El Bautismo en el Espíritu Santo: La Experiencia Inicial y Evidencia Continua de la Vida Llena del Espíritu En el Día de Pentecostés multitud de visitantes de Jerusalén testificaron el increíble espectáculo de creyentes llenos del Espíritu Santo que glorificaban a Dios en lenguas que nunca habían aprendido. La reacción de la gente a esta sobrenatural manifestación fue: ‘¿Qué quiere decir esto?”1 (Hechos 2:12). Veinte siglos después surge la misma pregunta respecto de las espectaculares cosas hechas por el Espíritu Santo alrededor del mundo y no en una sola localidad. Los pentecostales que hablan en lenguas se han convertido en la segunda más grande familia de cristianos en la tierra. Sólo la Iglesia Católica Romana la sobrepasa en número de fieles. Hay convincentes estadísticas sobre la explosión del crecimiento de la iglesia alrededor del planeta en los grupos pentecostales y carismáticos que enseñan la necesidad de hablar en lenguas como evidencia física inicial de haber sido lleno con el Espíritu Santo.2 Antecedente bíblico e histórico El énfasis que los pentecostales hacen en la persona y la obra del Espíritu Santo no es una novedad para la iglesia. El derramamiento del Espíritu en el Día de Pentecostés fue la lógica culminación de la verdad revelada acerca del Santo Espíritu según se halla a través de todo el registro del Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento la referencia usual al Espíritu Santo es “el Espíritu de Dios” o “su Espíritu”. En la Creación, “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2). Los artesanos en la erección del Tabernáculo fueron “llenos con el Espíritu de Dios” (Éxodo 31 y 35). Los profetas y los líderes del pueblo de Israel ministraron sobrenaturalmente cuando fueron inspirados por el Espíritu de Dios (Números 24:2; 1 Samuel 10:10; 11:6; 2 Crónicas 15:1; 24:20; Isaías 48: 16; Ezequiel 11:24; Zacarías 7:12). La profecía, o el hablar en nombre de Dios, es evidente a través de todo el Antiguo Testamento. En otras ocasiones vino con significante emoción (cf. En cada caso, sin embargo, el discurso profético es el único signo del ungimiento del Espíritu sobre determinadas personas divinamente ordenadas a diversos ministerios.3 En Hechos 2:17 Pedro decisivamente conecta el suceso de Pentecostés con el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28,29). De hecho, a menos que perdamos de vista el punto, Pedro repite la profecía de Joel en forma no hallada en el texto hebreo, diciendo por segunda vez: “Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2:18). El punto de vista del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento es que el advenimiento del Espíritu se indica por el discurso profético, que en los Hechos es el hablar en lenguas. Los israelitas no estaban acostumbrados a un movimiento universal del Espíritu en la vida de sus hijos e hijas, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres. Sólo unos pocos selectos caris- máticos profetas, reyes, y jueces eran movidos por el Espíritu Santo a ministrar sobrenaturalmente y a experimentar la presencia del Espíritu, como David demuestra en los Salmos. Pedro puso en perspectiva la visita del Día de Pentecostés como el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento y un don del Espíritu divinamente ordenado para todos los creyentes, no sólo para los integrantes del liderazgo. La teología bíblica es una unidad basada en toda la Biblia. Es tanto progresiva y unificada porque Dios revela la verdad de Génesis a Apocalipsis. En el Antiguo Testamento se profetiza del advenimiento de una era o edad del Espíritu. El tema se ensancha en el poderoso ministerio del Espíritu de Cristo. En Pentecostés el Espíritu viene en poder a todo el pueblo de Dios. Pero escritores individuales enfatizan los aspectos especiales de la doctrina del Espíritu Santo. Los escritos de Pablo subrayan la vida llena del Espíritu subsecuente al bautismo en el Espíritu Santo. Los escritos de Lucas hacen aun más hin- capié en el advenimiento del Espíritu para fortalecer la vida y el ministerio mediante la vida llena del Espíritu. No hay contradicción entre lo que al respecto escribe Lucas y lo que escribe Pablo. El bautismo en el Espíritu como el distintivo mensaje de los pentecostales La esencia misma del pentecostalismo es el reconocimiento de que la experiencia de la conversión aunque supremamente preciosa, no agota las provisiones de Dios disponibles al creyente.
