Primeras Civilizaciones y Colonizaciones en la Península Ibérica
3. A principios del primer milenio a.C., diversas potencias colonizadoras del Mediterráneo se asentaron en la Península Ibérica. Este período, documentado por fuentes literarias y arqueológicas, marca la transición de la fase prehistórica a la histórica en este territorio.
Los pueblos colonizadores fueron fenicios, griegos y cartagineses. Los cartagineses se centraron en el comercio y el control de las riquezas mineras, más que en el establecimiento territorial. La península era estratégica en la ruta del estaño.
La presencia fenicia, limitada a la costa andaluza, se remonta al año 1100 a.C., con la fundación de Gadir (Cádiz) y Malaka (Málaga).
La influencia fenicia tuvo un impacto económico, social y cultural, siendo su principal aportación la introducción de la escritura en la Península Ibérica.
La influencia fenicia es clave para comprender la cultura tartésica en el bajo Guadalquivir. Los hallazgos arqueológicos de Huelva y El Carambolo evidencian la riqueza y los contactos con los fenicios.
Los griegos llegaron en el siglo VIII a.C., a través de Massalia (Marsella), fundada por Focea. Establecieron enclaves coloniales como Emporion y Rhodes, donde comerciaron y establecieron contactos culturales con los pueblos indígenas.
En el siglo VI a.C., tras la caída de Tiro, Cartago controló el comercio del Mediterráneo occidental. Los cartagineses de la dinastía Barca controlaron el sur de la Península y fundaron Carthago Nova (Cartagena).
El Reino Visigodo
6. En el año 409, los pueblos germanos se instalaron en Hispania, aprovechando la debilidad del Imperio romano. Roma pidió ayuda a los visigodos, quienes expulsaron a estos pueblos, excepto a los suevos, y crearon el reino visigodo de Tolosa. Tras la caída del Imperio romano en 476, los visigodos se trasladaron a la península, fundando un reino con capital en Toledo, que perduró hasta la invasión musulmana en 711.
Los visigodos eran una minoría dominante sobre una mayoría hispanorromana. Mantuvieron sus culturas, leyes y religiones, lo que generó segregación e inestabilidad.
La monarquía visigoda unificó el territorio, la política, la religión y el derecho. Leovigildo contuvo a los francos, replegó a los vascones y expulsó a los suevos. La monarquía era electiva, lo que causó enfrentamientos entre la nobleza. El rey gobernaba con el Aula Regia y los Concilios de Toledo.
La unión religiosa se logró con la conversión al catolicismo del rey Recaredo, el fomento de matrimonios mixtos y la unificación jurídica con el Fuero Juzgo de Recesvinto.
La debilidad interna del reino visigodo, debido a la sociedad feudal y la lucha por el poder entre la nobleza, llevó a su fin. Tras la muerte del rey Witiza en 710, la facción rival nombró rey a don Rodrigo, lo que provocó la llamada de los witizanos a los musulmanes. En 711, un ejército bereber derrotó a don Rodrigo en la batalla de Guadalete, marcando el fin del dominio visigodo.
Pueblos Prerromanos de la Península Ibérica
4. La Península Ibérica estaba habitada por diversos pueblos. El conocimiento de estos pueblos es limitado, basado en fuentes arqueológicas, datos de autores griegos y romanos, e inscripciones en lenguas locales.
Los pueblos autóctonos compartían rasgos culturales y lingüísticos, pero no eran entidades políticas homogéneas. Se distinguen tres grupos: iberos, celtas y celtíberos.
Los iberos (S.VI-II a.C.) se extendían desde el sur de Francia hasta el alto Guadalquivir. Desarrollaron una cultura rica y compleja, con ciudades estado aristocráticas como Castulo e Ilerda. Su sociedad era tribal y jerarquizada, basada en la agricultura, la ganadería, la minería, la artesanía y el comercio. Acuñaron moneda propia y desarrollaron el urbanismo y el arte funerario, como la Dama de Elche. Su rasgo cultural más distintivo fue la escritura.
Los celtas ocuparon el interior de la Península, la cornisa cantábrica y parte central de Portugal (S.V-I a.C.). Su economía, política y cultura eran inferiores a las de los iberos, basándose en la ganadería, la agricultura y el trabajo del bronce y el hierro. La explotación minera de estaño y oro fue importante para el comercio con fenicios y cartagineses.
Los celtíberos, en el interior peninsular, destacaron por su resistencia a la dominación romana en el siglo II a.C., con ciudades como Segeda y Numantia. Se conservan inscripciones en lengua celtibérica en los Museos de Zaragoza y Teruel.
La Romanización de Hispania
5. La romanización fue el proceso histórico en el que la población asimiló los modos de vida romanos: administración, urbanización, economía, sociedad, derecho, cultura y religión. La integración cultural fue más intensa en el siglo I a.C., en el este y sur, y menos en el interior y noroeste.
La presencia romana se extendió desde finales del siglo III a.C. hasta principios del siglo V d.C., transformando gradualmente a los habitantes en ciudadanos del Imperio romano.
Políticamente, Hispania se dividió inicialmente en dos provincias, luego en tres: Baetica (Córdoba), Tarraconensis (Tarraco) y Lusitania (Emérita Augusta). Posteriormente, se crearon Carthaginensis, Gallaecia y Balearica. Cada provincia tenía un gobernador con competencias administrativas, jurídicas, militares y fiscales, divididas en conventos jurídicos.
