Ideología y Clases Sociales en la Educación: Un Análisis Crítico desde la Perspectiva de Lerena


La Noción de Naturaleza Humana y la Influencia de Durkheim

Desde el nacimiento, somos producto de una serie de aprendizajes adquiridos a través de nuestra familia y personas más cercanas, generalmente nuestros padres y madres. Ellos nos transmiten su cultura, la cual integramos, condicionando así nuestras actitudes y aptitudes de manera similar a las suyas. La sociedad está fragmentada en diversas clases: una pobre, una media y una muy pequeña, pero con mayor poder, la aristocracia o nobleza, dueña y gobernante de todos los poderes.

En el ámbito educativo, esto implica que los niños nacidos en familias aristócratas tendrán una gran ventaja en comparación con aquellos criados en familias desfavorecidas. Se proyecta un futuro muy diferente sobre unos y otros. Desde pequeños, estamos expuestos a las experiencias de nuestros padres, guiados por sus órdenes y sujetos a una disciplina y obediencia. Aunque nos criemos en cualquier sociedad, seremos sometidos a un orden para poder adaptarnos a ella. Esta sociedad esconde una mistificación, revelando solo aquellos contenidos acordes con la ideología predominante en ese contexto histórico y bajo circunstancias determinadas.

A pesar de que todos debemos adaptarnos a esa disciplina, solo los dominantes (si no queremos una regida por los intereses de los poderosos) saldrán beneficiados. Hoy, al igual que antes, son los hijos de los burgueses, quienes poseen el capital cultural que transmite la escuela, considerado válido por estos «farsantes». El resto de los niños se verán injustamente obligados a callar, sin poder ejercer su palabra, ya que para los dominantes, la única palabra considerada apta es la suya.

Por eso decimos que nuestros instintos son artificiales, porque todos tenemos que adaptarnos al discurso dominante si no queremos permanecer relegados y marginados en la sociedad. Sin embargo, aquellos que no son bien vistos por su vocación siempre serán relegados. Aquí destacamos la idea de vocación y la función mistificadora de este mecanismo, dejando de lado la idea de cualificación, esfuerzo, mérito y trabajo desempeñado por el individuo. Es injusto que una persona que destaca por su intelecto sea relegada por «no ser hijo de…» o «no haber nacido en…». Siempre se benefician los intereses de los poderosos: hombres, ricos, intelectualizados, occidentales, heterosexuales, mientras que todo lo demás permanece por debajo, carente de valor.

Existen innumerables ejemplos en la vida cotidiana donde se confunden características vocacionales con sucesos naturales. Por ejemplo, en la escuela, se dividen las asignaturas en ciencias y letras. A las mujeres siempre se las ha asociado con las letras, sin una razón lógica. La única explicación absurda es que las mujeres no tienen capacidad intelectual para abordar asignaturas tan prestigiosas. Esta explicación es incoherente, ya que tanto una mujer como un hombre pueden destacar en ciencias o letras, dependiendo de sus gustos e inclinaciones, independientemente de su sexo o identidad sexual.

Otro ejemplo es la poca frecuencia, hasta hace poco, de ver a mujeres en puestos directivos. Esto se relaciona con el ejemplo anterior, asignando al hombre la capacidad para ocupar puestos intelectuales, mientras que a la mujer se la consideraba apta solo para trabajos manuales. Se intentaba dar la visión de que el trabajo manual no requería el uso de la mente, otra mentira de las clases dominantes. Cualquier trabajo, sea manual o intelectual, requiere un uso razonado de la mente, independientemente de la mistificación que intenten mostrarnos los capitalistas. Estos son ejemplos que muchos consideran naturales, cuando son artificiales, ilógicos y carentes de sentido.

