La Guerra de la Independencia Española (1808-1814) y el Reinado de Fernando VII


La Guerra de la Independencia Española (1808-1814)

Antecedentes y causas de la Guerra

A comienzos del siglo XIX, la monarquía de Carlos IV estaba desprestigiada porque había dejado el gobierno en manos de Manuel Godoy. Cuando estalló la Revolución Francesa y Luis XVI fue ejecutado, España, como otras monarquías europeas, declaró la guerra a Francia. Sin embargo, fue derrotada y tuvo que firmar la Paz de Basilea (1795), que subordinó España a los intereses franceses. España se alió con Francia y se enfrentaron contra Reino Unido. En 1805, la alianza angloportuguesa se vio reforzada tras la derrota francoespañola en Trafalgar.

Napoleón deseaba ocupar Portugal para debilitar a los británicos y firmó con Godoy el Tratado de Fontainebleau en 1807, que permitía a las tropas francesas atravesar España para llegar a Portugal. Pero el ejército francés aprovechó la ocasión y ocupó algunas ciudades españolas. Estos hechos, unidos al descontento general, desembocaron en el Motín de Aranjuez. Godoy fue destituido y Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII. Napoleón aprovechó los problemas de la familia real, a la que convocó en la ciudad francesa de Bayona y obligó a abdicar en su hermano José Bonaparte.

Desarrollo de la Guerra

El secuestro de la familia real en Bayona desencadenó en Madrid una sublevación popular en 1808, seguida por levantamientos en otros lugares. Comenzó así la Guerra de la Independencia, en la que la población española se dividió en dos bandos: los afrancesados, que reconocieron a José I como rey, y los patrióticos, fieles a Fernando VII.

A lo largo de este conflicto podemos encontrar tres grandes etapas:

  1. La Resistencia Popular (1808)

    Al principio de la guerra, Napoleón pensaba que sería una invasión fácil y rápida, pero la resistencia de algunas ciudades frenó el avance. Además, la derrota de los franceses en Bailén provocó la retirada de los franceses de Madrid y en otras zonas de España, pero sobre todo se demostró que el ejército francés no era invencible.
  2. La Ocupación Francesa (1808-1812)

    Napoleón se presentó en España con un ejército de 250.000 hombres y logró el dominio sobre Madrid y casi sobre toda España. Las guerrillas eran lo único que frenaban al ejército francés.
  3. La Derrota Napoleónica (1812-1814)

    La guerra se vio afectada por la campaña que Napoleón inició en Rusia, que lo obligó a retirar miles de efectivos de España. Debido a este evento, las tropas españolas, con la ayuda del ejército británico, liderados por el general Wellington, lograron la victoria en Salamanca. José I abandonó definitivamente Madrid. Napoleón pactó el fin del conflicto con los españoles mediante el Tratado de Valençay, donde se reconocía a Fernando VII como monarca y, al final de 1813, las tropas francesas abandonaron España.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

En medio del conflicto bélico, la Junta Central Suprema organizó una consulta al país y puso en marcha una convocatoria de Cortes. Las respuestas de la consulta señalaban al gobierno de Carlos IV como responsable de la situación y planteaban la necesidad de reformas.

La Junta se vio afectada por las derrotas militares y el acoso de los absolutistas; entonces, fue reemplazada por una regencia encabezada por el obispo de Ourense.

En 1810, las Cortes se reunieron en Cádiz, la única ciudad peninsular que no había sido ocupada por los franceses. Muchos diputados no pudieron asistir por las circunstancias de la guerra. En las Cortes diferenciamos dos grupos: los liberales, que eran la mayoría de los diputados y defendían las reformas políticas; y los absolutistas, que eran una minoría y eran partidarios de mantener el Antiguo Régimen.

Las Cortes de Cádiz elaboraron la Constitución de 1812, la primera de la historia en España. Además, aprobaron muchas reformas que pusieron fin al Antiguo Régimen: libertad de imprenta, la abolición de la tortura y la supresión de la Inquisición, señoríos y gremios. Además, declararon la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.