Las Escrituras hacen claro que todo creyente tiene el Espíritu Santo (Romanos 8:9,16). Sin embargo, la constante “hambre de Dios” es el pulso del pentecostalismo. Esto es particularmente cierto cuando, en las Escrituras, reconocemos otra transformadora experiencia disponible a cada creyente. El bautismo en el Espíritu no es un fin en sí mismo, sino el medio hacia la consecución de un fin. El ideal bíblico para el creyente es ser continuamente lleno con el Espíritu (Efesios 5:18).4 El bautismo en el Espíritu Santo es la experiencia específica que introduce al creyente en el continuo proceso de vivir en el poder del Espíritu. Aunque el hablar en lenguas es la señal del bautismo en el Espíritu, está diseñado por Dios para ser mucho más que evidencia. El subsecuente hablar en lenguas enriquece al creyente cuando lo ejercita en la oración privada (1 Corintios 14:4) y a la congregación cuando se acompaña de la correspondiente interpretación (1 Corintios 14:6,25). Desde su fundación, el Concilio General de las Asambleas de Dios ha reconocido el bautismo en el Espíritu Santo como una experiencia distinta de la experiencia del nuevo nacimiento y subsecuente a ella. El Concilio ha reconocido que el hablar en lenguas es la evidencia física inicial del bautismo en el Espíritu.5 La Declaración de Verdades Fundamentales de la iglesia contiene las siguientes declaraciones: Verdad fundamental 7: Todos los creyentes han recibido el derecho y deben ardientemente esperar la promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo y fuego, según el mandato de nuestro Señor Jesucristo. Esta era una experiencia normal en la iglesia primitiva. Con ello viene la provisión de poder para la vida y el servicio, la concesión de los dones y el uso de ellos en la obra del ministerio (Lucas 24:49; Hechos 1:4,8; 1 Corintios 12:1-31). Esta experiencia es subsecuente y distinta a la del nuevo nacimiento (Hechos 8:12-17; 10:44-46; 11:14-16; 15:7-9). Con el bautismo en el Espíritu Santo podemos vivir una plenitud del Espíritu (Juan 7:37-39; Hechos 4:8), una profunda reverencia al Señor (Hechos 2:43; Hebreos 12: 28), una acrecentada consagración a Él y una dedicación a su obra (Hechos 2:42), y un amor más activo a Cristo, a su Palabra, y por los perdidos (Marcos 16:20). Verdad fundamental 8: El bautismo de los creyentes en el Espíritu Santo tiene por evidencia la señal física inicial de hablar en otras lenguas según el Espíritu lo dispensa (Hechos 2:4). El hablar en lenguas en este caso es en esencia lo mismo que el don de lenguas (1 Corintios 12:4-10,28), pero diferente en propósito y uso. Las Asambleas de Dios consecuentemente han enseñado la importancia del bautismo en el Espíritu y la vida llena del Espíritu tanto para el creyente como para toda la Iglesia. Aun cuando la frase “bautismo en el Espíritu Santo” nunca se usa enteramente en las Escrituras,6 está íntimamente relacionada con la expresión bíblica “bautizado en [o con] el Espíritu Santo” (cf. Juan el Bautista, el primero que usa la expresión poco antes de Cristo iniciar su ministerio público, dijo: “El [Jesús] os bautizará en Espíritu Santo” (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; cf. Juan 1:33). Al terminar su ministerio terrenal, Cristo se refirió a la declaración de Juan (Hechos 1:5); y Pedro, al dirigir la palabra a la iglesia de Jerusalén, también repitió la declaración del Bautista (Hechos 11:16; cf. En Hechos 1:8 se promete la recepción de poder “cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (cf. En Hechos 2:17 Pedro describe esta plenitud del Espíritu como un cumplimiento de la profecía de Joel de que Dios “derramará su Espíritu sobre toda carne” (cf. De conformidad con Hechos 8:16, previo al ministerio de Pedro y Juan en Samaria, el Espíritu Santo “aún no había descendido” sobre ninguno de los samaritanos (cf. También 10:44; 11:15) Después de la imposición de las manos de los Apóstoles, los samaritanos “[recibieron] el Espíritu Santo” (cf. El bautismo cristiano en agua es un rito de iniciación por el que se reconoce la conversión y la morada del Espíritu en el creyente en Jesucristo.7 El bautismo en el Espíritu Santo es una poderosa y abrumadora inmersión en el Espíritu Santo. Mientras en el Nuevo Testamento se registra que los creyentes recibieron la plenitud del Espíritu en ocasiones subsecuentes (Hechos 4:31), el “bautismo” en el Espíritu Santo en todos los ejemplos bíblicos fue experimentado una sola vez por un individuo. Un don con ricos beneficios Cristianos evangélicos modernos ponen gran énfasis en la experiencia de “nacer de nuevo” (Juan 3:3,5-8; 1 Pedro 1:3) que rectamente entendido consiste en la obra del Espíritu en la regeneración (Juan 3:6; Tito 3:5). Cuando viene con poder regenerador, el Espíritu patentiza su presencia como un testigo interior del nuevo estado del creyente como un hijo de Dios. El nuevo creyente puede entonces orar “Abba, Padre”, expresando así la íntima y segura relación de los hijos con su Padre celestial (Romanos 8:15,16). Habiendo venido a morar dentro del nuevo creyente, el Espíritu también lo guía y capacita en una vida que se transforma progresivamente en santificación o madurez espiritual (Romanos 8:13; 1 Corintios 6:11; Gálatas 5:16,22-24). Sin embargo, la obra del Espíritu no es sólo de una trans- formación interior en el nuevo nacimiento y la santificación, sino también una obra de fortalecimiento de los creyentes como testigos de Cristo, a fin de que cumplan así la misión de la Iglesia (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8).8 Pedro presentó el descenso inicial del Espíritu en el Día de Pentecostés como una poderosa inauguración de los últimos días en que todo el pueblo de Dios sería bautizado, o llenado, con el Espíritu (Joel 2:28,29; Hechos 2:17,18). Las palabras finales del sermón de Pedro son: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros…Y recibiréis el don del Espíritu Santo. Lejos de ser una sola experiencia en el Día de Pentecostés, se ve al Espíritu llenar o bautizar con su presen- Cía creyente tras creyente. Tanto el libro de los Hechos como las epístolas paulinas muestran repetida y continuamente el fortalecimiento por el Espíritu Santo y la dispensación de poderosos dones para el ministerio (Hechos 8:17; 9:17; 10:44- 46; 19:4-7; Romanos 1:11; 1 Corintios 12:14; Efesios 5:18-21; 1 Tesalonicenses 5:19,20; Hebreos 2:4). Cualquier inteligencia de la obra del Espíritu que se limita a la regeneración no es representativa del registro bíblico. En consecuencia, la fidelidad a las Escrituras indica que los hombres y mujeres debían buscar no sólo la obra transforma- dora del Espíritu en la regeneración y la santificación, sino también en la obra fortalecedora del Espíritu en el bautismo prometido por el Cristo y repetidamente atestiguado en el libro de los Hechos y en las epístolas del Nuevo Testamento. La vida de las personas deberán ser cambiadas por el Espíritu en la regeneración y entonces encendidas y dotadas por el mismo Espíritu para un servicio que dura toda la vida. Una experiencia subsecuente a la regeneración El bautismo en el Espíritu es subsecuente y distinto al nuevo nacimiento. Las Escrituras claramente describen una experiencia de conversión en la cual el Espíritu Santo bautiza a los creyentes dentro del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). Las Escrituras describen con idéntica claridad una experiencia en la cual los creyentes son bautizados en el Espíritu Santo (Mateo 3:11). Estas no pueden referirse a una sola o única experiencia ya que el agente que bautiza y el elemento en que el candidato es bautizado son diferentes en cada caso.9 Lucas, autor tanto del Evangelio que lleva su nombre como de los Hechos de los Apóstoles, generalmente presenta el bautismo o plenitud del Espíritu como algo que experimentan discípulos, o creyentes, términos suyos carácterísticos para