Económicamente, se introdujo la propiedad privada, nuevas técnicas agrícolas como el regadío, y se desarrolló la actividad agroalimentaria, artesanal y comercial, creando el sistema monetario romano. Se explotaron minas de oro y plata.
Socialmente, se implantaron las formas de organización social romanas: aristocracia, negociantes, propietarios de villas agrícolas y trabajadores libres. Se difundió la religión, cultura y costumbres romanas.
Las ciudades se revitalizaron y las colonias se convirtieron en centros administrativos, jurídicos, políticos y económicos. Se construyeron edificaciones y una red de calzadas que comunicaba la península con el resto del Imperio.
El legado romano incluye el latín, el derecho romano, y figuras intelectuales como Séneca y Marcial, y emperadores como Trajano y Teodosio.
La Conquista Musulmana y Al-Ándalus
7. Durante el califato del Omeya Alwalid, se produjo la segunda expansión del Islam. En el occidente, el poder islámico se había asentado en el norte de África, con Musa ibn Nusayr como gobernador.
En la Península Ibérica, el Estado visigodo estaba en decadencia: crisis política, debilidad de la monarquía, corrupción, luchas por el trono y malestar social.
Esta situación fue aprovechada por el Estado islámico. En 711, el ejército bereber musulmán cruzó el estrecho de Gibraltar y se apoderó de Algeciras. Tras vencer al rey Rodrigo en el río Guadalete, Tariq avanzó en la conquista y tomó Toledo.
En 712, Musa llegó a la Península con un ejército de árabes, conquistando el valle del Ebro. Zaragoza cayó en 714. La expansión continuó hacia el norte.
En cuatro años, los musulmanes conquistaron casi toda la Península. Fue una ocupación rápida y fácil, respetando la preeminencia social de los visigodos a cambio de tributos y sumisión.
La sencillez y funcionalidad de la religión musulmana, su parecido con el arrianismo y las ventajas de pertenecer a un sistema desarrollado, facilitaron la conquista.
Hispania se convirtió en la provincia de Al-Ándalus, dependiente del califato omeya de Damasco. Solo las regiones montañosas del norte quedaron fuera del control musulmán.
Evolución Política de Al-Ándalus
8. Emirato dependiente (711-756): Al-Ándalus quedó al mando de un gobernador delegado del califa de Damasco. Este periodo estuvo marcado por la rivalidad entre clanes árabes y los intentos de expansión más allá de los Pirineos.
Emirato independiente (756-929): En 756, Abderrahmán I se instaló en Córdoba como emir, independiente del califa abbasí de Bagdad. Durante este periodo, se profundizó la islamización y arabización de la población. Los emires enfrentaron revueltas internas y la presión de los reinos cristianos del norte.
Califato omeya de Córdoba (929-1031): Abderrahmán III se proclamó califa en 929, restaurando la autoridad omeya e iniciando la etapa más floreciente del islam andalusí. El poder efectivo cayó en manos de Almanzor, cuya dictadura intensificó la actividad militar contra los reinos cristianos. Tras su muerte, una guerra civil llevó a la desmembración en reinos de taifas.
Reinos de Taifas (1031-1086): La desintegración del califato provocó la formación de pequeños estados independientes llamados taifas. Estos se enfrentaron entre sí, lo que fue aprovechado por los reinos cristianos. Este periodo fue brillante culturalmente, pero su debilidad política marcó el inicio de la decadencia musulmana en la península.
Dinastías norteafricanas (1086-1237): Los almorávides llegaron en 1086, destituyeron a los reyes de taifas y anexionaron sus territorios a su imperio. A mediados del siglo XII, fueron sustituidos por los almohades. En 1212, fueron derrotados por los cristianos, cuyo avance territorial era imparable.
Reino nazarí de Granada (1237-1492): A inicios del siglo XIII, Al-Ándalus quedó reducido al reino nazarí de Granada, que se mantuvo como reino islámico hasta 1492, cuando fue anexionado al reino cristiano de los Reyes Católicos.
Sociedad y Cultura de Al-Ándalus
9. La unificación de los habitantes del territorio islámico se logró mediante la islamización y la arabización. La adopción del árabe afectó a todos, musulmanes y no musulmanes, y todos participaron de la cultura araboislámica.
La actividad económica predominante fue la agricultura. Se impulsaron los cereales, la vid y el olivo, se perfeccionaron los sistemas de regadío y se introdujeron nuevos cultivos como el arroz y el algodón. Destacó la apicultura y la ganadería.
La ciudad se revitalizó, y la economía urbana basada en la artesanía y el comercio fue clave. Prosperó la producción de tejidos de seda, el trabajo del cuero, la cerámica y el vidrio. El comercio, favorecido por la acuñación de moneda, fue muy importante gracias a una extensa red urbana y un eficaz sistema de comunicaciones.
La sociedad andalusí fue urbana. Los musulmanes fundaron nuevas ciudades como Madrid y Guadalajara. Estas se organizaban alrededor de la medina, con la mezquita, la alcazaba y el zoco.
La sociedad estaba encabezada por una aristocracia árabe, seguida por guerreros, agricultores, artesanos, comerciantes (bereberes, muladíes, mozárabes y judíos), libertos y esclavos.
En el campo científico destacaron Maimónides y Averroes. Se desarrolló la astronomía, las matemáticas y la medicina. Los musulmanes transmitieron conocimientos del mundo helenístico y oriental. Córdoba fue un foco cultural del mundo islámico. La Península Ibérica fue el puente que trasvasó estos avances a Europa occidental.