La Constitución de 1812 reflejaba los principios del liberalismo:

  1. Reconocía la soberanía nacional, es decir, que el poder reside en la nación y esta lo ejerce a través de sus representantes.
  2. Establecía una monarquía hereditaria, en la que el rey promulgaba las leyes.
  3. Adoptaron la división de poderes:
    • El poder legislativo fue ejercido por el rey y las Cortes unicamerales; los diputados eran elegidos por sufragio universal masculino, pero para poder ser candidato a diputado, era necesario disponer de unas determinadas rentas.
    • El poder ejecutivo correspondía al rey, que nombraba a los ministros, dirigía las relaciones internacionales y declaraba la guerra a otras naciones y firmaba la paz.
    • El poder judicial era ejercido por los tribunales de justicia.
  4. También cabe destacar la religión católica como la única de la nación española.
  5. Se reconocieron importantes derechos, como la igualdad ante la ley, el derecho a la propiedad y la libertad de imprenta.

El Reinado de Fernando VII (1814-1833)

El Retorno al Absolutismo

El inicio del reinado de Fernando VII supuso la derogación de la Constitución de 1812 y el regreso al Antiguo Régimen. Pese al intento de restablecer el liberalismo durante el Trienio Liberal, no fue hasta después de su muerte (1833) cuando culminó la instauración del régimen liberal en España. Durante su reinado se produjo también la independencia de la mayoría de las colonias españolas de América.

Fernando VII regresó a España en 1814. A su llegada, un grupo de diputados absolutistas le entregó el Manifiesto de los Persas, en el cual le sugerían que restituyera el absolutismo. Poco después, el monarca decretó la abolición de la Constitución de 1812 y de toda la legislación salida de las Cortes de Cádiz y empezó a gobernar como un rey absoluto.

Era la vuelta al Antiguo Régimen. De esta manera, se restituyeron los señoríos, los bienes confiscados a la Iglesia y los privilegios fiscales de los nobles. Los liberales fueron perseguidos y encarcelados, y muchos de ellos marcharon al exilio. Apoyados por una parte del ejército, trataron de restaurar el liberalismo mediante pronunciamientos. Estos fracasaron ante la indiferencia de la población y sus cabecillas fueron encarcelados o ejecutados.

El Trienio Liberal (1820-1823)

En 1820, triunfó el pronunciamiento liberal dirigido por el coronel Riego. El rey, por lo tanto, se vio obligado a jurar la Constitución, liberar a los liberales encarcelados y convocar las Cortes. Además, se restauraron las reformas que se habían aprobado en las Cortes de Cádiz.

Los problemas entre liberales moderados y progresistas se prolongaron a lo largo de todo el trienio. Los moderados eran partidarios de reformas suaves, para que estas fueran aceptadas por las clases dominantes y por el rey. En cambio, los progresistas defendían la aplicación de la Constitución de Cádiz y las reformas radicales.

Durante el gobierno liberal, hubo varios intentos golpistas de los absolutistas, apoyados por varios países europeos y por el rey. En 1823, la Santa Alianza envió a España a los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército que repuso a Fernando VII como rey absoluto.

La Década Ominosa (1823-1833)

La restauración de Fernando VII como monarca absoluto coincidió con una grave crisis interna: la Hacienda no tenía fondos. A esto se sumó la pérdida de la mayoría de las colonias americanas, agravando aún más esta crisis. Además, los liberales, perseguidos por el régimen, protagonizaron varios pronunciamientos. A todo ello, se unió el problema dinástico: en España, estaba vigente la ley sálica. Esta ley impedía reinar a las mujeres.

Fernando VII solo tuvo una hija; esta es la razón de que en 1830 promulgó la Pragmática Sanción, que derogaba la ley sálica. De este modo, su hija Isabel, nacida en 1830, podía reinar. Muchos absolutistas no lo aceptaron y apoyaron al hermano de Fernando VII, Carlos de Borbón.