designar con ellos a quienes han sido ya convertidos y salvados. Para Lucas, pues, el bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia distinta de la salvación personal y en rigor lógico subsecuente a ella. Más aun, Lucas presenta el bautismo en el Espíritu y su poder acompañante como la expectación normal de los creyentes. Subsecuente por lo general significa un tiempo de separación, pero no siempre. Los gentiles que se habían reunido en casa de Cornelio (Hechos 10) aparentemente experimentaron en forma sincrónica la regeneración y el bautismo o plenitud en el Espíritu Santo. Mientras una descripción teológica de lo sucedido entonces requeriría la regeneración como un pre-requisito del bautismo en el Espíritu, todo sucedíó tan rápido que dos obras del Espíritu fueron experimentadas como una sola. En este caso, el bautismo en el Espíritu siguió lógicamente a la regeneración, aunque pudo no haber sido subsecuente en el tiempo a ningún grado perceptible.10 Cada creyente tiene el privilegio de ser bautizado en el Espíritu y debe entonces experimentar el hablar en lenguas. El obvio punto de arranque de tal declaración es el relato del inicial derramamiento del Espíritu en el Día de Pentecostés (Hechos 2). Por unos 10 días ellos habían estado esperando “la promesa del Padre”, como Cristo les había ordenado que hicieran antes de su ascensión al cielo (Hechos 1:4). Entonces y según Hechos 2:4, “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”11 Como Pedro explicó a la multitud que fue testigo de aquel maravilloso suceso, este derramamiento del Espíritu cumplíó la antigua profecía de Joel para los últimos días (Hechos 2:17). Hechos 8:14-24 registra entonces de un ministerio adicional de los apóstoles Pedro y Juan entre los samaritanos. Al respecto se lee en los versículos 15 al 17: “[Cuando los apóstoles vinieron] oraron para que [los que habían creído el evangelio] recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les impónían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:15-17). Sin embargo, Saulo aún necesitaba ser lleno con el Espíritu Santo, y Ananías oró por él con ese propósito. Según se registra en Hechos 19: 7 había allí alrededor de 12 creyentes, descritos como “discípulos” en Hechos 19:1. El registro del diálogo entre Pablo y los discípulos efesios es aleccionador: [Pablo] les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando12 creístes. Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Claramente, en el tiempo de la conversión estos creyentes no habían sido aún bautizados en el Espíritu Santo porque ellos no habían oído de la experiencia. Aquellos creyentes tampoco habían sido instruidos acerca del bautismo cristiano en agua; aunque, una vez que Pablo les explicó, fueron rápidamente bautizados (19: 5). El narrativo no podría ser más claro en su énfasis respecto a que la plenitud del Espíritu siguió tanto a la fe cuanto al bautismo en agua de los “discípulos” efesios (19:5). El reiterado testimonio de las Escrituras es que la señal física se hizo manifiesta en el momento mismo en que el Espíritu fue derramado sobre los individuos. Cuando los aproximadamente 120 discípulos fueron llenos con el Espíritu, hablaron en lenguas (Hechos 2:4). Cuando la par- entela de Cornelio fue bautizada en el Espíritu, ellos hablaron en lenguas, y los creyentes judíos se asombraron de que así fuera (Hechos 10:44-48). De nuevo, ellos hablaron en lenguas al mismo tiempo en que fueron bautizados, no algún tiempo más tarde. Con anterioridad al Día de Pentecostés, muchos en Israel habían concluido que después que Dios habló a los últimos profetas del Antiguo Testamento y a través de ellos, no hablaría más a Israel directamente. Súbitamente, en este contexto carente de vida espiritual, el Espíritu es derramado, no sólo sobre un selecto grupo de individuos como en el Antiguo Testamento, sino sobre la masa del pueblo, esencialmente sobre cada miembro de la recién fundada Iglesia. Más tarde, Pedro discutíó con los apóstoles y hermanos en Jerusalén el incidente en la casa de Cornelio, y otra vez se refirió al fenómeno de que había