EL SIGLO XVIII
Características generales del siglo XVIII
Durante el siglo XVIII no hay en Europa una potencia preponderante, como lo habían sido España en el XVI y Francia en el XVII. Cada nación atiende principalmente a sus propios problemas; las rivalidades de Inglaterra y Francia tienen su causa en la expansión colonial y las de Prusia y Austria se originan por el deseo de ambas de acusar su predominio en todo el mundo germánico.
Las grandes potencias tratan de ganar nuevas posiciones y los países menos fuertes luchan por defender su independencia. Aunque en todos era aceptado el ya tradicional sistema del absolutismo monárquico y el régimen de privilegios sociales, faltaba una potencia rectora que lo mantuviera y prestigiara.
Una excepción era Inglaterra, que ya en el siglo anterior había establecido una monarquía limitada, iniciando, después de largas y sangrientas luchas, una época de tolerancia religiosa. Los fracasos que para Francia representaron la política de Luis XIV (1661-1715) y las especulaciones financieras de J.Law, quebrantaron el crédito del Estado y de la monarquía absoluta. En esta época, todos los franceses de algún relieve, comenzaron a visitar Inglaterra y a estudiar su lengua y sus instituciones y puede afirmarse que el pensamiento crítico y racionalista inglés actuó de levadura del pensamiento francés, que comenzó atacando a la Iglesia y acabó atacando al Estado y produciendo una corriente de opinión que había de desembocar en la revolución francesa, comenzada a fines del siglo.
El constitucionalismo inglés
El pueblo inglés, que ya en la Edad Media había conseguido limitar el poder real con la Carta Magnay los Estatutos de Oxford, creando su parlamento, cuyas prerrogativas fueron progresivamente aumentadas, vivió también la época de absolutismo monárquico, aunque con características propias.
El Parlamento no había dejado nunca de existir, pero la dinastía Tudor, que había comenzado a reinar con Enrique VII (1485-1509), gobernó como si realmente no existiera extendiendo su autoridad en materia política y en materia religiosa, pues desde que Enrique VIII se proclamó jefe de la Iglesia anglicana, hubo frecuentes persecuciones a católicos y protestantes. Este despotismo real fue paralelo en tiempos de la reina Isabel (1558-1603) a grandes triunfos políticos y militares que prestigiaban la institución monárquica, por lo que el pueblo se sintió tranquilo y satisfecho y el Parlamento se limitó a votar los impuestos y confeccionar las leyes, sin osar oponerse a los designios reales.
Muerta Isabel, comenzó a reinar con Jacobo I la dinastía Estuardo, y los nuevos monarcas, dotados de escasas aptitudes para el gobierno, fracasaron en su intento de continuar la política autoritaria y absolutista de los Tudor, produciendo disgusto y decepción en todos por lo que se originaron dos revoluciones.
La primera, en 1648, dio lugar al regicidio de Carlos I y al establecimiento de una república autoritaria presidida por Cromwell, y la segunda, en 1688, fue incruenta y desembocó en el establecimiento del régimen parlamentario.
El rey Guillermo III (1689-1702) tuvo que jurar la Declaración de Derechos, y durante su reinado las libertades inglesas y el parlamentarismo experimentaron considerables progresos, en su mayor parte inspirados en las teorías del filósofo y hombre de estado Locke, a quien el rey profesó gran estimación.
Los políticos ingleses de la época conocieron y admiraron las teorías de Locke y de Hume, que llegó a sostener que “lo que en opinión general es útil es también moral”, dando a la política una orientación eminentemente utilitaria y democrática, con lo que fueron echados los cimientos de las ideas disolventes que habían de pasar a Francia y originar la revolución.
Muerta la reina Ana (sucesora de Guillermo), la corona inglesa pasó a los electores alemanes de Hannover, emparentados con la reina por línea femenina. Los dos primeros reyes de la nueva dinastía, Jorge I (1714-1727) y Jorge II (1727-1760), que apenas conocían la lengua inglesa, se limitaron a despachar con el jefe del Gobierno, quedando consolidado el régimen constitucional. La vida nacional dejó de estar inspirada por los reyes y fue obra exclusiva de los políticos y de los partidos.
El gobierno estaba constituido por ministros elegidos en el partido que tenía mayoría parlamentaria. Los ministros eran solidariamente responsables de su labor y podían ser acusados por la Cámara de los Comunes y juzgados por la Cámara de los Lores. La autoridad real quedaba limitada por los preceptos constitucionales, y la frase de “el rey reina, pero no gobierna” define la monarquía constitucional, que desde esta época quedó establecida en Inglaterra.
