La Novela Española: De la Guerra Civil a la Experimentación


La Novela del Exilio

La novela del exilio Los tres años de Guerra Civil (1936-1939) supusieron la absoluta paralización de toda actividad literaria, una sequía intelectual. La guerra distorsionó la trayectoria de los escritores consagrados, frustró la de los jóvenes y originó una generación que perdió la vida o las ilusiones en los campos de batalla; mueren algunos autores (Valle, Unamuno…), otros autores se marcharon al exilio constituyendo la llamada «España peregrina», cuyos novelistas más significativos fueron Ramón J. Sender (Réquiem por un campesino español), Rosa Chacel (Memorias de Leticia Valle), Max Aub (El laberinto mágico) o Francisco Ayala (Muertes de perro). La producción literaria de estos narradores no pudo apreciarse en nuestro país hasta pasados muchos años.Por otra parte, la intervención de la censura condicionó la labor creadora de los novelistas de la inmediata posguerra y de la década de los cincuenta.Además de esta novela del exilio, a partir de 1936 se suceden diversas tendencias, que adoptan nuevas técnicas narrativas y nuevos temas, acordes con las vicisitudes y avatares de los momentos históricos vividos por los novelistas en el transcurso de estos años y de las que destacamos: La novela existencial (años 40), la novela del realismo social (años 50), la novela experimental (años 60) y las últimas tendencias.

La Novela de los Años Cuarenta: La Novela Existencial

Durante los primeros años de la posguerra se publican novelas «triunfalistas» que relatan la guerra desde el punto de vista de los vencedores (como Madrid, de Corte a checa, de Agustín de Foxá) o novelas de evasión, con asuntos sentimentales. En esta década van a destacar, sin embargo, tres hechos de gran importancia que apuntan ya al renacer de la novela española hacia la llamada novela existencial con unas técnicas narrativas de la novela realista tradicional

  1. La aparición, en 1942, de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, que inicia la corriente del «tremendismo», al profundizar el relato en los aspectos más crudos y sórdidos de la realidad: miseria, violencia, etc. La publicación de esta obra supuso un fuerte revulsivo literario en un ambiente de narrativa triunfalista. El tremendismo insiste en los aspectos más brutales de la existencia para efectuar una reflexión profunda sobre la condición humana. En La familia de Pascual Duarte el protagonista, un asesino rural confiesa sus crímenes antes de ser ejecutado, mostrando los detalles más escabrosos de sus acciones, que él atribuye a un incontrolable instinto determinado por un ambiente social primitivo, unas condiciones de vida miserables y una familia sin afectos.
  2. La publicación en 1944 de la novela Nada, de Carmen Laforet, obra ganadora del primer Premio Nadal. Se trata de una novela de tono existencialista que muestra, a través de la joven protagonista, Andrea, la sociedad barcelonesa de la época de un modo amargo y directo.
  3. La publicación de las primeras obras de Miguel Delibes (La sombra del ciprés es alargada, 1947) y de Gonzalo Torrente Ballester (Javier Mariño, 1943).

En este tipo de novela existencial el autor centra su atención en el personaje protagonista (v.g. Pascual Duarte), que viene así a monopolizar todo el relato. De él el autor nos ofrece todo su mundo interior, y nos lo presenta como un hombre víctima de las consecuencias de la guerra, un hombre que refleja las trágicas condiciones de vida de los primeros años de la posguerra. Son novelas centradas en personajes antiheroitos, desarraigados, marginados, enfrentados a una sociedad indiferente u hostil.

La Novela en los Años Cincuenta: El Realismo Social

A principios de los años cincuenta se produce un renacimiento del género narrativo. Ahora el novelista centra su atención en la realidad externa, es decir, en la situación de la España del momento. La novela toma así forma de realismo social: el autor hace una denuncia crítica de las condiciones de vida y de las circunstancias sociopolíticas que definen la posguerra, tratando de ofrecer un testimonio fiel de esos años. En este cambio participan autores como Cela, Torrente o Delibes, pero el hecho decisivo es la aparición de una nueva generación de narradores jóvenes -la llamada «Generación del medio siglo»- que desarrollan un nuevo tipo de novela.

El primer impulso lo proporciona, otra vez, Camilo José Cela con La colmena (1951). Es una novela casi sin argumento: en el Madrid de posguerra, más de trescientos personajes nos muestran, a través de múltiples y pequeños fragmentos, su vivir cotidiano, lleno de miseria y de penurias.

También influye Miguel Delibes, autor de El camino (1950), en la que emplea un estilo sobrio y sencillo para retratar el mundo rural castellano.

Los narradores de la «Generación del medio siglo» parten de un concepto de la literatura muy delimitado: la literatura debe reflejar y denunciar la situación social. El objetivo es conseguir que la gente tome conciencia de las injusticias y de las desigualdades, y que contribuya a su erradicación. El escritor es un ser comprometido con su sociedad: debe ser solidario con el sufrimiento humano y luchar por una transformación del mundo.