sido testigo: “Si Dios, pues, les concedíó también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estor- bar a Dios?” (Hechos 11:17). (La recepción del Espíritu hecha por Pablo según se refiere en Hechos 9:17, a duras penas contiene algún detalle.) Como ya se notó, los fenómenos sobrenaturales son una señal de la venida del Espíritu Santo. En Hechos 2, 10, y 19 se indican varios fenómenos como el sonido del viento, lenguas como de fuego, profecía, y el hablar en lenguas.14 Sin embargo, es este último fenómeno, hablar en lenguas, el único que se manifiesta en cada uno de los casos mencionados. Asimismo, cada creyente lleno del Espíritu puede y debe esperar ser instrumento de Dios en formas sobrenaturales en alguno, aunque no en todos, los dones del Espíritu. No podemos estar de acuerdo con quienes enseñan que el fruto del Espíritu solo (Gálatas 5:22,23) es suficiente evidencia de que un creyente ha sido bautizado en el Espíritu.16 Antes bien afirmamos que tales cualidades de carácter (amor, gozo, paz, paciencia, bondad, amabilidad, fe y fidelidad, gentileza, temperancia o dominio propio) deben ser vistas en la vida de aquellos que han sido bautizados en el Espíritu. Urgimos, pues, a todos los creyentes a buscar estas cualidades de carácter con el mismo celo con que buscan los dones del Espíritu.17 Promesa a todos los creyentes Estamos advertidos de que dentro de la comunidad cristiana hay diversas interpretaciones de la descripción bíblica y de la universal disponibilidad del bautismo en el Espíritu Santo con la evidencia inicial del hablar en lenguas. Aunque algunos críticos han acusado a los pentecostales de subordinar la teología a la experiencia individual del creyente, creemos que las conclusiones estudiadas que hemos expuesto hasta aquí son igualmente enseñadas en las Escrituras como confirmadas por la experiencia, y que no se fundan únicamente en esta última. En todo el mundo, Dios se está moviendo de manera dinámica y a través de su Espíritu. Es evidente que Pedro y los líderes de la iglesia en Jerusalén establecieron la doctrina teniendo en consideración repetidas experiencias del Espíritu que se entendieron como el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento.
Las Escrituras hacen claro que todo creyente tiene el Espíritu Santo (Romanos 8:9,16). Sin embargo, la constante “hambre de Dios” es el pulso del pentecostalismo. Esto es particularmente cierto cuando, en las Escrituras, reconocemos otra transformadora experiencia disponible a cada creyente. El bautismo en el Espíritu no es un fin en sí mismo, sino el medio hacia la consecución de un fin. El ideal bíblico para el creyente es ser continuamente lleno con el Espíritu (Efesios 5:18).4 El bautismo en el Espíritu Santo es la experiencia específica que introduce al creyente en el continuo proceso de vivir en el poder del Espíritu. Aunque el hablar en lenguas es la señal del bautismo en el Espíritu, está diseñado por Dios para ser mucho más que evidencia. El subsecuente hablar en lenguas enriquece al creyente cuando lo ejercita en la oración privada (1 Corintios 14:4) y a la congregación cuando se acompaña de la correspondiente interpretación (1 Corintios 14:6,25). Desde su fundación, el Concilio General de las Asambleas de Dios ha reconocido el bautismo en el Espíritu Santo como una experiencia distinta de la experiencia del nuevo nacimiento y subsecuente a ella. El Concilio ha reconocido que el hablar en lenguas es la evidencia física inicial del bautismo en el Espíritu.5 La Declaración de Verdades Fundamentales de la iglesia contiene las siguientes declaraciones: Verdad fundamental 7: Todos los creyentes han recibido el derecho y deben ardientemente esperar la promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo y fuego, según el mandato de nuestro Señor Jesucristo. Esta era una experiencia normal en la iglesia primitiva. Con ello viene la provisión de poder para la vida y el servicio, la concesión de los dones y el uso de ellos en la obra del ministerio (Lucas 24:49; Hechos 1:4,8; 1 Corintios 12:1-31). Esta experiencia es subsecuente y distinta a la del