El despotismo Ilustrado
El movimiento ideológico del siglo XVIII tuvo sus orígenes en Inglaterra, y su pleno apogeo en Francia, desde donde se extendió por toda
Europa, que aceptó sin reservas sus concepciones. Todas las altas instituciones fueron sometidas a una aguda crítica que comenzó atacando la religión y los privilegios de clase y acabó reclamando tolerancia para el pensamiento y libertad para el individuo, censurando los abusos de los gobernantes y minando el principio de autoridad.
Al atacar las costumbres y vicios de las más elevadas clases sociales, se presentaron como vivo contraste las virtudes y abandono de las clases más humildes y se proclamó la necesidad de fomentar las fuentes de riqueza y aumentar el bienestar económico de los más modestos.
Los propagadores de estas ideas llegaron a hacerse un ambiente propicio, no sólo entre la burguesía y gran parte de la aristocracia, sino también de algunas cortes, llegando Voltaire a ser huésped de Federico II de Prusia y Diderot de Catalina II de Rusia.
Muchos monarcas, seguros aún en sus tronos, aceptaron las nuevas ideas, que acabarían desencadenando revoluciones, y se propusieron gobernar “según la razón”, pero sin perder su carácter de monarcas absolutos. Esto fue el despotismo ilustrado, que practicaron los Borbones en Francia y España, Federico II en Prusia, Catalina II en Rusia y José II en Austria.
Se procuró transformar la sociedad y favorecer a las clases humildes, pero sin consultarlas ni tolerar la menor participación del pueblo en el Gobierno. “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, es la frase que caracteriza este sistema, que concedió grandes libertades, con tal de que no fueran políticas y se caracterizó por la tibieza religiosa, dificultando la labor social de la Iglesia que vio perseguidos a sus miembros más destacados (por ejemplo, la Compañía de Jesús).
La evolución científica y las artes
La considerable y rápida expansión de las nuevas ideas, fue en gran parte favorecida por el progreso de las ciencias y las nuevas invenciones que dieron al hombre del siglo XVIII una extraordinaria confianza en el poder de la razón.
El vacío sentimental propio de la época, corrió parejo con el sentido utilitario de la vida y la curiosidad general por el progreso, pues una infinidad de obritas de vulgarización habían llevado al gran público el gusto por las ciencias. No constituyeron excepción los miembros de la burguesía o de la aristocracia, que llegaron a tener en su domicilio un pequeño gabinete de física para realizar experiencias, y el hablar de ciencias en los círculos elegantes llegó a estar tan en boga como lo había estado antes el hablar de poesía.
En Física fueron estudiados los fenómenos de reflexión y refracción de la luz y Farenheit, Reaumur y Celsius inventaron distintos tipos de termómetro. Fue conocida la electricidad y Franklin, construyó el primer pararrayos. La Química hizo grandes progresos con Lavoisier y las Ciencias Naturales con Buffon y Linneo. Los hermanos Montgolfier hicieron su primera ascensión en globo. Watt inventó la máquina de vapor que había de revolucionar la industria y la locomoción en la siguiente centuria. Considerables progresos hicieron también las ciencias matemáticas con D’Alambert y Monge y la Astronomía con Laplace, Bradley y Herschel. Todos los países cultos organizaron misiones científicas que hicieron mediciones de nuestro planeta y su distancia a otros cuerpos celestes o que completaron el conocimiento de mares y parajes desconocidos, como las de Cook y La Perouse.
En arquitectura, comienza el siglo bajo el estilo barroco de la anterior centuria, pero aumenta considerablemente los elementos decorativos, y los hace más ligeros y esbeltos creando el estilo rococó, también llamado Luis XV, por coincidir con este reinado. Aunque el rococó se difundió por toda Europa y vivió hasta fines del siglo, en Francia, donde había nacido, decayó pronto, pues ya a mediados del XVIII se produjo la reacción neoclásica, que nuevamente prescinde de los elementos decorativos y crea edificios de una regularidad fría y académica.
Las artes plásticas no tuvieron en Europa grandes intérpretes en el siglo XVIII, pero en cambio la música tuvo en Alemania grandes maestros de fama mundial, como Haendel, Bach, Glück, Haynd y Mozart, que hicieron posible en el alborear del siguiente siglo el genio extraordinario de Beethoven.