El léxico español conserva muchas palabras de origen árabe. El arte fue una mezcla del islámico y de las tradiciones romana y visigoda, destacando la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada y la Aljafería de Zaragoza.
Los Reinos Cristianos y la Reconquista
10. El dominio musulmán no se extendió a toda la Península. Las tierras al norte del Duero y zonas pirenaicas no fueron ocupadas por tropas islámicas. A partir de esta situación, se crearon los primeros reinos cristianos.
Los habitantes de la Cordillera Cantábrica se mezclaron con hispano-visigodos que huyeron del territorio musulmán. En 722, Pelayo derrotó a los musulmanes en la batalla de Covadonga, considerada el inicio de la conquista cristiana. Los sucesores de Pelayo consolidaron el dominio y Alfonso II expandió el reino hacia Galicia y parte de Vizcaya, trasladando la capital a Oviedo. En el siglo X, tras ocupar la zona hasta el valle del Duero, la capital se trasladó a León, denominándose reino de León. El condado de Castilla se independizó en 927 con Fernán González.
El emperador Carlomagno estableció en los Pirineos la Marca Hispánica. A partir del siglo IX, los territorios al sur de los Pirineos adquirieron autonomía: Aragón, Ribagorza, Sobrarbe, Barcelona, Girona, Besalú, etc. El reino de Aragón se gestó tras la muerte de Sancho III el Mayor de Navarra (1035), cuando su hijo Ramiro heredó el condado de Aragón y lo amplió con Sobrarbe y Ribagorza.
La organización política de los reinos cristianos medievales se basaba en la monarquía, las Cortes y los municipios.
El monarca ejercía el poder supremo, aunque limitado por la autonomía de los señoríos y los privilegios de la nobleza e Iglesia. En la Corona de Castilla, el poder era más autoritario, y en la de Aragón, más pactista.
Entre los siglos XII y XIII surgieron las Cortes, donde se reunían los tres brazos (nobleza, Iglesia y ciudades). Las cortes castellanas tenían un carácter consultivo, y las de Aragón, legislativo.
Los municipios gozaban de cierta autonomía, en manos de la oligarquía urbana: regidores y corregidores en Castilla, y un cabildo de jurados presidido por un alcalde en Aragón.
La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)
En septiembre de 1923, el general Miguel Primo de Rivera lideró un golpe de Estado contra la legalidad constitucional en España. Declaró el Estado de Guerra y solicitó al monarca, Alfonso XIII, que cediera el poder a los militares. El rey aceptó establecer un Directorio Militar liderado por Primo de Rivera, quien suspendió el sistema parlamentario constitucional.
I. Causas del Golpe de Estado
El golpe de Estado de 1923 fue justificado como respuesta a la crisis política y social en España. Las causas principales fueron la inestabilidad del sistema parlamentario, el temor de las clases acomodadas a la revolución social, el aumento del republicanismo y los nacionalismos, y el desastre de Annual.
Primo de Rivera ejecutó el golpe en Barcelona, logrando un cambio repentino y sin violencia. Alfonso XIII respaldó rápidamente al general sublevado, permitiendo la formación de un régimen autoritario en sólo tres días.
Aunque Primo de Rivera inicialmente pretendía establecer un régimen transitorio para resolver la crisis, su intento de perpetuación generó contradicciones y eventualmente contribuyó a su caída.
II. Reorganización del Estado
La dictadura de Primo de Rivera se dividió en dos fases: el Directorio Militar (1923-1925) y el Directorio Civil (1925-1930). En el Directorio Militar, el gobierno estaba compuesto principalmente por militares, mientras que en el Directorio Civil se incorporaron personalidades civiles al gobierno, aunque el poder militar seguía siendo significativo y el régimen mantuvo su carácter autoritario.
El Directorio Militar (1923-1925)
Durante el Directorio Militar, se estableció una fuerte dictadura militar. Primo de Rivera se convirtió en ministro único, respaldado por un directorio militar, y se declaró el estado de guerra en todo el país. Se suspendieron las garantías constitucionales y se disolvió la Constitución de 1876, eliminando así el régimen constitucional.
A pesar de estas medidas autoritarias, Primo de Rivera contó con un considerable respaldo popular inicial y enfrentó poca oposición.
Se implementaron acciones como el Estatuto Municipal y Provincial, aunque con resultados cuestionables, y se creó el partido Unión Patriótica para consolidar el apoyo a la dictadura. Se reprimió el obrerismo y se impusieron restricciones en Cataluña, incluyendo la prohibición de símbolos y la sardana. El conflicto en Marruecos también ocupó un lugar central, culminando en el éxito del Desembarco de Alhucemas en 1925, que aumentó la popularidad de Primo de Rivera.
El Directorio Civil (1925-30)
En el Directorio Civil, se abandonó gradualmente la idea de una dictadura transitoria para dar paso a un intento de institucionalización del régimen. Se constituyó en diciembre de 1925, con la participación de militares, nuevos políticos y representantes de la oligarquía tradicional. A pesar de ello, el gobierno continuó suspendiendo los preceptos constitucionales y legislando por decreto. Se creó una Asamblea Nacional Consultiva, inspirada en el Gran Consejo fascista italiano, compuesta por miembros de la Unión Patriótica elegidos mediante sufragio restringido, lo que resultó en un Estado autoritario sin soberanía nacional ni división de poderes.