nuevo nacimiento (Hechos 8:12-17; 10:44-46; 11:14-16; 15:7-9). Con el bautismo en el Espíritu Santo podemos vivir una plenitud del Espíritu (Juan 7:37-39; Hechos 4:8), una profunda reverencia al Señor (Hechos 2:43; Hebreos 12: 28), una acrecentada consagración a Él y una dedicación a su obra (Hechos 2:42), y un amor más activo a Cristo, a su Palabra, y por los perdidos (Marcos 16:20). Verdad fundamental 8: El bautismo de los creyentes en el Espíritu Santo tiene por evidencia la señal física inicial de hablar en otras lenguas según el Espíritu lo dispensa (Hechos 2:4). El hablar en lenguas en este caso es en esencia lo mismo que el don de lenguas (1 Corintios 12:4-10,28), pero diferente en propósito y uso. Las Asambleas de Dios consecuentemente han enseñado la importancia del bautismo en el Espíritu y la vida llena del Espíritu tanto para el creyente como para toda la Iglesia. Aun cuando la frase “bautismo en el Espíritu Santo” nunca se usa enteramente en las Escrituras,6 está íntimamente relacionada con la expresión bíblica “bautizado en [o con] el Espíritu Santo” (cf. Juan el Bautista, el primero que usa la expresión poco antes de Cristo iniciar su ministerio público, dijo: “El [Jesús] os bautizará en Espíritu Santo” (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; cf. Juan 1:33). Al terminar su ministerio terrenal, Cristo se refirió a la declaración de Juan (Hechos 1:5); y Pedro, al dirigir la palabra a la iglesia de Jerusalén, también repitió la declaración del Bautista (Hechos 11:16; cf. En Hechos 1:8 se promete la recepción de poder “cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (cf. En Hechos 2:17 Pedro describe esta plenitud del Espíritu como un cumplimiento de la profecía de Joel de que Dios “derramará su Espíritu sobre toda carne” (cf. De conformidad con Hechos 8:16, previo al ministerio de Pedro y Juan en Samaria, el Espíritu Santo “aún no había descendido” sobre ninguno de los samaritanos (cf. También 10:44; 11:15) Después de la imposición de las manos de los Apóstoles, los samaritanos “[recibieron] el Espíritu Santo” (cf. El bautismo cristiano en agua es un rito de iniciación por el que se reconoce la conversión y la morada del Espíritu en el creyente en Jesucristo.7 El bautismo en el Espíritu Santo es una poderosa y abrumadora inmersión en el Espíritu Santo. Mientras en el Nuevo Testamento se registra que los creyentes recibieron la plenitud del Espíritu en ocasiones subsecuentes (Hechos 4:31), el “bautismo” en el Espíritu Santo en todos los ejemplos bíblicos fue experimentado una sola vez por un individuo. Un don con ricos beneficios Cristianos evangélicos modernos ponen gran énfasis en la experiencia de “nacer de nuevo” (Juan 3:3,5-8; 1 Pedro 1:3) que rectamente entendido consiste en la obra del Espíritu en la regeneración (Juan 3:6; Tito 3:5). Cuando viene con poder regenerador, el Espíritu patentiza su presencia como un testigo interior del nuevo estado del creyente como un hijo de Dios. El nuevo creyente puede entonces orar “Abba, Padre”, expresando así la íntima y segura relación de los hijos con su Padre celestial (Romanos 8:15,16). Habiendo venido a morar dentro del nuevo creyente, el Espíritu también lo guía y capacita en una vida que se transforma progresivamente en santificación o madurez espiritual (Romanos 8:13; 1 Corintios 6:11; Gálatas 5:16,22-24). Sin embargo, la obra del Espíritu no es sólo de una trans- formación interior en el nuevo nacimiento y la santificación, sino también una obra de fortalecimiento de los creyentes como testigos de Cristo, a fin de que cumplan así la misión de la Iglesia (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8).8 Pedro presentó el descenso inicial del Espíritu en el Día de Pentecostés como una poderosa inauguración de los últimos días en que todo el pueblo de Dios sería bautizado, o llenado, con el Espíritu (Joel 2:28,29; Hechos 2:17,18). Las palabras finales del sermón de Pedro son: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros…Y recibiréis el don del Espíritu Santo. Lejos de ser una sola experiencia en el Día de Pentecostés, se ve al Espíritu