Cuando en 1833 murió Fernando VII, su mujer, la reina María Cristina, se hizo cargo del gobierno ya que Isabel era menor de edad. A su vez, Carlos de Borbón se proclamó rey de España, desencadenándose así la Primera Guerra Carlista (1833-1840). La guerra no solo fue un conflicto dinástico, sino también un enfrentamiento ideológico entre los liberales, que apoyaban a Isabel, y los carlistas, que defendían el absolutismo, la vuelta al Antiguo Régimen y el mantenimiento de los fueros. La guerra terminó con la derrota carlista. El Convenio de Vergara puso fin al conflicto, aunque carlistas y liberales volvieron a enfrentarse en otras dos guerras a lo largo del siglo XX.

El Reinado de Isabel II (1833-1868)

Las Regencias de María Cristina y Espartero

El reinado de Isabel II comprende desde la muerte de Fernando VII en 1833 hasta el Sexenio Democrático de 1868. El reinado se divide entre la minoría de edad de Isabel, donde encontramos las regencias de María Cristina y del general Espartero, y la mayoría de edad de Isabel II.

Isabel II heredó el trono con la edad de 3 años, lo que produjo un periodo de regencia. La primera regente fue su madre, María Cristina. El gobierno quiso mantener el absolutismo, pero el enfrentamiento con Carlos de Borbón, que produjo la guerra carlista, forzó a la regente a buscar el apoyo de los liberales. La guerra carlista no solo fue un conflicto dinástico, sino también un enfrentamiento ideológico entre los liberales, que apoyaban a Isabel; y los carlistas, que defendían el absolutismo, la vuelta al Antiguo Régimen y el mantenimiento de los fueros. Terminó con la derrota carlista. El Convenio de Vergara puso fin al conflicto en 1839. Inicialmente, María Cristina se alió con los moderados, pero las protestas populares y el Motín de la Granja en 1836 la obligaron a entregar el gobierno a los progresistas, que tomaron medidas para terminar con el Antiguo Régimen. Algunas de estas medidas fueron la desamortización de Mendizábal en 1836; y la promulgación de la Constitución de 1837, que no era tan avanzada como la de 1812.

En 1840, María Cristina dimitió por sus enfrentamientos con los progresistas y asumió la regencia el general Espartero, un militar progresista que había logrado grandes éxitos contra los carlistas. Pero Espartero gobernó de forma autoritaria, lo que provocó la oposición de moderados y progresistas.

La regencia acabó con la sublevación de 1843 liderada por el general moderado Narváez. Isabel II fue proclamada reina con tan solo 13 años.

La Década Moderada (1844-1854)

Durante los primeros años de su reinado, Isabel II encargó la formación de gobierno solo a los moderados. El general Narváez presidió varios gobiernos.

En 1845 se promulgó una Constitución que establecía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, elegido por sufragio muy restringido, se limitaron algunos derechos individuales como la libertad de prensa.

El Estado se organizó de forma centralista. Se igualaron las leyes y los impuestos en todos los territorios españoles. El gobierno controlaba las provincias a través de las diputaciones provinciales y los gobernadores civiles, y nombraba directamente a los alcaldes de las principales ciudades.

El Bienio Progresista (1854-1856)

En 1854, el pronunciamiento de Vicálvaro, dirigido por O’Donnell y apoyado por algunos moderados y progresistas, puso fin a la Década Moderada.

Durante el Bienio Progresista, hubo una gran actividad legislativa: la ley de ferrocarriles; la Constitución de 1856, que no llegó a ser promulgada; y la desamortización de Madoz, de bienes de la Iglesia y de los ayuntamientos.

La Crisis de la Monarquía (1856-1868)

La crisis económica, los conflictos sociales y las luchas por el poder hicieron que en 1856, la reina encargara la formación de gobierno a O’Donnell.

En la última etapa, ocurrió la desintegración de la monarquía. O’Donnell había creado en 1854 la Unión Liberal, un partido centrista que alternó en el gobierno con los moderados hasta 1868. Fue un periodo de cierta estabilidad, pero hacia 1864, la crisis económica se acentuó. Desde 1866, los progresistas y los demócratas empezaron a conspirar para derrocar a Isabel II.

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