III. Política Económica y Social
La política económica y social durante la dictadura de Primo de Rivera se benefició de la favorable coyuntura internacional de los «felices» años veinte posteriores a la Primera Guerra Mundial. Se implementó un programa de desarrollo industrial e infraestructural, aunque se prestó poca atención al problema agrario. Se buscó nacionalizar sectores clave de la economía y aumentar la intervención estatal, destacando el impulso a obras públicas como ferrocarriles, carreteras y planes hidroeléctricos.
Se aprobó el Decreto de Protección de la Industria Nacional para subsidiar a empresas que no podían competir internacionalmente, y se otorgaron grandes monopolios estatales como Telefónica. En el ámbito agrícola, la propiedad seguía concentrada en grandes terratenientes, sin que se implementaran reformas significativas, aunque se promovió el regadío a través de las Confederaciones Hidrográficas.
En cuanto al ámbito social, se estableció un modelo de regulación laboral que buscaba resolver conflictos mediante la intervención estatal y la integración de sectores moderados del movimiento obrero. Se creó la Organización Corporativa Nacional, que agrupaba a patronos y obreros en un sindicalismo vertical, regulando salarios y condiciones laborales.
IV. La Oposición y la Caída de la Dictadura
La oposición a la dictadura de Primo de Rivera abarcó diversos sectores políticos, incluyendo dirigentes liberales y conservadores, republicanos, nacionalistas, izquierda obrera, intelectuales, parte del ejército y estudiantes universitarios. Los partidos del turno criticaron la prolongación del régimen y algunos líderes participaron en conspiraciones militares, como el complot de la «sanjuanada» en 1926.
Los intelectuales y el mundo universitario fueron atacados, con la destitución y destierro de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca, el cierre del Ateneo de Madrid y reformas universitarias controvertidas. El conflicto más persistente se dio con republicanos y nacionalistas, con la formación de la Alianza Republicana y tensiones en Cataluña.
La CNT se mostró contraria al régimen y fue duramente perseguida, mientras que el PSOE terminó pronunciándose a favor de la República. La intensificación de la oposición coincidió con la percepción de que la dictadura representaba un peligro para la monarquía. En este contexto, el rey retiró su apoyo a Primo de Rivera, quien dimitió el 30 de enero de 1930, dando paso a la formación de un nuevo gobierno encabezado por el militar Dámaso Berenguer y la convocatoria de elecciones para restaurar la normalidad constitucional.
V. El Pacto de San Sebastián y la Caída de la Monarquía
El Pacto de San Sebastián, firmado en agosto de 1930, unió a regionalistas, republicanos históricos y el Partido Socialista en busca de un cambio hacia la república. Esto generó dos líneas de acción: una revolucionaria, evidenciada en el fallido pronunciamiento militar de Jaca en diciembre de 1930, y otra política, que mediante una intensa campaña de prensa y mítines, erosionó el prestigio de la monarquía.
El acuerdo político dio origen a un comité revolucionario compuesto por destacados líderes políticos. Aunque ausentes, el PSOE representó a las fuerzas obreras. En diciembre de 1930, un manifiesto instaba a derribar la monarquía.
Mientras tanto, los gobiernos de Berenguer y luego de Aznar priorizaban organizar un proceso electoral escalonado para recuperar la legitimidad tras la dictadura. Las elecciones municipales de abril de 1931, inicialmente consideradas seguras para la monarquía, se transformaron en un plebiscito sobre su continuidad. Tras el triunfo republicano, el 13 de abril, miles de personas se manifestaron a favor de la república, marcando el inicio del fin de la monarquía.
La Segunda República Española (1931-1936)
En abril de 1931, las elecciones municipales en España marcaron un cambio decisivo en la historia del país. Las candidaturas republicano-socialistas obtuvieron una clara victoria en ciudades y centros industriales, reflejando un evidente deseo de cambio por parte del electorado.
El 14 de abril del mismo año, la proclamación de la República se extendió rápidamente por varias ciudades, desde Eibar hasta Barcelona, pasando por Valencia, Sevilla y Zaragoza. Este acontecimiento fue celebrado por la población, mostrando un amplio respaldo a la República y llevando a Alfonso XIII a abandonar el trono y partir al exilio.
En Madrid, los firmantes del pacto de San Sebastián establecieron un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora, que oficializó la Segunda República Española y convocó elecciones a Cortes constituyentes para el 28 de junio.
El gobierno provisional implementó medidas urgentes, como la concesión de amnistía a presos políticos y la proclamación de libertades políticas y sindicales. Además, se proyectaron reformas en el ejército, la educación y medidas contra la crisis económica, así como soluciones al problema nacionalista.
En las elecciones de junio, la coalición republicano-socialista obtuvo la victoria, formando las nuevas Cortes republicanas y estableciendo un gobierno encabezado por esta coalición. Las Cortes nombraron una Comisión para elaborar el proyecto de la Constitución.
La Constitución de 1931, de marcado carácter progresista, estableció principios como la soberanía popular, igualdad ante la ley, sufragio universal y derechos como el matrimonio civil y el divorcio. También permitió la constitución de gobiernos autónomos y estableció un poder judicial independiente.
A pesar de su enfoque progresista, la Constitución fue rechazada por la Iglesia y la derecha, especialmente debido a su tratamiento de la cuestión religiosa. Tras su aprobación, Niceto Alcalá Zamora fue elegido primer presidente de la República, ocupando Manuel Azaña el puesto de presidente del gobierno.