La evolución económica y la expansión colonial
El largo período de paz que tuvieron los grandes estados desde la terminación de la guerra de los Treinta Años y el interés con que todos los gobernantes del siglo XVIII miraron los problemas de carácter material, determinaron un considerable desarrollo de todas las fuentes de riqueza. La economía pasa a primer plano y el ejército y la diplomacia de cada país son utilizados para conseguir anexiones o expansiones coloniales que proporcionen nuevos mercados.
Francia se había establecido en el Canadá y había llegado a dominar toda la cuenca del río Mississipí, hasta la Luisiana. En la India llegó a poseer ricos yacimientos coloniales. Inglaterra también poseía establecimientos en Indostaní y extensos territorios en la costa atlántica de América del Norte. La rivalidad que ambas potencias sostenían en Europa, llevó el conflicto armado a las colonias y el triunfo inglés fue decisivo. Por la paz de Paris (1763) Francia cedió el Canadá y toda la orilla izquierda del Mississipí en América y renunció a sus pretensiones políticas en el Indostán, quedando Inglaterra como la más fuerte potencia colonial del mundo y por lo tanto con grandes mercados para los productos de su industria y excelentes proveedores de materias primas y alimenticias.
Según la concepción implícita en la Ilustración, el hombre ha vivido hasta aquí prisionero de creencias irracionales y de saberes oscuros y supersticiosos, basados en la autoridad y en la costumbre; pero ha llegado la época en que la razón se ha hecho cargo de su papel de directora de los destinos de la humanidad. Ella arrinconará a los antiguos ídolos de la ignorancia e iluminará la realidad toda, hasta que ésta aparezca al hombre sin misterio, ni hechos irracionales: clara y evidente como un teorema matemático.
Características esenciales de la Ilustración
Fe en la razónTal es la única norma y el único camino absoluto de la verdad. En general los ilustrados miran con desconfianza los grandes sistemas construidos por los filósofos del siglo XVII y para ellos es la aplicación de la matemática a la experiencia la que puede captar la realidad y someterla a nuestro dominio. Por lo demás, no se trata tanto de alcanzar una verdad fija, inamovible, inmutable, cuanto de aspirar continuamente hacia esa misma verdad.
Confianza en la naturaleza humana.El hombre es bueno por sí, no se encuentra corrompido por el pecado y no tiene necesidad de una redención que baje de lo alto para salvarle. Abandonado a sí mismo, valiéndose de sus propios medios, el hombre logrará la felicidad, descubrirá la verdad y seguirá lo que es bueno. La corrupción no es más que fruto de las malas leyes derivadas de falsos principios y el hombre puede encontrar el remedio por sí solo y sin necesidad de una ayuda externa. Nace el mito del “buen salvaje”, del hombre simple y bueno que vive en los bosques, lejos de la sociedad.
Desprecio del pasadoLos ilustrados desprecian el pasado como edad tenebrosa y exaltan el presente y el futuro como la era de las luces. La Iglesia, que ha convertido al hombre libre en esclavo de una revelación trascendente, es la responsable de las tinieblas que han cubierto hasta ahora a la sociedad.
OptimismoLos ilustrados se muestran poseídos de un ardor profético: empieza la edad de oro, la nueva era de la historia de la humanidad. La razón, la tolerancia y el fin de todos los enigmas acabarán con todos los obstáculos.
Aplicación concreta de estos principios
En la religiónQueda rechazada toda religión positiva, toda revelación, todo dogma, toda institución que se presente como mediadora entre Dios y el hombre. Se salva sólo una religión natural, reducida a un deísmo vago, en la que la esencia divina resulta imposible de conocer y se niega toda intervención de Dios en el mundo (abandonado a sí mismo después de la creación), mientras se insiste en el aspecto ético de la religión. El paso del deísmo al ateísmo resulta fácil.
La Ilustración
Los términos Iluminismo, Aufklärung o, en el área cultural hispana, Ilustración, designan una categoría comúnmente admitida, dentro de la historia de la Filosofía y de la cultura en general, para designar el movimiento de ideas que se sitúa en el siglo XVIII entre el Barroco y el Romanticismo y que influye poderosamente en su época que es llamada Siglo de las Luces.
Desde que la Reforma protestante había escindido la cristiandad, poniendo a discusión el dogma y autorizando la libre interpretación de las Sagradas Escrituras, quedaron echados los cimientos de una audacia crítica, que del campo de la religión había de pasar al de la política.
Los indudables progresos de las ciencias, produjeron en el hombre de los siglos XVII y XVIII una desmedida confianza en el poder de la razón y un extraordinario afán de someterlo todo al análisis y a la crítica. Como precursores de este movimiento pueden ser considerados los ingleses Bacon y Locke, que substituyeron en las ciencias el principio de autoridad por la experiencia, creando un sistema, muy admirado en Francia, que cuando se apartó del riguroso espíritu científico y fue aplicado a la moral, a la religión o a la política comenzó sembrando la duda y acabó llegando al escepticismo y a la negación.
Los principales precursores franceses fueron: Bayle, con su Diccionario Histórico Critico. La Motte, con su acalorada defensa de la libertad de crítica, el abate de Saint Pierre, que puso a discusión, con su vasta cultura, la literatura, la economía, la política e incluso la moral. Fontenelle, autor de Diálogos de los Muertos, que fue un vulgarizador científico, que procuró extraer de las ciencias argumentos contra la religión. Todos fueron conocidos y admirados por una sociedad frívola y escéptica en sus más elevadas clases y empobrecida e injustamente tratada en sus clases más modestas.
Este espíritu del espíritu del racionalismo y, en general de la nueva filosofía, se mantiene al principio confinado en medios filosóficos y universitarios muy reducidos. La sociedad en general y el régimen político de los pueblos se conservan muy semejantes a lo que habían sido durante la Edad Media. La sociedad estamental y la monarquía por derecho divino se mantenían en todas partes y el espíritu religioso continuaba vivo en todas las clases de la sociedad, pues, aunque el protestantismo había escindido a los cristianos y las guerras de religión asolaban Europa, una auténtica religiosidad dominaba incluso entre los mismos protestantes que no podían prever las consecuencias de la herejía..
Durante el siglo XVIII, el espíritu de secularización, de suficiencia racional y de escepticismo invadieron la sociedad, no en sus clases medias y populares que fueron las más adictas a la fe y al Antiguo Régimen, sino en los medios aristocráticos y cultos. Los ideales del racionalismo y el espíritu de emancipación penetran en los salones de la alta sociedad, sobre todo en la Francia de Luis XV (1715-1774), y se forma en ellos un ambiente filosófico cuya principal manifestación era la crítica demoledora de los principios y supuestos teóricos en que la sociedad y la monarquía se apoyaban. De este ambiente frecuentado por la aristocracia, los hombres de letras, la magistratura, la burguesía rica y cierto número de eclesiásticos, brotó el movimiento que se conoce como Ilustración y que, si bien en el orden intelectual es superficial y no tuvo verdadera importancia filosófica, sí la tiene histórica y políticamente. Se trata de la irrupción en la sociedad de las ideas y anhelos del racionalismo y ello arrastrará tras de sí grandes consecuencias.
El nombre de Ilustración o Iluminismo procede del ideal implícito en este movimiento de iluminar todos los sectores de la realidad para hacer que el hombre se guíe sólo de su razón y promover así el progreso. En 1784, Manuel Kant daba la siguiente respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración?:
«La Ilustración es la salida del hombre de un estado de minoría de edad de la que él mismo es culpable. Esta minoría de edad consiste en la imposibilidad de utilizar su inteligencia sin la guía de otros. Minoría de edad que es culpable cuando el motivo de la misma no es la falta de inteligencia, sino de decisión y de valor… “Sapere aude” [arriésgate a saber]… tal es el lema de la Ilustración».
Según la concepción implícita en la Ilustración, el hombre ha vivido hasta aquí prisionero de creencias irracionales y de saberes oscuros y supersticiosos, basados en la autoridad y en la costumbre; pero ha llegado la época en que la razón se ha hecho cargo de su papel de directora de los destinos de la humanidad. Ella arrinconará a los antiguos ídolos de la ignorancia e iluminará la realidad toda, hasta que ésta aparezca al hombre sin misterio, ni hechos irracionales: clara y evidente como un teorema matemático.
Características esenciales de la Ilustración
Fe en la razónTal es la única norma y el único camino absoluto de la verdad. En general los ilustrados miran con desconfianza los grandes sistemas construidos por los filósofos del siglo XVII y para ellos es la aplicación de la matemática a la experiencia la que puede captar la realidad y someterla a nuestro dominio. Por lo demás, no se trata tanto de alcanzar una verdad fija, inamovible, inmutable, cuanto de aspirar continuamente hacia esa misma verdad.
Confianza en la naturaleza humana.El hombre es bueno por sí, no se encuentra corrompido por el pecado y no tiene necesidad de una redención que baje de lo alto para salvarle. Abandonado a sí mismo, valiéndose de sus propios medios, el hombre logrará la felicidad, descubrirá la verdad y seguirá lo que es bueno. La corrupción no es más que fruto de las malas leyes derivadas de falsos principios y el hombre puede encontrar el remedio por sí solo y sin necesidad de una ayuda externa. Nace el mito del “buen salvaje”, del hombre simple y bueno que vive en los bosques, lejos de la sociedad.
Desprecio del pasadoLos ilustrados desprecian el pasado como edad tenebrosa y exaltan el presente y el futuro como la era de las luces. La Iglesia, que ha convertido al hombre libre en esclavo de una revelación trascendente, es la responsable de las tinieblas que han cubierto hasta ahora a la sociedad.
OptimismoLos ilustrados se muestran poseídos de un ardor profético: empieza la edad de oro, la nueva era de la historia de la humanidad. La razón, la tolerancia y el fin de todos los enigmas acabarán con todos los obstáculos.
Aplicación concreta de estos principios
En la religiónQueda rechazada toda religión positiva, toda revelación, todo dogma, toda institución que se presente como mediadora entre Dios y el hombre. Se salva sólo una religión natural, reducida a un deísmo vago, en la que la esencia divina resulta imposible de conocer y se niega toda intervención de Dios en el mundo (abandonado a sí mismo después de la creación), mientras se insiste en el aspecto ético de la religión. El paso del deísmo al ateísmo resulta fácil.
En la moralYa no se funda sobre una ley natural, presentada como manifestación de la ley divina eterna, sino como una exigencia de la razón y de la voluntad humana. La hipótesis adelantada por Grocio de la obligatoriedad de la ley «etiam si Deus non esset» se convierte ahora en tesis.
En la pedagogíaEl adolescente debe llegar libremente a la verdad, sin recibirla pasivamente de su educación y debe, siguiendo su instinto, alcanzar por sí mismo el control sobre sus propias pasiones. Las ideas religiosas, pocas y simples, son algo que hay que aprender más bien tarde y gradualmente (Emilio de Rousseau).
En la economíaEs ésta una ciencia fundada en leyes necesarias como la física y la astronomía. Basta por tanto con descubrirlas y respetarlas para asegurar el orden económico. Toda intervención estatal tendente a modificar el desarrollo natural de los hechos económicos sería un error y produciría daños seguros. En lugar del mercantilismo que es el sistema económico propio de los Estados absolutos se implanta ahora la fisiocracia, que promueve la libertad de comercio y de producción («laissez faire, laissez passer – dejad hacer, dejad pasar») y da la preferencia a la agricultura sobre la industria.
En políticaEl soberano ha de garantizar la felicidad ordenada de sus súbditos que, sin embargo, no gozan de ninguna libertad política ni de ningún auténtico derecho y que todo han de esperarlo de él. El soberano trata de imponer su autoridad como una exigencia de la razón, necesaria para el bien de los súbditos. El despotismo ilustrado multiplica por ello las intervenciones del Estado, que regula las minucias de la vida cotidiana, pero a la vez limita los privilegios y tiende a igualar a todos los súbditos ante la ley.Pero el plácido espíritu ilustrado que simplemente esperaba la evolución de la sociedad va a ser desplazado por un espíritu revolucionario que va a acometer la tarea de destruir la sociedad existente que era percibida por ellos (haciéndose eco de las ideas de Juan Jacobo Rousseau) como la causa del mal y el origen de la perversión del hombre. Era preciso, en consecuencia, destruirla para, sobre ella, edificar la nueva sociedad racional en la que el hombre, libre de influencias nocivas y sometido sólo a un poder mínimo recuperase su libertad y su espontánea inocencia.
La Revolución
La consecuencia de todo este largo movimiento de secularización y racionalismo, espoleado al final por esta ideología revolucionaria, fue el hecho histórico que se conoce con el nombre de Revolución Francesa. Algo que comenzó como un motín popular contra un estado de abandono y mal gobierno circunstancial pero que terminó en un alzamiento contra la monarquía y cuanto el Antiguo Régimen representaba, favorecido porque el ambiente estaba intelectualmente minado en aquellas clases superiores en que podía apoyarse la propia monarquía. Esta revolución, en la que rodó la cabeza de Luis XVI, y con ella, un régimen que hundía sus raíces en la Edad Media, y el pueblo amotinado adoró en la catedral a la diosa Razón, habría de representar en la Historia y en la vida de los hombres una mudanza comparable con la que representó la caída del mundo romano.
El nuevo sistema político derivado de la Revolución Francesa, que se extenderá rápidamente a todos los países, recogerá el conjunto de ideas que se habían