El idealismo de la filosofía y la moral como falsa conciencia
Marx criticó las filosofías de su época por su idealismo, que no se dio cuenta de que la miseria tiene raíces económicas y que su remedio debe ser práctico, no teórico. Además, cuestionó la moral, ya que según Marx ésta tiene como función ocultar la verdadera realidad, al ser una forma falsa de conciencia con la que se legitima la dominación de la clase dominante de cada época. En el caso del liberalismo, los pilares de justicia, derechos y libertades son virtudes parche, que se presentan como solución ante un problema creado por ese mismo sistema. El comunismo, como modo de organización de una auténtica comunidad y no una mera asociación jurídica, hace innecesaria la justicia y los derechos burgueses asociados a ella, ya que no se darían los problemas que estos resuelven.
El hombre como ser trabajador y la alienación en el capitalismo
Según Marx, el hombre es por esencia un trabajador, ya que la naturaleza no se ajusta por sí misma al hombre, por lo que este debe convertir las materias primas en objetos adecuados para satisfacer sus necesidades. Pero el ser humano es un ser social, por lo que se realiza en comunidad. De esta manera, el hombre solo se realizará en una producción cooperativa, libre y creativa. En la economía capitalista, al trabajador no se le permite realizar esta cualidad específica mediante la explotación como alienación, por la cual la fuerza productiva se convierte en una mercancía más a disposición del capitalista y es sometida a las leyes del mercado.
Aspectos de la alienación
La alienación se produce desde cuatro aspectos:
- En cuanto a la actividad, el trabajador solo interviene en una parte del proceso productivo de forma repetitiva y mecanizada, perdiendo el control de su actividad y la visión de conjunto.
- En cuanto al objeto, no es dueño del producto completo de su trabajo, el cual pertenece y sirve para enriquecer al capitalista.
- Esto provoca una alienación social, una división social entre la clase productora explotada y la clase capitalista explotadora, que se apropia del trabajo de la primera. De esta manera, ninguna de las dos realiza su esencia completa.
- Estas contradicciones son a su vez el origen de la falsa conciencia (la moral que produce la alienación ideológica) que cumple la función social de preservar el status quo económico de la clase dominante.
Por otra parte, también se da la explotación entendida como extracción de la plusvalía, es decir, la parte del plusvalor (valor que añade el trabajador al fabricar el producto) que le es sustraída al trabajador sin compensación.
El materialismo histórico y la lucha de clases
Al haber una evolución histórica del ser humano, la esencia humana se realiza en un proceso histórico-dialéctico en el que se suceden diversos modos de producción. Por consiguiente, la realidad humana individual y social está determinada por los modos de producción, cuyos componentes son:
- Las fuerzas productivas (instrumentos de producción y la fuerza del trabajo)
- Las relaciones sociales de producción, que determinan la situación de cada clase social y constituyen la forma de la sociedad civil, la cual tiende a conservar el dominio de una clase explotadora sobre la fuerza de trabajo explotada.
Sobre esta estructura económica o base real se levanta un marco jurídico, político e ideológico, formando una superestructura dependiente de la vida material. El factor ideológico está formado por el conjunto de creencias e ideas plasmadas en las diversas formas de conciencia que conforman la cultura de una determinada sociedad en cada época, con la que se justifica la legitimidad de la opresión ejercida por la clase dominante. Esto conforma la teoría del materialismo histórico, que junto a la concepción histórico-dialéctica del hombre, afirma que, cuando las fuerzas productivas se desarrollan, entran necesariamente en contradicción con las relaciones de producción, contradicción que se manifiesta en la lucha de clases y constituye el motor del cambio histórico al cambiar de forma dialéctica la base real. Así, cada vez que se origina una nueva estructura o modo de producción, se eliminan las relaciones de producción y se conservan las fuerzas productivas.
Los modos de producción y la necesidad de la revolución
El primer modo de producción fue el comunismo primitivo, en el que por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas aún no existía separación de clases. Cuando se dio el desarrollo productivo, el sistema entró en contradicción y dio paso por primera vez en la historia a la propiedad privada de los medios de producción, con la consiguiente separación de la sociedad en clase explotadora y explotada. Esto se mantuvo en todos los sistemas productivos desde entonces:
- Asiático (un pueblo sobre otro)
- Esclavista (amo-esclavo)
- Feudal (señor-siervo)
- Capitalista (capitalista-proletario)
El sistema capitalista tiende a la acumulación del capital y a la concentración de los medios productivos en las pocas manos de la clase capitalista, así como a mantener los salarios mínimos y la explotación de la clase proletaria.
La única solución es una revolución proletaria que elimine la propiedad privada de los medios de producción, instaurando una dictadura del proletariado temporal que dará lugar al objetivo de una sociedad comunista sin Estado, ni propiedad privada, ni clases sociales. Para ello, los trabajadores deben unirse, organizarse y tomar conciencia de clase. Así podrían realizar la revolución aprovechando las contradicciones internas del capitalismo.
La dictadura del proletariado y el comunismo
El resultado inmediato de la revolución socialista sería la dictadura del proletariado en un partido único que decretaría que la propiedad de los medios de producción pasara a los trabajadores. Después, este aparato de estado ya no sería necesario y se daría lugar al comunismo, en el que los trabajadores tendrían como única organización política la que resultase de su vida en los centros de producción, mediante la elección democrática de delegados revocables, sin ninguna unidad política ajena a esta unidad económica. Desde el punto de vista político, las ciudades también se organizarían en formas flexibles y revocables de representación, que acabarían con los Estados, su centralismo y su burocracia.