Poesía española de 1939 hasta nuestros días.
La evolución natural de la literatura se vio interrumpida en los años 40 a causa de la Guerra Civil, la férrea censura política e ideológica de la dictadura y la muerte o el exilio de numerosos poetas entre los que destacan Juan Ramón Jiménez, León Felipe y varios miembros de la Generación del 27 (Salinas, Cernuda, Guillén o Alberti). Dentro de nuestras fronteras, el puente entre la poesía anterior y posterior a la Guerra Civil es Miguel Hernández, cuya obra evoluciona desde el gongorismo vanguardista de Perito en lunas hasta el intimismo de Cancionero y romancero de ausencias, pasando por la poesía humanizada de El rayo que no cesa y la poesía revolucionaria y comprometida escrita durante la guerra en Viento del pueblo y El hombre acecha.
En los años 40 se desarrollan dos tendencias poéticas muy dispares denominadas poesía arraigada y desarraigada. La poesía arraigada agrupa autores de talante más conservador y afines al régimen que cultivan una poesía clasicista en las formas y evasiva de la realidad y trata temas tradicionales como el paisaje castellano, la religión, la familia y el paso del tiempo. Se dieron a conocer a través de las revistas Garcilaso y Escorial. Los autores más representativos de esta tendencia son Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo y Leopoldo Panero. Por su parte, los autores de la poesía desarraigada reflejan en sus poemas la angustiosa, amarga y caótica realidad en la que viven. En la forma es una poesía con un estilo bronco, directo y más sencillo y en el contenido trata temas existenciales con un tono pesimista.
Entre sus autores, que se agrupan en torno a la revista Espadaña, destacan Eugenio de Nora y Victoriano Crémer, así como la primera poesía de Gabriel Celaya y Blas de Otero (Ancia). Otras tendencias de los años 40 son el postismo de Carlos Edmundo de Ory y el grupo Cántico. En los años 50 se inicia una nueva tendencia, la poesía social, con la que los autores dan testimonio de la realidad y denuncian la desigualdad, las injusticias sociales y los odios provocados por la Guerra Civil. Es una poesía dirigida “a la mayoría” con un lenguaje claro y sencillo. Dos hitos en esta tendencia son Cantos íberos, de Gabriel Celaya, y Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero. Otros autores que cultivan esta poesía son José Hierro y Carlos Bousoño.
Posteriormente, en la década de los 70, la antología Nueve novísimos poetas españoles (José María Castellet) da a conocer a un grupo de jóvenes autores, los novísimos (Generación del 68), entre los que encontramos a Guillermo Carnero, Pere Gimferrer, Félix de Azúa o Ana María Moix. Cultivan una poesía de ruptura que innova en la forma e introduce elementos propios de la cultura popular del momento como los mass media, el cine y sus mitos, el deporte, la música y el cómic. La poesía posterior a los años 70 se caracteriza por una enorme diversidad de tendencias y autores que hacen difícil la clasificación. En general se tiende al intimismo y a una retórica equilibrada que incluye léxico de la vida moderna. Entre las tendencias y autores más importantes de estas últimas décadas podemos mencionar la poesía de la experiencia (realista, conversacional y urbana al tiempo que intimista) cultivada por Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes, la poesía neosurrealista de Blanca Andreu, la poesía del silencio o neopurista de Álvaro Valverde o la poesía clasicista de Antonio Carvajal.
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La Guerra Civil y el comienzo de la dictadura suponen un profundo corte en la evolución de la narrativa española, que se ve ensombrecida por la muerte o exilio de los grandes autores y la censura, y deberá prácticamente comenzar de nuevo.
En la inmediata posguerra (años 40) encontramos por un lado novelas triunfalistas, novelas fantásticas o de evasión (El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez) y novelas realistas de carácter tradicional. En paralelo a ellas, se abre el camino hacia nuevas tendencias como el tremendismo o la novela existencial.
El tremendismo retrata con Realismo extremo un mundo y unos personajes dominados por la violencia, la miseria y el dolor (Pascual en La familia de Pascual Duarte). Inaugura esta tenencia Camilo José Cela con la publicación de La familia de Pascual Duarte. La novela existencial refleja el tema de la angustia existencial, la tristeza y la frustración de la vida cotidiana. Destaca Nada de Carmen Laforet y La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes. Los protagonistas son seres marginados, angustiados y desarraigados (Andrea en Nada y Pedro en La sombra del ciprés de Delibes) cuya amargura vital se origina en la sociedad de la España del momento. En lo formal, son novelas tradicionales con narraciones lineales en 3a persona.
En los años 50 se desarrolla el Realismo social, una nueva tendencia de carácter inconformista y crítico que da testimonio de las difíciles condiciones de vida de los españoles y denuncian la persecución, la pobreza y la desigualdad, aunque no de forma directa. Los precursores son Miguel Delibes (El camino) y Camilo José Cela (La colmena). Más adelante, el Realismo dominante se desarrollará según varias actitudes o enfoques con predominio de dos: el objetivismo y el Realismo crítico.
El objetivismo se propone reflejar, con el máximo de veracidad, el comportamiento externo y las palabras de los personajes evitando cualquier valoración o comentario del autor.
Destacan Rafael Sánchez Ferlosio (El Jarama), Fernández Santos (Los bravos) y Carmen Martín Gaite (Entre visillos). En el Realismo crítico el narrador proyecta su ideología sobre los personajes y hace más explícita la denuncia social. Hacia esta tendencia se inclinarán Juan Goytisolo (Juegos de manos) y Ana Ma Matute (Los soldados lloran de noche).
Los temas de la novela social son las consecuencias de la Guerra Civil, la soledad, el fracaso, la alienación individual y colectiva, la abulia, la dura vida del campo o el mundo del trabajo.
En lo formal, los autores optan por un estilo sencillo, claro y directo, la narración lineal con descripciones precisas, el tiempo y el espacio concentrados, el protagonista colectivo (grupo social) y el predominio del diálogo con variedad de registros.
A partir de 1960 comienzan a manifestarse signos de cansancio del Realismo dominante y se produce una renovación de fondo y forma en la narrativa influida por la literatura hispanoamericana (Vargas Llosa, García Márquez…) y extranjera (Kafka, Proust y Faulkner…). Surge en este momento la novela experimental, una nueva tendencia iniciada por Luis Martín-Santos con Tiempo de silencio ( 1962).
La novela española de este período incorporará numerosas innovaciones técnicas con la intención de apartarse de las formas tradicionales pero conservando la intención crítica: variedad y alternancia de perspectivas narrativas; la alteración de la linealidad temporal; la estructura externa innovadora organizada en secuencias o como discurso ininterrumpido; la disminución del diálogo en favor de otros procedimientos como el estilo indirecto libre o el monólogo interior; y numerosas renovaciones estilísticas (ausencia de puntuación, distintos tipos de letra, fusión de la prosa y el verso). El protagonista habitual de estas novelas es un personaje individual y en conflicto con su entorno y consigo mismo, como Pedro en Tiempo de silencio.
Entre los autores, señálamos dos generaciones, los que escriben en los años 40, como Camilo José Cela (San Camilo, 1936), Miguel Delibes (Cinco horas con Mario) y Torrente Ballester (La saga/fuga de J.B.), y los de la Generación de medio siglo, como Juan Goytisolo (Señas de identidad) , Juan Benet (Volverás a Regíón) o Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa) .