La forma de asumir el compromiso ético de los escritores de los cincuenta permite diferenciar dos corrientes dentro de esta generación, cuyos autores se relacionaron por lazos de amistad, por experiencias comunes en la vida universitaria y por la colaboración en distintas revistas:

  1. Tendencia social. Los narradores sociales entendieron la literatura como una forma de concienciar al público y de influir en su postura ideológica. Esta situación determinó que, en muchos casos, los relatos cayeran en el maniqueísmo: el obrero bueno, el burgués egoísta y cruel.
  2. Tendencia objetivista o neorrealista. Los escritores objetivistas consideraban que la realidad implicaba también las vivencias personales del individuo, lo que les permitió mostrar otro aspecto del mundo a través de temas como la soledad, la frustración o la decepción.

La narrativa de muchas de estas novelas se encaminó por las sendas del conductismo americano, con técnicas basadas en el diálogo y en el punto de vista de la cámara cinematográfica, que permite un mayor distanciamiento del narrador respecto de la historia narrada.

La novela más representativa del objetivismo es El Jarama (1956), de Rafael Sánchez Ferlosio. En ella, unos jóvenes pasan un domingo de excursión en el río Jarama. Excepto la muerte de una de las chicas, el resto es una sucesión monótona de incidentes banales y conversaciones insulsas. Así muestra la rutina, el hastío y la alienación de la sociedad española del momento.

También destacan en esta línea Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, que trata sobre la soledad y la incomunicación, El fulgor y la sangre, de Ignacio Aldecoa o Pequeño teatro, de Ana María Matute.

La Novela de los Años Sesenta: La Novela Experimental

En los años sesenta se conjugan varios factores que determinarán un cambio de rumbo de la novela. Por un lado, la sociedad española experimenta una transformación importante con la industrialización, el turismo y la flexibilización de la censura. Por otro, se produce el agotamiento de la novela social y la irrupción de nuevos modelos narrativos inspirados en los grandes novelistas extranjeros (Joyce, Kafka, Proust, Faulkner, etc.). De esta manera, el realismo social evolucionará hacia la novela estructural, que no abandona la reflexión crítica sobre la sociedad española, pero su presentación formal es radicalmente novedosa. Esta época es la del experimentalismo, renovando completamente las técnicas narrativas. Las más destacadas son:

  • Punto de vista. Aunque no deja de utilizarse el narrador omnisciente de la novela realista o el narrador objetivo de la novela social de los años cincuenta, se recurre con frecuencia al narrador múltiple, que permite, enfocar la historia desde varias perspectivas (perspectivismo). Algunos novelistas propugnan incluso la desaparición del autor, que se limitará a dar la palabra a los personajes. Aparece también el relato en segunda persona.
  • Estructura: con frecuencia desaparecen los capítulos, que son sustituidos por secuencias, casi siempre sin numerar, y separadas por espacios en blanco, como ocurre en “La Colmena”. Esta estructura tiene mucho que ver con las técnicas cinematográficas basadas en la superposición de planos o secuencias paralelas o independientes. La acción se presenta, a veces, en forma de varias historias simultáneas que se van alternando y combinando (técnica de contrapunto). Son muchas también las novelas de “estructura abierta”, que concluyen sin que conozcamos el desenlace.
  • Tiempo: ruptura de la secuencia cronológica provocada por la elipsis y saltos en el tiempo. Frente al clásico tiempo lineal, se prefiere un cierto desorden temporal, como hace la memoria al evocar el pasado. En este sentido, es muy habitual la técnica de la analepsis (“flash- back”) o salto atrás en el tiempo. Este tipo de estructuración exige un mayor esfuerzo intelectual por parte del lector, que debe recomponer y ordenar, a veces, la historia.
  • Argumento: además de los tradicionales argumentos realistas, cobran también interés los elementos imaginativos, oníricos y simbólicos.
  • La importancia del monólogo interior que nos permite conocer el mundo interior de los personajes al reproducir los pensamientos incontrolados (v.g. Cinco horas con Mario). Con el que se intenta reproducir en la escritura los pensamientos de un personaje antes de que éstos sean ordenados lógicamente. Es decir, se trata de reflejar el “fluir de la conciencia” o el subconsciente, razón por la cual se eliminan a veces los signos de puntuación.
  • Los personajes son seres en conflicto con su entorno y con ellos mismos.
  • La importancia de lo visual: inserción de collages en la narración, también dibujos, diferentes tipos de letras, fragmentos de guías turísticas, de instancias…

La novela que cambió el rumbo de la narrativa española en estos años fue Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos. Aunque el contenido es de carácter social, se incluyen grandes novedades a través de una revisión intelectual de la realidad y de una profunda renovación de las técnicas narrativas. La ironía y el humor, el tono existencial y simbólico reflejan una sociedad y una existencia vacías. Esta línea renovadora va a tener su continuidad en dos generaciones de autores:

a) Los de la primera generación de posguerra, que continúan escribiendo y publicando obras de gran calidad: Camilo José Cela (San Camilo 1936, Oficio de tinieblas 5), Miguel Delibes (Cinco horas con Mario: (monólogo de Carmen con el cadáver de su marido durante una noche, con la intención de ofrecer dos maneras distintas de entender la vida) y G. Torrente Ballester (La saga/fuga de JB,). b) Los novelistas de la «Generación del medio siglo», que entran en su etapa de madurez creativa y se consolidan como narradores: Juan Goytisolo (Señas de identidad, de 1966), Juan Benet (Volverás a Región, de 1967) o Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa, de 1966).

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