La Voluntad Libre y la Ley Divina
La voluntad libre es el motor de nuestras acciones y de ella depende su bondad o maldad, en la medida en que acepta o rechaza la ley divina. Esta ley ha sido impresa por Dios y todas las cosas se ordenan de acuerdo con ella. Quienes obran voluntariamente en su contra, actúan mal; quienes obran de acuerdo con ella alcanzarán la verdadera felicidad: contemplar y amar a Dios.
Influencia en Hannah Arendt
San Agustín y la Vida Social
San Agustín reflexionó sobre la vida política y social en su obra “La ciudad de Dios”. Introdujo una distinción entre la ciudad terrena y la ciudad de Dios.
- La ciudad terrena se refiere al modo en que los seres humanos se relacionan entre sí, al margen de Dios, pudiendo realizar grandes obras en comunidad pero abocadas al fracaso al rechazar a Dios.
- La ciudad de Dios, formada por hombres que viven junto a Dios, posibilita que los seres humanos vivan con el corazón transformado por la gracia divina.
La construcción de la ciudad de Dios consiste en llevar a cabo la civilización del amor. Es decir, lograr la unión de los seres humanos más allá de la sangre o la patria con el amor de Dios. La paz solamente se logrará cuando la vida social se base en el amor, y en el Juicio Final, sólo se salvará la ciudad de Dios.
René Descartes y el Racionalismo
René Descartes (1596-1650), fue un filósofo y matemático de la Edad Moderna que nació en La Haya (Francia) y estudió en el internado de La Flèche. Es considerado el padre del racionalismo que defiende la razón como principal fuente de conocimiento, provocando un giro gnoseológico al situar el conocimiento y el sujeto pensante en el centro de la filosofía.
Realidad y Conocimiento
Descartes, como padre del racionalismo, buscó establecer certezas mediante el uso exclusivo de la razón despreciando la experiencia sensitiva. Para guiar la razón hacia la verdad, propuso el método cartesiano, basado en las matemáticas, considerada la ciencia universal. Este método consta de 4 reglas:
- La regla de evidencia, que consiste en solo aceptar como verdaderas aquellas ideas que nuestra mente perciba con claridad y distinción. Descartes definió idea como una representación mental de cosas que suponemos que existen fuera de nosotros. Distinguió entre 3 tipos de ideas: adventicias (proceden de la percepción sensible), facticias (son invenciones de nuestra imaginación), e innatas (presentes en la razón desde el nacimiento).
- La regla de análisis, que consiste en analizar las ideas no evidentes y descomponerlas en ideas simples.
- La regla de síntesis, consiste en reconstruir la idea previamente analizada desde lo más simple a lo más complejo.
- Finalmente, la regla del recuento que consiste en revisar todos los pasos del proceso para alcanzar la evidencia buscada.
Además, Descartes consideró que para buscar certeza era necesario dudar de todo, por lo que propuso la duda metódica, un proceso provisional, universal y voluntario. Juzgó que existían diversos motivos para dudar: los sentidos, que pueden engañarnos; la imposibilidad de distinción entre el sueño y la vigilia; y la hipótesis del “genio maligno” que podría manipular la percepción de la realidad. Sin embargo, en medio de esta duda radical, Descartes descubre una verdad incuestionable que constituye la primera certeza: “pienso, luego existo”. Esta afirmación daría lugar a la primera idea innata, la existencia del yo como sustancia pensante, siendo esta el fundamento de toda su filosofía. La segunda certeza es la de la existencia de Dios, como ser máximamente perfecto cuya idea no podía ser adventicia ni facticia, sino innata. Para demostrar la existencia de Dios de forma evidente, propuso 3 argumentos. Para empezar, defendió que del yo, que es finito, no puede surgir la idea de Dios, que es infinito; después, explicó que Dios es la causa no solo de su idea en mí, sino de mi propia existencia; Por último, desarrolló el argumento ontológico de San Anselmo: si Dios es perfecto, debe contar con todas las perfecciones, incluida la de existir. Por último, la tercera certeza es la del mundo como extensión, es decir, aquello que existe fuera de mí. La primera idea clara y distinta es la de la extensión en el espacio según 3 dimensiones: longitud, anchura y profundidad. Descartes sostiene que el mundo material existe porque un Dios perfecto no permitiría el engaño sobre un mundo ficticio. En este mundo, distingue entre cualidades primarias, objetivas y matematizables, y cualidades secundarias, subjetivas y dependientes de los sentidos. Su física mecanicista concibe el mundo como una gran máquina, explicando el movimiento de manera cuantitativa y desde la causa eficiente.
En conclusión, Descartes a través de su método cartesiano basado en sus reglas y mediante la duda metódica, logró llegar a 3 ideas innatas fundamentales que corresponden a las 3 sustancias de su metafísica: el Yo (sustancia pensante), Dios (sustancia infinita) y el Mundo (sustancia extensa). Tuvo gran influencia en la escuela racionalista posterior.
Antropología
Descartes sostiene un dualismo antropológico radical, que distingue 2 sustancias: la “res cogitans” (alma) y la “res extensa” (cuerpo). Según Descartes, el alma humana es espiritual, inmortal, libre y autónoma; en contraste, el cuerpo está sujeto a las leyes mecánicas de la materia, lo que lo hace limitado y determinado. A pesar de estas diferencias, ambas sustancias interactúan y se vinculan a través de las pasiones, que Descartes define como un puente entre las 2 dimensiones. Distinguió muchas pasiones del alma, pero las sintetizó en 6 pasiones básicas: admiración, amor-odio, alegría-tristeza y deseo. Las pasiones se presentan como una evidencia de la unión entre el alma y el cuerpo. Una acción del cuerpo es una pasión del alma y al contrario. Las pasiones, al ser acciones del cuerpo, podrían determinar nuestra conducta según las leyes mecánicas de la naturaleza, pero Descartes afirmó que la voluntad libre puede controlar esas pasiones haciendo que sintamos de un modo y actuemos de otro. Sin embargo, la unión del alma y cuerpo por medio de las pasiones le planteó el dilema de la “comunicación de sustancias” preguntándose cómo pueden influirse mutuamente siendo de naturalezas completamente distintas. Para resolver esta cuestión, Descartes propuso la glándula pineal, un órgano en el cerebro que produciría realidades muy sutiles que se transmitirían a través de la corriente sanguínea y que pondrían en contacto los movimientos del alma con los del cuerpo, pero acabó resultando insatisfactoria entre los pensadores.