Historia de la Península Ibérica
La Edad de Piedra y los Pueblos Prerromanos
Durante la Edad de Hierro, la península ibérica fue poblada por diversos pueblos prerromanos. En la zona de Huelva y Sevilla se desarrollaron los Tartesos (IX-IV a.C.), conocidos por su avanzada agricultura, riqueza mineral (Tesoro del Carambolo) y progreso urbano. En el litoral mediterráneo se asentaron los Íberos, un conjunto de pueblos organizados en ciudades-estado con una economía basada en la agricultura, la metalurgia y el comercio, incluso con moneda propia. La meseta y la costa atlántica fueron habitadas por Celtíberos y Celtas, estos últimos, tribus de origen indoeuropeo con una economía agropecuaria rudimentaria y escaso comercio debido a su aislamiento.
La Edad de Piedra en la península se divide en tres periodos: Paleolítico (800.000-8000 a.C.), Mesolítico y Neolítico (7000-4000 a.C.). En estos periodos se produjo la evolución de los Homos (Antecesor, Heidelbergensis y Sapiens), con importantes restos encontrados en Atapuerca (Burgos). El Paleolítico se caracterizó por una economía depredadora basada en la caza, la pesca y la recolección, con herramientas de piedra talladas de forma rústica. Socialmente, se organizaban en tribus nómadas sin jerarquía social. La revolución neolítica trajo consigo una economía productora con el auge de la agricultura y la ganadería, el pulido de la piedra y la fabricación de cerámica. El sedentarismo resultante impulsó el desarrollo urbano y la diferenciación social basada en la especialización económica.
El Arte Rupestre
La pintura rupestre, representaciones pictóricas sobre roca, tuvo dos escuelas principales en la península, ambas realizadas por el Homo Sapiens. La escuela cantábrica, del Paleolítico, se encuentra en cuevas, representa animales y tiene un significado mágico-religioso, como las cuevas de Altamira (Cantabria). La escuela levantina, del Neolítico, se encuentra al aire libre y representa escenas con movimiento y figuras humanas, como el abrigo de Cogull (Lleida). Recientemente se han datado pinturas en diversas zonas de España (ej. Cáceres) como anteriores al Homo Sapiens, atribuidas al Neanderthalensis.
Las Colonizaciones y la Romanización
A lo largo del I milenio a.C., colonizadores del Mediterráneo Oriental ocuparon la península atraídos por sus riquezas mineras. Su legado incluyó el alfabeto, la moneda, nuevos cultivos (olivo y vid), el impulso de la actividad artesanal (torno alfarero) y el desarrollo del arte. Los fenicios se asentaron en la costa andaluza fundando núcleos urbanos como Gadir y Malaka. Los griegos se extendieron por la costa mediterránea estableciendo colonias como Emporion y Rhode. Los cartagineses, antiguos colonos fenicios, ocuparon Baleares y Cartagena (Cartago Nova) hasta su derrota frente a los romanos en las Guerras Púnicas.
La conquista romana de Hispania (siglos III a.C. – I a.C.) se originó por el incumplimiento del pacto territorial entre romanos y cartagineses por parte de Aníbal. La primera fase coincidió con la Segunda Guerra Púnica (218-197 a. C.), con la ocupación romana del este y sur peninsular. La segunda etapa (155-133 a. C.) vio la conquista del centro y oeste, con las guerras lusitanas y celtibéricas, donde Viriato y Numancia se convirtieron en símbolos de resistencia. La tercera fase (29-19 a.C.) consistió en las guerras cántabro-astures.
La romanización fue el proceso de integración de los pueblos hispanos en el Imperio Romano, asumiendo su cultura y organización política, jurídica y social. Fue intensa en el sur y débil en el norte (País Vasco). Destacan la imposición del latín, origen de las lenguas romances, y la difusión del cristianismo. La economía se basó en la producción esclavista y exportadora de materias primas, con desarrollo comercial y artesanal. Hispania se dividió en provincias administradas por Roma, adoptó el urbanismo romano y se rigió por el derecho romano. La esclavitud se extendió, e hispanos como Séneca, Lucano y Marcial influyeron en la cultura romana. El legado artístico incluye obras públicas como el acueducto de Segovia y los templos de Mérida.
El Reino Visigodo
En el siglo V, Hispania fue invadida por pueblos germánicos (vándalos, suevos y alanos). Los visigodos entraron para ayudar a Roma y, tras la caída del Imperio Romano y del reino visigodo francés, se asentaron en la meseta central (con capital en Toledo) en 507. Los suevos ocupaban Gallaecia y los bizantinos el litoral mediterráneo.
La unificación de Hispania fue un proceso gradual llevado a cabo por los reyes visigodos a nivel territorial (Leovigildo acabó con el reino suevo y Suintila con el imperio bizantino), religioso (Recaredo) y legislativo (Recesvinto con el Fuero Juzgo). La monarquía visigoda era débil, con la aristocracia y los obispos participando en la elección del rey, surgiendo la teoría del origen divino del poder. El rey gobernaba con el Oficio Palatino (administración central) y el Aula Regia (funciones consultivas), ambas integradas por la nobleza.
Los Concilios de Toledo eran asambleas político-religiosas convocadas por el rey, presididas por un arzobispo e integradas por el estamento privilegiado. El III Concilio de Toledo (589), bajo Recaredo, propició la unificación religiosa al declarar el catolicismo religión oficial y rechazar el arrianismo.
Al-Ándalus
La Conquista Musulmana y el Califato de Córdoba
La rápida conquista musulmana (711) se debió a la fragilidad de la monarquía visigoda y al afán musulmán de expansión. Tras la petición de ayuda de los hijos del rey Witiza, Tariq y Muza derrotaron a Rodrigo en la batalla de Guadalete. La península, excepto el norte, fue ocupada en tres años.
El dominio musulmán se divide en tres etapas: el emirato dependiente (711-756) de Damasco; el emirato independiente (756) con Abderramán I, alcanzando su esplendor con Abderramán II, marcado por revueltas entre muladíes y mozárabes; y el califato de Córdoba (929) con Abderramán III, periodo de máximo esplendor, con la fundación de Medina Azahara y la resistencia a fatimíes y cristianos. Tras la paz con los cristianos por parte de su hijo, Almazor (hachib) realizó campañas militares contra ellos. A su muerte (1002), el califato entró en crisis, desapareciendo en 1031 y dividiéndose en reinos de taifas.
Reinos de Taifas y Reino Nazarí
Las luchas internas tras la muerte de Almanzor (1002) fragmentaron Al-Ándalus en reinos de taifas (1031), debilitándolo frente a la Reconquista. Las taifas pagaban parias a los cristianos por protección. Tras la conquista de Toledo (1085), Badajoz pidió ayuda a los almorávides (1086), quienes unificaron las taifas y frenaron el avance cristiano (Consuegra, Sagrajas, Uclés). El radicalismo almorávide provocó revueltas y su retirada a principios del siglo XII, dando lugar a los segundos reinos de taifas. A finales de siglo, las taifas pidieron apoyo a los almohades, quienes unificaron Al-Ándalus y detuvieron a los cristianos (Alarcos). Tras la derrota almohade en las Navas de Tolosa (1212) y el descontento popular por su radicalismo, abandonaron Al-Ándalus. La división en terceros reinos de taifas facilitó el avance cristiano. A mediados del siglo XIII, solo quedaba el reino nazarí de Granada, cuyo emir firmó un acuerdo con Castilla, pagando parias y reconociendo vasallaje. En 1492, los Reyes Católicos conquistaron Granada.