I. Bienio de Izquierdas (1931-1933)
Durante el bienio de izquierdas, el gobierno de Manuel Azaña implementó un programa de reformas para modernizar y descentralizar la sociedad. Estas reformas abarcaron diversas áreas:
El problema religioso
La República buscó limitar la influencia de la iglesia y secularizar la sociedad, plasmado en la Constitución con la no confesionalidad del Estado, libertad de cultos, supresión del presupuesto de culto y clero, entre otras medidas. Esto generó una reacción hostil por parte de la Iglesia y resurgimiento de movimientos anticlericales.
La modernización del ejército
Se pretendía crear un ejército profesional y democrático, reduciendo efectivos y presupuesto, y asegurando su obediencia al poder civil. Sin embargo, esto generó oposición por parte de ciertos sectores militares, aprovechado por la derecha para promover una revuelta contra la República.
La reforma agraria
Buscaba acabar con el latifundismo y mejorar las condiciones de vida del campesinado. Se enfrentó a la resistencia de los terratenientes y tuvo resultados limitados, aumentando la tensión social y generando descontento tanto entre propietarios como campesinos.
La reforma del estado centralista
Se concedieron Estatutos de Autonomía a regiones como Cataluña y el País Vasco, lo que provocó oposición de la derecha y del ejército que veían amenazada la unidad de la patria.
La obra educativa y cultural
Se impulsó la creación de escuelas laicas y gratuitas para acabar con el analfabetismo, así como la difusión cultural en zonas rurales a través de las Misiones Pedagógicas. Esto generó oposición y conflicto social.
El descontento generado por estas reformas llevó a una oposición tanto de izquierda como de derecha, exacerbando la conflictividad social. El gobierno de Azaña cayó en 1933 debido a desavenencias internas y a la oposición creciente, dando paso a nuevas elecciones.
II. El Bienio Conservador o Bienio Negro (1933-1935)
Durante el bienio conservador, se produjeron una serie de eventos significativos en España:
Elecciones de 1933
La derecha unida, liderada por el Partido Radical de Lerroux y la CEDA de Gil Robles, obtuvo la victoria en unas elecciones marcadas por la alta abstención y la desunión de la izquierda. Alcalá Zamora confió la formación del gobierno al Partido Radical, aunque este contó con el apoyo de la CEDA.
Gobierno de Lerroux y CEDA
El nuevo gobierno paralizó las reformas progresistas del periodo anterior, lo que generó fuertes tensiones con la izquierda, que respondió con huelgas y conflictos. Ante la demanda de participación en el gobierno, Lerroux otorgó ministerios a la CEDA, lo que intensificó la oposición de la izquierda.
Revolución de Octubre de 1934
Cataluña: Lluís Companys proclamó la República catalana, desencadenando una huelga general. El ejército ocupó la Generalitat y detuvo a miles de personas, incluido Azaña.
Asturias: Se produjo una revolución obrera con el objetivo de tomar el control político. Los trabajadores ocuparon pueblos, cuarteles y sustituyeron los ayuntamientos. El ejército, dirigido por Franco, sofocó la rebelión con gran violencia, dejando un elevado número de muertos y detenidos.
Represalias y crisis de gobierno
La CEDA lideró una dura represión contra los responsables de la revuelta en Asturias. Se suspendió el estatuto de autonomía catalán y se tomaron medidas reaccionarias a nivel social. Ante una crisis de gobierno por escándalos de corrupción, Alcalá Zamora convocó nuevas elecciones para 1936, negándose a nombrar a Gil Robles como presidente.
III. El Gobierno del Frente Popular (1936)
Durante el gobierno del Frente Popular en 1936, se formó una coalición de partidos de izquierda (republicanos, socialistas y comunistas) con un programa común que incluía la amnistía para los presos políticos, la reposición de los empleados públicos despedidos por razones políticas y la continuación de las reformas suspendidas durante el gobierno anterior. La CNT no participó en las elecciones, pero tampoco promovió la abstención.
El Frente Popular ganó las elecciones, y el gobierno estuvo compuesto principalmente por republicanos, con el apoyo de los socialistas y otros partidos de la coalición. Manuel Azaña fue nombrado presidente y Casares Quiroga jefe del gobierno. El nuevo gobierno implementó rápidamente su programa, incluyendo la amnistía para los presos políticos y la reinstalación de la Generalitat y del Estatuto de Cataluña.
Sin embargo, las medidas progresistas del gobierno provocaron una fuerte oposición de las derechas, los terratenientes, algunos industriales y la iglesia. Falange Española también aumentó su actividad, generando un clima de violencia política.
La conspiración militar contra la República, liderada por el general Mola y apoyada por diversas fuerzas políticas de derecha, se puso en marcha con el objetivo de instaurar un régimen autoritario. El asesinato del dirigente monárquico José Calvo Sotelo aceleró los planes golpistas, y la sublevación comenzó en Marruecos el 17 de julio de 1936, desencadenando la Guerra Civil Española.
La Guerra Civil Española (1936-1939)
El 18 de julio de 1936, un golpe de Estado militar contra el gobierno del Frente Popular desencadenó una guerra civil en España, que duró tres años. La sublevación solo triunfó en la mitad del país, dividiendo a España en dos zonas con sus respectivos ejércitos y gobiernos.
El rápido apoyo de Italia y Alemania al bando sublevado, contrastado con la limitada ayuda internacional a favor de la República, prolongó el conflicto. Este enfrentamiento representaba dos visiones opuestas de España: el bando rebelde defendía los valores tradicionales y conservadores, mientras que el bando legal buscaba modernizar el país y profundizar las reformas republicanas.
La unidad, eficacia militar y apoyo extranjero llevaron al triunfo del bando sublevado, liderado por el general Franco, quien estableció un régimen político autoritario y conservador que perdurará en España por más de treinta años.
