El problema de la política o de la sociedad en San Agustín
Para exponer el problema de la sociedad es necesario remitirse en primer lugar a la reflexión sobre la historia que, desde un punto de vista cristiano, San Agustín plantea en su obra “La Ciudad de Dios”. Allí señala que la historia humana es una historia de salvación, la historia de la redención de los hombres por Dios. La historia, y por tanto el tiempo, vienen a ser como una línea que progresa desde la creación a la llegada del Reino de Dios.
San Agustín señala que desde el principio de la historia, dos ciudades conviven en el mundo: la ciudad de Dios y la ciudad terrenal. La primera estaría fundada por los individuos que aman a Dios, y la segunda por aquéllos que sólo se aman a sí mismos. San Agustín afirma que cada uno de nosotros pertenece a una de estas dos ciudades, y puede saber a cuál pertenece volviendo la mirada hacia su interior. La historia humana representa una lucha permanente entre estas dos ciudades, lucha que seguirá hasta el fin de los tiempos, en el que tendrá lugar el triunfo definitivo de la ciudad de Dios. Sin embargo, estas dos ciudades no representan para San Agustín ninguna realidad concreta en el espacio y el tiempo, sino que son dos tipos ideales que definen la dialéctica que mueve el curso de la historia. La realización progresiva de la ciudad de Dios es lo que determina el sentido de la historia: en el presente, estas dos ciudades metafóricas se encuentran entremezcladas; pero en el Juicio Final ambas ciudades se separarán y sólo los que pertenecen a la ciudad de Dios, es decir, los que aman a Dios, se salvarán.
Aun cuando, como se comentado, estas ciudades no se corresponden en la obra de San Agustín con ninguna realidad concreta, muy pronto se identificó a la Iglesia con la ciudad de Dios y a la ciudad terrenal con el Estado. Según esta interpretación de la obra de San Agustín, en la Iglesia, sociedad perfecta, estarían los hombres de Dios llamados a guiar al Estado, que sería la sociedad imperfecta que se deja llevar por el egoísmo. Así como la Iglesia posee por revelación la interpretación correcta del orden natural del mundo, el Estado sólo legisla desde el orden positivo de las convenciones humanas. Por eso, el Estado debe dejarse orientar por la Iglesia y sostenerla y defenderla, ya que sólo en un Estado cristiano puede haber verdadera justicia. La Iglesia, que encarna los principios cristianos, debe transmitirlos al Estado y es superior a él, con lo que se defiende la intervención de la Iglesia en la sociedad civil o la subordinación del Estado a la Iglesia.
A esta interpretación de la teoría agustiniana según la cual el poder temporal representado por el Estado debía estar supeditado al poder espiritual, es decir, a la Iglesia, se la conoce como el agustinismo político.
El problema del ser humano en San Agustín
San Agustín concibe al ser humano como un ser creado que consiste en la unión de alma y cuerpo, aunque su esencia viene determinada de forma fundamental por el alma. Se trata, por tanto, de una concepción dualista de inspiración platónica:
A diferencia del cuerpo, de naturaleza material y mortal, el alma es espiritual e inmortal.
Pero, frente a Platón, alma y cuerpo no son para Agustín dos principios opuestos:
Si bien el alma es superior al cuerpo, y el cuerpo constituye la parte inferior del ser humano, su unión con él es natural.
En este sentido, el cuerpo no representa en principio una cárcel para el alma, si bien se convierte en ella como consecuencia del pecado original, que inclina al ser humano al pecado.
La noción agustiniana de alma recoge un doble sentido proveniente de la filosofía griega. (a) Por un lado, el alma es el principio vital, aquello que hace que un cuerpo esté animado. Este principio vital es común a todos los seres animados. (b) Pero, por otro lado, el alma humana es un alma racional, capaz de conocimiento.
Es esta racionalidad lo que hace que el ser humano ocupe un lugar privilegiado dentro de la creación y lo que le permite aspirar al conocimiento de Dios.
Reflexionando acerca de su racionalidad, el ser humano es capaz de reconocer en sí mismo la huella divina y comprender así que debe ir más allá de sí mismo y tender a un fin que no es él mismo.
En relación a la cuestión del origen del alma, San Agustín rechaza las ideas platónicas de la preexistencia y la transmigración.
Para Agustín está claro que el alma fue creada por Dios en el primer hombre, pero constituye un problema para él determinar cómo se transmite este alma a la descendencia de Adán.
En este sentido, sus textos oscilan entre la posibilidad de que Dios cree en cada caso el alma de cada ser humano (creacionismo) o que, por el contrario, el alma se transmita de padres a hijos (traducianismo). Con esta última idea, Agustín quería hacer frente a la cuestión de la transmisión del pecado original a todos los hombres como consecuencia del pecado de Adán y Eva; pues, si Dios crea en cada caso el alma individual, ¿cómo es que crea un alma pecadora?
En la psicología agustiniana destacan dos aspectos. Por un lado, la memoria, gracias a la cual el ser humano se hace presente a sí mismo en su intimidad y construye, a través del tiempo, su identidad personal.
Por otro lado, la importancia que concede a la voluntad y el amor sobre el conocimiento, puesto que es el amor, entendido tanto en el sentido de la caridad cristiana como del eros platónico, lo que mueve al ser humano.