La evolución poética de la Generación del 27: Vanguardia, tradición y compromiso


La evolución poética de la Generación del 27

Del vanguardismo a la rehumanización

En una ocasión, reunidos escritores y poetas, alguien recitaba un poema de Rubén Darío: «…que púberes canéforas te ofrenden el acento…». Federico García Lorca, poniéndose en pie, gritó: «A ver, otra vez, por favor, que yo solo he entendido el «que».»

Los poetas del 27 rechazaban el modernismo en sus inicios, ligados a las vanguardias. Estos movimientos, desarrollados en los felices años veinte, defendían la renovación del arte (cubismo, dadaísmo, futurismo…).

Pureza y desnudez poética

En el verso «Vino, primero, pura» del poema V de Eternidades de Juan Ramón Jiménez, se resumen el afán de desnudez poética y el ideal de pureza. Junto con la búsqueda de perfección técnica y el rechazo de lo demasiado humano, configuran el ideario estilístico de la primera etapa de los poetas del 27.

Salinas dialoga con objetos: una bombilla («amada eléctrica»), una máquina de escribir («underwood girls») o un automóvil, en un primer arrebato futurista y antirromántico. Otras veces, con un impulso dadaísta, surge el «tatá, dadá» de Presagios.

Alberti también se asoma al futurismo en poemas como «Platko» o «Madrigal al billete de tranvía» en Cal y canto, al igual que Gerardo Diego en Versos humanos.

Jorge Guillén elige su «beato sillón» y canta la plenitud del mediodía («Las 12 en el reloj») en un mundo tan positivo como los monosílabos «sí» y «más».

El influjo de lo popular

Esta pureza y deshumanización se atenúan en el azul de los «mares niños» de Alberti en Marinero en tierra y en el Romancero gitano de Lorca, que mezcla lo popular y lo culto, lo universal y lo andaluz, lo viejo y lo nuevo.

Compromiso político y social

En la Segunda República, España se encuentra al borde de la guerra. Los poetas, hasta entonces vanguardistas, clásicos y populares, ponen su obra al servicio de la política y la sociedad. Las imágenes gratuitas del vanguardismo se llenan de contenido, y los conflictos personales y sociales afloran de nuevo en la literatura.

El surrealismo y la rehumanización

El surrealismo francés humanizado y las palabras de Neruda: «Así es la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano/ penetrada por el sudor y el humo», conducen a los autores del 27 por el camino de la rehumanización del arte. En algunos casos, como el de Alberti, alcanzan la politización.

El surrealismo introduce en la poesía lo más turbio del espíritu, las pasiones del subconsciente que afloran en los sueños y pesadillas. El poeta, al escribir, provoca un oscurecimiento de su lucidez mental, que los autores del 27 no abandonan por completo.

Nostalgia y angustia existencial

Alberti, exiliado, se encuentra sumido en la «nostalgia de los arcángeles» en Sobre los ángeles. Lorca se ahoga en Nueva York, abandona los romances y se sumerge en los sonetos de Poeta en Nueva York. Busca hundirse en la naturaleza con una visión panteísta, telúrica y surrealista, a la que incorpora una angustia existencial.

En las obras de Cernuda, se mezclan nihilismo y surrealismo con un romanticismo apasionado por la belleza. El surrealismo y la rebeldía en Los placeres prohibidos se oponen al intimismo desolado y romántico de Donde habite el olvido.

Salinas, fuera del romanticismo, se sumerge en un amor real y trascendido, y continúa su diálogo, ahora con la mujer amada, en La voz a ti debida y Razón de amor. Elige los pronombres personales para instalarse en ellos con su amada: «Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!».

La posguerra y el exilio

Tras la Guerra Civil, el proceso rehumanizador se intensifica. El existencialismo de Dámaso Alonso se hace presente en Hijos de la ira. Algunos poetas se exilian y cantan a la tierra que los acoge con nostalgia de la patria perdida. Otros, como Aleixandre y Dámaso Alonso, permanecen en España.

El hombre tiene un destino trágico en Historia del corazón de Aleixandre, pero al hermanarse con los demás, se hace verdaderamente humano. El poeta se conecta con las preocupaciones de los hombres, sale de sí mismo para reconocerse en el dolor común.

Lorca, Gerardo Diego y Aleixandre se ven obligados a exiliarse. Los que se quedan centran su poesía en la preocupación existencialista; los exiliados, en la nostalgia de España y en la tierra que los acoge. Algunos regresan, como Alberti: «Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta, en señal de concordia entre todos los españoles».

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