llenar o bautizar con su presen- Cía creyente tras creyente. Tanto el libro de los Hechos como las epístolas paulinas muestran repetida y continuamente el fortalecimiento por el Espíritu Santo y la dispensación de poderosos dones para el ministerio (Hechos 8:17; 9:17; 10:44- 46; 19:4-7; Romanos 1:11; 1 Corintios 12:14; Efesios 5:18-21; 1 Tesalonicenses 5:19,20; Hebreos 2:4). Cualquier inteligencia de la obra del Espíritu que se limita a la regeneración no es representativa del registro bíblico. En consecuencia, la fidelidad a las Escrituras indica que los hombres y mujeres debían buscar no sólo la obra transforma- dora del Espíritu en la regeneración y la santificación, sino también en la obra fortalecedora del Espíritu en el bautismo prometido por el Cristo y repetidamente atestiguado en el libro de los Hechos y en las epístolas del Nuevo Testamento. La vida de las personas deberán ser cambiadas por el Espíritu en la regeneración y entonces encendidas y dotadas por el mismo Espíritu para un servicio que dura toda la vida. Una experiencia subsecuente a la regeneración El bautismo en el Espíritu es subsecuente y distinto al nuevo nacimiento. Las Escrituras claramente describen una experiencia de conversión en la cual el Espíritu Santo bautiza a los creyentes dentro del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). Las Escrituras describen con idéntica claridad una experiencia en la cual los creyentes son bautizados en el Espíritu Santo (Mateo 3:11). Estas no pueden referirse a una sola o única experiencia ya que el agente que bautiza y el elemento en que el candidato es bautizado son diferentes en cada caso.9 Lucas, autor tanto del Evangelio que lleva su nombre como de los Hechos de los Apóstoles, generalmente presenta el bautismo o plenitud del Espíritu como algo que experimentan discípulos, o creyentes, términos suyos carácterísticos para designar con ellos a quienes han sido ya convertidos y salvados. Para Lucas, pues, el bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia distinta de la salvación personal y en rigor lógico subsecuente a ella. Más aun, Lucas presenta el bautismo en el Espíritu y su poder acompañante como la expectación normal de los creyentes. Subsecuente por lo general significa un tiempo de separación, pero no siempre. Los gentiles que se habían reunido en casa de Cornelio (Hechos 10) aparentemente experimentaron en forma sincrónica la regeneración y el bautismo o plenitud en el Espíritu Santo. Mientras una descripción teológica de lo sucedido entonces requeriría la regeneración como un pre-requisito del bautismo en el Espíritu, todo sucedíó tan rápido que dos obras del Espíritu fueron experimentadas como una sola. En este caso, el bautismo en el Espíritu siguió lógicamente a la regeneración, aunque pudo no haber sido subsecuente en el tiempo a ningún grado perceptible.10 Cada creyente tiene el privilegio de ser bautizado en el Espíritu y debe entonces experimentar el hablar en lenguas. El obvio punto de arranque de tal declaración es el relato del inicial derramamiento del Espíritu en el Día de Pentecostés (Hechos 2). Por unos 10 días ellos habían estado esperando “la promesa del Padre”, como Cristo les había ordenado que hicieran antes de su ascensión al cielo (Hechos 1:4). Entonces y según Hechos 2:4, “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”11 Como Pedro explicó a la multitud que fue testigo de aquel maravilloso suceso, este derramamiento del Espíritu cumplíó la antigua profecía de Joel para los últimos días (Hechos 2:17). Hechos 8:14-24 registra entonces de un ministerio adicional de los apóstoles Pedro y Juan entre los samaritanos. Al respecto se lee en los versículos 15 al 17: “[Cuando los apóstoles vinieron] oraron para que [los que habían creído el evangelio] recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les impónían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:15-17). Sin embargo, Saulo aún necesitaba ser lleno con el Espíritu Santo, y Ananías oró por él con ese propósito. Según se registra en Hechos 19: 7 había allí alrededor de 12 creyentes, descritos como “discípulos” en Hechos 19:1. El registro del diálogo entre Pablo y los discípulos efesios es aleccionador: [Pablo] les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando12 creístes. Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Claramente, en el tiempo de la conversión estos creyentes no habían sido aún bautizados en el Espíritu Santo porque ellos no habían oído de la experiencia. Aquellos creyentes tampoco habían sido instruidos acerca del bautismo cristiano en agua; aunque, una vez que Pablo les explicó, fueron rápidamente bautizados (19: 5). El narrativo no podría ser más claro en su énfasis respecto a que la plenitud del Espíritu siguió tanto a la fe cuanto al bautismo en agua de los “discípulos” efesios (19:5). El reiterado testimonio de las Escrituras es que la señal física se hizo manifiesta en el momento mismo en que el Espíritu fue derramado sobre los individuos. Cuando los aproximadamente 120 discípulos fueron llenos con el Espíritu, hablaron en lenguas (Hechos 2:4). Cuando la par- entela de Cornelio fue bautizada en el Espíritu, ellos hablaron en lenguas, y los creyentes judíos se asombraron de que así fuera (Hechos 10:44-48). De nuevo, ellos hablaron en lenguas al mismo tiempo en que fueron bautizados, no algún tiempo más tarde. Con anterioridad al Día de Pentecostés, muchos en Israel habían concluido que después que Dios habló a los últimos profetas del Antiguo Testamento y a través de ellos, no hablaría más a Israel directamente. Súbitamente, en este contexto carente de vida espiritual, el Espíritu es derramado, no sólo sobre un selecto grupo de individuos como en el Antiguo Testamento, sino sobre la masa del pueblo, esencialmente sobre cada miembro de la recién fundada Iglesia. Más tarde, Pedro discutíó con los apóstoles y hermanos en Jerusalén el incidente en la casa de Cornelio, y otra vez se refirió al fenómeno de que había sido testigo: “Si Dios, pues, les concedíó también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estor- bar a Dios?” (Hechos 11:17). (La recepción del Espíritu hecha por Pablo según se refiere en Hechos 9:17, a duras penas contiene algún detalle.) Como ya se notó, los fenómenos sobrenaturales son una señal de la venida del Espíritu Santo. En Hechos 2, 10, y 19 se indican varios fenómenos como el sonido del viento, lenguas como de fuego, profecía, y el hablar en lenguas.14 Sin embargo, es este último fenómeno, hablar en lenguas, el único que se manifiesta en cada uno de los casos mencionados. Asimismo, cada creyente lleno del Espíritu puede y debe esperar ser instrumento de Dios en formas sobrenaturales en alguno, aunque no en todos, los dones del Espíritu. No podemos estar de acuerdo con quienes enseñan que el fruto del Espíritu solo (Gálatas 5:22,23) es suficiente evidencia de que un creyente ha sido bautizado en el Espíritu.16 Antes bien afirmamos que tales cualidades de carácter (amor, gozo, paz, paciencia, bondad, amabilidad, fe y fidelidad, gentileza, temperancia o dominio propio) deben ser vistas en la vida de aquellos que han sido bautizados en el Espíritu. Urgimos, pues, a todos los creyentes a buscar estas cualidades de carácter con el mismo celo con que buscan los dones del Espíritu.17 Promesa a todos los creyentes Estamos advertidos de que dentro de la comunidad cristiana hay diversas interpretaciones de la descripción bíblica y de la universal disponibilidad del bautismo en el Espíritu Santo con la evidencia inicial del hablar en lenguas. Aunque algunos críticos han acusado a los pentecostales de subordinar la teología a la experiencia individual del creyente, creemos que las conclusiones estudiadas que hemos expuesto hasta aquí son igualmente enseñadas en las Escrituras como confirmadas por la experiencia, y que no se fundan únicamente en esta última. En todo el mundo, Dios se está moviendo de manera dinámica y a través de su Espíritu. Es evidente que Pedro y los líderes de la iglesia en Jerusalén establecieron la doctrina teniendo en consideración repetidas experiencias del Espíritu que se entendieron como el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento.