Vida y Obra de Jürgen Habermas
Jürgen Habermas nace en Düsseldorf (Alemania) en 1929. Estudió Filosofía, Historia y Literatura alemana. Comenzó su carrera académica como ayudante y colaborador de Theodor Adorno. Fue nombrado profesor de la Universidad de Heidelberg, más tarde catedrático de Filosofía y Sociología en la Universidad de Goethe de Frankfurt y, durante doce años, director del Instituto de Investigación Social. Es considerado miembro destacado de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt y de la Teoría Crítica.
Obras más importantes:
- Conocimiento e interés
- Teoría de la acción comunicativa
- En la espiral de la tecnocracia
Epistemología de Habermas
Para Habermas, al igual que para los autores de la Escuela de Frankfurt, la tarea de la filosofía es realizar un estudio reflexivo y crítico de la realidad. Habermas buscará dilucidar cómo se puede utilizar la racionalidad para distinguir los tipos de conocimientos y su posible interrelación. Distinguirá tres tipos de intereses rectores del conocimiento:
- Técnico: Domina en las ciencias naturales, donde se observa y estudia la realidad con el objetivo de su posible manipulación. Se pretende predecir y controlar la naturaleza, comprendiéndose esta mediante leyes.
- Práctico: Domina en las ciencias sociales, en donde se pretende analizar una realidad social. No se pretende la manipulación o control de dicha realidad, sino entrar en diálogo con ella, comprender el sentido y finalidad de sus distintos hechos y acciones.
- Emancipatorio: Domina las ciencias críticas que estudian la realidad social, donde se busca desvelar los mecanismos de dominación de la existencia humana. Se estudian las condiciones sociales por las que los individuos se ven obligados a asumir las situaciones y decisiones que oprimen sus vidas, buscando tomar conciencia y luchar por su modificación.
Ética y Política en el Pensamiento de Habermas
Habermas denunciará que en la actualidad domina el interés técnico, la “acción estratégica”, en la que se utiliza el conocimiento para la predicción, dominio y control social, buscando la utilización de los seres humanos como objetos. Frente a ella, opondrá una teoría ética y política que se fundamenta en la Teoría de la Acción Comunicativa.
En la Teoría de la Acción Comunicativa, toda acción humana y social debe basarse en la racionalidad comunicativa frente a la racionalidad instrumental o técnica. La racionalidad comunicativa considera que todo desarrollo de la razón tiene su origen en la comunicación entre los hombres: por un lado, en la capacidad de exponer más y mejor sus razones y argumentos; por otro, la de entender más y mejor las razones y argumentos de los otros. Así, la razón comunicativa se basa en el uso del lenguaje para buscar el entendimiento y el acuerdo intersubjetivo que nos permita establecer normas de actuación morales (ética) y sociales (derecho) partiendo del presupuesto de la igualdad y la libertad. Cuando esta interacción dialógica busca argumentaciones racionales con pretensiones de universalidad se denomina “discurso”. El grado máximo de racionalidad social será establecer un discurso acerca de los fines y los valores que deben guiar la acción humana.
La ética del discurso de Habermas es una reelaboración de la ética formal de Kant, donde se establece un nuevo imperativo ético: debe basarse en lo que todos los seres humanos, de común acuerdo y mediante diálogo, acepten como norma universal.
La teoría consensual del bien mantiene la aspiración a la universalidad, pero no renuncia a la consideración de los diversos intereses de las personas implicadas en una situación. Se debe encontrar el consenso en una norma que todos los afectados podrían llegar a aceptar y preferir frente a otras, teniendo en cuenta sus intereses y manteniendo siempre la igualdad y la libertad.
Debido a este carácter comunitario y de consenso, surge la necesidad de una política que sea deliberativa. Esta tiene como presupuesto la existencia de una comunidad de diálogo en la que todos, sin coacción y en igualdad de oportunidades, puedan opinar para buscar un consenso racional acerca de qué intereses pueden considerarse comunes. Por ello, a su vez, es necesario establecer las condiciones reales, tanto materiales como culturales, que permitan a las personas intervenir en el diálogo en condiciones de libertad e igualdad. La propuesta de Habermas es, por lo tanto, un proyecto, pues la libertad e igualdad de condiciones no se consigue nunca de forma perfecta, pero se convierten en el horizonte para construir una sociedad justa. La “comunidad ideal de diálogo” es una utopía que debe servir de modelo para establecer las normas de derecho legal de una democracia participativa.
Pero lo primero es ser conscientes de la distancia entre la comunidad ideal y la situación real. La situación real ha llevado a que la tecnificación, la burocratización y las reglas económicas se impongan sobre el individuo, llevando a una “crisis de motivación” y a la pasividad en la participación social, el egoísmo y desafección de lo público. Esta pasividad termina generando un problema de legitimidad de la propia democracia, donde gran parte de la población deja de participar en el voto. Por ello, Habermas considera necesario generar un espacio público que fomente la vinculación de los individuos con la sociedad, creando normas consensuadas. Surge así un nuevo proyecto: la democracia participativa.
La democracia participativa se diferencia de los dos modelos teóricos habidos hasta la fecha: la democracia liberal y la republicana. La democracia liberal busca un Estado que sea básicamente el garante de una sociedad entendida exclusivamente en términos individualistas y económicos, y donde la política tiene la función de regular los posibles conflictos de intereses. En la visión republicana, la primacía la obtiene la sociedad civil, que ha de conquistar en términos éticos al Estado, y donde lo comunitario prevalece sobre lo individual. Habermas, con su propuesta deliberativa, busca superar y sintetizar ambas perspectivas. Por un lado, pretenderá la defensa del individuo y, por otro, la importancia de la sociedad como una comunidad de convivencia.
Para conseguir esta democracia auténtica, se han de establecer criterios institucionales y legales que se presupone que todos los afectados admitirían tras un diálogo celebrado en condiciones de igualdad. Esta democracia participativa busca el consenso pragmático, donde ningún afectado puede ser eliminado o coaccionado, debiendo siempre respetarse los derechos humanos. La democracia participativa es así una apuesta por la implicación de los ciudadanos y los colectivos en la resolución de los conflictos. Asimismo, la política deliberativa apoya la institucionalización moderna de los discursos, pero no olvida la importancia de la esfera pública de la sociedad civil, donde se desarrollan también procesos discursivos que han de ser tenidos en cuenta. Por ello, afirma que las deliberaciones se pueden realizar de manera formal o de manera informal.