I. El Estallido de la Guerra Civil
El estallido de la Guerra Civil Española se produjo en un contexto de radicalización política y violencia callejera, exacerbado por dos asesinatos emblemáticos: el del teniente socialista José Castillo el 12 de julio y el del líder monárquico Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936. Estos eventos precipitaron el golpe militar previamente planeado por los conspiradores. El levantamiento comenzó el 17 de julio en Melilla, extendiéndose rápidamente por el Marruecos español y la Península al día siguiente.
A pesar del apoyo militar inicial, el golpe fracasó al no lograr el control total del país. Mientras que los sublevados, conocidos como «nacionales», contaban con el respaldo de militares conservadores, monárquicos, falangistas y carlistas, así como de poderes extranjeros como Italia y Alemania, las fuerzas leales a la República, conocidas como «rojos», estaban compuestas por obreros, campesinos, clases medias republicanas y burguesía ilustrada.
Ambos bandos buscaron apoyo internacional: los sublevados recibieron ayuda militar de Italia, Alemania, Portugal e Irlanda, mientras que la República contó con el apoyo de la Unión Soviética y las Brigadas Internacionales. Sin embargo, la política de no intervención de las democracias occidentales, en teoría neutral, resultó poco efectiva en la práctica, con varias naciones proporcionando apoyo encubierto a los sublevados.
II. Las Operaciones Militares
La guerra civil española estuvo marcada por una serie de operaciones militares que determinaron el curso del conflicto. El ejército sublevado, bajo el liderazgo de Francisco Franco, logró mantener la iniciativa militar y obtener importantes victorias, especialmente después de la Batalla del Ebro. La estrategia de desgaste adoptada por Franco buscaba prolongar el conflicto para consolidar su poder conquistando importantes territorios como Madrid.
Por otro lado, el ejército republicano, a pesar de mostrar resistencia y valentía, se vio obstaculizado por la falta de unidad y cohesión política. Los constantes enfrentamientos internos entre diferentes facciones políticas y la falta de apoyo internacional efectivo debilitaron su capacidad de resistencia. A pesar de algunos éxitos tácticos, como la defensa de Madrid durante el asedio franquista, la superioridad militar y logística del bando sublevado finalmente inclinó la balanza a su favor.
De la sublevación a la Batalla de Madrid (Julio 1936-Marzo 1937)
La guerra civil española presenció una serie de eventos cruciales. Tras el frac
aso inicial de la sublevación, Franco logró, con el apoyo alemán e italiano, cruzar el Estrecho con el ejército de África y unirse con otras fuerzas sublevadas. Su objetivo inicial era tomar Madrid, pero se desvió para liberar el Alcázar de Toledo. A pesar de los intentos de asalto frontal y acercamiento por parte de las Brigadas Internacionales, Madrid resistió.
De la Campaña del Norte a la Batalla del Ebro (Abril 1937-Noviembre 1938): el conflicto se transformó en una guerra de desgaste. Los franquistas avanzaron hacia el norte y controlaron el territorio desde el País Vasco hasta Asturias. La Batalla de Teruel les permitió alcanzar el Mediterráneo, aislando Cataluña del resto del territorio republicano. La República intentó una contraofensiva en el verano de 1938, culminando en la Batalla del Ebro que debilitó su capacidad de resistencia.
Ofensiva en Cataluña y final de la Guerra (Diciembre 1938-Marzo 1939): la toma de Cataluña fue una consecuencia directa de la Batalla del Ebro. En marzo de 1939, un golpe de estado liderado por el Coronel Casado dentro del bando republicano precipitó el final de la guerra. Franco exigió una rendición incondicional, consolidando su victoria y estableciendo un régimen autoritario que durará décadas.
III. Evolución Política de las Dos Zonas. ZONA REPUBLICANA.
Tras la sublevación, se formó un nuevo gobierno liderado por José Giral, que entregó armas a milicianos de partidos y sindicatos, disolviendo el ejército tradicional. Surgió una estructura de poder popular alrededor de partidos y sindicatos de izquierda. Se produjo una revolución social con la colectivización de la propiedad industrial y agraria, y persecuciones contra la iglesia y la burguesía.
A finales del verano de 1936, ante el avance de los sublevados, se formó un gobierno de coalición liderado por Largo Caballero. Sin embargo, los fracasos militares y los Hechos de Mayo del 37 en Barcelona debilitaron su posición. Juan Negrín asumió el liderazgo y centró su política en el esfuerzo militar, reforzando el poder central y unificando la dirección de la guerra.
El gobierno de Negrín intentó buscar una salida negociada a la guerra, pero tras las derrotas de 1938 y la falta de alimentos, las esperanzas republicanas menguaron. Negrín abogaba por la resistencia militar, pero el coronel Casado y otros decidieron rendirse a Franco, lo que llevó al Golpe de Estado de Casado y la rendición incondicional al régimen franquista.
ZONA SUBLEVADA.
Tras la muerte de Sanjurjo, Franco emergió como líder destacado, consolidando su posición después de liberar el Alcázar de Toledo y recibir el reconocimiento de Hitler y Mussolini. La Junta de Defensa Nacional, creada en Burgos el 24 de julio de 1936, asumió el control del territorio sublevado, prohibiendo los partidos políticos y suspendiendo la constitución.
Franco fue elegido jefe del alzamiento y, posteriormente, jefe del Estado y generalísimo de los ejércitos. Aunque se impuso un mando militar único, no existía cohesión política. Se prohibieron los partidos del Frente Popular, actuando solo Falange Española y Comunión Tradicionalista como grupos políticos tolerados.
