implica entender por qué seguimos ciertas normas, entendiendo que las normas no agotan la moralidad. Para comprenderlo, Midgley invita a imaginar una vida sin normas, preguntándose cuándo surgieron estas y si existió una época en que los hombres eran inocentes y libres de conflicto. Si existió un tiempo sin normas, ¿por qué se impusieron las normas morales? Aquí surgen dos respuestas principales:
Dos Perspectivas Radicales sobre el Origen de la Ética
La Perspectiva del Contrato Social (Griegos y Hobbes)
Esta visión explica la ética como un mecanismo de prudencia egoísta que culmina en el contrato social. El estado pre-ético es un estado de soledad, sin ley moral ni jurídica. La catástrofe primitiva ocurre cuando las personas comienzan a reunirse, generando conflicto y una guerra de todos contra todos, como describe Hobbes. En este estado, no hay justicia ni injusticia, moralidad ni derecho. Se pasa a un estado moral a través de un pacto egoísta, donde cada persona renuncia a su libertad absoluta para obtener un beneficio personal.
La Perspectiva Cristiana
Esta perspectiva explica la moral como un intento de sintonizar nuestra naturaleza imperfecta con la voluntad de Dios, conectando la naturaleza pecaminosa del hombre con la voluntad divina. El mito de origen es la caída del hombre, descrita en el Génesis, que marca a todos con el pecado original.
Críticas de Midgley a las Perspectivas Clásicas
Midgley argumenta que estas dos posturas son insuficientes para explicar el origen de la ética. El cristianismo desplaza el problema, ya que aún se debe justificar por qué debemos obedecer a Dios. Aunque la doctrina cristiana ofrece explicaciones, estas se basan en conceptos religiosos complejos. Si el creador fuera un ser malvado, no sentiríamos la obligación de obedecerlo. La obligación de obedecer a Dios no se deduce de su omnipotencia o creación.
La postura de Hobbes, basada en la prudencia egoísta y el contrato social, parece más sencilla, pero también presenta problemas. La teoría asume un estado pre-moral que no funciona, llevando a un contrato basado en el autointerés. Esto implica que la moral es un problema derivado de la convivencia y el autointerés calculador. Midgley argumenta que esto es una especulación filosófica y presenta dos objeciones:
Defecto de la Prudencia Humana
Las personas no son tan prudentes ni congruentes como implica la tesis de Hobbes. El ser humano es defectuoso y no siempre actúa de manera egoísta. A menudo, ayudamos a otros desinteresadamente, lo cual contradice la idea de una prudencia egoísta universal.
Acciones No Basadas en el Autointerés
Muchos actuamos por benevolencia, compasión, cariño, etc., sin esperar nada a cambio. Estas acciones morales no se basan en el autointerés.
La Teoría de la Evolución y el Egoísmo
La noción de una persona egoísta implica individualismo, reflejado en la teoría de la evolución y la lucha del más apto. Sin embargo, Midgley critica esta pseudo-explicación de la teoría de la evolución, señalando dos defectos:
Dramatización de la Competencia entre Especies
La competencia solo existe cuando dos especies necesitan lo mismo y solo una puede obtenerlo. Además, la competencia requiere que ambas especies sean conscientes de esta situación.