La Vocación como Fenómeno Sociológico y las Aspiraciones Individuales

La vocación es un fenómeno que muchas personas consideran natural, cuando en realidad no lo es. Muchos educadores y docentes utilizan este mecanismo, que consiste en atribuir características a un alumno o alumna en función de sus condiciones personales, sociales, económicas, políticas e ideológicas, sin considerar lo realmente importante: la cualificación, el trabajo, el mérito, el empeño y las investigaciones realizadas. Para muchos maestros y maestras, resulta más prestigioso un alumno que una alumna, un niño blanco que uno de piel negra, un niño nacional que uno extranjero, sano, rico, etc. Es decir, valores asociados al prototipo ideal definido por el estado, desprestigiando los saberes de muchos simplemente por no tener características favorables a los poderosos.

En la escuela, este mecanismo es muy frecuente. Cuando la maestra o el maestro toman conciencia de la información del alumno (profesión de los padres, raza, ideología, etc.), juzgarán a aquellos que no compartan la ideología dominante. Utilizarán un mecanismo de clasificación-seriación basado en preferencias propias de la psique, guiándose por las apariencias, sin analizar las capacidades, logros, ganas de trabajar y empeño de los alumnos. Este fenómeno es injusto y aún ocurre, desprestigiando los saberes de personas con grandes talentos intelectuales, que son sustituidas por otras consideradas «mejores» simplemente por tener características que benefician al estado. Estos últimos solo engañan a la sociedad, aumentan su prestigio y se enriquecen a través de las injusticias cometidas contra los pobres y relegados, quienes, en realidad, a menudo merecen mucho más.

Crítica a la Relación Profesor-Alumno: El «Profesorado Colegui»

Independientemente de las diferencias sociales que puedan surgir en el aula, el maestro y la maestra deben ser justos y adaptarse a cada situación, dando la razón a quien la tiene. Ambos, profesor y alumno, deben darse cuenta del hecho, interiorizar el mensaje e integrarlo para tomarlo como ejemplo a seguir. La tarea del maestro debe ser justa e igualitaria, con el objetivo de que ambos salgan beneficiados. Debe utilizar una cultura abierta para todos, sin desprestigiar a ningún alumno por tener una cultura diferente a la predominante en ese lugar y circunstancias. Nadie en el aula debe sentirse marginado o relegado.

El maestro debe utilizar un lenguaje claro, conciso, respetuoso e igualitario para todos. Debe tratar de ver a toda la clase por igual, con los mismos derechos y oportunidades, permitiéndoles tomar la palabra cuando sea necesario, utilizando mecanismos de coherencia, cohesión y adecuación lo más perfectos posible. Debe respetar a todos por igual, sin desprestigiar a nadie. Tampoco puede involucrarse en una relación más allá del aula o del colegio. La función del maestro es enseñar, ayudar y cuidar a sus alumnos dentro del entorno escolar y el espacio educativo. No se pueden abrir las fronteras fuera de estas en cuanto a la relación amistosa, y si es así, no debe notarse con respecto al resto de los alumnos, ya que todos tienen la misma igualdad.

También debe utilizar el mismo mecanismo al calificar al alumnado. El maestro debe ser justo con las notas de cada uno, utilizando el mismo criterio para todos. La cualificación, el trabajo, el empeño, el mérito, la capacidad y la actitud positiva del alumno deben destacar. No debe guiarse por las apariencias vocacionales, ya que entonces se trataría del llamado «maestro colegui», que asigna un papel ilegal en la relación con un alumno por considerarlo mejor, no por su capacidad, sino por presentar una actitud de «colega» más que de alumno-profesor.

Este mecanismo es frecuente en las aulas. En mi experiencia educativa en la educación primaria, resultaba muy incómodo cuando mis compañeros y yo nos dábamos cuenta de que existía un contacto más allá de la relación normal. En este caso, todos nos dimos cuenta de que la maestra tenía fijación por una alumna, y las confianzas eran tales que esta alumna llegó a traerle comida casera a la maestra. El favoritismo era absoluto hacia esta niña, y su nota destacó más por esos favores que por su esfuerzo y trabajo.

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