En abril de 1937 se creó la Falange Española y Tradicionalista de las Jons, unificando fuerzas bajo el liderazgo de Franco. Las resistencias fueron reprimidas y se institucionalizó un estado fascista, inspirado en el fascismo italiano y el nazismo alemán, que abolió las libertades y restableció la influencia de la iglesia católica.
El nuevo estado impuso una represión extrema contra los vencidos, buscan imponer un clima de terror para evitar toda contestación. Se derogaron leyes republicanas, se restableció la pena de muerte y se instituyó un modelo social conservador y católico.
IV. Las Consecuencias de la Guerra.
La Guerra Civil española dejó profundas cicatrices en la sociedad del país. Durante tres años, los ciudadanos lucharon unos contra otros, avivando el odio y el deseo de destrucción del enemigo. Los vencedores excluyeron y persiguieron a los perdedores, generando un clima de dolor y rencor en la España de posguerra.
La guerra causó enormes pérdidas humanas, tanto en combate como por represión, hambre y enfermedad, sumando más de medio millón de muertos, muchos de ellos asesinados en las retaguardias. Tras el conflicto, cientos de miles de personas fueron encarceladas o enviadas a campos de trabajo forzado, mientras que otros huyeron al exilio, enfrentando penalidades en campos de internamiento en Francia y dispersándose por Europa.
En el ámbito cultural, la guerra destruyó los avances en educación y cultura, con la ejecución o destitución de la mayoría de maestros y profesores, así como la pérdida de prominentes intelectuales, artistas y científicos que murieron o se exiliaron.
Económicamente, las consecuencias fueron desastrosas, con pérdida de reservas, infraestructuras destruidas y una disminución en la población activa, lo que llevó a décadas de racionamiento y privación de bienes de consumo para la población.
Políticamente, la guerra marcó el fin de la modernización y democratización de España, dando paso a un largo período de represión y falta de libertad política bajo la dictadura franquista.
A nivel internacional, España quedó aislada políticamente durante dos décadas, perdiendo el impulso de progreso que experimentó Europa después de 1945. A mediados del siglo XX, España aún no había resuelto sus problemas de convivencia política.
LA DICTADURA FRANQUISTA (1939-1975): La Guerra Civil Española culminó con la instauración de un régimen dictatorial liderado por Francisco Franco, que perduró hasta su muerte en 1975. Durante sus casi 40 años de dominio, el franquismo mantuvo un control opresivo sobre la sociedad, reprimiendo a los disidentes mientras sus instituciones evolucionaron para adaptarse a diferentes circunstancias.
El franquismo se divide en dos etapas principales. La primera, hasta 1959, buscó establecer un estado totalitario inspirado en el fascismo y promover la autarquía económica. Sin embargo, el apoyo a las potencias fascistas en la Segunda Guerra Mundial dejó a Franco aislado internacionalmente al final del conflicto. La segunda etapa, a partir de la década de 1950, respondió al fracaso económico y la necesidad de reconocimiento internacional, llevando a la liberalización económica y a la moderación de sus aspectos más fascistas. Esto desencadenó un período de crecimiento económico y modernización social en los años 60.
I. EL PRIMER FRANQUISMO (1939-1959).
El primer período del franquismo, que abarcó desde 1939 hasta 1959, se caracterizó por la consolidación del poder absoluto de Franco, la supresión de las instituciones democráticas y la continua represión de los opositores. Ideológicamente, el régimen se basó en el anticomunismo, el nacionalcatolicismo y el tradicionalismo, promoviendo valores militares y símbolos castrenses en la sociedad.
Socialmente, el régimen devolvió el poder a la oligarquía terrateniente y financiera, junto con elementos del ejército y la Falange, mientras excluía y reprimía a los opositores de la República. Franco reclutó colaboradores de diferentes ideologías, formando las «familias del régimen» que incluían a la Falange, el ejército, los católicos y los monárquicos, aunque en realidad estas divisiones eran ficticias y Franco elegía a sus colaboradores según su lealtad y eficacia.
El régimen franquista mantuvo una postura inflexible hacia los exiliados y los movimientos de oposición, sin buscar reconciliación ni democratización debido a su arraigada conexión con la guerra civil y la «victoria» de los sublevados.
Evolución política y económica.
Durante el período del primer franquismo, la política interior estuvo dominada por la Falange, con destacado protagonismo de Serrano Suñer en las relaciones con las potencias del Eje. La participación de España en la Segunda Guerra Mundial, inicialmente como neutral y luego como no beligerante, reflejó un cambio en la política exterior franquista, apoyando a las potencias del Eje pero luego distanciados debido a la intervención crucial de Estados Unidos en la guerra.
Tras la derrota del Eje, el régimen franquista se vio obligado a distanciarse del fascismo y adoptar un discurso más católico, conservador y anticomunista. Este cambio facilitó el reconocimiento internacional del régimen, especialmente con la firma del Concordato con la Santa Sede y los acuerdos con Estados Unidos en 1953, que establecieron bases militares en España y ayudaron a modernizar la economía.
A nivel económico, el régimen inicialmente optó por la autarquía para reconstruir un país devastado por la guerra, pero esta política provocó escasez, hambre y corrupción. La apertura hacia el exterior, especialmente con la ayuda de Estados Unidos en la década de 1950, permitió estabilizar la situación económica y eliminar el racionamiento, aunque persisten problemas como la corrupción y el enriquecimiento ilícito.
En esta fase, el régimen franquista buscó consolidarse y aparentar una imagen de legalidad mediante la promulgación de una serie de Leyes Fundamentales que sustituían a una Constitución inexistente. También se crearon unas Cortes que simulaban un sistema parlamentario. Este diseño político se conoció como «democracia orgánica». Estas Leyes son: -Fuero del Trabajo (1938). Otorga el monopolio de las relaciones laborales a la Organización sindical de Falange. -Fuero de los Españoles (1945), una curiosa declaración de derechos y deberes de los españoles. -Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958), que no reafirma como partido único.
Los años de la autarquía tuvieron consecuencias desastrosas para la producción industrial y agrícola con índices que permanecieron por debajo de los de la preguerra. Esto se vio agravado por malas cosechas y por los bajos precios fijados que desmotivaron a los agricultores. Como resultado, el hambre y el racionamiento persistieron durante toda la década, mientras que el mercado negro se generalizaba para la mayoría de los artículos de consumo. A su vez, la corrupción gubernamental en las familias del régimen permitió enriquecimientos rápidos y fáciles.
En el contexto de la Guerra Fría, llegaron los primeros créditos de Estados Unidos destinados a comprar productos agrícolas, materias primas y equipo industrial. Estas ayudas, junto con el acuerdo de 1953, contribuyeron a la desaparición del mercado negro, la estabilidad de precios y la eliminación del racionamiento. Simultáneamente, se produjo una apertura hacia el exterior, incluyendo el ingreso en la ONU, y una resurrección del mercado libre.
Oposición al régimen: Durante el primer franquismo, la oposición al régimen desde el exterior se vio fragmentada debido a las diferencias entre los diversos sectores republicanos en el exilio. A nivel interno, destacó la resistencia ejercida por los monárquicos y grupos clandestinos del PSOE, PCE o CNT, que aumentaron su presión con huelgas en Bilbao y Barcelona en 1946. La guerrilla, conocida como maquis, formada por excombatientes republicanos, operaba en las montañas con el objetivo de desafiar al régimen. Sin embargo, sus intentos de organizar una ofensiva contra la dictadura, como la entrada masiva organizada por el PCE en 1944, fracasaron. Con el tiempo, las fuerzas guerrilleras fueron capturadas o eliminadas por las autoridades franquistas.
II. EL SEGUNDO FRANQUISMO (1959-1975).
Durante el segundo franquismo, el régimen intentó modernizarse económicamente y socialmente sin realizar cambios democráticos significativos. La sucesión de Franco se convirtió en un tema central, generando divisiones entre los tecnócratas y los sectores más aperturistas de Falange. Los tecnócratas implementaron reformas administrativas y económicas, como el Plan de Estabilización de 1959, que liberalizó la economía y condujo a un período de rápido crecimiento industrial y desarrollo económico, aunque también acentuó la migración internacional y el éxodo rural.
A pesar de los cambios económicos, el régimen mantuvo su autoritarismo político, lo que generó tensiones y oposición. La Iglesia denunció la situación de los trabajadores, surgieron tensiones nacionalistas en regiones como el País Vasco y Cataluña, y se multiplicaron los conflictos laborales con la aparición de sindicatos clandestinos. Además, se reconstruyeron los partidos políticos a través de redes clandestinas.
En 1962, cuando España solicitó negociar la adhesión a la CEE, la oposición se intensificó, y en 1969 se celebró la reunión de Múnich, destacando la acción opositora. Para mejorar su imagen, el régimen incluyó ministros jóvenes en el gobierno, como Manuel Fraga, y se promulgó la Ley de Prensa de Fraga, presentada como un levantamiento de la censura. Sin embargo, hacia finales de los años 60, el régimen mostraba signos de debilidad, especialmente después del escándalo MATESA, que involucró a varios ministros y debilitó la influencia política de los tecnócratas y aperturistas.
Los últimos años (1971-1975).
En los últimos años del régimen franquista, el debate se intensificó en torno a la continuidad del sistema dictatorial. Surgió una división entre los «aperturistas», que abogan por reformar gradualmente el régimen hacia un modelo parlamentario, y los sectores más conservadores, conocidos como el «búnker», que se agruparon alrededor de Fuerza Nueva, la Hermandad de ex-Combatientes y la Falange más derechista.
En medio de una crisis económica causada por el aumento del precio del petróleo y el fin del boom económico, la oposición al régimen creció significativamente. Las huelgas y manifestaciones se multiplicaron en las empresas y las universidades, la Iglesia se distanció aún más, surgieron nuevas organizaciones terroristas como el FRAP, y se intensificaron los juicios contra líderes sindicales. Para intentar controlar la situación, Franco cedió la jefatura del estado al almirante Carrero Blanco, quien formó un gobierno de franquistas ortodoxos. Sin embargo, poco después, Carrero Blanco fue asesinado por ETA.
Su sucesor, Carlos Arias Navarro, mantuvo una línea dura y represiva. En medio de este clima tenso, Franco fue hospitalizado en 1974 y temporalmente cedió sus poderes al príncipe Juan Carlos. Las protestas continuaron y la oposición creció, incluso algunos oficiales formaron la Unión Militar Democrática. Además, se enfrentaron a la crisis política interna la ocupación del Sáhara por parte de Marruecos, lo que llevó a la entrega del territorio, violando los mandatos de la ONU.
El 20 de noviembre de 1975, Franco falleció, dando inicio a lo que se conoció como la Transición, un período de transformación que llevó a España hacia un sistema parlamentario.